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domingo, 14 de diciembre de 2014

DE LO QUE QUISE SIN QUERER, de MIGUELÁNGEL FLORES

Los buenos escritores son un puente levadizo: cuando está tendido, sus palabras abandonan la fortificación interna en la que moran y lo cruzan en formación para llegar al otro lado del foso, donde aguardan los lectores. Escribir es un misterio, y sólo quien lo vive con verdadera pasión sabe guardar el secreto mientras trabaja hasta que llega la hora de compartirlo con los demás.
Y valga este breve prólogo para presentar a Miguelángel Flores (Córdoba, 1967). Si es cierto que la creatividad surge de hacerse preguntas sobre lo que sucede a nuestro alrededor, él ha debido de pasar los últimos 47 años entre interrogantes. No lo digo únicamente por “De lo que quise sin querer”, que también, sino por la voz propia y singular que emana de sus letras cada vez que empuña el bolígrafo. Los que, como yo, siguen sus pasos desde hace un tiempo, seguro que saben a lo que me refiero. Para mí Flores es un capricho, un descubrimiento, un milagro. Lo digo sin ánimo de ser cortesano con sus creaciones, que son muchas y variadas. Tampoco con su persona. Es cierto que nos vinculan contactos recíprocos y que, sin conocernos aún en persona, existe una corriente que parece derivar hacia la amistad. Pero no lo es menos que si hay alguien poco dado a alabar a sus colegas -siquiera a reseñarlos- ése soy yo. Aunque siempre hay excepciones y en el caso que nos ocupa son ciento catorce.
Ciento catorce relatos, sí: los que conforman esta baraja atípica de tres palos llamada “De lo que quise sin querer” (Editorial Talentura). Tres palos llamados Cosas de amar, Cosas de morir y Otras cosas sin querer, que podrían serlo también de un barco botado en el mar de nuestra imaginación. La belleza del asombro surge cuando el escritor que derrama en tinta sus quebraderos, perfumes y dengues nos pone frente al rostro un espejo que refleja todo lo que no queremos ver en el del baño. Y tal vez en eso, nada menos, consista la eficacia de Miguelángel: en arrastrarnos de la oreja hasta un espejo que, en palabras sencillas, nos muestra nuestros entresijos más complicados saltándose la capa córnea de nuestro exterior. Bien traída ahí la definición del corazón como “una concha con cangrejo dentro” del relato Los llantos (p.41).
Los ciento catorce naipes-espejo de Miguelángel se aglutinan en los tres palos antes mencionados y los convierten en la arboladura de un navío que nos lleva en breves singladuras por el océano de confusiones que es la vida. Nos enfrentamos a mucha reflexión y mucha intimidad cuando vamos pasando sus páginas, deteniéndonos a releer y deleitándonos con unos aforismos exquisitos y naturales. Quizá por naturales, exquisitos.
Y los tres palos, a veces de carabela y otras de galeón, ponen a prueba nuestra resistencia ante la vastedad sin horizontes, e incluso nos asustan al llevarnos al borde de abismos de empatía. Para muestra, un botón: "...oigo el ruido que haces al pensar, que es más pedregoso que el de los sueños"; "...aún no nos hemos visto. Nos estamos pensando todavía."; "la vida casi nunca se delata, raras veces se la ve venir"; "…la guillotina que corta la cama en dos…"; "...ese relámpago que escapa de tus ojos y llega derechito a los míos anunciando tempestades"; "...va hacia arriba como los buenos deseos que no se ven…” ¿Acaso pueden dejar a alguien indiferente estas frases? Lo dicho: un espejo, un barco y una baraja de sensaciones.
En las Cosas de amar nos encontramos con escenas de pasión, infidelidad, deseo, autoamor, incomunicación, identificación de género, contraste, abandono, expulsión, desafecto, autoestima... Imagínese el lector qué no hallará en las Cosas de morir y lo que se nos reserva bajo el inquietante título de Otras cosas sin querer. No entraré en detalles, porque cada cual ha de hacer su propia degustación y decidir por sí mismo si merecía la pena el menú. Pero opino que viene bien que nos  recuerden de vez en cuando que "los sueños no duran nada" o que "hace mucho tiempo quedó atrás mi destino".
Con una eficiencia narrativa mayúscula, Miguelángel conforma un estilo natural en el que, sin artificios verbales, logra transmitir un abanico de sentimientos con una intensidad que nos traspasa y nos humedece los ojos. Por eso, cuando decía más arriba que el autor ha sido para mí un capricho, un descubrimiento y un milagro, es porque, en estos tiempos, para un servidor no abundan en los estantes de las librerías narradores nuevos, diferentes, luminosos, que tengan algo que decir y sepan decirlo de forma tan certera y personal. Sabedor de que todo microrrelato ha de contar con la complicidad del lector, Miguelángel busca la nuestra donde más nos duele: en los recuerdos, en nuestro yo más profundo, en nuestra mala conciencia, o en las penas, alegrías y sueños comunes a toda la humanidad.
Y todo ello en un baño de humildad en medio de tanta soberbia reinante. Un baño de humildad tan grande que el propio autor no se espera al primer relato para salpicarnos con él, pues en la misma solapa advierte: “tengo un curso de mecanografía y un caballito amarillo en natación”, “pienso, para como escribo, ya está bien cómo escribes”. Hay que ser muy valiente para ir contracorriente en una época en la que más de uno alicata su ignorancia con títulos académicos y su prosa endeble con prefijos intensivos. Pero es que Miguelángel es así: tan genuino como sus creaciones.

Modestia y saber hacer. No hay mejor rúbrica para un escritor que tener la grandeza de no afectarse a pesar de haber recibido múltiples premios, ser dramaturgo, actor y no pocas cosas más. ¿Es la sencillez un signo de inteligencia? No lo sé y ni siquiera creo que sea importante. Considero que es, ante todo, un signo de sabiduría. Y de eso Miguelángel tiene para repartir durante años, porque es un autor de los que buena falta hacen en este país.

viernes, 12 de diciembre de 2014

LOS GOBERNANTES DE ALFONSO XIII

Los gobiernos de Alfonso XIII estaban constituidos por una auténtica aristocracia de políticos. Veamos:

FRANCISCO SILVELA.  Miembro de la Unión Liberal, diputado por Ávila en 1863, abogado de las altas clases madrileñas.  Se casó con la heredera de los Loring, penetrando así en las empresas capitalistas andaluzas: Ferrocarriles Andaluces, Hidroeléctrica El Chorro, de la que fue presidente su hijo; accionista de otras empresas, etcétera.
ANTONIO MAURA.  De clase media mallorquina; crece al amparo de los propietarios y políticos de la Restauración, Álvarez Bullagal y Gamazo, con cuya hermana se casa. Otra personalidad de la Restauración, Alonso Martínez, le consigue la primera acta de diputado. Vicepresidente del Congreso en 1886 y ministro en 1892.  Cuando este hombre bien dotado se decide a hacerse con la jefatura del partido conservador, pide su respaldo al conde de la Mortera, al conde de Bérnar y a Abilio Calderón, gran cacique palentino. Maura, partidario de la  "revolución desde arriba", será el renovador del partido conservador, el "más sincero de los liberales de su tiempo".
EUGENIO MONTERO RÍOS y SEGISMUNDO MORET.  Eran de clases medias acomodadas, catedráticos de Derecho y políticos de gran peso en el engranaje del turno pacífico.
JOSÉ CANALEJAS.  Otro político que actúa dentro del sistema y no sale de la élite política.  Ferrolano de nacimiento, provenía de una familia con grandes intereses en las compañías ferroviarias.  Hombre claro y profundo, esqueje de la burguesía ascendente, renovó el partido liberal.
JOSÉ SÁNCHEZ GUERRA.  El típico propietario y abogado, enganchado a la élite por los cuatro costados.
MANUEL GARCÍA PRIETO.  Estaba casado con la hija de Montero Ríos, y cuando éste formó gobierno en 1905, su yerno ocupó el Ministerio de la Gobernación.  Luego presidió cuatro gobiernos.  Ennoblecido con el marquesado de Alhucemas, adquirió fuerte poder económico con la activa participación en Unión y el Fénix, Tabacos de Filipinas, Banco Hipotecario, etcétera.
SANTIAGO ALBA.  Muy vinculado a los propietarios agrarios de Castilla.  Abogado, periodista, propietario del periódico "El Norte de Castilla" y muy ligado a las Cámaras de Comercio y a la Liga de Productores.  Político elitista, se sirve del sistema para fabricar diputados desde su despacho; de gobernador de Madrid pasará a ocupar las carteras de Marina, Instrucción y dos veces la de Gobernación.
JUAN DE LA CIERVA.  Abogado y cacique todopoderoso de Murcia y su provincia, donde era fama que no se encontraba un caminero al que no hubiera dado su visto bueno.  Fabricador de elecciones, es otro producto típico de la oligarquía política.  Sería ministro siete veces.
GABINO BUGALLAL.  Conde y siete veces ministro.
EDUARDO DATO.  Abogado de grandes empresas y uno de los políticos más significativos de su tiempo.
RAIMUNDO FERNÁNDEZ VILLAVERDE.  Hombre de las élites financieras, consejero fundador del Banco Español de Crédito en combinación con los capitales franceses; era también abogado.
JUAN NAVARRO REVERTE, TIRSO RODRIGÁNEZ (Sociedad General Azucarera, Unión Alcoholera, gran propiedad rústica), ANTONIO BARROSO (empresario del papel y metalúrgico), FERMÍN CALBETÓN y otros formaban en los círculos de las grandes empresas.
ANTONIO VEGA DE ARMIJO, el MARQUÉS DE VADILLO, etcétera, eran de rancia nobleza y estaban muy vinculados a la propiedad agraria.
JOAQUÍN SÁNCHEZ DE TOCA.  Varias veces ministro y jefe de gobierno, era ante todo un alto financiero de empresas de construcción, electricidad, azúcares, etcétera.
El conde de ROMANONES (ÁLVARO DE FIGUEROA Y TORRES) era polifacético y representativo; terrateniente arraigado en Guadalajara, gobernante, político de partido, cortesano (frecuentemente invitado por el rey a cazar), financiero, hombre de negocios, escritor, historiador.  Casado con la hija de Alonso Martínez, político también en buena posición económica, Romanones tenía un hermano, Gonzalo, que era conde de Mejorada del Campo y duque de las Torres, senador vitalicio y alcalde de Madrid.  Contaba con más de 15.000 hectáreas de tierra y estaba ligado a empresas como Peñarroya, Minas del Rif, Electroquímica de Félix, Bodegas Franco-Españolas, empresas de energía eléctrica, de fibras artificiales, Banco Español de Crédito...  Pese a todo, Romanones no era de extrema derecha; fue quien tituló como funcionarios del Estado a los maestros de primera enseñanza, hizo que el gobernador civil de Barcelona pidiera disculpas al director por haber penetrado la Guardia Civil en el recinto universitario y fue quien en 1916 decretó la jornada de ocho horas. Todo eso era Romanones.
EDUARDO DE MARIÁTEGUI, AGUSTÍN LUQUE, VALERIANO WEYLER... ministros militares, apoyados ante todo por Alfonso XIII.
FRANCISCO CAMBÓ, JUAN VENTOSA, FELIPE BELTRÁN Y MUSITU, RAIMUNDO ABADAL, etc..., eran los prohombres de la "liga" catalana y estaban muy vinculados a las grandes finanzas: Chade, Inmobiliaria Catalana, Hotel Ritz, fabricación de vidrio y asfalto portland, Banco Vitalicio, Seguros Covadonga, Eléctricar Reunidas... Cambó será un hombre de Estado, con gran dominio de los problemas financieros y personalidad muy arraigada en los ideales del regionalismo catalán conservador.
ABILIO CALDERÓN Y JOSÉ PRADO Y PALACIO.  Figuras de gran influencia en Palencia y Jaén, respectivamente.
PABLO GARNICA, el MARQUÉS DE CORTINA, LEOPOLDO MATOS, etcétera.  Eran otros ministros, financieros en pleno ascenso dentro del grupo "Banesto", Minas del Rif, Pirelli, Compañía Sevillana de Electricidad, etcétera.   
NICETO ALCALÁ ZAMORA.  Tenía un importante bufete y grandes propiedades en Andalucía.  Cordobés, como don Niceto, era el periodista Alejandro Lerroux, fogoso, demagogo y agitador del que pronto hablaremos.


