Si
comparásemos la evolución cultural española con la del resto de Europa nos
daría una gráfica con altibajos: la Edad de Oro, o valoración plena de lo español;
el clasicismo europeo desprecia y desconoce nuestra cultura nacional; el
romanticismo supone una vinculación a lo europeo y, aun sin alcanzar altos
niveles, es muy valorado; la cultura de la época del escepticismo alcanza un
bajísimo nivel en la confrontación con Europa.
Pero es a partir de 1875 cuando la cultura
española resurge hasta llegar a una altísima cotización en el resto del
continente. Basta citar algunos nombres: Pérez Galdós, Sorolla, Unamuno,
Ortega, Ramón y Cajal, Menéndez Pelayo, Albéniz, Benavente, Pardo Bazán,
Rosalia de Castro, Blasco Ibáñez, y un larguísimo etcétera. El enorme
prestigio de esta, llamada con limitaciones, Edad de Plata de la cultura
española, se ve frenado en seco por la Guerra Civil de 1936.
Seleccionemos
dentro del multiforme mundo científico, técnico, filosófico, etcétera, algunos
puntos como la incorporación de España al movimiento naturalista, el esfuerzo
de europeización que supone la Institución Libre de Enseñanza y el impacto de
los "hombres del 98".
El
naturalismo "observa" para luego "ofrecer" la realidad
social, cargando las tintas en las lacras físicas y morales de la sociedad
burguesa. el naturalismo español tiene sus antecedentes en aquel "realismo"
tan grato a las clases medias de la época de Isabel II. En el campo
literario, por ejemplo, se perciben con claridad el tránsito del costumbrismo y
la novela de Fernán Caballero a la novela realista, psicológica y de tesis de
Juan Valera y Pedro Antonio de Alarcón, para desembocar en el naturalismo pleno
de Benito Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán. El naturalismo español
contará con la influencia del francés a partir de 1870, especialmente a raíz de
las obras traducidas de Balzac y Zola. Sobre esta plataforma de herencia
(tipos y caracteres del costumbrismo) e influencia (la agria temática de los
franceses), el naturalismo español observa la realidad criticando a las clases
dirigentes de la Restauración, el vicio y la falsedad de esa élite política y
social que vive en Madrid; por otra parte, pone su técnica y estética al
servicio de la naturaleza, de las clases populares enmarcadas en ese paisaje
espiritual y corporalmente sano; en una palabra, los naturalistas
"descubren la región".
Los
naturalistas, en la novela y en la pintura, se manifiestan contra la decadencia
moral de la familia, contra la corrupción política generalizada, contra la
falta de solidaridad social de las élites para con las clases menesterosas. Esta crítica social de la clase dirigente y esta simpatía por los
sufrimientos de las clases trabajadoras cuenta con innumerables testimonios
entre las novelas de Galdós (Lo Prohibido), Parto Bazán, Clarín, Pereda (Los
Montállvez), Coloma (Pequeñeces), Palacio Valdés (La Espuma) y entre los
pintores, quizá con menos valor estético, como Mañanos (Pobres... y enfermos),
Sorolla (Aun dicen que el pescado es caro), López Mezquita (Cuerda de presos),
y en los lienzos con escenas de fábricas, accidentes de trabajo, huelgas... de
Cutanda.
Al lado de
esta postura crítica, literatos, pintores y músicos tienen un gran amor, y lo
demuestran, por lo popular, por lo "arraigado en las entrañas del
país", por lo "castizo". Las escenas resultantes son de
claro optimismo, simpáticas, humorísticas incluso. En el campo literario,
el casticismo popular de los naturalistas hispanos tiene su mejor encarnación
en los Episodios Nacionales de Galdós, y en la descripción de todo lo regional
y su paisaje. Volveremos pronto sobre dichos aspectos.
Esta veta
casticista triunfa -cómo no- en la zarzuela. "El barberillo de
Lavapiés", "La Verbena de la Paloma" y otras obras de Barbieri,
Bretón y Chapí son el más claro exponente de una visión optimista, sin críticas
agrias de las clases medias populares, del ambiente madrileño. Sin
embargo, el triunfo del casticismo musical se produjo a costa del
"nacionalismo musical". El fracaso del nacionalismo musical
español se produce curiosamente en unos lustros en que los músicos nacionalistas germánicos y eslavos
utilizaban frecuentemente motivos españoles en sus composiciones, lo cual ilustra bien
la endeblez cultural de nuestra burguesía durante el último cuarto del siglo
XIX. Sólo a comienzos del siglo XX logrará abrirse paso este nacionalismo
patrio de la mano de Isaac Albéniz.
