Hubo un tiempo en el que en las Españas, a pesar de haber una dictadura, las grandes editoriales lo eran más por la calidad de sus publicaciones que por su presunto tamaño económico o pampaneo mediático (permítaseme la expresión). Aguilar (la de verdad, la de antaño, la de don Manuel y luego don Carlos) no sólo aportó a las estanterías de nuestro país una desproporcionada cantidad de títulos de relevancia indiscutible, sino que, lejos de basar su publicidad y nobleza de sangre en premios, lo hizo en función de la indiscutible calidad de las ediciones u ofreciendo lo mejor de lo mejor a precios asequibles para el público de bolsillo angosto, que era el de casi toda la España que no había emigrado. Como todo en este país, la editorial estaba llena de trucos y trampas. Don Manuel pagaba muy poco a los traductores que, del francés, traducían casi al peso las obras de autores rusos, polacos, escandinavos y un largo etcétera... De hecho, don Manuel Aguilar pagaba poco en general, pero le daba a sus empleados unas ventajas y un trato que, si me fuese dada la oportunidad de entrar en detalles, más de un asalariado de hoy en día se quedaría boquiabierto por sus detalles y por el presunto anacronismo de la época a la que nos referimos (y no es broma). Otrosí añado que el señor Aguilar (padre) engañaba muy bien al Régimen de Franco, porque había una ley que permitía vender los títulos de autores incómodos hasta agotar las existencias so condición de no volver a editarlos jamás. Pero lo que hacía esta empresa era editar miles de ejemplares de Lorca, Galdós, Benavente, Machado y otros proscritos en México para importarlos por barco a España y, claro, los volúmenes no solo no se agotaban nunca, es que además se vendían como churros. Intuye uno que algún trapicheo existiría con la corrupción de la época al fin y al cabo, pero lo cierto es que no hacía mal a nadie: se le dio cultura al pueblo (más que ahora) y el dictador murió de viejo; ergo todos contentos.
Permítaseme contar esta anécdota porque mi padre participó activamente de los tejemanejes de la editorial y le llevó muchos sobres de royalties a la hermana del poeta granadino en los años cincuenta y sesenta. Puede imaginar el lector la cantidad de anécdotas que conoce el que suscribe sobre la época y las prácticas del momento y de la empresa, muchas de las cuales todavía no se pueden contar, si bien merece la pena ir preparando al lector y poniéndolo en antecedentes para un futuro próximo.
Y es que todo esto viene a cuento porque uno de los autores más controvertidos que Aguilar osó traer a España, en plan desafiante y chulesco -don Manuel era así, gracias a Dios- fue nada menos que a Bertrand Russell. Y por fortuna Pesadillas de Personas Eminentes y Otras Historias obra en mi poder gracias a estas dos concomitancias del Destino: que don Manuel fuese un hombre atrevido, castizo y chulo, y que además contratase a mi padre.
Mucho podríamos decir de este autor, premio Nobel de literatura, ahijado de John Stuart Mill, huérfano desde los seis años, adolescente solitario, aventajado estudiante de Cambridge, donde cursó matemáticas, gran viajero y enorme filósofo del siglo pasado. Si hay algo que destacar de Russell es su pacifismo, que ya se hizo notorio en la Primera Guerra Mundial y que se tuvo que convertir en beligerante en la Segunda Guerra porque, como pensador que era, el autor tuvo que admitir que a veces hay que dejar a un lado determinados principios para erradicar males mayores, en este caso el nazismo.
Los títulos de sus obras hablan por sí solos sobre su personalidad: Por qué no soy cristiano y otros ensayos fue una de sus obras más famosas, pero Aguilar no pudo, no quiso o no se atrevió a traerla a España. Pero sí que llegaron otros títulos no menos sugestivos: El impacto de la ciencia en la sociedad, Ciencia, filosofía y política, La guerra nuclear ante el sentido común, La evolución de mi pensamiento filosófico, Victoria sin armas, ¿Tiene el hombre futuro? o Perspectivas de la civilización industrial, entre otros.
Pesadillas de Personas Eminentes y Otras Historias es, junto con Satán en los suburbios, la contribución de Russell al género novelesco. Satán en los suburbios, al publicarse, fue considerado, en principio, como una desviación del filósofo. Pero el éxito acompañó a esta obra y permitió el advenimiento de la que nos ocupa.
Estamos ante una serie de relatos cortos, pesadillas soñadas por importantes figuras, entre ellas la reina de Saba o el mismísimo Stalin, y en esto el autor se adelanta décadas a Antonio Tabucchi y su famoso Sogni di sogni. A través de ellas, Bertrand Russell nos sorprende con su irónico conocimiento del mundo y de los secretos de la personalidad humana. Y no deja títere con cabeza: pone descaradamente en evidencia la falsedad de los poderosos, la estupidez del rigor religioso cuando no admite réplicas (de eso Russell sabía mucho, pues fue educado en un ambiente tremendamente estricto dentro de la fe). En el relato Pesadilla de un Psicoanalista, se burla abiertamente de los filosofios redundantes e inaccesibles a los que a veces llegan determinados pensadores; y lo hace con la exquisitez y elegancia que siempre lo caracterizaron: usando de víctimas propiciatorias a personajes de Shakespeare, a los cuales tumba en el diván freudiano para "psicoanalizarlos y curarles sus males", resultando de todo ello un divertido y divino desastre (impagable la escena de Otelo). Tras varias burlas políticas, alguna de ellas muy osada pues se atreve al autor a pronosticar el futuro de occidente o los Estados Unidos si determinadas políticas antidemocráticas prosperasen (en referencia abierta a la Caza de Brujas del Macarthismo), la obra se va redondeando incluso a través de una mofa abierta a los números cardinales (La Pesadilla del Matemático), que adquiere doble relevancia si atendemos al origen académico de su autor. Pero donde Russell riza el rizo y nos deja absolutamente estupefactos es en los dos relatos finales, mucho más largos, en los cuales ironiza sobre el origen de las religiones y su utilidad y de hecho se permite cuestionarlas abiertamente y sin compasión. Zahatopolk es un relato de cincuenta páginas en el que el mito religioso y político absolutista es extrapolado al Perú quechua en un futuro muy lejano. Un régimen que a veces recuerda al stalinismo, otras al nazismo y otras al cristianismo más radical y que en realidad es la temida mezcla de todos que se preveía en los albores de la segunda mitad del siglo XX, es puesto en duda y colapsa a través de alguien que se enfrenta a los reaccionarios para crear, sin buscarlo ni quererlo, otra religión indiscutible que dará lugar una nueva saga de reaccionarios tan radicales como los anteriores. Toda una lección de historia y moral que no deja al lector indiferente. En cuanto al relato Fe y montañas, lo cierto es que su conclusión es tan sobrecogedora que prefiero cerrar este artículo con dos párrafos extraídos del propio texto:
"La locura es natural en el hombre."
"Verdad es que pensamos, pero pensamos de tan deficiente manera, que muchas veces considero preferible que no fuésemos capaces de hacerlo."
Y con esto queda dicho todo. Pesadillas de Personas Eminentes y Otras Historias es una obra que recoge, en diez relatos cortos y dos largos, toda la filosofía sobrecogedora de su autor y que da mucho que pensar. Aun a sabiendas de que es difícil de encontrar, animo al lector a que lo busque, lo consiga y lo disfrute, pues está ante un verdadero tesoro de la literatura y del pensamiento contemporáneo.