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lunes, 5 de enero de 2015

SAN CAMILO 1936

No puedo comenzar este artículo sin confesar mi admiración por el escritor. Uno, cuando lee, busca en sus autores preferidos la paz, la evasión o el deleite, pero cuando afronta la lectura de cualquier obra de Camilo José Cela siempre encuentra mucho más que eso. No me refiero simplemente al rumor galaico de su palabra irónica -siempre he pensado que los autores gallegos son los que mejor manejan el castellano ya que parece que llevan el latín pegado a la espalda cuando abren la boca o desenroscan la pluma.  Tampoco son los temas que desarrolla, muchas veces actores secundarios de su propia literatura. Quiero decir que Cela es sinfónico en su literatura; igual moscardonea un violín para seducirnos que explota un trombón y hace estallar su musicalidad estilística aun a riesgo de provocar víctimas en los palcos de sus lectores. Todo vale con tal de no dejar indiferente al auditorio.
No voy a pedir perdón por mi subjetividad. Al fin y al cabo estoy aquí para ser subjetivo con los libros que reseño. Cela es mi debilidad, y lo es por muchos motivos: cada día creo más en la divina utilidad de la literatura de Camilón.
Cela tenía un objetivo en la vida: ser Camilo José Cela. Y en él puso toda su voluntad. Umbral contaba que su primera esposa lo decía bien claro: "Camilo sólo vive para ser Cela, sólo le importa Cela, siempre está en Cela, y hace bien, sólo así se llega adonde él".  Totalmente de acuerdo, pero llegó porque tenía el talento que nos falta a todos los que pretendemos escribir.
En su filarmónica literatura uno se da cuenta en seguida de que está ante el heredero directo de la generación del 98, no sólo por la prosa, sino por la pasión que el autor siente hacia España y sus gentes. Cela ama a sus personajes. Su humorismo es un indicio de su entendimiento del mundo como broma. Su visión de la novela y del mundo es estética e irónica.  No cree en la seriedad de las pasiones humanas ni en la gravedad de los asuntos ni siquiera cuando habla con desconcierto palpitante de nuestra maldita Guerra Civil. ¿Cómo un autor así iba a poder salir alguna vez de sí mismo? Cela tenía que ser Cela.
Camilo José Cela fue muy un crítico muy amargo de la triste historia de España. Y el máximo exponente de su amargura lo encontramos en San Camilo 1936, cuyo título íntegro es Vísperas, festividad y octava de San Camilo del año 1936 en Madrid.
En efecto. La novela está ambientada nada menos que en la semana previa al inicio de la Guerra Civil Española, y es un monólogo a lo James Joyce (Ulises), en tono reflexivo de la demencia colectiva que precedió al estallido armado. No olvidemos que Cela fue mozo de reemplazo en 1937 y se vio involucrado, sin comerlo ni beberlo, como díría él años después, en uno de los dos bandos de la contienda como habría podido verse metido en el opuesto. De ahí la magnífica dedicatoria con la que se abre el libro: 

A los mozos del reemplazo del 37,  todos perdedores de algo: de la vida, de la libertad, de la ilusión, de la esperanza, de la decencia. Y no a los aventureros foráneos, fascistas y marxistas, que se hartaron de matar españoles como conejos y a quienes nadie había dado vela en nuestro propio entierro.” 

