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domingo, 11 de enero de 2015

ELOGIO DE LA LOCURA

Erasmo fue, al finalizar la Edad Media, el humanista más ilustre de Europa.  Nacido en Rotterdam el año 1467 y muerto el 1536, fue toda su vida amante de la libertad, de la independencia, de la cultura y de la paz.  Suficientes pruebas dio de ello en la obra que nos ocupa y en su vida personal.  Amigo de Tomás Moro, a él le dedicó el Stultiae laus o Elogio de la necedad (aquí Elogio de la locura) en 1509.
Enemigo de todo fanatismo, fue un precursor del espíritu moderno; su vastísima erudición y su amplitud de criterios le movieron a dejar impresas unas cuantas verdades a través de su obra.  Fue un hombre equilibrado, solitario, melancólico e irónico, que dio su opinión, con sus ideas y actitud, acerca del porvenir que se dibujaba ya tras el velo que cerraba el escenario contradictorio de su época en crisis.
Por su amor a la verdad tradicional fue humanista, renacentista legítimo; por su defensa vehemente de las cosas nuevas, resultó progresista.  Mas, ante todo y sobre todo, fue un gran amigo de la verdad.  Suya es la frase del elogio: "Dondequiera que encuentres las verdad, considérala como cristiano".  En su afán religioso, no atacó nunca lo cristiano, sino que lo atrajo y trató de purificarlo.  No es extraño que él mismo manifestase "San Sócrates", ya que su método es "obrar lo mismo que los judíos, que, al salir de Egipto, tomaron sus utensilios de oro y plata a fin de adornar con ellos su templo".
Y es que Erasmo recogió la tradición clásica y, con independencia y amplitud de criterio y carácter, defendió unos valores progresistas que sus coetáneos no comprendieron hasta que su legado no alcanzó la posteridad.  Como Alberto Magno y Tomás de Aquino en el siglo XIII, no sólo citaba para refutarlas las doctrinas y opiniones de árabes, judíos y griegos, sino que se apropió y aportó a la ciencia cristiana todas aquellas ideas que no pugnaban con sus dogmas y conclusiones teológicas. Note el lector que estamos hablando de un hombre con un pie en el siglo XV y otro en el XVI que, adelantado a su época (e incluso a la nuestra) utilizó su capacidad intelectual y su pluma para abjurar de aquellas doctrinas ideológicas que, todavía hoy, hacen mayor el puente y más profundo el abismo que separa al mundo científico cristiano del mundo científico civil respecto de los problemas comunes a toda la Humanidad.
En el Elogio de la locura (o de la necedad, si nos atenemos a su auténtica traducción) late un profundo sentimiento religioso, una amplia erudición, una gran agudeza de ingenio y un amor fiel a la sabiduría.  Erasmo fue siempre un creyente, con sus arranques y sus sátiras; jamás desvió su mente de Dios: fue un humanista divino.  A él se puede aplicar la expresión de Santo Tomás, comentando una célebre frase de San Pablo: "La sabiduría humana, en tanto es sabiduría, en cuanto está subordinada a la sabiduría divina; pero cuando se separa de Dios, se convierte en in-sipiencia".
El valor eterno del libro que proponemos esta semana reside en el concepto de que la locura es sabiduría y la sabiduría locura.  Merece la pena aplicarse en su lectura y dejarse conducir por el autor a través de las páginas, seguir sus máximas y disfrutar sus enseñanzas.  Nunca se aprende tanto como cuando se enseña lo ridículo.
Citando a Stephan Zweig al respecto de Erasmo y su obra, añadiremos que "siempre serán necesarios aquellos espíritus que señalan lo que liga entre sí a los pueblos más allá de lo que los separa y que renuevan fielmente en el corazón de la Humanidad la idea de una edad futura de más elevado sentimiento humano".
Nada que añadir.  El Elogio de la locura es una obra inmensa, controvertida, interesante y altamente moralizadora que situará al lector ante el espejo de sus propias convicciones y realidades más profundas.  Abórdese su lectura con transigente modestia y déjese cada cual seducir por la parte que más le toque el corazón.