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martes, 13 de enero de 2015

CRONICAS MARCIANAS, de Ray Bradbury

La primera mitad del siglo XX fue para todos los habitantes del planeta menos para los de siempre el período de la explosión tecnológica, de los grandes discursos totalitarios, de las guerras mundiales y sus posguerras, de las posibles malas consecuencias del liberalismo económico... y de la perplejidad que condujo al pesimismo.  Si la centuria se inauguró con una literatura de ficción científica algo naïf, heredada de un optimismo sociológico decimonónico que veía en la ciencia la seguridad de un futuro prometedor, las realidades no tardaron en hundir la creatividad de los autores en los argumentos más tenebrosos.
No es casual que Aldous Huxley escribiese Un mundo feliz en 1932, George Orwell su 1984 en 1948 y Ray Bradbury las Crónicas marcianas en 1946.  Tres espejos distintos reflejando una misma desazón. ¿Llevaría la ciencia al hombre más allá de su atmósfera o caería en manos de políticos totalitarios que la utilizarían contra la población para someterla?  La misma tecnología que dividía el átomo para obtener electricidad a bajo coste podía dividirlo para matar millones de individuos de un sólo plumazo a golpes de megatón. Tal es la realidad de todo el siglo XX, que es un siglo de paseos lunares y  carreras armamentísticas.
Y en su intento por describir un posible futuro de la humanidad en base a referencias contemporáneas, Huxley, Orwell y Bradbury ofrecieron tres versiones complementarias y atroces de sus temores más oscuros. ¿Por qué? En Crónicas marcianas hay una frase esclarecedora que nos lo explica:

"Siempre había una minoría que tenía miedo de algo, y una gran mayoría que tenía miedo de la oscuridad, miedo del futuro, miedo del presente, miedo de ellos mismos y de las sombras de ellos mismos". 


El miedo como gran motor de la civilización. ¿Acaso el mundo no había estado avanzando a golpes de miedo más que de industria? El miedo al Infierno, el miedo a la represión, al castigo, a la represalia, a Dios, al enemigo, al más Allá, a los extraterrestres de H.G. Wells, a la caída de la Bolsa, al hambre... ¿Qué es la Historia de la Humanidad sino una enorme enciclopedia de terrores atávicos fomentados por las estructuras de poder que en cada instante recogen la herencia y la perfeccionan exponencialmente para convertir el miedo de ayer en un miedo mayor del mañana? ¿No se basó la Guerra Fría en el miedo recíproco de las potencias? ¿Acaso no hay miedo hoy? Lean la prensa del día y díganme si no estamos conducidos por el miedo incluso en la hipertrofiada era de internet, en la que la libertad de expresión se ha convertido en un nuevo miedo para quienes la pretenden ejercer.
El hombre que Ray Bradbury envía a colonizar el planeta rojo lleva en su equipaje todas las paranoias existenciales y todos los defectos que han ido sistemáticamente entorpeciendo nuestro avance como civilización: la xenofobia, el racismo, la ambición desmedida, el radicalismo, la intransigencia... y un largo etcétera que engloba todos los etcéteras posibles.
Y si bien podemos considerar que Crónicas marcianas es una novela de ciencia ficción que predice el avance tecnológico de la Humanidad (sorprendente el capítulo que describe a la perfección la casa domótica) no deja de ser, ante todo, una magistral recreación futurible del pasado de la misma. En el exterminio de los marcianos, que son presentados como una cultura ancestral, pacífica y filosóficamente muy avanzada, es reconocible el exterminio de todos los habitantes indígenas americanos por parte de los europeos, primero, y de los estadounidenses después. El capítulo del éxodo de los negros es particularmente inteligente, ya que critica ferozmente a una sociedad que no dudó en usar a los afroamericanos como carne de cañón contra Hitler, pero que mucho menos titubeó a la hora de negarles sus derechos hasta que no tuvo más remedio que ceder, lustros después (y digo "ceder").
Otro fragmento demoledor que evoca tiempos pasados y, para Bradbury, futuros:

"Los hombres de la Tierra llegaron a Marte.
Llegaron porque tenían miedo o porque no lo tenían, porque eran felices o desdichados, porque se sentían como los Peregrinos, o porque no se sentían como los Peregrinos. Cada uno de ellos tenía u
na razón diferente. Abandonaban mujeres odiosas, trabajos odiosos o ciudades odiosas; venían para encontrar algo, dejar algo o conseguir algo; para desenterrar algo, enterrar algo o alejarse de algo. Venían con sueños ridículos, con sueños nobles o sin sueños."

Crónicas marcianas es una proeza demoledora cuyo planteamiento formal se basa en relatos cortos individuales, a veces contrapuestos, que plantean un desarrollo de la trama entre los años 1999 y 2026. Con un lenguaje sencillo y un estilo literario de tan alto nivel que hasta captó la atención de Jorge Luis Borges, quien llegó a prologarlo, puede ser entendido como una novela de terror, un tratado sociológico, una novela de ficción científica, un libro de la conquista del Oeste... o todo ello a la vez. Y es que cada página supera a la anterior en descabalgar al ser humano de su indolencia también atávica. De hecho, la indolencia es el gran enemigo en la obra, como lo es ahora en nuestro presente. El genial episodio titulado Los pueblos silenciosos, en el que su protagonista se cree el último hombre vivo  sobre el planeta y, cuando encuentra a la última mujer, a las pocas horas de conocerla decide huir de ella hasta el punto más lejano de Marte porque no le gusta ni físicamente ni por su carácter es demoledor: ¿estamos los humanos preparados para convivir siquiera entre nosotros? No: somos capaces de aniquilar nuestra especie con tal de no tener que soportarnos.
¿Hay esperanza en el ser humano? Para Bradbury sí que existe, y es la cultura. Sólo un hombre de entre todo el elenco que conoceremos a través de sus páginas nos da esa solución cuando se enfrenta a uno de sus compañeros:

"He encontrado algo que es para mí como una religión. Como aprender a respirar otra vez. Sentir en la piel la caricia del sol, dejar que el sol trabaje en uno, escuchar música, leer un libro. ¿Qué me ofrece a cambio la civilización de usted?"

Y sólo por decir eso, el otro lo mata. Así que tal vez la moraleja sea que mientras exista el miedo nunca tendremos esperanzas.
Lean Crónicas marcianas, por favor. Además de ser una delicia literaria, es una de esas novelas de cabecera que conviene frecuentar cada dos o tres años con el periódico a mano y los antidepresivos recetados.