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sábado, 24 de enero de 2015

LOS CUENTOS ESENCIALES DE GUY DE MAUPASSANT

La novela francesa de fines del siglo XVIII y principios del XIX solía constar de dos pequeños tomos de unas doscientas páginas, equivalentes a las trescientas de un solo volumen de la prosa posterior, después del período en que Alejandro Dumas, Eugenio Sue y demás habían adoptado la prodigalidad (por no decir sensiblería) de las Clarisas y las Pamelas inglesas, cuyas dimensiones abrumadoras habían vuelto a adquirir el tono elegante de antaño.
Sin duda, la imaginación de Maupassant se prestaba a los asuntos novelescos del tipo de sus primeras y magníficas obras, y forzó la máquina para extender el horizonte de su creación y aumentar el número de personajes que actuarían en ellas. 
Y es que Maupassant es uno de los más ilustres novelistas franceses del siglo XIX al XX, con la particularidad observada por los críticos de hallarse más extendida su reputación que la de todos los novelistas contemporáneos a él.  Zola era el más leído, pero tenía su público.  Zaudet, France, Goncourt, Loti, Ohnet y hasta los maestros Balzac y Flaubert tenían sus seguidores.  Sólo para Guy de Maupassant abren sus fronteras todos los lectores.  Un novelista veinteañero en 1870 que sin duda penetró con lo más profundo de su talento en el alma de los lectores.
Maupassant disfrutaba del raro privilegio de seducir igualmente a públicos refinados y vulgares.  Hay dos razones que justifican esa capacidad: la primera consiste en que el autor representaba con intensidad notoria varias tendencias de la nueva generación que se daba a conocer en su época; la segunda es que tenía una originalidad propia que le permitía traducir esas tendencias en términos que resultaban accesibles para todos, sin dejar de ajustarse a la genuina tradición literaria francesa.
Por esa razón, a pesar de ser el más naturalista del grupo de Zola, figuró pronto como un clásico en las historias literarias.  La variedad asombrosa de sus asuntos y las diferentes maneras de interpretarlos no permitían ajustar sus obras a patrones conocidos en la época.  Maupassant creó un género propio y este género, indefinible, hacía que los procedimientos usados en él escaparan a cualquier análisis crítico sugestionando a todo tipo de lectores.
La general aceptación de sus obras obedecía a que sus amenas y penetrantes historias buscaban asomar la verdad social tanto entre lo gigantesco como en lo minúsculo. Su norma era la exactitud y, si bien podía carecer a veces de cierta originalidad, sus escritos eran originales per se.  Si Balzac fue un visionario, Maupassant fue todo un entomólogo por la minuciosidad con que analizaba los tipos más insignificantes con el fin de interesar al lector en sus vidas.  Y si Balzac inventaba la verdad, Maupassant la sorprendía in situ. pues se sentía más inclinado hacia ella que hacia la belleza.
Digo "entomólogo" porque tras leer sus cuentos juzga uno que su autor nos ofrece unos cuadros de la esencia humana con pasmosa naturalidad.  Y si Maupassant respetó escrupulosamente los criterios de la teoría de Zola, se dio a conocer y destacó siempre con unas creaciones independientes que siempre estuvieron a la sombra del imaginario maestro, pero sin ajustarse nunca al preceptivo naturalismo que Zola fundase, ni a la observación microscópica y panorámica de la realidad.
Maupassant iba, fue y llegó mucho más lejos.  Se discutió mucho el mérito de su obra y el puesto donde se le debía colocar dentro de la literatura patria.  Pero nadie le negó un carácter perfectamente lúcido y equilibrado.  Misántropo hasta el pesimismo, irónico pero con buen humor, satírico hasta provocar la carcajada.  Su empeño analítico distó mucho de ser una minucia obstinada, esa manía de anotarlo todo que en España representaron Galdós o Blasco Ibáñez.  Era un analista obsesionado, cierto, pero la señal más convincente de su acierto literario, de su originalidad y de su capacidad creativa reside en que su culto escrupuloso a la frase jamás le condujo a la tortura de la palabra.
Recomiendo, a modo de acercamiento al autor, la lectura de estos cuentos, aventurando que el lector no sólo no se quedará indiferente ante la sagacidad del escritor y su capacidad para poner en evidencia de forma más o menos sutil mil y una características del género humano, sino que, a modo de aproximación a su obra, considero que es un buen comienzo para afrontar lecturas más densas y sorprendentes como su Pedro y Juan (cuarenta personajes principales) o sus magníficos diarios de viajes, los cuales son verdaderamente dignos de disfrutarse con toda solemnidad y sosiego, pues en ellos Maupassant se nos descubre como el atleta aventurero que fue.
Encontrarán en los Cuentos Esenciales historias con las que se sentirán identificados, otras que les parecerán vulgares, algunas que sobrecogerán su imaginación; pero ninguna, absolutamente ninguna, se les antojará fuera de lugar o excesiva. El humor, la ironía, la sátira y la tristeza se imbrican perfectamente en sus páginas y no dejan al lector en ningún momento cansado ni mucho menos indiferente.  Su prosa clara y ligera, el preciosismo de su retórica y el ambiente plácido de su retórica invitan a tumbarse en su regazo y dejarse llevar por los incontestables dones del autor hacia una época épica de la tradición literaria francesa que, curiosamente, tanto ha influido a los autores modernos sin saberlo.
Y aunque sean cuentos, los temas no pueden ser menos actuales: la guerra, la homosexualidad, la frustración ante la crisis económica, la doble moral, el sexo, la religión, la violencia, la hipocresía... todos los temas que nos preocupan y nos habitan tienen cabida en la genialidad de este autor que, a través de sus relatos, nos da una solemne lección de humildad y nos hace pensar sobre la esencia misma del género humano.  Añado que nadie puede escribir bien sin haber leído antes a Maupassant. Imprescibdible, admirable, soberbio, fascinante.