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lunes, 12 de enero de 2015

EL LIBRO DEL BUEN AMOR

Tengo un recuerdo entrañable de este libro. Lo leímos en bachillerato (¡ay, las lecturas obligadas de antaño! ¡ay, aquellos profesores con estudios!) y para mis compañeros y para mí fue todo un descubrimiento: nos reímos a carcajada limpia con su contenido y descubrimos hasta qué punto puede resultar apasionante leer a los clásicos.  Desde entonces, y han pasado años, lo he frecuentado periódicamente y nunca me he arrepentido; siempre lo he pasado bien.
Los pocos datos que se conocen de Juan Ruiz, arcipreste de Hita, se desprenden de algunas líneas autobiográficas dispersas por su Libro del buen amor.  Fue natural de Alcalá de Henares y pasó la mayor parte de su vida en tierras de Madrid y de Guadalajara.  Hita, donde desempeñó el arciprestazgo, pertenece a la actual provincia de Guadalajara.  Su muerte debió ocurrir en torno a 1350.
El Libro del buen amor es obra, aunque con cierta unidad, multiforme y miscelánea. Su título ha sido sacado de contexto, donde a veces se le denomina "Libro de Cantares" y "Libro de buen amor", habiendo prevalecido este último.
El Libro del buen amor y el Libro de Patronio y el Conde Lucanor, del infante don Juan Manuel, constituyen las dos máximas creaciones literarias del siglo XIV español.  Si bien todo el vasto poema del Arcipreste de Hita es un tesoro de jocundidad y de personalidad artística, hay que destacar en él episodios como el de don Carnal y doña Cuaresma, así como sus cantigas de Serrana, o personajes de gran trascendencia literaria, como la imprescindible y divertida Trotaconventos, antecesora directa de Celestina, de la que hablaremos pronto.
La propia antigüedad de la lengua del Arcipreste, unida a la destreza con que sabe emplearla para su propósito literario, contribuye en gran manera a hacer de este libro uno de los más jugosos y vivos de nuestra literatura de todos los tiempos.
Consumir el Libro del buen amor no es sólo degustar los orígenes de nuestra narrativa o beber de los manantíos mismos del castellano; es también sumergirse en un mundo lejano y reconocible y reflexionar sobre hasta qué punto la esencia de la naturaleza humana ha permanecido inmutable a lo largo de los siglos y afrontar la gran verdad de que nuestra lengua es una de las más vivas, longevas, ricas y sorprendentes de todas cuantas han sido puestas en la boca o en la pluma del hombre.
Afronten su lectura sin miedo; no se sientan sobrepasados por la dificultad aparente de su caligrafía arcaica o de su léxico ancestral.  Cuando lo acaben saldrán enriquecidos y habrán vivido una experiencia enternecedora y, les puedo asegurar que muy divertida.