Fernando de Rojas, Rodrigo de Cota, Juan de Mena, en opiniones dispares, pasaron durante muchos años por padres de esta joya literaria que se llama La Celestina o Tragicomedia de Calixto y Melibea. ¿Escribieron Cota o Mena el primer acto y Rojas los veinte últimos? ¿Son todos ellos producto de una misma mano? ¿Un mismo ingenio logró los dieciséis primeros, siendo postizos y muy posteriores los cinco siguientes? Cada pregunta tiene sus defensores y sus impugnadores.
Pero para los más eruditos lingüistas y estudiosos de nuestra literatura, la paternidad de Fernando de Rojas parece fuera de toda duda. El autor parece que fue un bachiller de origen judío y natural de Puebla de Montalbán.
Las fuentes de las que bebe La Celestina son muchas y diversas: la Biblia, Origenes y San Pedro Crisólogo, Aristóteles, diversas sentencias de la literatura griega y de la latina, Virgilio, Ovidio, Persio, Terencio, Séneca, Publio Sirio y Boecio. También influyen en el texto Petrarca y Boccaccio, italianos renacentistas; y de España, el Arcipreste de Hita, Alfonso X el Sabio, el Arcipreste de Talavera, Diego de San Pedro y algunos otros escritores del siglo XV.
Y así como muchas fueron sus fuentes, no pocos serían sus imitadores posteriores: Feliciano de Silva (Segunda comedia Celestina), Gaspar Gómez de Toledo (Tercera Celestina), Sancho Muñón (Rosalía), Francisco Delicado (La Lozana andaluza), Sebastián Fernández (La Tragedia Policiana), etc... La lista de influencias de La Celestina en otras obras posteriores es larguísima.
Del éxito inmenso de La Celestina da una idea el que se lanzaran, solo en el siglo XVI, más de veinticinco ediciones, y el que fuera traducida a los principales idiomas europeos por el célebre humanista Gaspar Barth. En 1506 ya lo estaba al italiano; en 1520, al alemán; en 1527, al francés; al inglés, en 1530.
Pero la primera edición conocida de esta obra es la de Burgos, de 1499. ¿Existió alguna anterior? La respuesta es sí. Existen vagas referencias a una de 1498. La de 1499 salió de las prensas de Rodrigo Alemán de Basilea, y en esta edición rarísima, la obra no consta sino de dieciséis actos primeros, precedido cada uno de ellos de su correspondiente argumento. Son los dieciséis actos atribuibles a Fernando de Rojas, siendo los otros cinco obra del avispado editor Alonso de Proaza, que en 1501 lanzó en Sevilla la segunda edición, ya conocida como La Celestina.
En cualquier caso, la importancia de esta obra es excepcional por varios motivos. Celestina, Calixto y Melibea son tipos esenciales y paradigmáticos. Calixto representa el neoplatonismo de la finita Edad Media respecto de la concepción idealista de la amada. Melibea es el ideal de mujer hecho carne (más bella, dulce, pastosa y caliente que ella ni Julieta, ni Inés, ni mujer alguna -perdónenme). Celestina es perfecta como fría alcahueta; su realidad es tan intensa como extensa, hasta el punto de que ha logrado convertir su apelativo en nombre propio.
En el inmenso mundo de la literatura universal apenas si existen diez o doce creaciones que resistan la comparación con esta figura gigantesca de la Edad Media, ya esbozada por nuestro Arcipreste de Hita en su Doña Endrina, en cuanto representa brujería, malicia, artimañas, cacumen de miras egoístas puestas al servicio de las mundanas pasiones del prójimo.
En un castellano exquisito, no exento a veces de cierta ampulosidad, encontramos (y he ahí el tesoro de la obra) otro estilo y lenguaje: vivo, popular, callejero, que se derrama por la pieza dramática como una atmósfera realista y apropiada a los tipos humanos que describe, los cuales sienten y padecen como los lectores que asisten a sus peripecias.
Una joya entre las joyas. Un tesoro. Una obra excepcional.