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domingo, 11 de enero de 2015

EL CANTAR DEL MÍO CID

¿Qué hacemos con las obras maestras más antiguas de nuestra literatura?  Tenemos un idioma con un largo desarrollo temporal que ha producido piezas que, por su antigüedad, están adornadas de un lenguaje medieval tan complejo, que resultan a veces ilegibles para muchos lectores.  Si nos detiene el miedo al desafío y no afrontamos determinados tesoros de nuestra literatura estamos siendo terriblemente injustos y damos de lado maravillosas creaciones que, al ser escritas, "hicieron idioma" y crearon literatura dentro de nuestra ancestral historia.
Afortunadamente el problema entre nosotros es mucho menos grave que en otros países, como en Francia, donde el lenguaje antiguo se aparta tanto del moderno que, para el profano, casi parece ser otro idioma.  Pero no es baladí recomendar una obra tan antigua, compleja y arcaica como el maravilloso Poema del Mío Cid.
La lengua de nuestro poema nacional por excelencia, que es además nuestra primera obra literaria en el tiempo, ofrece enormes dificultades para el lector contemporáneo.  Aunque algo modernizada por el copista del último manuscrito conservado, bastante posterior él a su época de redacción, la obra conserva aún caracteres de gran arcaísmo que han obligado a no pocos hispanistas a hacer ímprobos esfuerzos para ponerla al alcance del público general que se interesa por la expresión literaria de nuestro idioma.
Y es que el Poema del Mío Cid es una joya literaria indiscutible que tenemos que reivindicar con vehemencia a pesar de las dificultades que ofrece.  Asombra pensar cómo en aquella época remota un poeta lleno de emoción pudo ser al mismo tiempo un sereno maestro de la técnica literaria y tallar a geniales golpes de pluma un poema dotándolo de una perfecta trabazón que muchas veces echamos de menos en nuestro Siglo de Oro, tan posterior.
En la estructura, en las líneas esenciales, nada sobra: las bodas de los Infantes de Carrión, la afrenta de Corpes y la venganza de las Cortes de Toledo, son los jalones fundamentales de la acción.  Para ambientarlos y ligarlos era necesario todo lo demás: el patético principio -destierro y miseria del Cid-, los lentos progresos de su gloria, que, llegada a su cima en Valencia, excita la codicia de los de Carrión y despierta en su espíritu la idea de casar con las hijas del Cid.  Y luego, magistralmente, comienza el análisis y la variación matizada del alma de los Infantes: el episodio del león y otras cobardías eran necesarias para que el alma de estos personajes se llenara de rencor.  La villanía de Corpes y la afrenta eran imprescindible para que el alma generosa del Campeador se aprestara a su serena venganza y al restablecimiento de la violada justicia.  Toda esta acción está llevada directamente, poniendo a los personajes delante del lector y dejándolos hablar para que descubran los más recónditos rincones de su alma.
Las reacciones mutuas entre el Cid y los Ingantes de Carrión son obra de un intuitivo maestro del análisis psicológico y a la par de la expresión literaria de un castellano ya muy desarrollado.  Pero en torno a estas figuras bullen otros hombres que, en aéreos y breves trazos, viven y palpitan ante nuestros ojos: unos están allí para nuestra risa, como los judíos interesados, el vanidoso conde de Barcelona o el cobarde rey Búcar; otros, para nuestra admiración y piedad, como los héroes fieles del Cid.  Pero en esta galería de magníficos guerreros, donde podríamos esperar la repetición de las características generales del heroísmo, nos encontramos con unas figuras que están en realidad muy intencionadamente contrastadas.
Y es que, insisto, el Poema del Mío Cid es una de las máximas creaciones de nuestra literatura y no podíamos permitirnos dejar que el público convocado en esta columna quedase al margen de la vindicación de sus maravillas.
Existen ediciones que aclaran pasajes difíciles; otras contienen modernizaciones del texto en verso.  Con eso y todo, cabe destacar que para que el lector disfrute al máximo del poema mismo siempre es lo más recomendable que aborde su lectura "a pelo", ya que el viejo Poema, lo mismo que los otros cantares juglarescos de nuestra Edad Media, está escrito en un verso irregular en el que predomina la base de las siete sílabas dentro de un sistema de asonancias que a veces confunden porque llegan a las ocho.  Estamos ante el romance y cuando los poetas modernos (o los bienintencionados adaptadores) toman esta obra y la convierten sí o sí al metro del romance, que en realidad experimenta una lenta y progresiva evolución entre los siglos XII y XV, salvan una falla de nuestra literatura que no debemos ignorar.
La tradición epicodramática del Poema del Mío Cid se prologa en nuestra literatura hasta el siglo XIX a través de refundiciones que no llegaron a cuajar.  Pero la continuidad épica implícita en el texto es inmortal y soberbia.
A pesar de su antigüedad, la erudición y el respeto al texto original nos permiten apreciar con fidelidad en cualquier versión disponible el carácter indispensable y profundo de una de las obras básicas, esenciales y sobrecogedoramente antiguas de nuestra literatura castellana y universal.  Pocas lenguas pueden presumir de contar en su tradición literaria con una joya como el Poema del Mío Cid, una obra que, considero, resulta de indispensable lectura para todos aquellos que se quieran asomar a nuestro acerbo literario, al conocimiento de nuestro idioma y al entendimiento de nuestra cultura.