En resumen: minorías bien sustentadas y relacionadas, que controlaban la política del país sirviéndose de pseudoparlamentarismo deformado por el caciquismo.

jueves, 11 de diciembre de 2014

EL INCONFORMISMO DE LA GENERACIÓN DEL 27

¿Por qué a filo de los años 30 la protesta social en literatura parte de la realidad rural y agraria y se tipifica el hombre-pueblo a través del hombre del campo?  Podríamos responder diciendo que la situación agraria e industrial han conducido, más que a un ascenso urbano e industrial de la burguesía española, a una escasa, pero potente burguesía empresarial, que se ha ligado con la oligarquía, con la gran clase de la propiedad agraria y con la "ideología aristocrática señorial".
Galdós, y en parte Clarín, estaban llamados a ser representantes literarios de la burguesía española; pero como lo único que existía era una oligarquía (y esta suponía un valor regresivo), se convirtieron en portavoces de los trabajadores y de sus aliados, frente a la oligarquía archipropietaria y bañada en la "ideología aristocrática señorial".
¿Tiene algo de extraño que en esta situación Machado, Lorca, Alberti, Hernández, Ramón J. Sender... busquen el hombre a secas en el hombre del pueblo?  La reacción más racional, vital y sentimental es que estos hombres, que ven una España mayoritariamente agraria y con la contradicción tremenda de una sociedad compuesta por el oligarca-financiero-terrateniente, partan de una sociedad rural arcaizante, protesten y tomen partido socialmente.  Este hecho es signo de reflexión.
Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros (Granada) en 1898 y fue asesinado en Viznar el 19 de agosto de 1936, tras ser denunciado por propios familiares y amigos de izquierdas a las tropas nacionales por mor del cobro de una herencia (citamos a Paul Preston).
La poesía andaluza ofrece, como en todas las épocas, un mayor encanto jugoso, una fácil -y difícil- posibilidad de comprensión para un público más extenso.  Dentro de esto, y como interpretación del alma popular -eterna- del mediodía español, surge la figura de Federico García Lorca.
Lorca escribe Canciones, Poemas del cante jondo, Romancero gitano, donde se cala lo humano, lo dramáticamente hondo de lo andaluz.  Lorca vive lo popular hasta el tuétano y lo siente como propio; no es algo gratuito ni estetizante; es algo visceral, que lleva a protestar de raíz.  Dejemos que sea el propio Lorca el que nos lo diga en estos párrafos suyos:

“Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega.  Nosotros -me refiero a los hombres de significación intelectual y educados en el ambiente medio de las clases que podemos llamar acomodadas- estamos llamados al sacrificio.  A mí me ponen en una balanza el resultado de esta lucha: aquí tu dolor y tu sacrificio y aquí la justicia para todos, aun con la angustia del tránsito hacia un futuro que se presiente, pero que se desconoce, y descargo el puño con toda mi fuerza en este último platillo.  Mientras hay desequilibrio económico el mundo no piensa.  Yo lo tengo visto.  Van dos hombres por la orilla de un río.  Uno es rico, otro es pobre.  Uno lleva la barriga llena y el otro pone sucio en aire con sus bostezos.  Y el rico dice: "¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua!  Mire usted el lirio que florece en la orilla".  Y el pobre reza: "Tengo hambre, no veo nada.  Tengo hambre, mucha hambre". Natural.  El día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad.  Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la gran revolución”.

Sus intentos de crear un teatro popular quedaron frustrados; no obstante, dejó unas muestras en que lo lírico se funde con lo trágico a una altura genial Bodas de sangre, Yerma, La casa de Bernarda Alba...  tragedias de honradez, donde la contradicción social está patente, donde la rebelión interna llega a alcanzar tonos dramáticos, mientras que la honra externa grita: "¡Aquí no pasa nada!".  De todas formas, el Lorca que idealiza lo popular suele concluir diciendo que la represión no es una fuerza invencible.
 Rafael Alberti nació en 1902 en Puerto de Santa María (Cádiz).  Era hijo de pequeños propietarios, víctimas de los Osborne y de los Domecq, que, como él decía, se habían alzado con el reino de Baco.  A los 22 años, con Marinero en tierra, obtenía el Premio Nacional de Literatura.  Le seguirán: La amante, El alba del alhelí, Cal y canto, Sobre los ángeles, Consignas...
Alberti será otro artista que tomará postura ante las situaciones sociales y las criticará apuntando a valores nuevos.  Toma contacto con la realidad social y no se contenta con contemplarla, sino que participa y reacciona frente a lo que estima injusto, para luego pasarlo todo a su conciencia y reelaborarlo estética y emotivamente.  Alberti, en el que la poesía y la acción van unidas, gritará: "¡Con los zapatos puestos tengo que morir!"
Miguel Hernández es un lírico intenso. De familia humilde, nació en Orihuela en 1910.  Tiene que abandonar la escuela para guardar las cabras familiares.  Pero el ímpetu de su musa se deja ver pronto  en Perito en lunas.  Traba amistad con Aleixandre, Bergamín, Lorca, Neruda...  A su concepción poética se suma una briosa concepción de lo humano en ·El rayo que no cesa y en otras poesías donde canta:

Arrogante y aldeano,
me honra extremadamente
decir que mi pan lo gano
con el sudor de mi frente.

El poeta, hasta el final, en que muere de tuberculosis en la prisión de Alicante el 28 de marzo de 1942, nos estremecerá siendo siempre protagonista real de la tragedia que canta.  La tragedia colectiva es su tragedia:

¿Quién salvará este chiquillo,
menor que un grano de arena?
¿De dónde saldrá el martillo,
verdugo de esta condena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

La plenitud de este intenso lírico, que se siente hombre del pueblo y hombre del trabajo, quedó truncada, no permitiéndole sino asomarse, como a Lorca, a la acción dramática.
 Como esto no es una historia de la literatura, tenemos que resignarnos a citar a estos poetas (críticos o poetas), profesores de gran envergadura, como los madrileños Pedro Salinas y Dámaso Alonso, el vallisoletano Jorge Guillén, el santanderino Gerardo Diego, Luis Cernuda, Altolaguirre, Prados...
La veta meridional vuelve con Vicente Aleixandre.  Tan importante conjunto de poetas ha dado lugar a lo que se ha denominado nueva Edad de Oro de la lírica española. Todos ellos son algo deudores de Juan Ramón Jiménez, quien, evolucionando del modernismo de Rubén Darío, pasó a una expresión más sobria.  Sus obras muestran la transformación de un depurado, sencillo y lírico poeta, al que se concedió el Premio Nobel de Literatura en 1956.
La novela posterior al 98 emprende un realismo con nuevos matices, con tendencia a un estilizado antirrealismo.  Ahí están Ricardo León y Concha Espina (Altar Mayor y La esfinge maragata).  Ramón Pérez de Ayala se muestra universal (Belarmino y Apolonio).  El paisaje nativo cobra emotividad en la obra del levantino Gabriel Miró (Figuras de la pasión del Señor, Nuestro padre San Daniel y El obispo leproso).
La cuestión cambia con los jóvenes prosistas de los años 30, cuyas creaciones literarias ahondan en la crítica de la sociedad contemporánea.  Tal es el caso del "primer" Ramón J. Sender en sus obras Imán, Siete domingos rojos, Los cinco libros de Ariadna, Viaje a la aldea del crimen, La noche de las cien cabezas...
Literatura comprometida se aprecia en José Díaz Fernández (El bacalao), Joaquín Aderíus (Montesinos, Carmen), César M. Arconada (Los pobres contra los ricos, Vivimos una noche oscura), Manuel Benavides (Un hombre de treinta años), Carranque de los Ríos (Uno).  Tampoco puede ni debe olvidarse el máximo exponente actual de la novela histórica, Max Aub.

