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viernes, 13 de diciembre de 2013

LOS MOROS Y LOS MUSULMANES INVADEN ESPAÑA

 
 Querido Santiago:
Retomamos nuestra correspondencia abordando la realidad de una cultura que, no siéndonos de nada ajena a los españoles, resulta lamentable cómo la percibimos.
No sé si te habrás dado cuenta de que la diferencia entre "moro" y "musulmán" (o árabe) se reduce a un medio de transporte: en si llegan en patera a
Algeciras o en yate a Marbella. Es inaudito cómo el chasis de una embarcación puede cambiar el concepto, la imagen e incluso el olor de una persona a la que sin embargo nos gusta discriminar por motivos de religión. Chocante.  Con qué pocas palabras podemos compendiar todo el universo de una sociedad.
Habitamos un mundo en el que todo se vuelve noticias que se anulan las unas a las otras, e ignoramos dónde se encuentra la verdad, si es que hay alguna. Resulta sobrecogedor que todavía haya en España muchas personas que piensen que fuimos invadidos por los moros, desplazados hasta Covadonga y que nos pasamos casi 8 siglos recuperando nuestro legítimo territorio. La ignorancia humana es inaudita cuando pasa de generación en generación y es elevada como un sacramento en los altares de la propaganda.
En Córdoba, ni en ningún otro lugar de la Península, los árabes no entraron a caballo, sino a pie y de uno en uno.  Jamás hubo una invasión guerrera musulmana como se nos ha hecho creer por los historiadores de uno y otro bando.  La islamización de nuestro territorio (¿nuestro?) no se debe a una conquista árabe procedente de África.  Trabajo nos cuesta a los que estudiamos estas coas adentrarnos sin prejuicios en los textos, comparar datos y fechas, y procurar no abandonarnos, nosotros también, a unas ideas preconcebidas que rubricar.  Porque ése suele ser el error de los cronistas, que a menudo no tienen más prueba de sus afirmaciones que el haber sido hechas de antemano por otros.
En el año 711 de la era cristiana no había pasado aún un siglo desde el comienzo de la mahometana.  El norte de África, por descontado, no era aún islámico, y mucho menos árabe.  ¿Qué iban a pintar allí, tan lejos de Damasco, ni los árabes ni su idioma?  Ellos, agrupados en tribus nómadas poco numerosas, ¿cómo iban a conquistar en tan escaso tiempo un imperio tan desmesurado, y en plazos tan breves (tanto más cuanto más distantes se encontraban de su Arabia)? ¿Y con qué medios? ¿Y cómo una raza no marinera atravesó el Estrecho, cuya navegación nunca ha sido fácil? ¿En cuántos navíos? ¿Cuántos viajes hicieron?
¿Por qué los hispanos, famosos por valientes y por enamorados de su independencia, no se defendieron de los sarracenos, siendo además diez millones frente a veinticinco mil que desembarcan y los someten en tres años?  Pero ¿los someten?  No se sabe. Nadie dice qué fue de esos hispanorromanos que entonces habitaban la Península.  Sólo se mencionan, bastante después, dos minorías: la judía y la goda: es decir, sobre Hispania luchan los godos contra esos misteriosos sarracenos de las crónicas; todo se redujo, por tanto, a una contienda entre dos bandos extranjeros ante una concurrencia de nativos que no tenían opinión alguna sobre lo que sucedía en sus campos y sus calles.
Siempre me llamó la atención el nombre de Tarik, tan ajeno a los nomencladores árabes y tan próximo a los germánicos.  Los nombres de los reyes godos tienen terminaciones similares: Ilderik, Amalarik, Teodorik o Roderik (don Rodrigo... ¿quién fue en realidad ese general?). La clave está en las provincias que los godos peninsulares poseían allende los Pirineos y en el norte de África, donde contrataban a sus mercenarios (eso explicaría el traslado de una orilla a otra de contingentes de tropas).
La inverosímil idea de que esta parte de Occidente quedase subyugada por unos cuantos nómadas de origen asiático que llegaron jadeando desde África es, cuanto menos, pueril.  Lo verosímil sería aceptar que los hispanorromanos, hartos de la sumisión a los godos y de las luchas religiosas, en las que prevalecían los trinitarios politeístas frente a los unitarios arrianos, heréticos y perseguidos, derrocaron su monarquía y se desperdigaron en taifas más o menos inconexas.  Eso y que fue precisamente el intento de retorno a aquella primigenia monarquía única, promovido por el grupo del Norte, el que inició la mal llamada Reconquista.
En aquella época el olfato de los habitantes ancestrales de nuestra tierra aún reconocía los aromas cultos de Roma, y despreciaban y temían a los godos, que eran unos garrulos que les habían impuesto un gobierno aristocrático y demencial.  Lógico resultaba que estuviesen dispuestos a abrir sus puertas y sus corazones a una corriente que les brindaba dones renovadores, una religión mucho más próxima a la suya, un comercio más extenso y fructífero y una cultura enriquecida por Persia y Bizancio, y helenizada y romanizada a través de Siria, Bactriana y la India; una lengua que iba a sustituir la propia, hermana del latín y próxima a él, pero no el latín que nunca tuvo capacidad de penetración y que había perdido además su prestigio al ser usado por la iglesia politeísta trinitaria.
Sí, Santi, los hispanorromanos adoptaron la cultura islámica, reemplazando con ella la barbarie visigótica que los extorsionaba y contra la que ya se habían rebelado a menudo. Y esa cultura nueva se introdujo insensiblemente a través del comercio, de los sabios y pensadores influyentes que fueron llegando, de embajadas literarias y artísticas, de algunos exiliados de la revolución abasí contra los omeyas, y, en definitiva, del progreso oriental, que se ofreció como un atractivo espejo en el que se reflejaron los prósperos tiempos fenicios y tartésicos.
No hubo invasión ni árabes: sólo prejuicios emanados de unos malos perdedores que, tirando de propaganda y nacionalismo, inculcaron al ignorante pueblo la necesidad de una Reconquista, la justicia de unas legitimidades tan carpetovetónicas como ficticias y la gigantesca falacia de una invasión enemiga.  Los españoles somos así desde entonces: unos ignorantes que pensamos que en el medievo las calles de Córdoba, Sevilla, Granada o Zaragoza estaban plagadas de burkas, turbantes y ulemas.  Lo cierto es que apenas hubo nada de eso, salvo con las puntuales presencias almohades o almorávides. La verdad es que se siguió bebiendo vino y haciendo el amor. La realidad es que no hay guerra que dure ocho siglos.
Y de aquellos prejuicios nos vienen los actuales y otros dengues todavía más peligrosos.
Dado en Cartagena, en el año 2765 de la fundación de Roma, 5774 del calendario hebreo, 2013 de la era cristiana y en el 1435 musulmán... Qué petulancia que cada religión o cultura aspiren a que con ellas comience la inasible Historia de la Humanidad, ¿verdad?

