El descubrimiento de la “región”,
con sus paisajes, sus costumbres y sus hombres, señala la nueva actitud del ser
humano ante su tierra natal. El hombre se vincula al paisaje,
resucitando, a su vez, los aspectos históricos y culturales de la región.
El paisaje, la tierra, los
hombres de la región, irrumpen en las obra de novelistas tan famosos como
Pereda (Escenas Montañesas; Tipos y paisajes; El sabor de la tierruca),
Pardo Bazán (Los pazos de Ulloa; La madre naturaleza) o Palacio
Valdés (José; La aldea perdida). Estos novelistas representan a la
periferia septentrional, que se impone a partir de 1870 sobre los ambientes
meridionales de la Península. Es clara la posición de primer plano que
cobra la periferia norteña, tanto en lo literario como en lo demográfico y
económico.
El paisaje regional tiene también
sus pintores, como lo demuestran los lienzos de Aureliano Berruete, Rusiñol,
Casas, Sorolla...
En conexión con el
"descubrimiento de la región" se halla el renacimiento de las
culturas regionales no castellanas.
Partiendo de un hecho
histórico-cultural, hallamos en España tres grupos de lenguas romances
(gallego-portugués, castellano, catalán-valenciano-balear) y tres agrupaciones
políticas (Corona de Portugal, de Castilla y de Aragón). A partir de la Edad
moderna, la lengua castellana afianza su hegemonía, porque el castellano se
hace lengua universal durante el Siglo de Oro. Hispanoamérica habla y
escribe en castellano; Portugal se separa, y el castellano se convierte en la
lengua oficial de un Estado que tiende al centralismo. Las lenguas
catalana, gallega, vasca, valenciana y balear se estancan.
Toda la Edad Moderna encierra un
movimiento centralizador y unitario, basado en la política borbónica o en
el jacobismo homogeneizador de los liberales decimonónicos. En el
último tercio del XIX se recuerda con fuerza que una nación no consiste en la
unidad lingüística. Pi i Margall, en su obra Las nacionalidades,
presenta ejemplos: Suiza (una nación con cuatro lenguas), Alemania y Austria
(una lengua, dos naciones). Historiadores, científicos, eruditos y artistas
claman diciendo con Menéndez y Pelayo que la lengua española no es
exclusivamente la lengua castellana.
El movimiento regionalista tiene unas dimensiones históricas,
económicas, sociales y políticas incuestionables. El resultado de varios estudiosos hacen revivir las letras, las
instituciones y la historia de sus regiones.
En Cataluña surgirá con vigor la
"Renaixença" -renacimiento de la lengua y la cultura vernáculas-.
Que la lengua catalana estaba muy viva nos lo demuestra el caso
sorprendente de Aribau, quien, en 1833, compuso la genial oda a la patria
"La Patria Trobes". Refleja el entusiasmo por la lengua
catalana ("Oh llengua a nos sentits més dolça que la mel!").
Le seguirán de una forma consciente y culta Joaquín Rubió i Ors y Manuel
Milá i Fontanels con hondas repercusiones poéticas e históricas; los Bofarull,
Víctor Balaguer, Pelayo Briz, Alberto Llanas, Juan Illas...
La veta popular de la literatura
catalana se hace aplaudir por las masas de los teatros ganados por las obras de
Robreño, Renart y Arús, Federico Soler, Palou y Coll...
A su vez, la restauración de los
Juegos Florales (1859) fue una palanca más en el renacimiento literario
catalán. Difunden la fama del llamado por Menéndez y Pelayo "el
poeta de mayores dotes narrativas de cuantos hoy viven en tierra de
España", "superior en condiciones descriptivas a todos los poetas
catalanes, castellanos y portugueses que yo conozco". Nos referimos
a la poesía ciclópea, tallada en roca y verdaderamente colosal de Jacinto
Verdaguer, que escribirá dos poemas de los mejores de España: L'Atlántida
y Canigó. Las obras de Verdaguer, traducidas a siete idiomas, le
sitúan al nivel de los mejores poetas de España.
Ángel Guimerá es la otra gran
pirámide de la Renaixença de la lengua catalana. El luchador catalanista
Guimerá es en el teatro lo que Verdaguer en la poesía. Su drama
romántico Mar i Cel y su drama rural Terra Baixa han
apasionado a todos los públicos del mundo civilizado. Guimerá era
aplaudido y leído en toda España.
Otros dos nombres tendrían que
ocupar nuestra atención por su incuestionable calidad: Santiago Rusiñol y Juan
Maragall.
Pero el renacimiento cultural de Cataluña, si no fuera por las
limitaciones de espacio, merecería mayor extensión que estas ligeras alusiones. Citemos, aunque sea de pasada, a Antonio Gaudí, quien en el templo de la
Sagrada Familia y en diversos edificios civiles se muestra como el único
arquitecto que el modernismo produjo en toda España.
Examinar el renacimiento de la
cultura catalana supone relacionarlo con el apoyo social que recibe, con el
fenómeno económico del proteccionismo y con el regionalismo político.
También en Valencia hay un renacimiento de la lengua vernácula, expuesta
en la lírica de Teodoro Llorente. Se restauran los Juegos Florales y
surgen animadores de las letras valencianas como Carmelo Navarro Llombart.
Por otra parte, el paisaje natural y social de Valencia es puesto de
relieve por el gran novelista Vicente Blasco Ibáñez (Arroz y Tartana; La
barraca; Entre naranjos; Cañas y barro) y por el genial pintor Joaquín
Sorolla (Playa de Valencia, etc...).
La lengua y la cultura gallegas
se hacen realidad merced a numerosos escritores, bibliófilos, periodistas,
poetas... Destaquemos a Rosalía de Castro, Eduardo Pondal y Curros Enríquez.
Alfredo Brañas formulará la doctrina del regionalismo gallego, que
seguirá políticamente los pasos del patrón catalán.