También el teatro, aunque con vuelos mucho menos altos que la lírica y la pintura, cumple su misión de reflejar la sociedad española o alguno de sus problemas.  Destaquemos la figura de otro Premio Nobel, don Jacinto Benavente (1866-1954), cuya obra sigue la pura objetividad costumbrista por el mundo levemente idealizado, literario, relacionado con el modernismo (Los intereses creados, sobre la alta sociedad madrileña, y La Malquerida, sobre la vida aldeana).  El sainete de ambiente popular produjo en el siglo XX el costumbrismo andaluz de los hermanos Álvarez Quintero y el madrileño Arniches.  El teatro social comenzaba con las obras de Joaquín Dicenta (Juan José) y Ángel Guimerá (Terra Baixa).

martes, 9 de diciembre de 2014

LA GENERACIÓN LITERARIA DEL 14


Antes de la Primera Guerra Mundial surge un grupo de escritores que representó un cambio respecto a las orientaciones del 98 y el modernismo. Traen consigo un acento intelectual y un claro deseo de influir sobre el nivel cultural del país desde su posición de pensadores, ensayistas y divulgadores.
Sin duda José Ortega y Gasset es, por antonomasia, el pensador, el profesor, el maestro de la nueva intelectualidad.  Nacido en Madrid en 1883, hijo de un periodista de calidad y de la hija del propietario y fundador del diario "El Imparcial", estudia con los jesuitas en Málaga, después en Deusto y a los 21 años se doctora en Filosofía y Letras en Madrid.  Marcha luego a estudiar a Alemania.  En 1910 gana las oposiciones a la Cátedra de Metafísica de la Universidad Central. Comienza a publicar decenas de ensayos en "Vida Nueva", "El Imparcial", "Faro", "El Espectador", "El Sol", "España", "La Nación"...  Crea la "Revista de Occidente" y escribe Meditaciones del Quijote, España invertebrada, El tema de nuestro tiempo, La rebelión de las masas, etc.  Hostil a la Dictadura, funda, con Marañón y Pérez de Ayala, la Agrupación al Servicio de la República.  Diputado a Cortes en 1931, rechaza la política de la democracia popular y teme la rebelión de las masas.  Sale de España en 1936, para regresar diez años después y morir en 1955. La labor de Ortega en relación con el movimiento cultural novecentista es de gran importancia.
Ortega es un europeizante, liberal y vitalista, que realizará una aportación de relieve a la filosofía occidental a través de sus hallazgos en las conexiones entre Razón y Vida ("Cada vida es un punto de vista sobre el Universo").  Por otra parte, su pensamiento influyó poderosamente en sus coetáneos y en la generación inmediatamente posterior.  Ortega consigue colocar los estudios españoles a nivel de lo más adelantados de la época y estimula a una juventud ávida con una filosofía que representa un tipo de hispanidad nueva, filosóficamente alejada del Siglo de Oro, pero aún más de la España revolucionaria que preconizaban las masas.      
Además, Ortega saca a relucir una prosa trabajada y elegante, en donde se reúnen a la vez la hondura de su pensamiento filosófico con la agilidad de sus ensayos: temas de moda, densos y brillantes, con matices de juego literario.  En Ortega, poesía y filosofía se compenetran y se funden.
Hay un aspecto interesante de Ortega que debe resaltarse: éste y los jóvenes intelectuales que le siguen en la Liga de Educación Política no pueden desligarse de su "circunstancia", esto es, de la burguesía de que forman parte.  Ortega dirá que el cambio debe hacerse por la acción consciente de una minoría.  "Para nosotros -afirma-, es lo primero fomentar la organización de una minoría encargada de la educación política de las masas".  Habla de métodos para cultivar las "élites" de dirección.  Las "élites" de la España vital, germinal, nueva, mundial, deben sustituir a esas otras élites de la España oficial, fermentad y podrida.  Lo "selecto" debe conducir a la nación.  ¡Qué diferencia entre Ortega y Machado sobre el modo de entender la relación hombre-sociedad!  El mérito de Machado habrá sido el de darse cuenta de que "las Españas" diferentes coexisten, luchan entre sí, pero también nacen unas en el seno de las otras, de tal modo y forma que la renovación no viene del exterior, ni de una minoría de "superdotados", sino que está entroncada siempre con lo mejor del pasado común.  A diferencia de Machado, Ortega y los jóvenes intelectuales de la Liga de Educación Política, a quienes apasiona hacer de "guías", no han tenido ocasión de penetrar profundamente en los estratos populares de la nación.
Ortega, el gran difusor en España de las corrientes culturales -germánicas sobre todo- del siglo XX europeo; el hombre que abrió cientos de ventanas cerradas a la inteligencia española y que sugirió tantos temas de reflexión y estudio en su afán de selección, produce obras fruto de su circunstancia ideológica y social , y aunque dijo en numerosas ocasiones que no hacía política, su ideología, aunque él no fuera consciente de la amplia repercusión en la praxis española, iba a responder a una necesidad ideológica de ciertas clases.  en aquella España, una burguesía aspiraba al poder. Ortega traduce desde muy pronto esa aspiración.  Esa burguesía necesitaba sus "cuadros", sus consejos, sus ideólogos.  Inevitablemente, va a producirse una corriente intelectual de quienes sienten la llamada de su misión.
 Ortega distingue claramente entre vanguardia y masas.  Serán múltiples sus citas al respecto:

"Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría selecta de individuos."

"Cuando en una nación la masa se niega a ser masas -esto es, a seguir a una minoría directiva-, la nación se deshace, la sociedad se desmembra y sobreviene el caos social, la invertebración histórica."

"La misión de las masas no es otra que seguir a los mejores."

"Lo característico del momento es que el alma vulgar tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y lo imprime dondequiera."

"Las minorías son individuos o  grupos de individuos especialmente cualificados.  La masa es el conjunto de personas no especialmente cualificadas."

El propio Ortega tranquiliza a los empresarios y dice a los obreros que España debe ser más rica para que ellos sean menos pobres, o, lo que es lo mismo, "para aumentar los salarios hay que aumentar primero la productividad".  Ortega, de esta forma, afirma la intangibilidad del sistema vigente de relaciones de producción y distribución.  Claro que también ataca al "señorito satisfecho" y se da prisa para que no se confunda a la minoría que él propugna con laS clases socialmente elevadas ni a la "masa" con la "plebe".
Ortega no sería responsable de que años después su pensamiento pudiese sufrir, en otras manos y otras mentes, su "vulgarización".
La circunstancia frustrada en Ortega fue aprovechada por otra circunstancia varios años después.  Será injusto cargarle a Ortega con todo esto, pero sí podemos compararle con los juicios que sobre la patria, los asuntos públicos y la esencia de la cultura da Machado.  Veamos algunos párrafos del más que interesante libro "Medio siglo de cultura Española", de Manuel Tuñón de Lara:

"La patria -decía Juan de Mairena- es en España un sentimiento sencillamente popular, del cual suelen jactarse los señoritos.  En los trances más duros, los señoritos la invocan y la venden, el pueblo la compra con su sangre y no la mienta siquiera.  Si algún día tuviérais que tomar parte en una lucha de clases, no vaciléis en poneros del lado del pueblo, que es el lado de España, aunque las banderas populares ostenten los lemas más abstractos."

"Mi ideario político se ha limitado siempre a aceptar como legítimo solamente el gobierno que representa la voluntad libre del pueblo."

"No es afán de dirigir -responde Machado-; es que la clase proletaria reclama sus derechos a dirigir el mundo; sólo lo dirigen la cultura y la inteligencia, y tanto una como la otra no pueden ser un privilegio de casta.  A muchos aterra el movimiento del proletariado y hasta lo consideran como una oleada de barbarie que puede anegar la cultura... Lo que hay en el fondo del movimiento de las masas trabajadoras es la aspiración a la perfección por medio de la cultura... Pero ¿cómo van a ser cultos esos bárbaros?, es oye decir.  Esos bárbaros lo que quieren es no ser bárbaros."

"Cuando a Juan de Mairena se le preguntó si el poeta y, en general, el escritor debían escribir para las masas, contestó: "Cuidado, amigos míos.  Existe un hombre del pueblo que es, en España al menos, el hombre elemental y fundamental y el que está más cerca del hombre universal y eterno.  El hombre masa o existe; las masas humanas son una invocación de la burguesía, una degradación de la muchedumbre de hombres, basada en una descalificación del hombre que pretende dejarlo reducido a aquello que el hombre tiene de común con los objetos del mundo físico: la propiedad de ser medido con relación a la unidad de volumen.  Desconfiad del tópico "masas humanas"... Mucho cuidado; a las masas no las salva nadie; en cambio, siempre se podrá disparar sobre ellas. ¡Ojo!"."

