La llamada "generación del
68" está formada por un grupo que acomete los valores espirituales
aceptados y simbolizados por la monarquía de Isabel II. Buscan los cimientos
intelectuales y morales de la España moderna y serán considerados por los
conservadores católicos como aliados intelectuales de los demócratas y de los
masones progresistas. Se dedicarán, según decían los ultraconservadores,
a subvertir los valores espirituales de España.
A los regeneracionistas morales
no les satisfacía ni el tradicionalismo católico ni la cultura francesa materialista y fácil. Este vacío será
llenado por el krausismo. Krause era un filósofo alemán de segunda fila, cuya
obra principal había sido escrita en 1811. En 1843 Sanz del Río, en una
visita por Europa, asimila las doctrinas de Krause. Lo que vio en el
krausismo fue una versión intelectualizada de la ética protestante del autoperfeccionamiento,
una armonía entre el pensamiento recto y la vida ejemplar. Esta ética de
tono enérgico cobrará fuerte influencia sobre toda una generación de
intelectuales españoles. A diferencia del pensamiento francés, el krausismo
tenía una finalidad moral, palanca que convertirá a estos intelectuales en
filósofos radicales e incisivos pedagogos, prestos a la reconstrucción de
España.
Sanz del Río era soriano. Estudió en Granada y en Madrid; becado para ampliar estudios, asimiló la
doctrinas de Krause y Ahrens, de donde sacó las armas de choque para romper con
la ideología dominante -dogmatismo y escolástica- en la España de mediados del
siglo XIX. Profesó la pasión del saber y una fe en la razón y en la
ciencia. Él mismo afirma:
“Lo que yo propiamente enseño es
el método y ley de indagar la verdad filosófica, la orientación en ese camino; pero
la indagación y, mejor, su resultado, toca a cada uno y a todos libremente,
como cosa en la que pueden y deben, en cuanto filósofos, ser jueces de lo que
digo.”
Sanz del Río creía defender una
actitud estrictamente intelectual; pero el primado de la razón, la libertad del
conocimiento y la búsqueda de la verdad eran intentos objetivamente
revolucionarios en la España de O'Donnell y de Narváez. Sanz del Río no
quedó aislado, y sus ideas se transformaron en una obra múltiple en la que
participaron Fernando de Castro, Gumersindo de Azcárate, Nicolás Salmerón,
Francisco de Paula Canalejas, Francisco Giner de los Ríos y otros muchos.
Y lo que es un hecho cultural de
primera dimensión por su trascendencia: del espíritu o el estilo krausista se
pasará al espíritu o estilo institucionalista (Institución Libre de Enseñanza).
Sanz del Río es nombrado
catedrático de Filosofía en Madrid (1845); mas, alegando insuficiente preparación,
no se reintegra a su fecundo magisterio hasta 1854. Fue el primer catedrático
que se ocupó seriamente de los estudiantes como individuos y consideró la
universidad no como una expendiduría de títulos, sino como un centro de
regeneración moral de la nación. Esto y su insistencia en la
"libertad de cátedra" encontraron oposición en el catolicismo
estatal. La consecuencia fue privar de sus cátedras a una serie de profesores
en 1867, suscitando un aluvión de protestas de los intelectuales europeos contra
la intolerancia del Estado español de aquellos días. Separados de la
universidad por un acto político, los intelectuales krausistas se inclinaron
hacia los políticos demócratas.
Esta primera fase del krausismo
arroja el siguiente balance: una idea de secularización, primacía de la razón,
libertad de investigación, alcance de la función educativa, cierto cientifismo,
apertura hacia Europa y hacia las corrientes ideológicas ascendentes. Muchos de estos krausistas sólo querían liberalizar el catolicismo, y ése
era su afán. Se ha considerado el krausismo español como una especie de
movimiento cuasi religioso, con los catedráticos como sacerdotes.
Fernando de Castro, el gran atacado, no iba más lejos de defender la
independencia de la Iglesia respecto al conservadurismo político y social.
Se hubieran sentido a gusto como católicos liberales, que es lo que eran;
pero el Syllabus de 1864 y los ataques de la Iglesia, que pretendía una unidad
religiosa sancionada por el Estado, les obliga a defenderse y a romper con la
Iglesia , contra la intolerancia intelectual, contra la vulgaridad y
superficialidad de la cultura oficial de su época. Quedó a salvo su elevada preocupación moral por la
regeneración cultural y educativa de España como premisa de su regeneración política
y económica.
La Restauración trajo consigo,
entre otros muchos de los aspectos del "viejo régimen": el
dogmatismo y la intransigencia...