FOTOGRAFÍA: Santiago Andreu
 
(en esta sección, Santiago Andreu -fotógrafo- y Francisco Gijón establecen una correspondencia artística en la que fotografías y textos se contestan creando un diálogo contractual de impresiones plásticas)
 
 


viernes, 6 de diciembre de 2013

NELSON MANDELA Y LOS ESPAÑOLES

Me entero de la muerte de Nelson Mandela. Un nuevo motivo para vivir de recuerdos. Hoy se llenarán las redes sociales de homenajes póstumos. Pero ¿hemos aprendido algo de su ejemplo?
Estamos llegando a tal punto de genuflexión y aceptación de los hechos consumados en este reino de taifas que habitamos que hemos aceptado ya movernos entre la necesidad y la contingencia. Nos debatimos entre el fatalismo y el escepticismo; entre el "todavía no" y el "ya no", con la sola certidumbre de que, cualquiera que sea la elección, ambos caminos nos llevarán irremisiblemente a la muerte.
Ya no aspiramos a la felicidad, nos la han robado muy bien. Nos conformamos con la supervivencia y nuestro único derecho al pataleo (por ahora) reside en estas redes sociales que iban a revolucionar la sociedad a la que pertenecemos, a unirnos a todos en las plazas, parques y jardines... pero que a la postre (o como postre) nos han aislado. Sólo hicieron falta unos policías dando tiros al aire en una estación de ferrocarril y todo el mundo se fue para casa (pero ya lo hemos olvidado: el exceso de información conduce muy bien al olvido).
Incluso hasta para el más afortunado, de la felicidad ya sólo le llegará el perfume cuando ella deje de estar presente. Pero ¿qué es el perfume sin la rosa?: un ambientador.
Desde la inmovilidad más degradante recorremos, entre vértigos, los instantes próximos a la felicidad que desperdiciamos cada día por miedo a reivindicarla. Pero no hay nada más alto ni bien más hermoso que la felicidad. No hay derecho que esté por encima de ella, aunque ahora, de nuevo, como en tiempos de los absolutismos, el Poder nos quiera vender la Paz Social, el Orden en las calles como una protección contra nosotros mismos. Las Leyes tienden a esterilizar el quirófano de nuestro futuro, que es el quirófano en el que nos van a hacer la autopsia uno a uno, en vida y sin anestesia (¿para qué? no vamos a protestar).
¿Cómo podemos rectificar los errores que se han convertido ya en piedra? No podemos. Somos cobardes, mezquinos y mediocres. Por eso escribía el otro día en mi muro esta simple frase: "Ellos... ya han ganado".
El hombre no sólo no recibe enseñanza ninguna de los otros, sino que ni siquiera aprende de sí mismo.
Dicen que el amor tarda en olvidarse el doble justo del tiempo que duró. Bien, nuestro amor por la libertad lo hemos olvidado en la mitad del tiempo que la disfrutamos.
Y lo más terrible es que, vacíos de ánimos para luchar por lo que nos pertenece (y que a pesar de todo merecemos), hemos aceptado renunciar a la idea más básica de todo ser humano: QUE UN IDEAL NO ES NUNCA UN SUEÑO.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿LIBRO ELECTRÓNICO O DE PAPEL?