"De ningún modo quisiera yo -habla Juan de Mairena a sus alumnos- educarlos para señoritos, para hombres que eludan el trabajo con que se gana el pan.  Hemos llegado a una plena conciencia de la dignidad esencial, de la suprema aristocracia del hombre, y de todo privilegio de clase pensamos que no podrá sostenerse en el futuro.  Porque si el hombre, como nosotros lo creemos, de acuerdo con la ética popular, no lleva sobre sí valor más alto que el de ser hombre, el aventajamiento de un grupo social sobre otro carece de fundamento moral.  De la gran experiencia cristiana todavía en curso es ésta una consecuencia ineludible, a la cual ha llegado el pueblo, como de costumbre, antes que nuestros doctores.  El divino Platón filosofaba sobre los hombros de los esclavos.  Para nosotros es esto éticamente imposible.  Porque nada nos autoriza ya a arrojar sobre la espalda de nuestro prójimo las faenas de pan llevar, el trabajo marcado con el signo de la necesidad, mientras nosotros vagamos a las altas y libres actividades del espíritu, que son las específicamente humanas."

Coetáneos de Ortega, e incluso influenciados por él, son una larga lista de nombres que no tenemos más remedio que resumir: Eugenio d'Ors (1882-1954), filósofo de la cultura y muy preocupado por captar y difundir los productos culturales del siglo XX, tales como el arte, la filosofía y la literatura europeas.  Su universalidad quedó patente en obras como "La ben plantada", "Glosari", "Nuevo y novísimo glosario"; Gregorio Marañón (1888-1960), médico, endocrinólogo de fama mundial, ensayista e historiador.  Sus interpretaciones históricas, cuando menos, resultan sugestivas, y se muestra perfecto conocedor de la época moderna, como lo avalan "Enrique IV de Castilla", "El Conde-Duque de Olivares", "Antonio Pérez", "Luis Vives", "Las ideas biológicas del padre Feijoo"...; Salvador de Madariaga (1886-1978), ensayista, crítico e historiador de la obra de España en América; Manuel García Morente (1886-1942), buen conocedor de la cultura germánica; Adolfo Bonilla San Martín (1887-1964), historiador de la filosofía y de la literatura española; Julio Casares (1887-1964), filólogo y crítico; Américo Castro, investigador del Siglo de Oro e historiógrafo polemista, en cuya obra "La realidad histórica de España" cuestiona el origen, ser y existir de los españoles en rivalidad con otra obra prestigiosa del maestro Claudo Sánchez Albornoz, titulada "España, un enigma histórico".
Otros críticos y ensayistas son José María Salvaerría, los hermanos González Blanco, Agustín Calvet, Lafora, Luis de Zulueta, Antonio de Zozaya, Díez Canedo, Cristóbal de Castro, José Francés...
La ciencia filológica dará un salto con Ramón Menéndez Pidal y sus obras magistrales: "Gramática histórica" y "Los orígenes del español".  A su lado se formaron Tomás Navarro Tomás, Antonio García Solalinde, Samuel Gili-Gaya, Narciso Alonso Cortés, Ruiz Morcuende, Gómez Ocerín, Manuel de Montoliú, Lomba y Pedraja...
 En 1914 el número de estudiantes en la universidad llega a 20.000; en las escuelas técnicas, a 4.000, y en los Institutos de Segunda Enseñanza, a 52.000, doblándose casi las cifras de comienzos de siglo.  el número de maestros era de 26.500, necesitándose más de 85.000, aun asignando a cada maestro 50 alumnos.  Todavía el censo de 1920 arrojaba un 52,23% de analfabetismo.
La prensa y las revistas empiezan a cobrar otro alcance por el número, tono y contenidos. Estos órganos de difusión serán trascendentales para la cultura española, como lo eran para la cultura europea, de donde se importan los métodos de ensayo y de articulismo.  En 1900 se publican en España 1.136 periódicos de toda clase, cifra que se duplica con creces en 1923.  Destacaban la "Revista de Occidente" y los diarios "El Imparcial", "ABC", "El Debate", "La Voz" y "El Sol", liberal y europeizante, del que se ha dicho que era uno de los mejores de Europa y el mejor de España en sus diecinueve años de existencia.  Destaquemos también "El Socialista", semanario y liego diario, órgano del partido del mismo nombre.  La aparición de "España" tuvo un indudable alcance en la cultura nacional.  Éstos eran los colaboradores: Ortega, Pérez de Ayala, Luis de Zulueta, Eugenio D'Ors, Gregorio Martínez Sierra, Ramiro de Maeztu, Juan Guixé, Gabriel Alomar, Manuel Reventós, Juan de la Encina, Díaz del Moral, Casares Quiroga, Fernando de los Ríos, Antonio Machado, Luis de Tapia, Luis Araquistáin, Manuel Azaña, Luis Bello, Manuel B. Cossío, Domingo Barnés, Jacinto Benavente, Federico García Sanchiz, Manuel García Morente, Enrique de Mesa, Moreno Villa, Federico de Onís, Gustavo Pitaluga, Adolfo Posada, Ramón María del Valle Inclán, Unamuno, Olariaga, Bagaría, Penagos, Arteta...
Y ¿qué decir de lo social en la tarea cultural?  Tendríamos que referirnos largamente a asociaciones de cultura como la famosa Escuela Nueva, fundada por Manuel úñez de Arenas con el fin de atender las necesidades de cultura "de toda la clase que trabaja, sufre y es explotada".  Allí colaboran, tocando los temas más interesantes, cientos de personas: intelectuales, escritores, periodistas, obreros.  Desde Pablo Iglesias a Jaime Vera, pasando por Leopoldo Alas, Leopoldo Palacios, Largo Caballero, Salinas, Xirau, Pedroso, Lafora, Ramón Carande, Rafael Calleja...  Todos estos nombres y muchos más deben ser incluidos y explicados en una historia de la cultura española tanto por sus conocimientos como por su forma de concebir la cultura.  La obra cultural no es algo muerto y pasivo, sino que influye sobre la realidad social y la conciencia de esa realidad, que son las bases de donde partió la obra creadora.
En música y pintura, lo español va a alcanzar, de la mano de los artistas, vuelos realmente universales.  en el campo de la música, España se incorpora, aunque tardíamente, a las corrientes europeas del nacionalismo musical.  Un precursor que destaca, mientras aún triunfaban los zarzuelistas, es Felipe Pedrell (1841-1923).  Publica a los polifonistas clásicos españoles y la edición de la "Opera Omnia".  Compuso la "Cantata", "El Conde Arnau" y "Los Pirineos", de inspiración netamente española.  Es preciso señalar también la fundación, durante la última década del siglo XIX, de la Sociedad Filarmónica de Bilbao y del Orfeó Catalá, creado por Lluis Millet; contribuyen a despertar el interés por los folklores regionales, al tiempo que están al tanto de la cultura musical europea.
 Sobre estas bases, el gerundense Isaac Albéniz (1860-1909) viaja por Europa y América como concertista.  Influenciado por Listz y el propio Pedrelll, compone el poema sinfónico "Cataluña" y la suite "Iberia", de inspiración meridional, obra maestra de pano y de la música española contemporánea.
Enrique Granados (nacido en Lleida, 1866-1916), influenciado por Chopin, Schumann, Grieg y Pedrell, a conciertos en el extranjero y compone su gran obra, la ópera "Goyescas", así como varios poemas sinfónicos.  Tanto Albéniz como Granados propagan el gusto por los conciertos y adquirirán prestigio internacional.
En la música popular vasca se inspiran José M. Usandiaga y Jesús Guridi.El gaditano Manuel de Falla (1876-1946), figura genial y en soledad, alcanza renombre mundial por su música de inspiración popular refinada, de exquisita sensibilidad.  Obras maestras suyas: "La vida breve", "El sombrero de tres picos", "Las noches en los jardines de España", "El retablo de maese Pedro" y la sin par composición "El amor brujo".
El andalucismo auténtico y universalizado tiene su figura en el sevillano Turina y en sus obra "Escena andaluza", "La procesión del Rocío", "Sinfonía Sevillana", "Canto a Sevilla"...
La aportación mediterránea viene de Oscar Esplá ("Canciones playeras", "Sonatina del sur y "Don Quijote velando armas"), del valenciano Joaquín Rodrigo y del catalán Federico Mompou.
Entre los instrumentistas hay que destacar a Jesús Monasterio, Pablo Sarasate y Juan Manén, con el violín; al egregio vieolonchelista Pau Casals; a los pianistas Ricardo Viñas, José Cubiles, Albéniz y Granados, y a los guitarristas Francisco Tárrega, Regino Sainz de la Maza y Andrés Segovia.Poetas, músicos y pintores parten de unas premisas de inspiración muy similares.  También la pintura busca motivos en la cultura nacional y arroja figura de talla universal.  Cabalgando entre los siglos XIX y XX, destaca el colorista Joaquín Sorolla (1863-1923), que pinta la luminosidad levantina como nadie antes (ni después).  El paisaje fue cultivado por el impresionista Darío de Regollos (1886-1945).
Influenciados por la bohemia francesa y el modernismo de Gaudí, salen de Barcelona una pléyade de excelentes pintores, como Isidro Nonell, pintor de ambientes humildes, suburbiales y gitanos; Santiago Rusiñol, paisajista y escritor, con magníficos lienzos de jardines; Ramón Casas, dibujante de carteles y de retratos a carboncillo; pintor genial al que no se le escapa ningún grupo social de la época.  De este grupo surgió el genial y más universal pintor de su generación, Picasso.
Los paisajes y los tipos de Castilla están bien representados por los hermanos Zubiaurre, por el burgalés Marcelino Santamaría y por el madrileño Eduardo Chicharro (su cuadro "Dolor", poco menos que sobrecoge).  Ignacio Zuloaga (1870-1945), vasco como Unamuno, refleja en sus cuadros el amor a Castilla que sentía la generación del 98.  Este eibarrés hará de Segovia su patria chica.  Cuadros como "El Cristo de la Sangre" o "Sepúlveda" son de gran valor, aunque sen su momento escandalizaran a la burguesía.  Pesimista, duro y hasta desagradable es otro pintor expresivo y universal, José Gutirrez Solana (1886-1945).  Andalucía también aporta pintores como el malagueño Picasso, que marchará a París, desde donde ejercerá una verdadera dictadura artística por sus geniales condiciones humanas.  Julio Romero de Torres alcanzará resonancia por sus cuadros de la Córdoba nativa. El onubense Daniel Vázquez Díaz pintará los frescos del monasterio de la Rábida, así como famosos serán sus retratos de intelectuales como Unamuno, Azorín, Marañón, Zuloaga, Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez.La lista es muy larga: Mariano Benlliure, José Clará, Aniceto Marinas son algunos de los muchos arquitectos y escultores que, como Gaudí, pondrán un punto y aparte en el arte español de la época.
Capítulo aparte merecen las costumbres y diversiones por su largo alcance socio-cultural.
El final del siglo XIX y los comienzos del XX significaron un auge en el número de teatros y una expansión hasta los últimos rincones del país; aumentan los autores de los géneros más diversos y sobresalen intérpretes de la talla de Rosario Pino, Fernando Díaz de Mendoza, María Guerrero, Enrique Borrás y Margarita Xirgú.
La zarzuela tampoco decae.  Los inicios del siglo XX encumbran a Chueca (La Gran Vía), Chapí (El rey que rabió) y Amadeo Vives (Doña Francisquita).
 El cine llega a España al año siguiente de su invención.  Fructuoso Gelabert realiza los primeros rodajes: Riña en un café (1897), Salida de los trabajadores de la Fábrica España Industrial y Dorotea.  Luego se imita lo extranjero como Barcelona y sus misterios y Cristóbal Colón.  De la mediocridad sólo se salían algunos directores con inquietud, como Florián Rey (La aldea maldita, 1928) y Beinto Perojo (Patricio miró una estrella). Antes de la Guerra Civil sólo cabe destacar (aparte de los triunfos de Imperio Argentina en películas de Florián Rey: La hermana San Sulpicio, Nobleza Baturra, Morena Clara) el documental de grandes valores plásticos de Luis Buñuel, Tierra sin pan, filme pesimista y de ataque sobre Las Hurdes.
De 1923 son las primeras emisiones radiofónicas españolas, que pronto hicieron surgir numerosas emisora, cuyas instalaciones estaban monopolizadas por el Estado. Los toros merecen un capítulo aparte. Las polémicas en pro o en contra de la fiesta siempre han sido ruidosas. La fiesta, ya en entredicho en la época, no desapareció.  No entraremos aquí en la idoneidad de poner en peligro de extinción la raza del toro de lidia para satisfacer las peticiones de los enconados antitaurinos que exigen su prohibición sin tener en cuenta las consecuencias de sus  fáciles reclamaciones (no es asunto nuestro).  El caso es que, al contrario, en lugar de desaparecer, el número de plazas a principios del siglo XX aumentó (a pesar de las protestas antitaurinas).  A la Escuela Oficial de Tauromaquia, creada en Sevilla en 1830, y a los famosos Pepe-Hillo, Curro Guillén, Pedro Romero, Paquiro, Curro Cúchares, Chiclanero, les sucedieron Lagartijo, Frascuelo, Mazantini, Espartero, Guerra, Reverte y las dinastías de los Bombitas, los Gallos, los Ordóñez, los Bienvenida.  La afición siguió.  Se creó el Montepío de Toreros (1909) y continuaron saliendo figuras: Marcial Lalanda, Domingo Ortega, Manolete...
Gitanismo y flamenquismo han tenido sus exponentes artístico-culturales. El arte del cante flamenco brillaba en el siglo pasado en el Café de Chinitas, en Málaga, y en el de Burrero, en Sevilla.  Salieron figuras de no poca categoría: Antonio Chacón (malagueñas), Cagancho (martinetes), Enrique el Mellizo (fandangos), Manuel Torres (cante puro).  Adquiere el flamenco fama internacional, y pasa al ballet, a partir de Falla, con Antonia Mercé y Vicente Escudero.  El espectáculo floklorista perjudicó y dio una falsa visión de lo flamenco, de lo gitano, de lo andaluz y de lo español.  En estos medios nació la bailarina de fama mundial, Carmen Amaya.
Verbenas, ferias, procesiones... debieran detener también nuestra atención.  Poco a poco fue imponiéndose la práctica de los deportes durante el siglo XIX, hasta crearse en el siglo XX el deporte-espectáculo.  El fútbol ganará la batalla al resto de los deportes; éste es un hecho económico, como lo refleja el historial de los distintos clubes y los millones que manejan.  Como hecho social, la información los ha exaltado. Acuden miles de aficionados a diluirse en la masa, a evadirse de la problemática de la vida moderna y a exacerbarse en la batalla incruenta y oval del gol.

