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domingo, 11 de enero de 2015

EL SATIRICÓN

Resulta curioso, pero en la importantísima producción literaria griega y romana que conservamos apenas se encuentran obras de novelistas. De Grecia, aparte de Longo, apenas tenemos ejemplos asimilables como novelas y los romanos sólo nos legaron a Apuleyo, algún otro y a Petronio, que es quien nos ocupa hoy.
El título original es P.A. Satiricon libri, es decir "Libro de las Sátiras". Las iniciales que lo preceden corresponden a Petronio Arbiter, su autor.
Parece que en su época, la novela gozó de bastante éxito, pues tanto Tácito como Quintiliano la comentan en sus manuscritos, aunque resulta aparente que ninguno de los dos la conocía y que sólo hablaban de oídas.  Es muy probable que no le concediesen valor literario, puesto que su estilo y su forma chocaban con todos los conceptos en boga.  Sin embargo, El Satiricón no se perdió y se conservaron ejemplares durante la Edad Media, si bien se ocultaron celosamente, tanto por la temática, poco edificante en la Era cristiana, como por ser obra de un autor pagano.  Resulta bien claro, no obstante, que se leía en los más cerrados círculos de la cultura medieval.  En el siglo XII, por ejemplo, el obispo de Chartres lo menciona en diversas ocasiones.  Existe incluso una versión censurada de mediados del XVI que pasó bastante desapercibida y, en conjunto, la obra siguió ignorada durante mucho tiempo hasta el punto de que numerosos eruditos sólo conocían su título, si bien la consideraban perdida.  Cuando en 1664 apareció la primera edición de Pierre Petit se desató un gran escándalo. De entrada, le acusaron de haberla falsificado. Petit explicó que había encontrado el manuscrito en Dalmacia, durante un viaje, y que había invertido años en su traducción. Lo cierto es que las pruebas aportadas por el editor obligaron a los más reticentes a admitir su autenticidad.
Poco después, El Satiricón se tradujo a varios idiomas, incluido el nuestro, con tanto éxito que se convirtió en todo un best seller.
Aclarada la autenticidad, se planteó el problema de quién podía ser el tal Petronio Albiter.  Para ello hubo que establecer primero la fecha en que la obra fue escrita. Afortunadamente hay en ella suficientes referencias contemporáneas para poder fijarla entre los principados de Calígula y de Nerón.  Como es de suponer que el autor no trabajaría a marchas forzadas (no era como los escritores trabajaban entonces), sino que dedicaría varios años a la tarea, y dado que hay indicios que parecen sugerir que la obra estuvo compuesta en un principio por veinte tomos, muy bien pudo Petronio comenzarla bajo el mandato de Calígula, seguirla con Nerón y publicarla bajo la Roma del emperador Claudio.  Sin embargo, estas fechas no aclaran gran cosa, pues, por entonces, tenemos constancia de unos doce Petronios. Su número se redujo por parte de los investigadores a dos a causa del Arbiter.
Durante mucho tiempo se pensó que su autor era Cayo Petronio Turpilano, del que habla Tácito en sus escritos y que fue un cortesano aficionado a las artes que se había ganado la absoluta confianza del emperador Nerón, tanto por sus vicios como por su ingenio y elegancia. Es decir, una especie de Oscar Wilde con toga.  De él dice Tácito que se pasaba el día durmiendo y la noche de orgía, que nada se hacía en palacio ni entre la nobleza, sin el visto bueno de Petronio, por lo que le llamaban arbiter elegantorum ("árbitro de la elegancia"). Tal era la certeza de muchos de que se hallaban ante el autor de El Satiricón, que incluso Sienkiewicz lo convirtió en un personaje más de su Quo Vadis?  Pero hay una objeción que nos lleva a asumir que no era éste el Arbiter genuino.
El otro candidato a la paternidad de la novela es un oscuro poeta de provincias llamado Tito Petronio Arbiter, natural de Marsella, que vivió en tiempos de Nerón hasta Domiciano.  En favor de éste se alegan los indudables conocimientos literarios que se exponen en la novela, que delatan más al intelectual que al cortesano frívolo.  El Satiricón es un trabajo demasiado concienzudo para no ser obra de un profesional.
Por otra parte, la acción no se desarrolla en Roma, sino en las provincias, y casi ninguno de los personajes es latino.  Parece como si el autor hubiese tenido interés en mostrarnos la realidad del imperio, que no conocían en la capital.  El mundo que aparece en El Satiricón es el mundo del Petronio marsellés sin lugar a dudas.
Y aunque no se ha aclarado quién fue su verdadero padre, lo cierto es que escribió una de las grandes obras de la literatura clásica y universal.