Anoche, en el aula de cultura de la biblioteca San Isidoro de Cartagena, tuve el enorme placer de formar parte de un debate con mis admirados Ignacio Borgoñós y Francisco Marín en el que defendí las muchas virtudes del libro electrónico.  Como hubo mucha gente que no pudo asistir al acto por motivos personales o de distancia, me parece adecuado plasmar aquí algunas de las impresiones que traté de compartir con mis  compañeros y los amables espectadores que nos acompañaron.
Ante todo comencé mi intervención manifestando que para mi la frontera entre ambos formatos es un estado de ánimo, una manera de entender la lectura y no algo que tenga que separar o unir a nadie. Resulta obvio que ambos soportes tienen cabida en el mercado, como resulta evidente que el libro electrónico es, más que el futuro, el presente del consumo literario.
Recuerdo que cuando aparecieron los primeros teléfonos móviles en nuestro país a la mayor parte de la gente le parecían unos trastos incómodos, carísimos, ocasionalmente prácticos y con muy poco futuro real. Sobran las palabras al respecto. El cambio de la opinión que todos tenemos ha tenido lugar en menos de quince años y todavía nos siguen sofisticando la tecnología de los celulares.
Para referirnos al libro digital como producto de consumo podríamos hacer referencia a su fácil sistema de publicación y compra, a la democratización del acceso de los lectores a la cultura para que deje de ser elitista de una vez, de la oportunidad que supone para escritores como yo para llegar directamente al público sin pasar la siempre maniquea criba editorial, que habla mucho del factor calidad pero que a la postre publica volúmenes que dejan muchísimo que desear en ese doble rasero comercial que tanto nos saca la sonrisa a muchos y los colores a muy pocos, sus incuestionables prestaciones para la gente con problemas visuales y un larguísimo etcétera...  Y hablé de eso, pero también de ecología.
En el año 2010, en España se editaron 80.000 títulos que ocuparon 220 millones de ejemplares de todos los pesos y tamaños.  Muchos acabaron destruidos a los pocos meses y reciclados en nuevas obras. Si aceptásemos un peso medio de 750 gramos por libro (lo cual está muy lejos de la verdad), tendríamos que se emplearon sólo ese año 165 millones de toneladas a costa de 11.000 millones de árboles.  Dicho de otra manera: además de contaminar ríos para hacer la pasta de papel, se talaron 27,5 millones de hectáreas de bosque en algún lado (hacen falta 15 árboles para hacer una tonelada de papel y en una héctarea caben aproximadamente 400).  Obviamente esto no es del todo cierto porque el 75% de los libros editados en España utilizan papel reciclado (cuya fabricación también contamina y gasta energía -y la energía es contaminante).  Con eso y todo tenemos que en 2010 se emplearon 4125 toneladas de papel y se talaron en alguna parte más de 60.000 árboles solo para las editoriales (quedan fuera la industria periodística, la del papel higiénico, de cocina y servilletas -y ese papel no se recicla, que yo sepa- etc...)
Una amable asistente planteó con mucho acierto que la fabricación de tabletas, lectores electrónicos y ordenadores también contamina y que las baterías de esos artilugios, amén de ser contaminantes, requerían demanda energética.  Obviamente así es.  Como lo es que distribuir libros gasta combustible, que fabricar tinta también ensucia y que reciclar no nos sale precisamente gratis ni desde el punto de vista ecológico ni desde el plano económico.
Lo cierto es que hay dos materiales imprescindibles para que podamos disfrutar de un libro electrónico y ninguno de los dos es un autor que haya escrito esa obra.  Me refiero al litio y al niobio.  Ambos minerales, mezclados alquimícamente con algo de oxígeno, forman un material denominado niobato de litio, que es la base de la fibra óptica, la informática, la telefonía móvil o los televisores.  Resulta curioso que hace algo más de una década los satélites americanos descubriesen un yacimiento importante desde el espacio y que, cuando mandaron a hacer las prospecciones, se encontrasen con lo que ya han denominado "la Arabia Saudí del litio".  Me refiero a Afganistán.  En este contexto sobran también las palabras: el lector puede imaginar por dónde van los tiros, nunca mejor dicho.
Pero yo reconozco que mis razones para defender el libro electrónico van más allá de la utilidad manifiesta en cuanto a almacenamiento, facilidad de lectura o ecología.  También admito que no imagino mi vida sin libros de papel (eso sí, con moderación).  Voy más allá: me parece infame el precio que alcanzan los libros en papel.  Hice una encuesta entre mis contactos de distintos países para saber el precio medio de un libro y compararlo con el nivel de vida y el resultado fue devastador: los que mandan no quieren que la gente tenga libros en la mano o quieren que sólo puedan leer lo que se les ofrezca en las bibliotecas, que siempre será una parte limitada y escogida de todas las obras existentes.  Es tan claro que los poderes no quieren que haya libros en los hogares como que tampoco quieren que haya escritores que vivamos de producir literatura.  ¿Cómo es posible que sobre el precio final de un libro al autor le paguen un 8%? ¿Cómo se come que la mayor parte de los autores vean limitados sus ingresos a lo que reciben como anticipo antes de ver su obra publicada? ¿Qué mensaje podemos extraer de una sociedad que malpaga, retiene o pone cortapisas al compartimento de la libre creatividad humana?  Pues porque quieren élites y para eso nos hacen permeables a mensajes románticos o excluyentes con los que mantenernos apartados de toda la cultura que nos ha precedido o que nos rodea.
No se trata, pues, tanto de defender un formato sobre otro como de reivindicar el uso de las nuevas tecnologías para que la gente pueda ser un poco más libre o, al menos, consciente de que no lo es.  Porque, al cabo, estamos hablando de libertad de expresión y circulación de ideas en un mundo globalizado.