Rápidamente vino "la
cuestión universitaria". El ministro Orovio mandaba esta circular a
los rectores:
“Que vigile V.S. con el mayor
cuidado para que en los establecimientos que dependen de su autoridad no se
enseñe nada contrario al dogma católico ni a la sana moral, procurando que los
profesores se atengan estrictamente a la explicación de las asignaturas que les
están confiadas, sin extraviar el espíritu dócil de la juventud por sendas que
conduzcan a funestos errores sociales... Por ningún concepto tolere que
en los establecimientos dependientes de ese Rectorado se explique nada que
ataque, directa ni indirectamente, a la monarquía constitucional ni al régimen
político, casi unánimemente aprobado por el país. (...) Si, desdichadamente,
V.S. tuviera noticia de que alguno no reconoce el régimen establecido o
explicara contra él, proceda sin ningún género de consideración a la formación
del expediente oportuno.”
Algunos no aceptaron el decreto,
y varios profesores abandonaron voluntariamente o por sanción sus cátedras:
González Linares, Laureano Calderón, Castelar, Giner de los Ríos, Azcárate,
Salmerón, Montero Ríos, Figuerola, Moret...
Quedaba a salvo, no obstante, el
principio de la libertad de enseñanza, al que podían acogerse los disconformes.
De esta forma los catedráticos destituidos formaban una institución que
actuaría como universidad libre o como escuela de segunda enseñanza. En octubre
de 1876 nacía la Institución Libre de Enseñanza. Su alma indiscutible fue el
rondeño Francisco Giner de los Ríos, catedrático de Filosofía del Derecho y
figura señera en la historia de la cultura española, que dedicará su constante
quehacer a la educación de eminentes discípulos y a la organización de
positivas instituciones. Junto a Giner trabajan profesores como Azcárate,
Salmerón, González Linares, Labra, Oña, Cossío, Simarro, Joaquín Costa.
La línea krausista originaria cede terreno ante la misión educativa a
escala nacional, con el objeto de formar equipos y dirigentes del país. El krausismo sólo había sido un precedente en esta predicación de
reformas nacionales a través de la enseñanza. En ella colaboran también
positivistas, diversos especialistas y personalidades originales como Costa.
Los miembros de la Institución
Libre de Enseñanza no son "revolucionarios" en el sentido habitual
del término; son reformistas que piensan que la transformación es posible dentro
del régimen monárquico; los que son republicanos no piensan en transformaciones
violentas. Lo que ocurre es que en el sistema ideológico reinante en la
época de la Restauración postular la libertad de la ciencia y el libre examen,
la tolerancia y el respeto mutuos, los intercambios con países europeos, la
secularización de la vida... eran enormes revulsivos. La enseñanza
memorística no podía aguantar la ofensiva de esta educación activa e integral.
La institución representó el intento más serio y coherente de crear las
condiciones intelectuales previas a una democracia liberal. Pero el
contraataque de la Iglesia y la indiferencia de una sociedad conformista
limitaron la influencia de la institución.
Los métodos de Giner de los Ríos
(pese a su capacidad de organización y elaboración de peticiones y programas,
el contacto entre profesor y alumno, las prácticas ampliatorias de cursos de
arte, folklore, asignaturas técnicas, deportes, excursiones al campo...) no
podían alcanzar una amplia y masiva repercusión. Los métodos modernos de
tolerancia, aunque fueron bien rebasados por la impecable austeridad personal
de Giner (lo que daba una considerable fuerza moral a su acción), llegaban a
una minoría de maestros en las provincias.
Esta educación sólo alcanzaba a
los hijos de una burguesía ilustrada o de las clases medias de profesión
intelectual. Por otra parte, no intentan cambiar de abajo arriba la
formación del pueblo español, sino que tratan de crear equipos reformistas
educacionales. Por supuesto, toman conciencia contra el mecanismo viciado
del régimen y sus partidos turnantes, recusan dogmatismos, oligarquías y
caciquismo. Mas su base social y su escala de valores políticos los
llevan a una concepción minoritaria, a una conciencia de élite, a formar, en
fin, una "clase directora".
Siguiendo el mensaje de Giner,
Azcárate y Cossío, la influencia formativa de la Institución Libre de
Enseñanza, con sus cuadros y sus técnicas de nivel plenamente europeo sobre la
élite intelectual de la izquierda española, será decisiva. Recordemos
otras influencias de fundaciones posteriores: la Junta para Ampliación de
Estudios (1907), cuyo cerebro será José Castillejo, y la Residencia de
Estudiantes (1910), dirigida por Alberto Jiménez Frau.
La Institución Libre reformó el contenido y los métodos de enseñanza;
ahora bien, tropezaba con unas dificultades que otros institutos similares de
hoy no tiene, ya que cambiar una sociedad intolerante mediante la persuasión
pacífica es harto difícil para una minoría, aunque ésta sea heroica.