La novela no es más que el relato de los viajes de Eumolpo y su criado Giton por distintas localidades.  Los incidentes y aventuras que viven, la gente que conocen etc... constituyen el cuerpo de la novela, la cual carece de un argumento seguido, o si lo tuvo, se perdió entre los muchos fragmentos vacantes.  Tal y como nos ha llegado, podríamos decir que El Satiricón son una serie de relatos breves que se unen a través del hilo conductor de sus protagonistas.  En ellos, el autor supo darnos una extraordinaria panorámica de la vida en provincias, aunque teñida de ironía.
La falta de antecedentes en su época hace que Petronio, que se limita a narrar lo que  ve, sea un autor único y singular que parece tomar ejemplo de los mimos, que en su época eran los únicos que tenían carta blanca para ridiculizar a cualquier personaje del imperio.  Al abandonar el tono épico y farragoso para centrarse en temas corrientes, tal como en Grecia hiciera Aristófanes, existe una enorme diferencia entre el estilo de Petronio y el de sus contemporáneos.  Y precisamente este matiz estilístico hace que Petronio, incluso hoy, alcance a todo el mundo. Se expresa en un tono coloquial lleno de gracia y espontaneidad y El Satiricón se puede leer hoy en día con el mismo interés y la misma facilidad que en su época, casi como si hubiese sido escrito ayer.
Aparte de la satisfacción de su lectura, El Satiricón nos permite conocer con claridad cómo era la vida cotidiana en el imperio romano, sin las deformaciones habituales de los enfáticos y altisonantes autores clásicos.  Y es que esta novela nos acerca a la dimensión humana de nuestro pasado al describirnos sin tapujos cómo era la vida entonces y cómo sentían los que la vivieron.
La obra nos describe el inicio de la decadencia moral y social de Roma, y toca temas tan cercanos como la queja y la desconfianza continua hacia los poderes públicos, a los que acusa de corruptos y de no preocuparse por el bien común.  Hay personajes, como Trimalcio, que parecen sacados de la actualidad.
El banquete de Trimalcio ocupa gran parte de la obra.  Es un nuevo rico, un liberto que ha surgido de la nada por medios poco limpios cuya fortuna le viene grande y hace de ella una exhibición ridícula e infantil. Así, como tiene propiedades al sur de Italia, pretende comprar Sicilia para que, al trasladarse a sus fincas africanas, no deba salir de casa y obliga a sus invitados a que comprueben el peso de las joyas de su esposa, para que vean que son muy caras.  Puesto que es rico, se cree también culto y suelta una barbaridad tras otra, sin que nadie le corrija por miedo a perderse el festín, pero, al mismo tiempo, Trimalcio reconoce que sólo le agradan los espectáculos que le distraen (la eterna excusa del que no quiere pensar).  Incluso su actitud para con los esclavos resulta extremadamente actual.  Trimalcio afirma que son hombres iguales a él, pero con menos suerte, lo que no le impide maltratarlos ni tampoco le obliga a mejorar su situación.
Otro personaje paradigmático es el poeta Eumolpo.  Tiene la característica habitual en todo el gremio de autores: recitar sus versos a la primera oportunidad que se le presenta, incluso forzándola.  Eumolpo provoca indignación en cuanto abre la boca y sus representaciones teatrales concluyen siempre en estrepitosos fracasos, por lo que busca ser un protegido de las clases altas, a las que divierte y sirve.
Los romanos que describe Petronio son los poderosos de la tercera generación, que se creen con derecho a todo y sin ninguna clase de deberes.  Carecen de convicciones, pero mantienen todas las ceremonias establecidas, ya que forman parte de un sistema que no han ayudado a crear ni a mantener y que ni siquiera defienden salvo para sus propios intereses particulares.
A Petronio no le guiaba otro propósito que describir cuanto veía, sin pretensiones moralizadoras, y lo hizo  con toda desenvoltura.  El tema de la homosexualidad (estamos ante la primea novela gay de la historia) hizo de El Satiricón una obra escandalosa durante siglos. Sin embargo, el calificativo de escandaloso es del todo inadecuado. Es difícil encontrar otro autor que explique tantas y tan variadas barbaridades con tanta sencillez y naturalidad, sin darle importancia ni caer en la ordinariez o en el mal gusto.  Ni en un solo momento de la obra, pese a sus muchos párrafos escabrosos, se crea el ambiente de morbosidad que se le presupone.  Hay un malabarismo de palabras que el autor utiliza para reseñar todo con naturalidad, sencillez y elegancia.  Es muy posible que esto sea debido a que para su autor no era ninguna novedad lo que describía y por lo tanto tampoco perseguía despertar un interés malsano en el lector, sino sólo divertirle y divertirse escribiendo.
Una obra interesante, fácil de leer, altamente recomendable y de gran actualidad que nos lleva a la conclusión fundamentada de que no tantas cosas han cambiado en los últimos veinte siglos de nuestra historia.