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sábado, 24 de enero de 2015

ANÍBAL, de Gisbert Haefs

Toda novela histórica intenta acercar al lector al escenario que narra tanto como a sus grandes actores.  Se suele recurrir, aunque no siempre, a la introducción en el relato de un testigo de primera mano. Unas veces el truco consiste en la invención de las memorias del propio protagonista (Memorias de Adriano, de Margueritte Yourcenar, o Yo, Claudio, de Robert Graves).  Pero estas falsas autobiografías tienen sus riesgos, pues el estilo casi nunca es convincente y sí a menudo pedante.  Quizás por ello los arriba mencionados sean excepciones que confirman la regla.
Menos comprometido es fingir un testigo inmediato y de excepción, un "narrador amistoso".  Frente al austero biógrafo, el novelista puede permitirse fantasías sacándose de la manga un testigo excepcional de los hechos que actúa como narrador.  Así la narración se ejecuta en tercera persona pero a corta distancia y le permite al autor reinterpretar los hechos con simpatía y naturalidad cómplice.
Pero, tratándose de grandes personajes de la Historia, el autor no puede alterar hechos ni cronologías.  Y si Aníbal, por ejemplo, no puede atacar Roma y ha de ser derrotado, el novelista, a través de su narrador cómplice, lo único que puede hacer es aprovechar para explicarnos mejor las razones de estos hechos tirando ¡ojo! de la fantasía.
Y así es como Haefs recurre a Antígono, actor y narrador parcial de muchos de los episodios y alterna sus aventuras personales con las grandes empresas de Aníbal, Amilcar o Cartago.
Aníbal, qué duda cabe, es una novela ambiciosa que abarca un amplio período de la Historia Antigua y un vasto escenario.  Escenas dramáticas y descripciones vívidas, a veces de enorme crueldad, se compaginan con viajes no sólo a Roma con Anibal, sino que Haefs agrega expediciones de Antígono más allá de Britania, hasta la nórdica Thule que describiese Pítheas.
El autor, documentado y meticuloso hasta la extenuación (como buen alemán) refleja bien las características que le presuponemos a aquel mundo antiguo en el que los viajes eran pródigos de aventura y las gentes más diversas que ahora.  A menudo resulta cansino con las descripciones (es alemán) y ofrece un exceso de meticulosidad, pecando de parcialidad al posicionar al lector del lado de los grandes perdedores de la Segunda Guerra Púnica (ése es su mayor pecado y el dato que aleja su obra de ser una novela histórica para convertirla en una ficción histórica).
Sin embargo admitimos que el relato es coherente, poco contradictorio con los historiadores y que relata a la perfección la apasionante gesta de su auténtico protagonista, Anibal el Bárcida. Una novela para no aburrirse.