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sábado, 24 de enero de 2015

LA FONTANA DE ORO

La Generación del 98 estuvo compuesta por unos formidables tipos humanos. Grandes literatos. Españolazos de tomo y lomo. todos individualistas, todos autistas líricos que, pese a su personalismo, constituyeron un verdadero grupo generacional, y la charnela que los enlaza y por la que tanto nos hemos preguntado siempre, se reduce a una palabra: España.
Incluso los que no querían ser del 98, como Baroja, resultaron atrozmente españoles, de confesión o de comunión con las cosas de España y sus pueblos, su Historia, sus gentes, las costumbres, el agonismo de este país que cuando degenera en costumbrismo se llama esperpento.
Si algo tenemos que aprender del 98, aparte la plural lección literaria, es a interesarnos por el país no sólo en lo económico, en la dependencia financiera de Europa, en lo técnico, sino en el ser/estar mismo de España, porque el hombre es él y su circunstancia, según el inminente Ortega, que les llegó detrás, y negar España hoy como entonces, tanto en la político, la enseñanza o el pasaporte, es dejar al ciudadano sin circunstancia. El intelectual no es planta de secano, sino que necesita echar raíces, nutrirse de su suelo y de su entorno, medita sobre lo que hay, sobre lo que tenemos.
Así hicieron crítica de España los noventayochistas Azorín, Unamuno, Baroja, Valle-Inclán, Machado y, obviamente, Galdós. Galdós antes que ninguno. Por eso -y porque en el anterior artículo definimos a Camilo José Cela como el último exponente de esa generación, su nieto, su resultado- hoy toca hablar de don Benito y de una obra poco conocida pero singularmente particular.
La Fontana de Oro es el título de la primera novela publicada por Benito Pérez Galdós. Empezó a escribirla, a ratos perdidos, en 1868. No era el novelesco un género en el que el escritor canario hubiera pensado con ilusión. Había escrito versos, artículos, dramas en verso y en prosa. Había pintado. Había llegado a tocar, de oído, el piano. Estudió con aprovechamiento las disciplinas jurídicas de la Facultad de Derecho de la Universidad Central.
Vivía en Madrid desde finales de 1862. Le atraía sobre todo el teatro, pero a pesar de su incipiente drama "La expulsión de los moriscos", el espaldarazo definitivo le llegaría a Galdós de la mano de aquella ficción novelesca que había estado escribiendo sin ilusión, a ratos perdidos, y la cual no tuvo otro precedente conocido que un cuento: La conjuración de las palabras, publicado en 1868.
El año 1870, mientras la Revista de España daba a conocer en tres de sus números la novela galdosiana La sombra, el impresor Nogueras lanzaba a la pública curiosidad la primera edición de La Fontana de Oro.  Es curioso el contraste de comparar esta primera novela de Galdós con las primeras producciones de todos los grandes novelistas españoles del siglo XIX. En las de éstos se advierten titubeos, indecisiones, inexperiencias, estilo vacilante y flojo, inmoderado e inmaduro afán de mil disquisiciones filosóficas. Por el contrario, en La Fontana de Oro todo es naturalidad, precisión, claro estilo, pura literatura.  La primera obra de Galdós es ya una novela perfecta. El propio Pereda confesó que creía que quien la escribió habría de contar cuarenta años de vida por la experiencia y seguridad que delataban sus páginas.
Lo de menos en La Fontana de Oro es su trama amorosa, los amores contrariados de Lázaro, afamado orador romántico que profesa el liberalismo más agudo, con Clara, desdichada muchacha víctima de la maligna locura de su protector, don Elías Orejón y Paredes, alias Coletilla, quien es un furibundo, un rabioso, un frenético defensor de la monarquía absoluta, y, por tanto, se opone, valiéndose de mil tretas perversas, a los amores de aquéllos.