sábado, 30 de noviembre de 2013

THE WATERBOYS en Cartagena

Ayer asistí al último concierto que The Waterboys dará en Cartagena.  Fue en el auditorio El Batel, un lego de bloques de hormigón que, cómo no, acabó costándole al contribuyente tres veces más de lo presupuestado en inicio (concretamente más de 58 millones de euros o, lo que es lo mismo, casi diez mil millones de las añoradas pesetas, un dinero que todavía debemos pagar entre todos, también entre los asistentes).
Mike Scott, el vocalista, no dio crédito en ningún momento al espectáculo que estuvieron padeciendo él y sus compañeros desde el escenario (y es que se suponía que el espectáculo lo daban ellos, pero no fue así).
Todo comenzó cuando una voz femenina, invisible y de entonación algo absurda (parecía que nos quisiese hacer el amor a todos a la vez), anunció que el show que clausuraba nuestro Festival de Jazz (¿jazz?) daba comienzo.  Lejos de ocupar sus asientos, gran parte del público iba por los pasillos saludándose, repartiendo abrazos y dando gritos. Así estuvimos durante casi un cuarto de hora. No es de extrañar que la persona que estaba sentada a mi derecha, un joven hambriento, aprovechase para sacar de no sé dónde (ni quiero saberlo) un bocadillo de magra con tomate (o similar, el olor era confuso) que empezó a devorar tranquilamente (ved la foto si no me creéis, como era un lugar público pudimos hacerla y puedo publicarla sin que nadie me llame la atención). Le faltó la lata de Estrella de Levante.
Al final tuvieron que apagar las luces de sopetón, lo cual provocó gritos y risas entre el dudoso respetable.  Los integrantes de la legendaria banda aparecieron en el escenario y comenzaron a tocar sin que eso afectase a muchos, que seguían yendo y viniendo por los pasillos de la platea, alumbrándose con sus "teléfonos inteligentes" y, cómo no, hablando sin parar.
El ruido era tal, que Scott nos llamó la atención (en inglés) añadiendo un "muchas gracias" en español. Muchos se descojonaron con la ocurrencia: no habían entendido nada (los españoles no hablamos inglés). Armado de paciencia y respirando hondo, entre pitidos, chiflidos y exabruptos, el grupo siguió tocando sus temas.  Entre canción y canción tuvieron que soportar maravillosas perlas como "¡Gooool!", "¡Achooooo!", "¡Traduce!", etc...
Hubo un instante (lo vimos perfectamente desde la fila nueve) en que Scott, tras darle un solemne mamporro al teclado, introdujo en medio de la canción un sonoro "Oh, shut up!" (¡Oh, callaos ya!") que nadie entendió y uno sospecha que, de haberlo entendido, les habría dado igual.
Tirando de profesionalidad, y algo desesperado, el vocalista se tomó la molestia de querer explicarnos la génesis de alguno de sus temas (siempre en su idioma). La algarabía y burla fue tal, los gritos tan desmesurados, que al final cortó su explicación y exclamó: "I am Mike Fucking Scott and I wrote this song" ("soy el puto Mike Scott y compuse esta canción").  Y siguieron.
Pero la cosa continuó. A alguien por ahí arriba le pareció idóneo aprovechar otro parón entre pieza y pieza para... ¡rebuznar!  Scott ironizó con el delicioso sonido que acababa de escuchar y decidió desde ese momento interpretar tema tras tema sin detenerse ni inmutarse, pensando sin duda en cumplir con el contrato, cobrar e irse a casa.
Unos homínidos de la fila de detrás, encabezados por el macho de la manada, armaron tanto escándalo y risas que tuve que darme la vuelta y decirle al individuo: "¡Cállate ya, imbécil de los cojones!" (si me estás leyendo, cosa que dudo que hagas, sí, fui yo). Surtió efecto el exabrupto, a Dios gracias, porque se callaron del todo (entendían español, menos mal).
Resumiendo, fue un espectáculo lamentable, bochornoso, inaudito, que dejó a Cartagena a caer de un burro (rebuzno incluido).  El grupo sonó muy bien, fue extraordinariamente profesional, cumplió con los bises religiosamente y, tras saludar lo justo, salió escopeteado del escenario para no volver jamás.
Como digo, ayer asistí al último concierto de The Waterboys en Cartagena, en el auditorio El Batel, un recinto de 58 millones de euros (diez mil millones de las antiguas pesetas), a 28 euros la entrada y con un aforo completo.
Volví a casa muerto de vergüenza y agradecido a la banda por su paciencia. Yo, en su lugar, me habría ido diez canciones antes a casa. Sé que algunos gañanes regresaron encantados, ufanos por la diversión y muy motivados por lo bien que se lo habían pasado. Yo no.