La evolución de la casa, de la comida y de la indumentaria cambiarán gradualmente aspectos tradicionales del país.

lunes, 8 de diciembre de 2014

VERDE COMO EL HIELO, de Pedro Sánchez Negreira

Resulta muy inusual para uno toparse con un texto que merezca el adjetivo de "clásico", máxime cuando proviene de un autor novel. Sin embargo a veces ocurre, y no me parece ésta mala sección para reivindicar que todavía tenemos esperanza.
En este caso se trata de un libro de relatos más o menos cortos firmado por un uruguayo de ascendencia española, Pedro Sánchez Negreira, el cual nos deleita con nada menos que 113 cuentos que giran en torno a la pasión, el sexo, la infidelidad, los rencores, la familia y todos los dengues vitales que venimos arrastrando desde que nacemos.  Los malos tratos, el inconformismo, los ascendentes cuernos de los maridos -ay, los maridos, siempre los maridos- engañados, la homosexualidad, la mentira en grado mayúsculo y otros temas encuentran cabida en este volumen vertiginoso y redondo que, a qué negarlo, a mí me ha cautivado y se ha convertido automáticamente en un clásico de mi biblioteca.
Todo microrrelato, para mi gusto, ha de tener las tres arterias de cualquier chiste (lo digo siempre), a saber: lo INUSUAL, lo SORPRENDENTE y lo INESPERADO. Pedro convierte lo usual en inusual, plantea sistemáticamente sus tramas de un modo sorprendente y, desde luego, los finales sólo pueden ser definidos como inesperados.  Desde mi punto de vista estamos ante un autor inteligente y perspicaz, que no deja indiferente al lector más avezado dentro de un género, el de los relatos cortos, que les aseguro es todo menos fácil.
Vaya por delante mi enhorabuena de principio a fin, si bien me quedo con la escena vengativa que se contempla desde el retrovisor de un turismo (impagable historia) y, por supuesto, con su Informe de Autopsia y el magnífico Post-it, que sorprenden y sobrecogen al lector.
Aprovecho para congratularme de que una editorial, en este caso Zaera Silvar, se haga eco de la creatividad inmensa de autores incipientes que, sin lugar a dudas -a mí no me cabe la mía- acabarán siendo reconocidos como grandísimos narradores dentro de su género a no mucho tardar.
No puedo pasar por alto la innegable labor de Dictinio Castillo Elejabeytia Gómez, un murciano de apellidos no obstante desconcertantes, que tuvo a bien ilustrar con lucidez y maestría este volumen que, les aseguro, tiene todas las papeletas para pasar a los anales de la literatura imprescindible de nuestra más reciente época (que no todo va a ser hablar de premios Nobel, clásicos románticos o del Siglo de Oro o, lo que es más, antiguos manuscritos revisados mil años después de su plasmación por escribanos de tradición monástica irlandesa).
En verdad estamos ante un magnífico libro para prevenir las noches de insomnio, ante una cascada de cuentos que nos inquietarán y con los que nos sentiremos identificados (siquiera en nuestra imaginación o por memoria de personajes cercanos cuyas vidas conocemos); y todo ello dentro de un volumen perfectamente presentado, asequible y evocador, merced a sus ilustraciones, que palpitará en las mentes de los lectores durante un largo tiempo y, no me cabe la menor duda, será frecuentado reiteradamente por los que ya lo consumieron y por recomendaciones a terceros.
Sólo me lamento de la deriva leísta de su autor, así como de sus dificultades con los signos de puntuación, que se perdonan con gusto dada la calidad y profundidad de los temas que trata. Mi más rotunda enhorabuena desde aquí, y a la espera quedo de un segundo volumen de relatos.
VERDE COMO EL HIELO, de Pedro Sánchez Negreira. Un clásico contemporáneo, caprichosón y absolutamente indiscutible. Garantizado bajo palabra de honor.

domingo, 7 de diciembre de 2014

DE LA GENERACIÓN DEL 98 A LA DEL 14

En el alto grado alcanzado por la cultura española desde finales del siglo XIX hasta la Guerra Civil debe ser tenido en cuenta el esfuerzo de europeización, en todas sus formas y técnicas, tanto filosóficas como estéticas.  Ello, además, se lleva a cabo sin menoscabo de otro gran esfuerzo por reconocer nuestra peculiaridad como nación. España produce la cultura de alto nivel, cuya mejor muestra no fue otra que la fantástica acogida que tuvo "lo español" en toda Europa.
Los frutos conseguidos revisten una densidad y una calidad sólo comparable a la del Siglo de Oro. Europa tendrá que contar por fuerza con la densa creación llevada a cabo por la "generación del 98", por los "hombres de 1914" y por la "generación del 27", así como con la rebeldía y contemporaneidad de un elenco de figuras de primer orden, como García Lorca, Jacinto Benavente, Alberti, Aleixandre, Miguel Hernández, Luis Buñuel, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, Marañón, Unamuno, Ignacio Bolívar, Pau Casals, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Sorolla, Picasso, Dalí...
Comenzaremos por los movimientos culturales cuya aparición viene provocada, en parte, por la crisis española de finales del siglo XIX: regeneracionismo y generación del 98, que, a su vez, representan una renovación de corrientes anteriores.