Destacar los nombres de Galdós y
Clarín puede parecer muy arbitrario, sobre todo por estar entrelazados por
otras obras y otras corrientes y también porque existen otros nombres de enorme
prestigio; sin embargo, los cargamos con la responsabilidad de esta selección
porque se trata de dos figuras cuya obra es enormemente representativa de este
periodo y porque en una Historia de estas dimensiones sólo podemos destacar
algunos testigos, aunque sea a costa de citar únicamente a figuras de la talla
de Valera, Palacio Valdés, Coloma, Pereda, Pardo Bazán, Hinojosa, Cajal,
Campoamor, Echegaray o Jacinto Benavente.
La obra de Galdós y Clarín se
desarrolla en una España eminentemente agraria, en un país con unas estructuras
de producción arcaicas (excepción hecha de los núcleos minero-siderúrgicos y
textiles de Vizcaya y Cataluña), en un país con un 71% de analfabetos, en un
país cuya política sigue el sistema canovista de turno de partidos y en el que
están pujantes el caciquismo y el fenómeno oligárquico.
Galdós había nacido en las
Canarias y llegaba a Madrid con 19 años, en 1862. Estudios, periódicos,
tertulias, ocupan su tiempo. Vive el entusiasmo y el fracaso de todo lo
que significa la revolución de 1868. En 1871 publica La Fontana de Oro;
dos años más tarde empieza sus Episodios Nacionales, y rápidamente se convierte
en el escritor más leído de España y con una personalidad de primer plan en la
vida nacional. Adherido al republicanismo, se le ve con frecuencia en
manifestaciones y actos políticos, tanto republicanos como obreros. Muere
en 1920, tras haber visto frustrada, por sus ataques a la política del
gobierno, su candidatura al Premio Nobel.
Aunque Galdós acepta a Sagasta,
no acepta el viejo legitimismo de clase social, ni la restauración de orden
burgués ni la integración del sentido y los valores de la burguesía liberal con
las clases de instituciones oligárquicas, nobiliarias, dominantes. Galdós
critica en Fortunata y Jacinta, en las Novelas Contemporáneas, en Lo Prohibido,
en la tetralogía de Torquemada..., el suicidio de una burguesía -fuerza
impulsora en el momento-, por el hecho de encadenarse a la vieja oligarquía.
Veamos unos párrafos del autor para mejor comprender su ideario:
"...Hablando en puridad, hoy
no hay más aristocracia que la del dinero. Los mejores pergaminos son las
acciones del Banco de España. Todos los días estamos viendo tal o cual
joven, cuyo apellido es de los que retumban en nuestra historia con ecos
gloriosos, toma por esposa a tal o cual señorita rica, cuyos millones tienen
por cuna una honrada carnicería o el comercio de vinos. Como hoy es tan
fácil decorarse con un título nobiliario, que siempre suena bien, vemos
constantemente marqueses y condes cuya riqueza es producto de los adoquinados
de Madrid, del monopolio del petróleo o de las acémilas del ejército del Norte
en la primera y segunda guerra civil. Los individuos de la antigua
nobleza se han convencido de que para nada les valen sus pergaminos sin dinero
y sólo piensan en procurarse éste, ya por medio de los negocios, ya por medio
de las alianzas."
En esta primera etapa de su obra,
Galdós adquiere conciencia de su tiempo para no identificarse con la parálisis
de la historia de España. Escribe desde la burguesía de la Restauración
para criticar su bastardeo con los grupos oligárquicos. No es
"ultraizquierdista", porque no es un "inoperante"; pero, en
su segunda etapa, y esto está muy claro, comprenderá que el motor propulsor no
es ya la burguesía, sino el cuarto estado, aliado de la fracción burguesa, que
aún mira hacia el mañana. Benito Pérez Galdós marchará en cabeza de todas
las manifestaciones del 1º de Mayo.
Galdós está profundamente
interesado en su país, sus conciudadanos y en las relaciones entre los
hombres; Galdós no está en las élites; está con los hombres de a pie, con el
pueblo.
Galdós tomaba partido en esas
"dos Españas": tradición, fanatismo, intolerancia, rutina mental, de
un lado; progreso, cientifismo, liberalismo, del otro. Galdós toma
partido cuando, hipervalorando el factor educacional, dice que éste basta para
la "redención social". Galdós toma partido contra el caciquismo
y en "pro" del cuarto estado; lo mismo podemos decir de un Galdós que
insiste en afirmar la personalidad de la mujer y en vigorizar sus "valores
morales", rompiendo con unos usos sociales de la caduca moralidad
decimonónica. Galdós arremete contra el honor barroco, sustituyéndolo por
el "honor burgués, racionalista, kantiano", con imperativo del deber,
con voluntad de trabajo. El honor galdosiano es un valor moral, un valor
en sí; no se trata del "qué dirán" ni del honor como reputación.