domingo, 24 de noviembre de 2013

BLUE JASMINE, de WOODY ALLEN

¡Ha vuelto Woody Allen!  Parecía imposible que tras sus películas de encargo amparadas por distintos ayuntamientos de Europa llegásemos de nuevo a ver de lo que es capaz este magnífico cineasta cuando le apetece trabajar.
Ha vuelto Woody Allen y lo ha hecho regresando a Nueva York en una transición paisajística y cultural que sólo San Francisco, la ciudad más europea de los Estados Unidos, podía ofrecerle.  Regresaron los buenos diálogos, las imágenes costumbristas, los guiños sutiles a su propia vida, el humor existencial que saca la sonrisa de donde no la hay. Ha vuelto Woody Allen con mayúsculas y lo ha hecho en modo reflexivo y autocrítico.
Y borda su misión dirigiendo a una Cate Blanchet que está inmensa en su papel, como nunca antes la habíamos visto, demostrándonos de lo que es capaz en su madurez artística. Una actriz cuya interpretación es, sin duda, de auténtico Oscar y ojalá la nominen y le den la estatuilla porque el buen trabajo hay que premiarlo siempre y, tras ver a Blanchet de Jasmine rica y superficial, de Jasmine pobre y superficial, de Jasmine patológica (y superficial), de Jasmine superviviente (a través de su superficialidad), de Jasmine arrepentida (por su superficialidad), de Jasmine hundida (sin entender que todo fue por su superficialidad), uno no imagina quién podría haber interpretado mejor y con mayor credibilidad y virulencia a esta mujer rica, prepotente y soberbia venida a menos o, por decirlo mejor, reubicada en sus humildes orígenes, enfrentándose a la amargura de haberlo perdido todo y tener que volver a empezar de cero en su verdadero ambiente (el que ella se niega a aceptar porque ya ni lo reconoce, hasta el punto de que a la primera ocasión cambió de nombre), alcoholizada y atiborrándose de ansiolíticos. Obviamente lo hace del único modo que, según Allen, lo puede hacer una mujer desclasada y sin preparación que no se resigna a decir adiós para siempre a la buena vida que conoció: pillando otro marido que la devuelva a esa sobreabundancia material a la que, toda vez conocida, es muy difícil renunciar. Primera en la frente: a la riqueza nos acostumbramos en seguida, su pérdida es del todo inaceptable.
Jasmine repudia a su hermana, que no supo o no pudo o no quiso seguir sus pasos. Jasmine se avergonzaba de ella, una cajera de un supermercado, por llevar una vida humilde, del pueblo, obrera y, según ella, sin aspiraciones.  Pero cuando Jasmine está con una mano delante y otra detrás, es la hermana su único recurso y ésta no duda en ayudar a Jasmine, darle cobijo y cuidar de ella, perdonándole incluso las putadas del ayer, que no fueron pocas.  Segundo mensaje: los pobres son más generosos que los ricos y la familia es la tabla de salvación de la sociedad.
El gran pecado de Jasmine es que fue la única que tuvo la oportunidad de formarse, la única a la que los padres le pagaron unos estudios superiores, pero su frivolidad la llevó a desaprovechar la ocasión porque eligió el camino fácil.  La hermana acepta con una frase categórica y conmovedora el haber sido desplazada dentro de su propia familia: "nuestros padres te preferían porque tú tenías los genes buenos".  Tercera moraleja: los pobres se resignan con facilidad.
