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jueves, 15 de enero de 2015

LOS CUENTOS DE LA ALHAMBRA

Siendo el menor de once hermanos, Washington Irving nace en abril de 1783, siete años después de la declaración de independencia de los Estados Unidos, en el bellísimo valle del río Hudson.  De padre escocés y madre inglesa, se educó en un ambiente religioso y literario propio de sus progenitores y pronto quedó en evidencia su carácter propicio a la emoción y a la fantasía.
Aunque estudió leyes, su impulso por viajar y conocer mundo hizo que en 1804 comenzase un periplo que lo llevaría por Francia, Suiza, Holanda e Inglaterra.  La aventura le salía al paso.  Camino de Sicilia, desde Génova, cayó en manos de unos piratas.  Fente a Mesina vio la flota de Nelson patrullando el Mediterráneo.  Tras muchas peripecias acabó estudiando arte en París.
Cuando regresó a América en 1806, comenzó su carrera literaria, aunque también terminó la de abogado, oficio que no llegó a desempeñar nunca.  Fundó una revista quincenal llamada Salmagundi, y tras una triste historia de amor frustrado por la muerte de su amada, salió a la luz, en 1809, A History of New York, donde se rebeló como fino escritor, de aguda observación, fácil estilo y primer autor humorístico en lengua inglesa de los Estados Unidos.
En 1818, la ruina de los negocios de uno de sus hermanos lo empujó de nuevo hacia Europa, donde triunfó definitivamente. merced a su encanto personal, su atractivo físico y su don de gentes.  Escribió artículos desde Inglaterra bajo el pseudónimo de Geoffrey Crayon. Frecuentó a Walter Scott, se hizo íntimo de Lord Byron y de Tom Moore. Se entrevistó con Walter Scott y acabó en París, donde publicó Bracebridgle Hall (1822) y Tales of a Traveller (1824).
En 1826, el embajador Alesander H. Everett le nombró miembro personal de la Embajada de los Estados Unidos en Madrid, encargándole la traducción al inglés de los viajes de Colón, de Martín Fernández de Navarrete.  Irving, que conocía bastante el español, no podía haber dejado de sentirse interesado por las viejas crónicas españolas, tan acordes con su espíritu romántico.
No nos engañemos.  La corriente del Romanticismo en el momento en el que tomó a España como fuente de inspiración tuvo una grandísima influencia en esta obra que reseñamos hoy.  Mientras se daba el aldabonazo con el Hernani en la Comedia Francesa y Gautier cruzaba los Pirineos, atraído por el afán orientalista, para pasar su primera noche en el Patio de los Leones de la Alhambra.
Mientras tanto, Irving conocía a Obadiach Rich, quien le introdujo en la alta sociedad española de Madrid.  Se dedicaría a continuación a pasar tres años de su vida estudiando las costumbres y cultura literaria de España.  Investigó en la Biblioteca Nacional de Madrid, en el convento de los jesuitas, y se sintió atraído por el aroma poético que desprendía aquella obra magna que fue el descubrimiento de  América. Así fue como escribió The Life and Voyages of Cristopher Colombus, publicada en Londres en 1828 y que cosechó un gran reconocimiento dentro y fuera de su país.  Fue entonces cuando se le eligió miembro de la Real Academia de la Historia.  Sus investigaciones sobre historiadores antiguos de Granada le hicieron concebir la idea de un nuevo libro sobre la conquista de Granada.
Fijó su residencia en la fortaleza nazarí -la época más deliciosa de su vida, según él mismo nos cuenta- y allí concibió y redactó su obra La Alhambra, publicada en 1832, año en que regresó a los Estados Unidos donde fue recibido con honores.  Aunque estuvo viajando durante una década, su interés por España no decreció.  En 1842 el gobierno estadounidense lo nombró ministro plenipotenciario de Estados Unidos en nuestro país.  Dio inicio así un período en el que tuvo que dejar de lado las labores literarias y consagrarse a las tareas de su cargo, que ejerció por espacio de cuatro años, al cabo de los cuales dimitió para regresar a su país, ya con la salud maltrecha.
La fascinación de Irving por España se basaba en sus sueños de niño y en su obsesión por soñar épocas pasadas.  Fue el encanto de lo que él llamaría "los rasgos graves y sencillos del paisaje español, que despiertan  en el alma un sentimiento de sublimidad".  Comprender es amar, y él dejó dicho: "Desde que he visto el suelo donde mora, comprendo mejor al español altivo, fuerte, frugal y sobrio".  Y España también supo comprenderlo a él, legándole una admiración transmitida de padres a hijos.
El propio autor nos cuenta que los borradores de algunos de los Cuentos de la Alhambra fueron escritos, en realidad, durante su estancia en la fortaleza granadina, pero otros fueron agregados posteriormente, tomando siempre como base las anotaciones realizadas por Irving in situ. Manifestó su escrupuloso cuidado por conservar el color local y la verosimilitud de aquel microcosmos en el que vivió casualmente.
Cuando en 1832 aparecieron Los Cuentos de la Alhambra su éxito fue inmediato.  En menos de un año ya había varias ediciones en Inglaterra, Estados Unidos y Francia (traducidos por Fournier).
Una particularidad de este libro es que fue escrito dos veces. Irving realizó una revisión en 1857 para Putnam, su editor neoyorquino.  En la nueva versión no sólo añadió nuevos capítulos, sino que los antiguos fueron enriquecidos y dispuestos en un orden más coherente y natural.
Saborear la inmensa poesía contenida en Los Cuentos de la Alhambra es una experiencia gratificante que nos recuerda que fueron no pocos los autores extranjeros que desde el siglo XVII hasta el XX pisaron nuestro territorio y se enamoraron de él.  En sus páginas evocadoras hallará el lector un mundo evocador y romántico que disparará su fantasía y le hará disfrutar, independientemente de su edad, del raro placer olvidado que se parapeta tras cada amante de la literatura: la necesidad infantil y sin embargo lógica que todos tenemos de que nos cuenten un buen cuento y, si es posible, más de uno.