 "Después de medio siglo de asonadas, pronunciamientos, manifiestos, revoluciones, fusilamientos, cambios de Régimen y de dinastía, proclamación de constituciones.... seguimos lo mismo que estábamos: el pueblo gime en la misma servidumbre que antes, la independencia no ha entrado en su hogar, su mísera suerte no ha cambiado (como no sea para empeorar) en lo más mínimo... ¿Sabéis por qué?  Porque la libertad no se cuida con más que con escribirla en la "Gaceta"... porque no vieron que la libertad sin garbanzos no es libertad... y por tanto el que tiene el estómago dependiente de ajenas despensas, no puede hacer lo que quiere, no puede pensar lo que quiere, ni puede el día de las elecciones votar a quien quiere".  (Joaquín Costa).

Veremos el regeneracionismo -en sentido muy restringido- como crítica al estancamiento económico y al sistema caciquil de partidos turnantes salido de la Restauración.  Tampoco debe olvidarse el revulsivo de la catástrofe del 98, que actuó sobre el comportamiento e ideas de una gran parte de la burguesía, de los propietarios agrícolas, de los pequeños comerciantes... que se sentían enteramente frustrados... Su figura más importante fue Joaquín Costa, con quien aparece una formulación clara del movimiento regeneracionista.
Costa era hijo de campesinos del Alto Aragón; amargado por un físico contrahecho y por una vida durísima, comienza a estudiar el Bachillerato a los 18 años.  Costa es un historiador social y del derecho de gran valor; es un jurista, un sociólogo, un político, un hombre que merece todo respeto.  Ante todo, es un patriota obsesionado por las raíces históricas del atraso español y del desastre de 1898; un crítico severo y meditado.  Escribió más de cuarenta volúmenes de gran valor; laborioso; trabajaba cerca de 17 horas diarias.  Hostigado por tres constantes: pobreza, soledad y enfermedad, que formaron la trama de su vida.  No hay pocas razones para llamar a Costa "el gran frustrado", ya que no encontró cauce para sus talentos excepcionales.
En aquella sociedad que no le iba, lo que anheló no lo consiguió.  Su ideología republicana le cerró el camino a las oposiciones a cátedra, y fue despojado de La Solana, como el dice, por "caciques, jueces, curas, obispos...".
Costa parte de nociones krausistas: primacía de la sociedad frente al Estado, crítica del liberalismo doctrinario, preocupación por las cuestiones sociales, concepción organicista...
Su obra "Oligarquía y caciquismo" es un análisis sociológico del Estado de la Restauración.  No es una monarquía parlamentaria, sino un absolutismo oligárquico, colocado por encima y enfrente del pueblo  Esta capa directora, que, según Costa, debería estar entre rejas en Ceuta, en un manicomio o sentada en los bancos de una escuela, es ajena a la nación y no ha hecho nada; estaba compuesta por tres grupos principales: oligarcas dirigentes de los partidos, caciques y gobernadores civiles.  Frente a esta situación, la única solución es la que Costa llama "revolución desde arriba" (no identificable, por supuesto, con una revolución popular desde abajo).  Los fines serían fundamentalmente:

-europeización de España.
-desarrollo educativo.
-autonomía local.
-política hidráulica y forestal.