Así es. La mitad de los compañeros de quinta de Camilo murieron en el campo de batalla. Fue producto del azar que él no cayese con ellos.
De las guerras suelen escribir los que no las viven desde dentro, pero no es el caso. San Camilo 1936 es una confesión, un grito, una queja y una interrogación acuciante acerca de la naturaleza humana imbricada dentro de un esquema de normalidad/horror que su autor vivió en primera persona. El autor plantea disyuntivas aleatorias "dar de comer al hambriento, no dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, no dar de beber al sediento", y luego en una acción oblicua y furtiva ("llevarle un chivatazo a la policía"), desemboca en una acción directa: "asesinar alevosamente a un compañero de colegio". Y es ahí donde el lector se da cuenta que ha sido gradado sutil y rápidamente, de un modo imperceptible a primera vista, al tema fundamental de la obra, que tal vez no sea otro que el absurdo comportamiento humano.
Todo el siglo XX fue una controversia entre la razón y la sinrazón, desde el fascismo al comunismo, desde el arte abstracto al convencional. En 1969, treinta años después de la contienda, Cela firma una obra en la que abre la caja de Pandora, saca los fantasmas del recuerdo, interroga a su propia generación y protesta, con angustiosa aceleración, ante los dos bandos de la guerra civil, en uno de los cuales participó en primera persona y ante el que se enfrenta con la obsesión de quien se halla ante un espejo esmerilado, para preguntarse/preguntarles a todos sobre el desdoblamiento o duplicidad del individuo. En algunas páginas lo hace usando la metáfora del homosexual, ante quien no es hostil ni mucho menos, pero con el que hace símiles metafóricos entre la sodomía pasiva y el homicidio potencialmente latente en la delación y la cobardía física, que expresa heterosexualmente. El sexo, la sexualidad, es una excusa para plantear el delicado tema de la incapacidad que redujo España a cenizas y llenó de cadáveres los arcenes de las carreteras.
A Cela le gusta poner en evidencia la sensibilidad del lector por medio de su cauce de comportamiento ante el horror sobrecogedor que le produce la irreflexiva división de un pueblo que ama en dos bandos contrapuestos y violentos y para ello juega a la bifurcación de la identidad, que no es otra cosa que la dúplice moral que todos tenemos dentro, esa suerte de trastorno bipolar que acecha nuestras conciencias. La frase "la estulticia de las fuerzas conservadoras sólo es comparable a la estulticia de las fuerzas revolucionarias" resulta un reproche fantástico al mundo esquivo y hostil que conoció.
Hacen falta hoy textos como éste, de enceguecedora verdad crítica, siempre más irónica que apasionada, nunca fanática a efectos sociopolíticos, para entender muchas cosas.  No puede haber más reproche que en algunas de sus frases finales:

...los españoles tenemos que cuidarnos del propio español que llevamos dentro... para que no nos degüelle mientras dormimos... el español es pirómano porque quiere borrar todo vestigio de su pasado, toda crónica de su presente y toda esperanza en su porvenir... el español se avergüenza de su pasado porque teme a su presente y se desentiende de su porvenir... p. 326

....esto no es sino una purga del mundo, una purga preventiva y sangrienta pero no apocalíptica, el fin del mundo se anunciará con signos muy claros e inequívocos... por ahora ningún signo se advierte, podemos irnos a dormir tranquilos, debe ser ya muy tarde, te aseguro que importa menos el sufrimiento que la conducta, vayámonos a dormir, debe ser ya muy tarde y el corazón se cansa de tanta necedad. p. 333-334

El odio, manifiesta Cela, es autodestructivo. Y España es peligrosa, más que por dura, por desconcertante en sus odios. San Camilo no es únicamente un libro sobre la guerra, o sobre una guerra concreta: es una novela sinfónica sobre el hombre, y de ahí que posea la genuina e imponente grandeza de un clásico.  En la literatura hay que apostar siempre por la calidad y las turbadoras relaciones que el autor hace entre el impulso sexual y el criminal como psicopatología latente en la vida diaria son un claro ejemplo de cómo un autor, Camilo José Cela, puede hacer literatura dentro de la literatura, eficacia del estilo para transmitir un mensaje pacifista, altamente inflamable y contundente hacia las dos Españas que nunca dejaron ni dejarán de ser una, no tan grande y apenas libre. Los móviles de los bandos son la excusa. Un traumatizado Cela escribe, treinta años después de los hechos, un recordatorio sobre lo que no se debe nunca olvidar para que la vergüenza reviente los tímpanos de sus protagonistas activos o pasivos. Lo dicho: una obra filarmónica como pocas que recomiendo vehementemente.