VISITAS HASTA HOY:

miércoles, 28 de enero de 2015

LAS TRAQUINIAS, de SÓFOCLES

Heracles, muchos meses ausente de su casa, vuelve por fin a ella victorioso, y envía por delante a palacio el botín de prisioneras; entre ellas va una joven, Yola, que le tiene robado el corazón. Deyanira, su esposa, al observarlo, ruega a su hijo Hilo que vuele al encuentro de su padre y le lleve, para que se lo vista la primera vez que ofrezca sacrificios, un manto que, por estar empapado en la sangre del centauro, tiene la virtud de recuperar el amor perdido. Así lo hace el joven, pero lejos de todo eso a Heracles se le inflama el manto y abrasado en él llega a Traquinia, donde hace una penosa exhibición de sus tormentos, maldiciendo de su mujer, que ya para entonces se ha suicidado.
Estamos ante una heroína de virtud y delicadeza insuperables, el ideal de la mujer realizado en la antigüedad; un drama por otra parte muy flojo, sin interés en su segunda mitad y cuajado de contradicciones entre lo que la historia y lo que el drama nos dicen de su protagonista Deyanira, y además una serie de inconveniencias inexplicadas. Pero es que hay que entender que Deyanira, antes de la tragedia de Sófocles, era una hembra bravía y matadora de hombres y muy hecha a las hazañas bélicas que justificaban su nombre (matadora de hombres).  Además, en los días en los que se representaba esta tragedia, el pueblo ateniense, para insultar a Aspasia, la amiga de Pericles, la llamaba "Juno la vengativa", "Onfala la tiránica"... y Deyanira, y un filósofo un poco posterior a esta época, equipara a esta mujer con Clitemnestra, la traidora asesina de su marido Agamenón.
Si despojamos a la protagonista de su halo de santidad y enfocamos su actuación, no como un descuido, sino como un acto de castigo hacia su marido, a través de la alevosía vengativa de la mujer encontramos en el drama una interpretación enteramente distinta a la canónica.
Y es que de esta forma la tragedia alcanza una unidad sorprendente, resultando su segunda parte del mayor interés, como realización del castigo preparado y merecido en la primera, y convirtiendo esta tragedia en una réplica corregida y perfeccionada de la Medea de Eurípides. A través del prisma que propongo, muchos datos que parecen inexactitudes del autor, se revelan como meras mentiras de la protagonista; por ejemplo el pasaje del río en brazos del centauro, y los disparos de Heracles contra él, cuando matar al monstruo equivalía a ahogar a su esposa robada.
El coro de niñas o jóvenes, llenas de ilusiones por el amor, forma un fondo de candidez e inconsciencia habilidosamente ideado por el poeta para hacer posible la ejecución de los planes de la protagonista sin pecar contra la verosimilitud ante un coro sofocleo, es decir, ante un grupo de personas siempre presentes, y, según la práctica constante de Sófocles, enteramente conscientes y personales. Muchos de los puntos no los encontrará justificados el lector, de acuerdo, pero es porque ha de verlos reforzados con pruebas y explicaciones que sólo se entenderán si se frecuenta el resto de tragedias que del autor han llegado hasta nuestros días.