 Respecto a los problemas sociales, la solución teórica de Costa consiste en la restauración de la tradición española del colectivismo agrario: beneficiar los bienes comunales o municipales, enderezando de esta forma la labor despilfarradora de la desamortización, cuyo fin era la propiedad privada de la tierra.
Su obra tiene numerosos precedentes en los héroes burócratas del despotismo ilustrado de Carlos III y en Flórez Estrada, que a mediados del siglo XIX propuso una reforma de los proyectos desamortizadores basada en la extensión de la propiedad comunal.  Había que quebrar a los caciques locales, causantes de la pobreza agraria para conservar su influencia política sobre los pobres.  Costa quería sustituir el patriotismo retórico (170 discursos sobre la educación en 1885 y ninguna reforma) de los políticos leguleyos por el patriotismo del trabajo duro.
En su actividad práctica, aunque no se planteó el problema de la conquista del poder, trató de construir una Unión Nacional de Productores, que llevara su programa a una cruzada de las "clases productoras" contra los oligarcas; pero la inexistencia de estas "clases neutras" con clara conciencia política, hizo fracasar sus proyectos de reducción de presupuestos de marina, ejército y administración pública y de inversión en educación moderna y técnica y en una reforma agraria.  Las clases neutras eran un mito, pues sólo había un grupo de tenderos egoístas, ya que las grandes reservas estaban empezando a ser manejadas por socialistas y anarquistas, pero con objetivos harto diferentes.  La revolución apocalíptica de Costa se queda en un modesto reformismo.
Así, pues, la crítica constructiva dejó paso al pesimismo, a la "incapacidad" generalizada, típica de estos años que rodean a 1898.
En sus últimos años, Costa (un poco convertido en el "Goya del mundo económico y político") evoluciona hacia posiciones prefascistas: necesidad de un "cirujano de hierro", de un dictador, para resolver los problemas del país.  Claro está que Costa se refería más bien a una dictadura desde el lado del espíritu, jurídica, "tutelar", aunque esto se avenía muy mal con el sentido de la libertad en la enseñanza, en las letras.
Otros regeneracionistas como Costa (el "costismo" influirá en los hombres del 98, e incluso en los de 1914) consideran al pueblo como un menor de edad y atacan al parlamentarismo, a los partidos turnantes y a otras formas en que se expresaba el poder desde los años de la Restauración.
Lucas Mallada, ingeniero, cientifista y empírico, ataca una serie de mitos, como el de que España es un país rico.  Hace un llamamiento a todos los españoles honrados para atacar la ruindad de los partidos políticos, el caciquismo, absentismo, emigración, mala administración, falta de riegos, de caminos, de capitales, de crédito... (léase su libro "Los males de la patria y la futura evolución española", que no tiene desperdicio).
Ricardo Macías Picavea critica muchos puntos ya señalados por Costa y Mallada, añade el teocratismo, el cesarismo, la incultura, la vagancia y la desviación de la historia de España desde la venida de los Austrias.  Ataca a los caciques, propone cerrar las Cortes por diez años, aplaude el corporativismo y los gremios; son claros sus tópicos prefasciscas.  Al calor del desastre colonial, publicará su libro "El problema nacional".
Más nostálgico, antidemócrata basado en el positivismo europeo y pesimista (creía que los obreros degeneran) es la obra de Damián isern: "Del desastre nacional y sus causas".
También nostálgico del tiempo pasado y crítico del tiempo presente es el senequista Ángel Ganivet, a cuyo "Idearium español" no interesan los elementos ideológicos de la sociedad liberal burguesa.  Se quea antes con el artesano que con el fabricante o el obrero; patriarcal, arcaico, precapitalista y anticapitalista, era un hombre muy de su tiempo, cuyos ensayos apuntan al mañana en ideas y valores o vuelven la cabeza hacia el ayer; su esteticismo no se abre sobre el porvenir.  Este hombre, que terminó su vida suicidándose, dirá que "España se halla fundida con su ideal religioso" y que "el Derecho es una mujerzuela flaca y tornadiza".
En otro lugar nos hemos referido, aunque no con la extensión que quisiéramos, a diversas personalidades del pensamiento y la cultura catalanas; volvamos a recordarlas por su parentesco con el regeneracionismo: Valentín Almirall, Joan Margall, Entique Prat de la Riba, Ángel Guimerá, Jaume Rosignol y Pompeu Fabra.  Una visión de la cultura, sin tener en cuenta la presencia de estas personalidades, resultaría mutilada.
 Mientras aletea la imagen costina de una España vagabunda, un grupo de escritores, nacidos en los años 70 del siglo XIX, pone en tela de juicio los  tópicos y dogmas hasta entonces establecidos.
Refiriéndose Pío Baroja a la "corrupción organizada" de los hombres de la Restauración, dirá que España se entregó a ellos no como una mujer a su amante, sino "como una golfilla a su chulo". Unamuno tampoco tenía reparo en calificar de "asnos" a sus antiguos profesores.  Para los intelectuales y artistas conocidos con el nombre de "generación del 98", la sociedad y la cultura oficiales eran vacías, degradantes, retóricas.  Está claro que el grupo noventaiochista parte en su labor cultural de los postulados regeneracionistas.
La fecha de 1898 es todo un símbolo de la historia y de la coyuntura histórica es grave; el sistema de partidos políticos turnantes hace aguas; la oligarquía y el caciquismo, asentados en la viejas estructuras agrarias,son algo contradictorio con el crecimiento de la industrialización y el aumento de la masa asalariada.  Además se han perdido las últimas colonias, así como la guerra con los Estados Unidos, ye l espíritu nacional está desalentado.  Parodiando, sin duda, aquella frase de la época de Felipe II, se referirá Tuñón de Lara al "golpetazo sentimental que supone que, tras el Tratado de París, el sol de España sale cada mañana por las costas levantinas y se pone cada tarde por los encinares medio ralos de Extremadura y las rías gallegas; ni más ni menos".
En esta auténtica situación de crisis "no vale lo que antes ha valido", y, por tanto, se impone su sustitución. La fecha de1898 es apropiada para estimular el pensamiento nacional, pero también lo es para criticar los valores raciales de una forma negativa y doliente.
Examinando el mito y la realidad del grupo del 98, dirá Tuñón que no se puede identificar a estos hombres con el institucionismo, con el laicismo, ni con el demoliberalismo, como han hecho muchos liberales en su intento antihistórico de proponer como modelo contemporáneo lo que fue una apertura intelectual hace casi 110 años.
Otros, los ultraconservadores o nacional-católicos, intentan marginar a los hombres del 98 de la tradición cultural española bajo la acusación de heterodoxia.
La "generación del 98" no es puramente la expresión de una concepción del mundo, ni tiene un cuerpo cerrado de doctrina, ni forma un movimiento dotado de un programa, ni tiene una influencia política directa.  Son, eso sí, un grupo de jóvenes que se hacen cuestión de su país y de su tiempo en su totalidad, que les duele España, que critican lo negativo.  El propio año 1898 aglutina las rebeldes individualidades de esas altas figuras culturales que se preguntan por la razón histórica de España y por su destino, planteando una crítica que, dentro de sus aspectos más negativos, encerraba una poderosa afirmación...  Son algo más que lo que diría el propio Pío Baroja: un grupo de bohemios cerriles, holgazanes, rebeldes y malhumorados, resentidos contra el sistema que les excluía.
 Existen algunos datos convivenciales que nos permiten hablar de una coincidencia más o menos grande entre los miembros de este grupo.  En primer lugar, y siguiendo con el fenómeno ya advertido en la época del naturalismo, los hombres de la "generación del 98" son españoles de regiones periféricas: gallegos, vascos, levantinos, andaluces: Unamuno (nacido en Bilbao en 1864); Baroja (San Sebastián, 1872); Ganivet (Granada, 1865); José Martínez Ruíz, Azorín (Monóvar, 1873); Gabriel Miró (Orihuela, 1879); Ramiro de Maeztu (Vitoria, 1875); Manuel y Antonio Machado (Sevilla, 1874 y 1875); Juan Ramón Jiménez (Palos de Moguer, 1881).
Los hombres del 98 protestan como los modernistas, pero a diferencia de éstos, que protestaban por la literatura "satisfecha" de la Restauración, inspirados por el poeta nicaragüense Rubén Darío, la protesta de los del 98 era ética y social y se derivaba de una consideración del pasado español y del presente europeo.  En todos ellos, bien en un lenguaje minoritario, claro o polémico, la lengua castellana alcanzará un extraordinario nivel de fuerza expresiva y de pureza formal, tanto en el ensayo y la novela como en la poesía lírica.
Entre ellos se van estableciendo unos lazos de convivencia, sobre todo en las tertulias y en las revistas.  Valga esto como un hecho ante la prolija erudición de enumerar a docenas de autores que colaboran relacionándose en multitud de revistas.  Son, por otra parte, hombres que suelen proceder de las clases medias del país, y aunque han pasado relativas estrecheces, han tenido facilidad para el acceso a la cultura.
Las influencias que reciben son europeas y modernas.  Leían, entre otros, a Balzac, Flaubert, Stendhal, Tolstoi, Barrey d'Aurevilly (Valle-Inclán), Montaigne (Azorín), Nietzsche, Shopenhauer, Renan, Tain, Darwin, Max Nordau...  Conocida es la influencia de Hegel, Spencer, Ferri, Kirkegaard y Marx en Unamuno. Casi todos ellos viajan a París, ciudad que les influye con su clima cultural y político.
Además, en España se benefician de Giner, Pi, Benot, Costa, Galdós, Juan Bautista Amorós, etc.  Esto nos obliga a no exagerar la nota de autididactismo aplicada a los hombres del 98.
La parte más considerable y significativa de su obra aparece entre 1898 y 1914, esto es, coincidiendo con la crisis espiritual de comienzos de siglo, a la que responden con una actitud culturan en conjunto.  "España" es su tema, y el "Así no se puede seguir", su interpretación.  España es repensada en su ayer, hoy y mañana, y es sentida con ganas de una renovación a través del redescubrimiento, la crítica y el amor.
Hay que repensar a España, rehacer su escala de valores, y para ello hay que conocerla.  Ya no sirven la política caciquil, ni el aparato externo eclesiástico; no sirven Otumba y Lepanto, no sirven Echegaray, Núñez de Arce o Campoamor.  Lo que sí interesa es el pueblo en vivo, la intrahistoria y al anticaciquismo; sí interesa Berceo, el Arcipreste de Hita, el Greco, Larra...  Celebran los éxitos de Galdós, visitan la tumba de Larra, se alegran con las publicaciones de Baroja o Unamuno y protestan violentamente por concedérsele el Premio Nobel a Echegaray.
Unamuno nace en Bilbao en 1864; huérfano a lo seis años, comienza el bachillerato a los once.  Estudia Filosofía y Letras en Madrid, doctorándose en 1885; vuelve a Bilbao, donde da clases y se casa con Concha Lizárraga. Saca las oposiciones a la cátedra de griego en Salamanca en 1891. En 1894 ingresa en el Partido Socialista y colabora en el periódico "La lucha de Clases", de Bilbao.  En 1895 publica "En torno al casticismo".  Dos años después sufre una crisis religiosa, abandona el Partido socialista y escribe "Paz en la guerra". En los años siguientes, y siendo rector, colabora en "La Nación", de Buenos Aires, y publica "Amor y pedagogía", "Vida de don Quijote y Sancho", "Por tierras de Portugal y España", "Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos", "Niebla", "El cristo de Velázquez" (poema), "Abel Sánchez", "La tía Tula", "Andanzas y visiones españolas"...  Entre tanto, no se ha hecho grato ni al trono ni a los militares. Primo de Rivera lo exilia en 1924, y no volverá a España hasta 1930, en que es recibido apoteósicamente.   Mientras, ha escrito "La agonía del cristianismo", "Cómo se hace una novela", etc.  Diputado a Cortes en 1931, muere el 31 de diciembre de 1936 en "su Salamanca".
En la imposibilidad de comentar sus obras sobre pensamiento, teatro, personajes, comentarios, crítica, poesía, novela... dediquemos unas breves líneas a este gran escritor que cabalga la fecha de 1900.
Unamuno es, después de Goya, el más europeo de los españoles y una de las personalidades (si no la primera) de más relieve y significación de la cultura literaria contemporánea.  Después de una intensa actividad socialista pasará a una actitud anticientífica e irracionalista, expuesta en su obra "Del sentimiento trágico de la vida".
Su nueva filosofía tiene como sujeto y objeto al hombre concreto, "de carne y hueso que nace, sufre y muere -sobre todo, muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano".  A este hombre trata de darle una concepción unitaria y total del mundo.  La esencia de este hombre es el "hombre de inmortalidad", que le introduce en la lucha, dividiéndole en dos partes: la razón, que demuestra la mortalidad del alma, unida al cuerpo, cuyo destino sigue, y el corazón, que necesita la inmortalidad y la existencia de dios como medio de conseguirla; el hombre anhela perdurar, continuar siendo él mismo y poseer todo a la vez: "No es ser poseído por Dios, sino poseerle, hacerme yo Dios sin dejar de ser el yo que ahora os dice esto".  Su exigencia hace surgir a Dios: "Creemos que Dios existe por querer que exista".
La lucha entre razón y corazón hace surgir el dolor, la congoja, esencia de la persona y del universo todo.  La congoja es el momento de autoconocimiento del hombre (similar a la angustia de Heidegger y a la náusea de Sartre), el sentimiento originario del espíritu humano.
La concepción de Unamuno desemboca en el irracionalismo y el anticientifismo: "Todo lo vital es irracional y todo lo racional es antivital, porque la razón es esencialmente escéptica".
De aquí que Unamuno (quien en 1898 tenía más lucidez que sus compañeros de grupo) comience, a partir de esta fecha, a separarse de toda labor de reconstrucción nacional, europeizante:

“Y vosotros ahora bachilleres Carrasco del regeneracionismo europeizante, jóvenes que trabajáis a la europea, con método y crítica..., científicos, haced riqueza, haced patria, hacer arte, haced ciencia, haced ética, hacer o más bien traducid sobre todo cultura, que así mataréis a la vida y a la muerte.  ¡Para lo que ha de durarnos todo!...”

Unamuno comenzaba a ser un hombre con fin en sí mismo, lo que indirectamente suponía no participar en los destinos colectivos.