El elenco de actores que acompañan a Cate Blanchet en esta cinta resultan glorioso para entender esta historia dramática de grandes miserias y desatinos, de tiempo desperdiciado, ocasiones perdidas y humillación. Incluso el casi siempre prescindible Alec Baldwin encaja a la perfección en su papel.  Seguir contando sería desvelar el argumento del filme.  Sólo añadir que Allen nos pone un espejo en las narices; un espejo social, taxativo, hiriente y señalador. Allen nos explica a su manera que de las frivolidades y el despilfarro de ayer nos vienen las pesadillas y miserias actuales. Redunda en que somos una especie lamentable socialmente y me atrevería a decir que reflexiona en voz alta, a través de las miradas de los actores (en esta película hay silencios devastadores -especialmente los de los niños boquiabiertos que no entienden nada de lo que ven-), sobre los muchísimos errores que hemos venido cometiendo a un lado y otro del Atlántico.  La mayor lección nos la da cuando el cineasta nos hace ver lo que los espectadores, como ciudadanos, no queremos aceptar: que culpabilizar a los ricos fraudulentos de nuestra situación actual no nos redime de nada porque nosotros habríamos hecho lo mismo en su lugar. Todos los personajes, de uno u otro modo, tienen ínfulas de "quiero y no puedo" a la menor ocasión: los pobres que para celebrar una victoria pírrica descorchan una botella de Moët Chandon, el profesional de clase media que intenta aprovechar su situación de privilegio económico para tirarse a la empleada que le gusta, la mujer que considera que debe aspirar a más, aunque ella venga de un mundo que es mucho menos, por el simple hecho de que tiene más conocimientos sobre la superficialidad que nadie, el macho poseedor que entiende que las mujeres son de su propiedad, ya sea por dinero o porque es un hombre... y así.  Incluso cuando el presunto culpable de todos los males desaparece del mapa de la peor manera, no mejora la situación porque no se lleva consigo unos pecados que son de todos. Sólo el personaje que renuncia a la farsa, que opta por el esfuerzo humilde, que acepta voluntariamente ser feliz con menos, logra alcanzar una vida apacible, estable y equilibrada (un personaje nada más de entre todos los que aparecen).
Quien vea en Blue Jasmine una burla a los nuevos ricos, se equivoca. Nuevos ricos somos todos si nos dan la oportunidad, y estamos deseando tenerla (aunque sea porque nos toca la lotería, que hasta ese tema sale a relucir). Nos enfrentamos ante una crítica feroz en la que toda la sociedad occidental es psicoanalizada y expuesta a la decadencia de sus propios valores. La clase no se compra, se adquiere. La clase es cuestión de educación. Aparentar lo que uno no es, focalizar nuestros esfuerzos en lograr una prosperidad basada en el dinero y no en los valores, es, además de ridículo, lamentable. Allen nos enseña nuestra mediocridad y nos enfrenta a nuestra soberbia con todo lujo de detalles subliminales.
No para hacernos reír, tampoco para hacernos llorar, sino para explicarnos por qué llorarnos y preguntarnos a la cara de qué nos estamos quejando (¿de haber dejado de ser ricos o de no tener dignidad?) ha vuelto el mejor Woody Allen.  Porque el mensaje fundamental es que todo lo que nos pasa es por nuestra culpa y no lo queremos admitir. Podemos ser mejores, pero nos resistimos ante tentaciones más poderosas que nuestra voluntad y nuestros talentos. Jasmine somos todos alguna vez. Jasmine podemos ser todos si nos dejan las circunstancias. Blue Jasmine es la historia de hasta qué punto puede arruinarnos la vida nuestro eterno complejo de inferioridad.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Y BELÉN ESTEBAN NOS DIO UNA LECCIÓN

