Estamos
perpetuamente prendidos a la vida por unos tenues hilillos que pueden
romperse sin dolor quizás, pero causando estragos entre quienes nos
quieren. En el fondo lo sabemos pero no nos acostumbraremos nunca.
Tal
vez sea porque dedicamos demasiado tiempo a mirar por encima del hoy hacia el mañana y nos cuesta asimilar que el futuro no tiene día
siguiente.
Existen
muchas palabras para referirse a un ser querido. Y otras muchas para
expresar lo que nos produce su ausencia, pero las gastamos todas en los momentos menos adecuados. Interminables palabras
que se quedan cortas, al igual que hay otras palabras tan cortas que
resultan interminables, como por ejemplo "AMOR".
Con el castellano exquisito, eufónico y acariciador que lo caracteriza, García Márquez compone un delicioso retrato costumbrista de la clase alta de un pueblo utilizando como hilo conductor el amor. Y lo hace tocando con sabia maestría los principales palos de este sentimiento: el amor idealizado, el amor imposible, el amor irreconciliable, el amor que nace de la necesidad de afecto, el amor aprendido, el resignado, el reencuentro amoroso al cabo del tiempo, el amor secreto, el prohibido, el desleal, el incondicional... Todo tiene cabida en El amor en los tiempos del cólera como todas las formas de amor tienen cabida dentro del amplio espectro humano de sensaciones, virtudes y defectos que nos acompañan desde que nacemos hasta la tumba e incluso después.
Hablar con solvencia sobre el amor y plasmar magistralmente todas las situaciones que es capaz de producir, defenderlo como espina dorsal de la existencia humana, requiere de un autor, además de técnica, haberse instruido en todo lo observado en una vida y uno piensa si quizás García Márquez, cuando acometió la novela, no dejaría de ser alguien imaginativo para sacar al periodista observador que siempre lleva dentro. No de otro modo se puede comprender la certera plasmación de matices con que nos sorprende en sus párrafos exquisitos. La obra habla también de la soledad, que puede aparecer en forma de aislamiento reclusivo o de compañía abrumadora; y la define en sus páginas como una ausencia de amistad y de amor y la soluciona con la metáfora de un río riguroso, sucio, inclemente, sí, pero que lleva al mar igual que trae al pueblo novedades o devuelve personas que se fueron. También es un río en el que flotan cadáveres y miserias. Navegar placenteramente por sus aguas, que son las aguas de la propia vida, sin tocar la orilla y sin buscar puerto puede ser una magnífica forma de existir si se hace en la compañía adecuada: porque el amos es vida y fuera de él no existe ningún mundo hecho a la medida del ser humano.
Más que un estado de ánimo, el amor es una manera esencial de entender el la vida. Por eso también el autor nos plantea la paradoja de la resignación dentro de la lucha llevada con paciencia y naturalidad. Admitir que el mundo está bien como es no implica aceptarlo. Todos nos hemos enamorado muchas veces en la vida y sin duda hemos evocado los colores de nuestros amores de una u otra forma. Raro será el lector que no se sienta identificado con algunas, tal vez con muchas, de las situaciones que se recrean en esta novela conmovedora y entrañable.
Y quizás lo más poderosamente maravilloso de la obra sea su conclusión, su final, la moraleja que tenía encerrada entre tanta parábola: que, antes de morir, podamos todos aspirar a ser nosotros mismos al menos una vez. Quizá lo hayamos sido en algún momento y no nos hayamos dado cuenta, y ni siquiera guardemos la memoria de ello, ni la memoria de cuándo o cómo pudo ser. Pero está bien que lo tengamos presente y lo intentemos, siquiera por si acaso no lo fuimos.
El amor en los tiempos del cólera: una novela enorme sobre un tema gigantesco.
Hablar con solvencia sobre el amor y plasmar magistralmente todas las situaciones que es capaz de producir, defenderlo como espina dorsal de la existencia humana, requiere de un autor, además de técnica, haberse instruido en todo lo observado en una vida y uno piensa si quizás García Márquez, cuando acometió la novela, no dejaría de ser alguien imaginativo para sacar al periodista observador que siempre lleva dentro. No de otro modo se puede comprender la certera plasmación de matices con que nos sorprende en sus párrafos exquisitos. La obra habla también de la soledad, que puede aparecer en forma de aislamiento reclusivo o de compañía abrumadora; y la define en sus páginas como una ausencia de amistad y de amor y la soluciona con la metáfora de un río riguroso, sucio, inclemente, sí, pero que lleva al mar igual que trae al pueblo novedades o devuelve personas que se fueron. También es un río en el que flotan cadáveres y miserias. Navegar placenteramente por sus aguas, que son las aguas de la propia vida, sin tocar la orilla y sin buscar puerto puede ser una magnífica forma de existir si se hace en la compañía adecuada: porque el amos es vida y fuera de él no existe ningún mundo hecho a la medida del ser humano.
Más que un estado de ánimo, el amor es una manera esencial de entender el la vida. Por eso también el autor nos plantea la paradoja de la resignación dentro de la lucha llevada con paciencia y naturalidad. Admitir que el mundo está bien como es no implica aceptarlo. Todos nos hemos enamorado muchas veces en la vida y sin duda hemos evocado los colores de nuestros amores de una u otra forma. Raro será el lector que no se sienta identificado con algunas, tal vez con muchas, de las situaciones que se recrean en esta novela conmovedora y entrañable.
Y quizás lo más poderosamente maravilloso de la obra sea su conclusión, su final, la moraleja que tenía encerrada entre tanta parábola: que, antes de morir, podamos todos aspirar a ser nosotros mismos al menos una vez. Quizá lo hayamos sido en algún momento y no nos hayamos dado cuenta, y ni siquiera guardemos la memoria de ello, ni la memoria de cuándo o cómo pudo ser. Pero está bien que lo tengamos presente y lo intentemos, siquiera por si acaso no lo fuimos.
El amor en los tiempos del cólera: una novela enorme sobre un tema gigantesco.