 José Martínez Ruíz nació en Monovar en 1873.  Hijo de un abogado, se cría en ambiente de clase media con visos intelectuales y cierto desahogo económico.  Estudia en Valencia y vive el mundillo universitario y republicano; frecuenta redacciones, tertulias y librerias de viejo.  Viaja por Granada y Salamanca, y en 1896 cae por Madrid.  A partir de esta fecha salen de su pluma "Charivari", "Alma castellana", "La voluntad", "Las confesiones de un pequeño filósofo", "Los pueblos", "La ruta de Don Quijote".  A partir de 1908 se hace conservador, abandona su republicanismo con matices y "sienta la cabeza"; escribirá una obra inmensa y de gran valor hasta 1967.
Los primeros atisbos novelísticos de Azorín comienzan con "La voluntad", novela de la abulia y el fracaso, perfectamente enmarcada en el liberal 98.  Como decía Dámaso Alonso, "a los héroes tempranos de Azorín y Baroja les une un mismo rasgo psicológico: la crisis de la voluntad.  Esa desilusión, ese escepticismo, no son sino un reflejo sobre lo individual de la atonía nacional en esos años del cambio de siglo".
Azorín representa para sus coetáneos del 98 al artista de fina sensibilidad de comentario, de los clásicos y del paisaje; sobre todo del paisaje castellano, en el que los personajes resultan insignificantes.  Pero Azorín también (y porque todavía no se ha hecho diputado maurista) es despedido de "El Imparcial" por descubrir la tragedia de los campesinos andaluces.
 Pío Baroja es el novelista del grupo.  Nacía en San Sebastián en 1872, hijo de un ingeniero de minas.  Estudiará medicina en Madrid. Médico rural en Cestona, se vuelve a Madrid dos años después (1896).  En esta fecha comienzan sus actividades literarias y periodísticas, simultaneadas con la regencia de la panadería de su tía.  Escribe colaboraciones, y en 1900 salen de su pluma "Vidas sombrías", "La casa de Aizgorri", "Camino de perfección".  Vivirá de su oficio de escribir novelas, muy conocidas por todos.  Elegido académico, moría en 1956.
Baroja es un maestro en el arte de la narración de todos los tiempos. Entre cínico y campechano, rudo e ingenuo, iconoclasta e inocente, Baroja es el escritor de más talento del grupo del 98.  Era un intelectual anarquista nato, que rechazaba todas las jerarquías.  Ya en sus primeros escritos, el hombre deshecho e inadaptado, errabundo y psicopático, emerge en el paisaje que también don Pío contribuye a descubrir.  A Baroja no le interesa el hombre real enmarcado en la sociedad, sino el aventurero, el pícaro, el hampón, el caso raro.  Él había escrito: "Todo lo que tiene el liberalismo de destructor del pasado me sugestiona...".  Baroja está dominado por la superstición de lo científico, y se olvida del hombre de carne y hueso.  En contra de la mayoría de los intelectuales, se declara germanófilo en la Primera Guerra Mundial.  Baroja, como hombre del 98, percibe también el paisaje y comparte su patriotismo difícil, pero e distancia cada vez más del quehacer común del grupo y se adentra en una circunstancia extremadamente individualizada.  Y así seguía ese genial novelista a los 65 años, en que tenía que escribir artículos de prensa para ayudarse a vivir, como en sus tiempos mozos.
Maeztu nace en Vitoria en 1874.  Transcurre su infancia en una familia social superior, que no tardará en arruinarse. Viaja por Francia y Cuba y regresa a Vitoria.  Llega a Madrid en 1897, donde se funde con el grupo del 98.  Fruto de esta época son sus numerosos artículos y su libro "Hacia otra España", noventaiochista y regeneracionista. Vive largos años en Inglaterra, donde se casa, siendo embajador de España en Buenos Aires en tiempos de Primo de Rivera.  en estos momentos su evolución queda perfilada como se percibe en sus obras "La crisis del humanismo", "Don Quijote, Don Juan y la Celestina" y "Defensa de la Hispanidad".  Presidente de la Acción Española, muere asesinado en Madrid en 1936.
En un primer momento, tenemos el Maeztu crítico del sistema montado por la Restauracion, al que ataca sin piedad, arremetiendo contra valores tópicos.  “Las mayorías -escribe- están a merced de las minorías, y como el gobierno de la minoría es el núcleo del gobierno parlamentario, esto significa que no comprenderemos al gobierno parlamentario”.  Su crítica es implacable para con los responsables del desastre de 1898, y sólo ve una renovación en los sectores más avanzados de la burguesía.
Maeztu se marcha de España, se distancia de los hombres y del significado del 98, y comienza sus concepciones transpersonalistas: el hombre debajo de los llamados objetivos: patria, fe, idioma, cultura (destino de la Hispanidad de la Edad de Oro).
Maeztu será un pensador apasionado, emotivo, sincero y retórico.  El Ramiro que predicaba con sus ensayos la imitación de la ética del dinero de vascos y anglosajones se convierte en un apologista de Primo de Rivera y en un fascista católico.  De los pocos intelectuales desafectos a la República, lanzará el grito semicarlista: “Combatamos a nuestros padres con nuestros antepasados”.
Maeztu había ido cambiando sus lemas hasta convertirse en uno de los pocos intelectuales de derechas, que afirmará "la primacía de las cosas" sobre "la primacía del hombre".  Sustituye la "libertad, igualdad y fraternidad" por "servicio, jerarquía y humanidad".  Este reflejo de "defensa social" queda esbozado en este párrafo de sus escritos:

Nuestra rehabilitación histórica no puede influir directamente  sino en la gente culta, en la aristocracia, en la élite.  Al pueblo se le ha dicho demasiado que los obreros carecen de patria para que sea empresa fácil que vuelva a emocionarse con la glorias de la Hispanidad, aparte de que en España hay vastas zonas populares que nunca compartieron las ilusiones y esperanzas de nuestras clases educadas...  Desde ahora mismo debieran prepararse las minorías educadas para aprovechar la primera ocasión favorable, a fin de sujetar al monstruo y reducir las funciones del Estado a lo que debe ser: la justicia que armonice los intereses de las distintas clases, la defensa nacional, la paz, el buen ejemplo y la inspección de la cultura superior”.

Ramón María del Valle Inclán o, mejor dicho, Ramón Valle Peña, nace en Villanueva de Arosa en 1866, de familia hidalga con caserón y con tierras; su padre era un intelectual.  Abandona sus estudios de Derecho y se marcha a México.  A partir de 1895 empieza a publicar libros: "Femeninas", "Epitalamio", "Cenizas", "Las Sonatas", "Romance de Lobos".  Se queda manco, se casa, milita en la política carlista, visita las trincheras del frente francés y es invitado a México por el presidente Obregón.  Sigue escribiendo artículos, poesía, teatro y novelas.  Valle-Inclán emprende una nueva ruta, y algunos de sus libros empiezan a ser recogidos por orden gubernativa.  He aquí otras obras: "Tirano Banderas", "La hija del capitán", "Cara de plata", "Luces de bohemia", "Águila de blasón", "El ruedo ibérico"...  Es homenajeado, se le dan cargos y en enero de 1936 muere.
"Este gran don Ramón de las barbas de chivo", como le llamará Rubén Darío, cronológicamente pertenece a la generación del 98, pero se forma en el modernismo, bajo influencias de D'Aurevilly, D'Annunzio y del propio Rubén Darío.  "Eximio escritor y extravagante ciudadano", le llamó Primo de Rivera; quijotesco de los que están al lado de la justicia, la verdad y la bondad; intachable, aguerrido, colérico, generoso, manco y gallego, como se percibe en sus páginas.  El que una figura de esta talla plagiase algo alguna vez y en ciertas circunstancias, casi aumenta su personalidad y, por supuesto, no disminuye sus méritos.
Protesta, se evade, idealiza lo de antaño y critica a la burguesía desde su posición de carlista ("manifestación de inconformismo impregnada de sentido heroico").
Valle-Inclán se acerca cada vez más a la gran preocupación por el tema de España y su redención, porque sus armas críticas, lejos de mellarse, se afilan y hacen más penetrantes, llegando a crear, por ello, una estética original.  A partir de 1909, Valle-Inclán presagia el giro hacia unos valores auténticamente humanos.
No podemos concluir este somero repaso a la generación del 98 pasando por alto a Antonio Machado.  
Nace en Sevilla en 1875.  Alumno en Madrid de la Institución Libre de Enseñanza, se marcha, junto con su hermano Manuel, a París en 1899, adonde volvería en varias ocasiones a lo largo de su vida.  En 1909 se casa con Leonor, quien muere tres años después. Para entonces, el autor ya había publicado "Soledades", "Soledades, galerías y otros poemas", así como el libro que le consagrará: "Campos de Castilla".  Pasa por Baeza y Soria y colabora en revistas.  En 1926 firma el llamamiento de la Alianza Republicana.  Elegido académico, comienza su amor con Guiomar.  Sigue publicando obras como "Juan de Mairena", "El crimen fue en Granada", "La guerra"...  El 22 de febrero de 1939 muere en Colliure (Francia) cuando huía del Franquismo.
Machado, poeta de honda calidad, es el joven lírico del 98 que no siguió la senda de Rubén Darío.  Ya desde el comienzo, Machado carece de brillo, de retórica y de magnificencia, como los modernistas; es sobrio, ideológico y desnudo; como él dice, la palabra no es un valor fónico, sino una "honda palpitación del espíritu... en respuesta animada al contacto del mundo".  La íntima voz humana, con su propio sentimiento varonil y con el hombre sencillo como tema central, le llevan a decir en 1902:

Son buenas gentes que viven
labran, pasean y sueñan,
y en un día como tantos
descansan bajo la tierra.

El dolor, el pesimismo, la abulia, la nostalgia del pasado en doloroso presente laten en su poesía (porque la poesía es lo único que diferencia a Machado del grupo del 98):

Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.

Y el paisaje de este poeta andaluz inspirado en Castilla:

Campo de Soria, 
donde parece que las rocas sueñan.

O bien:

Páramos que cruza el lobo
aullando a la luna clara,
de bosque a bosque; baldíos
llenos de peñas rodadas
donde, roída de buitres,
brilla una osamenta blanca;
pobres campos solitarios
sin caminos ni posadas.

Como en los otros del 98, el paisaje se convirtió en personaje esencial:

La hermosa tierra de España, 
adusta, fina y guerrera,
Castilla...

Machado va más lejos; es un caso señero, de esos que se dan una vez por siglo. Capaz de captar la múltiple circunstancias histórica, social, geográfica, cultural, su obra abre caminos y va por delante de un tiempo.  Machado enfocará también el tema de las dos Españas:
Las España de ayer:

La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu y alma quieta
...
esa España inferior, que ora y bosteza,
vieja y tahur, zalagatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste, 
cuando se digna usar de la cabeza.

La España que faltó a su misión histórica:

...aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana.
Y es hoy aquel mañana de ayer... Y España toda,
con sucios oropeles de Carnaval revestida
aún la tenemos: pobre, escuálida y beoda;
mas hoy de un vino malo: la sangre de su herida.

La España que nace:

Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea.

Pero para que surja esta España:

Hay que acudir, ya es hora, 
con el hacha y el fuego al nuevo día,
oye cantar los gallos de la aurora.


Machado no es de este o aquel grupo, de esta o aquella generación. Machado es de España entera.