Lo de menos en La Fontana de Oro es lo que pudiera llamarse armazón novelesca. Las andanzas políticas de Lázaro, las inquietudes vividas por Clara, la aparición del militar de noble familia, Bozmedinano -buena estampa, carácter abierto y simpático-, quien se enamora también de la huérfana. Las controversias de los dos galanes, los enredos y peripecias de una fuga aparentemente amorosa de la protagonista... Todo eso es lo de menos.
Lo interesante de esta obra es el ambiente y la evocación de los mil sucesos históricos que narra desde una óptica absolutamente novelesca. Quizás estemos ante la primera novela histórica española.
La Fontana de Oro era un café situado en la Carrera de San Jerónimo, donde hoy están las Cortes españolas, próximo a la Puerta del Sol, en donde se reunían todos los días los conspiradores más fogosos para pensar con rabia contra el absolutismo.  Los cafés políticos abundaban por aquella época en Madrid. Recordemos el Lorencini, la Cruz de Malta, Los Comuneros... La acción de la novela transcurre entre 1820 y 1823, en el momento en el que triunfa el liberalismo y España retorna a la tiranía monárquica.
Galdós acierta a describir de manera pasmosa las reuniones clandestinas de los constitucionalistas en los domicilios recónditos de algunos de sus jefes, las emocionantes tertulias en los viejos cafés con salidas secretas, vigilados por feroces polizontes, las algaradas callejeras con los cánticos del Lairón, el Trágala y otros similares; los choques bravos de los milicianos y los realistas con bayonetas y gritos ocasionales; las logias de los flamantes masones, cuyo único Grande Oriente era la politiquilla del momento, las agitadísimas sesiones de los comuneros de Padilla y de los serafines de El Ángel Exterminador; los fusilamientos en masa y el espectáculo de la horca en la Plaza de la Cebada; las funciones patrioteras en el teatro de los Caños del Peral; las intrigas palatinas encismadas y encizañadas por el propio rey Fernando VII el Deseado.
Cuando Galdós escribe La Fontana de Oro es ya un maestro en el madrileñismo. Nadie mejor que él conoce la Villa y Corte, sus calles más pintorescas, sus establecimientos más curiosos, sus costumbres más singulares, sus imperecederas tradiciones... Y de su mano maestra, con la sobriedad y emoción con que pudiera haberlo hecho Velázquez, pinta Galdós mejor que escribe unos escenarios costumbristas para su magistral obra.
Por si lo apuntado no bastara ya para el interés y el valor de La Fontana de Oro, es necesario recalcar la gracia y emoción humanas con que Galdós logra desarrollar la personalidad de sus criaturas, principalmente de aquellas que deseempeñan un papel secundario (los actores secundarios son la especialidad de don Benito). Así, la descripción de las señoras de Porreño, de sus vidas y costumbres y de su curiosísimo domicilio, es de una riqueza tal en detalles, de una naturalidad tan apabullante y llena de primores de observación y sensaciones, que en nada desmerece al mejor Dickens.  Y son muchos los personajes históricos que, descritos por Galdós, perduran en la memoria del lector con más fuerza y verosimilitud que si hubieran sido descritos por la mano de un historiador de la época, por muy meticuloso que éste hubiera sido.  Dicho de otro modo: la sugestión que el novelista es capaz de crear en el lector es tanta y tan profunda, que invalida la verdad del investigador cuando ésta le es contraria.
Otros méritos de La Fontana de Oro es el ser una novela eminentemente nacional. Todo en ella transpira españolismo. Su dicción y su lenguaje. La concepción y su desarrollo. Los personajes y el fondo del cuadro. Las pasiones que laten y los anhelos que se disparan. La Fontana de Oro es la primera gran novela española de la época contemporánea y una de las bases primigenias de lo que se daría en llamar la Generación del 98. Y si en el artículo anterior,digo, habíamos definido a Camilo José Cela como el nieto directo y último de dicha generación, justo era dedicarle un artículo a la obra que podría ser considerada como la madre de todo un movimiento básico y clave sin el cual no entenderíamos la literatura española del fenecido siglo XX que, como diría Umbral, fueron nuestros cien años de soledad.