Quiero dejar claro que escribo este artículo exclusivamente en mi nombre y en el de nadie más. Vuelco públicamente mi reflexión sin ánimo de perjudicar ni favorecer a nadie en particular ni en conjunto. Y lo hago porque no puedo callar.
La historia es muy simple y la voy a resumir aquí. Unos honrados padres de clase obrera tienen la alegría de traer al mundo a un hijo. Con el paso del tiempo el niño presenta unos problemas de crecimiento que los galenos intentan solventar con hormonas que nada solucionan. Sigue pasando el tiempo y llega la mala noticia: el chaval padece una "enfermedad rara" (dichosa manía la nuestra de ponerle etiquetas a todo. ¿Por qué no hablamos claro y la llamamos "enfermedad tan minoritaria que su tratamiento no resulta rentable para las farmacéuticas y que sólo investiga algún científico frikie"?). A lo que vamos. El niño padece el síndrome de Schimke: se detiene su crecimiento, sufre fallos multiorgánicos y su esperanza de vida es tan escasa como grande la precariedad de su subsistencia. Juan, que así se llama el niño que nos ocupa, padece en carne propia durante diez años (los que tiene a fecha de hoy) todas una serie de dolencias que a uno le hacen cuestionarse muchas cosas metafísicas en las que no entraré aquí. Tras un transplante de riñón y muchos padecimientos, en medio de una crisis que deja a su padre en el paro y con la incomprensible indiferencia de unas autoridades encabezadas por el ayuntamiento de Cartagena, que le niegan al niño y a su familia las ayudas a la que la Ley obliga, sus padres se ven obligados a renunciar a su intimidad, a pedir ayuda públicamente y, cómo no, a clamar desesperadamente por la vida de su hijo. ¿Quién no lo haría?
Yo me entero del tema poco antes del verano porque la masa coral a la que pertenezco ofrece un concierto benéfico para recaudar fondos para la familia que cubran el coste de los muchísimos medicamentos, los viajes a Valencia para revisar esos riñones, la supervivencia y los imprevistos, que son muchos y graves. Conmovido e indignado a partes iguales ofrezco la donación de los royalties de una de mis novelas. Entre amigos, profesores, gente cercana y demás simpatizantes removemos Roma con Santiago para llamar a todas las puertas que conocemos.  Periodistas de distintas cadenas -yo creo que de todas- vienen a Cartagena a interesarse por el caso. Gente solidaria de distintos puntos de la Península hacen pequeñas aportaciones que, a pesar de su pequeñez, dan ánimos, esperanzas y aliento a una familia totalmente desahuciada por las autoridades y quienes las representan.
Incluso en un congreso sobre enfermedades raras, uno de esos mítines extraños en los que siempre aparece alguna autoridad inexplicable, la princesa consorte del futuro Felipe VI (¿futuro? ya veremos...) se hace gustosamente una foto con el niño. ¡Qué bien! Pero ayuda institucional... cero que tiende a infinito. 
Uno asiste anonadado a la indiferencia incluso de sus propios conciudadanos y amigos. Puntualmente surge gente solidaria que aporta su granito de arena (muchos granitos hacen playa, no lo olvidemos).  Pero el Gobierno, la Comunidad Autónoma, el Ayuntamiento, la Realeza... todos aquellos que se visten de legítima Constitucionalidad, nos piden el voto y nos exigen un respeto que no nos tienen... no están y no se les espera.  Excepto para la foto, claro, siempre la dichosa foto. La foto con el niño.  Los que organizan manifas apropiándose del metafísico dogma del "derecho a la vida", como sobre la vida digna no hablan nunca, tampoco aparecen. En fin, un desastre.
Hastiado y asqueado, conmovido y atónito por el tesón de gente sencilla y humilde, como mi querida Esmeralda (bendita sea) que utiliza la pizzería de sus padres para hacer exposiciones, se inventa mercadillos benéficos, recoge tapones de plástico (100 euros la tonelada), o Loly, la profe que se vuelca más allá de lo humanamente soportable ante este drama, o más gente que no cabe en este párrafo, vamos juntando eurito a eurito una mínima tirita que no es capaz -y lo sabemos- de parar la hemorragia psicológica, física y de salud que, en palabras grandes, DARÍA UNA POSIBILIDAD Y UNA ESPERANZA a esta familia angustiada y a este niño que, no olvidemos, sólo por ser niño y como todos los demás niños que en España hay, están mil veces antes que cualquiera de nosotros.