Su teatro es una profunda sacudida contra los "viejos hábitos del
sentir y del pensar o... del no pensar". de la "crema" de esa
sociedad de la Restauración que luce vestidos, joyas y contempla distraídamente
unas obras que glosan el conformismo ante sus usos y prejuicios sociales.
Galdós, para terminar, es un "anticlerical cristiano"; es
enemigo de la función histórico-temporal de la institución eclesiástica en la
España de su tiempo, pero no de la religión. Critica también el
aprovechamiento que las clases superiores hacen de la religión para sus fines
egoístas. Así y no de otro modo debe ser comprendido su anticlericalismo.
Leopoldo Alas Clarín es un
zamorano, licenciado en Oviedo, doctorado en Madrid y catedrático de Derecho
Romano en la Universidad de Oviedo. Destaca temprano como crítico
literario y periodístico. Políticamente es republicano y, como tal,
elegido concejal de Oviedo en 1891. En 1885 había publicado su famosa novela
La Regenta, que levanta una polvareda en los medios eclesiásticos y de
derechas. Esta novela refleja el tono existencial de la provincia
española y es la crítica más atroz de la sociedad española a escala provincial
en los años que siguieron a la Restauración de los Borbones. Su ciudad
ficticia, "Vetusta" no es sólo Oviedo, sino España entera en los
tiempos de Cánovas. Clarín es fuente de primer orden para estudiar los
elementos integrantes de aquella sociedad: catedral y clero, nobleza, caciques,
administración y el correspondiente compartimiento de sus hombres y mujeres.
Sobre el caciquismo, dejará
Clarín estas estampas irreemplazables: el marqués de Vegallana (conservador) y
Álvaro Mesía (liberal) deciden "sobre lo grande y lo pequeño de la provincia,
de sus hombres y de su administración, sobre la base de su poder económico y de
sus vínculos con el poder político":
"El marqués sonreía cuando
le hablaban de ampliar el sufragio -¿Y qué? ¿No son casi todos cosecheros míos?
¿No me regalan sus mejores frutos? Los que me dan los bocados más
apetitosos, ¿me negarán el voto insustancial, flatus vocis?
Clarín, como Galdós, es
profundamente anticlerical; pero su anticlericalismo es político y cultural y
en absoluto antirreligioso. En este sentido, La Regenta es un libro
anticlerical, porque ataca con una dureza muy estética la función temporal y
político-social del clero de Vetusta y, de paso, el de toda España.
Critica también la educación religiosa y la práctica de muchos de sus
personajes. Hasta el magistral de Vetusta, este canónigo inteligente,
ambicioso y apasionado, está enfocado como una figura que ha emprendido la vida
eclesiástica como una carrera más. El magistral De Pas es un
"burgués conquistador", es el sacerdote que presenta la religión de
los ricos y el que presenta la Salvación como un negocio a realizar, el más
importante de todos los cristianos. De Pas estaba condicionado por su
infancia y juventud.
Clarín, como Galdós, estima en
poco la política social de los políticos de la Restauración, y dejará siempre
constancia de sus simpatías por las reivindicaciones sociales del cuarto
estado.
Clarín es un valiente que se
adelanta en más de medio siglo a su tiempo. Se ve claro cuando,
defendiendo el derecho al amor, plantea el condicionamiento social que atenaza
la vida de la mujer de su tiempo. Este soberbio párrafo refleja a la
perfección la situación de cientos de miles de mujeres:
"Tenía veintisiete años (Ana
de Ozores, La Regenta), la juventud huía; veintisiete años de mujer eran la puerta
de la vejez a que ya estaba llamando... Y no había gozado ni una sola vez de
esas delicias del amor de que hablan todos, que son el asunto de comedias,
novelas y hasta de la historia... ¿Dónde estaba ese amor? Ella no lo
conocía. Y recordaba, entre avergonzada y furiosa, que su luna de miel
había sido una excitación inútil, una alarma de los sentidos, un sarcasmo, en
el fondo..."
Tanto Clarín como Galdós están
imbricados en las docenas de variables de la sociedad de su tiempo, las cuales
sería necesario traer a colación. Son intelectuales que no están absortos
en su mundo, sino que viven, trabajan y actúan en su tiempo, sacan conclusiones
y toman partido no por las "élites" y los grupos cerrados, sino por
los "bajos asuntos" del pueblo, que son, ni más ni menos, "los
asuntos vitales de la comunidad".