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miércoles, 28 de enero de 2015

ROBINSON CRUSOE, de DANIEL DEFOE

Robinson Crusoe apareció en el año 1719 y está  basada en las aventuras de Alexander Selkirk, quien se había hecho a la mar en 1705, en un navío comandado por el capitán Guillermo Dampier, para realizar un viaje particular. Al parecer un enfrentamiento entre ambos durante la travesía hizo que el capitán Dampier abandonase  a Selkirk en una de las islas de Juan Fernández, en la costa oeste de América del Sur frente a las costas de Chile (aunque hay versiones que apuntan a que el pasajero lo hizo por voluntad propia).  Allí permaneció Selkirk, en absoluto abandono y soledad, durante cuatro largos años, hasta que en 1709 fue recogido por el propio capitán Dampier.  Robinson Crusoe se hizo inmediatamente popular, y sigue siendo una de las más famosas obras de la literatura inglesa.
La mayoría de los lectores modernos, no obstante, conocen este famosísimo libro a través de ediciones hechas para niños.  Pero el original es una maravillosa fantasía, escrita con toda la gravedad de una historia real y ofrecida y recomendada en un prefacio del editor anónimo, como "historia real y verdadera de una vida y sucesos ocurridos"; y, en efecto, los detalles y relatos de Robinson Crusoe y sus aventuras maravillosas están contados y escritos con tal aire de verosimilitud y tal lujo de exactitudes, que es difícil llegar a creer que todo aquello pueda haber sido inventado por la fantasía de Defoe.
El autor, visto el éxito de su obra, escribió una segunda parte, la cual, como ha ocurrido tantas veces (menos en el Quijote), desmerece mucho la primera, y luego dio a la estampa otro volumen titulado Reflections.  Esto fue resultado de su situación económica, más que boyante tras no pocas penurias. Por aquella época, Defoe había comprado una casa en Stoke Newington, tenía carruaje y era famoso no sólo por su talento, sino también por la hermosura de sus tres hijas.  Su hijo, en cambio, no le glorificó tanto, pues se dedicó como su padre a escribir panfletos y artículos sediciosos que causaron no pocas zozobras a la familia.  Los últimos años de Defoe fueron oscuros hasta que murió en 1731.
Pero casi tan interesante como su obra es la propia vida del autor, quien vivió tiempos revueltos y agitados y tuvo el agudo ingenio de un periodista para analizar la época que le tocó sufrir.
No se sabe a ciencia cierta si su padre había sido un carnicero o un cerero, pero se admite que era un comerciante de cierta posición, de religión no conformista y de completa y acrisolada honradez.  La ambición del padre fue que su hijo se hiciera sacerdote, y a tal fin, cuando contaba el muchacho con catorce años, fue enviado a la escuela donde el futuro director de Harvard, Charles Morton, enseñaba teología. Pero el propio Defoe admite que dedicarse a tal ministerio fue el primer desastre de su vida, puesto que su personalidad era excesivamente inquieta y vivaz para hacer de él un buen estudiante, amén de que no poseía ninguna de las cualidades que se le presuponen a un buen pastor. Salió pues del colegio y en 1685 se unió a los revolucionarios de Monmouth, escapando a tiempo de la clamorosa derrota que padecieron. Después trabajó en una fábrica de tejidos en Cornhill, de la que fue comisionista, merced a lo cual pudo viajar por España, Francia, Holanda y Alemania.  Tras la caída de Jaime II, Defoe se apresuró a acatar y ponerse al servicio de Guillermo III, haciéndose famoso por sus panfletos, lo que le valió grandes triunfos y reconocimientos y viéndose muy pronto recibido en la Corte y disfrutando de una lujosa casa en el suburbio londinense de Tooting.
Pero en 1692 sus negocios se derrumbaron y quebró.  Esta desgracia le obligó a retirarse a Bristol, donde se le conocía como "el caballero de los domingos", ya que durante toda la semana tenía que permanecer encerrado en su casa por temor a verse detenido por los alguaciles por mor de sus no pocas deudas. Fue entonces cuando Defoe escribió más panfletos.
En 1694 nos encontramos de nuevo con un Daniel Defoe boyante, con el prestigio recobrado y disfrutando de una excelente situación y fortuna. Pagó a todos sus acreedores y se dedicó al negocio de la alfarería... pero también quebró.
Ciertamente, Defoe fue mucho más afortunado como hombre de letras que como empresario. Es por ello que en 1699 escribió diversos panfletos propagandísticos para la Corona, algunos de los cuales le convirtieron en un héroe popular. Pero en 1702, el rey murió y la gloria de Defoe se esfumó del todo hasta el punto de que el partido católico encontró en sus escritos tal peligrosidad que fue condenado a tres años de picota y cárcel. Defoe cumplió la condena, aunque sin perder su popularidad entre el pueblo. De hecho, crecido en el infortunio, el genial autor aprovechó su condena para escribir su famoso Himno a la picota, en el que reprochaba su injusticia al Gobierno. Fue entonces cuando lo enviaron a la prisión de Newgate, donde se puso en contacto con la verdadera gente de la alta delincuencia londinense, cuyos caracteres e historias fueron estudiados en profundidad por el abierto e intelectual autor. Desde prisión logró editar periódicos descarados y mordaces de una agresividad política tal que le granjearon admiración y enemistades a la vez. Y como suele ocurrir en estos casos, acabó al servicio de un partido político, en este caso de los tories, para los que hizo trabajos de agente secreto y panfletista. Tal fue su escuela vital, la que le llevó a alcanzar su más alto estilo en su genial obra Robinson Crusoe.