Parece inaudito que la España de los aeropuertos vacíos, la de las obras faraónicas, la de los políticos con catorce sueldos, la de los jueces prevaricadores endogámicos con prebendas vergonzantes, la de los sindicatos de cigala y bogavante, la de los medios que en lugar de audiencias tienen adeptos, la de los ediles repugnantes y favoritistas, la de la gente que dice conocer a gente que conoce a gente, la de los sacabarrigas ostentosos, la de los muchimillonarios, la de los personajes de la cultura que tanto se comprometen con las causas justas, la de los mecenazgos del chisgarabís... no haya sabido o podido reunir doce mil miserables euros (métanse en GOOGLE y miren lo que nos cuesta cualquier pedorrez de la clase dirigente, cualquier imbecilidad judicial, cualquier porquería institucional como la inauguración del gotelé de una escuela por parte de la reina o cualquier acto reivindicativo de una independencia o una antiíndependencia).
¿Doce mil euros para qué? Nada, una tontería, para que el único médico frikie del planeta Tierra, que trabaja en Vancouver (Canadá, un país civilizado), pueda pasar consulta al pequeño Juan, estudiar su caso y darle una tontería de nada: la esperanza de una vida digna. Menos que eso: la esperanza de vivir. Porque resulta que es el único galeno que estudia el maldito Síndrome de Schimke.
En mi familia tengo -nunca lo he dicho- a otra persona con una enfermedad rara (maldito epíteto). A esta persona por lo menos la atiende la Seguridad Social. Hay médicos en España que estudian y siguen su caso, porque en España, queridos amigos, hay grandes equipos médicos, magníficos investigadores, intachables científicos que tienen que pasar la vergüenza tras hacernos el Estado tributar religiosamente (yo casi diría místicamente) al Fisco, de ir a un concurso de la tele para recaudar unas monedas para poder seguir con sus investigaciones.
Si el Gobierno y las autoridades (la que sean y sean del partido político que sean -el de Sagasta o el de Cánovas, que tanto monta y ya nos hemos coscado de qué va el circo- se ciscan en los derechos sociales, la salud, el I+D+I, sepan ustedes que se están ciscando en nuestros hijos, que son los padres que les estamos legando a nuestros nietos.
Bien, pues en esta España criticona, que pone a caer de un burro a determinadas personas por el espectáculo público que dan (y reconozco que yo soy el primero que lo hace), aquella a la que llamaban "la princesa del pueblo", sea por el motivo que sea; sea por generosidad, por promoción, por albedrío, porque le sobra (como a tantos) o porque sí (porque sí seguro que ha sido), ha sabido resolver en Prime Time lo que nuestra alcaldesa de Cartagena, la señora Pilar Barreiro, nuestro presidente regional, Ramón Luis Valcárcel, nuestro presidente del Gobierno, don Mariano Rajoy; nuestra ministra de Sanidad, doña Ana Mato; nuestra princesa de Asturias, doña Letizia Ortiz Rocasolano... no supieron o no quisieron resolver. Claro, es que tienen la cabeza llena de cosas y la Esteban es lo que es... (la madre que los parió).
Como no somos vengativos ni rencorosos, no mencionaremos aquí las puertas que se nos cerraron en las narices ni los nombres de las personas que miraron para otro lado. Tampoco mencionaré las personas que aseguraron haber comprado determinados productos por internet para aportar su pequeño donativo y en realidad no lo hicieron, causándome un cabreo inconmensurable. Ni a los amigos que se insolidarizaron. Ningún nombre saldrá de mi índice señalador y que cada cual se mire al espejo por la mañana a ver qué imagen recibe de sí mismo.
Belén Esteban acaba de darnos a los cartageneros, a los políticos, a los poderosos y a los sacabarrigas una lección que yo me comprometo aquí y ahora a que no se nos olvide jamás.  Yo no soy padre, pero como ciudadano considero que todos los niños de España dependen de mí y tengo respondabilidad social y política de velar por ellos, por su salud y por su futuro. Resulta que Belén Esteban piensa lo mismo y no lo dudó ni un segundo. ¡Bien por ella!
¡Pues a lo mejor va a resultar que España necesita más gente como Belén Esteban y menos gente como los otros!
¿Quién me iba a decir a estas alturas que Tele 5 y Belén Esteban iban a darnos la lección de nuestra vida? Habrá quien minimice el tema, relativice la trascendencia o justifique con beocias razones el trasfondo. Sí: pero el caso es que el único niño a este lado del Atlántico con una enfermedad terrible, que es español, murciano y cartagenero, va a poder ser atendido por el único especialista del mundo en su enfermedad gracias, queridos amigos, a Belén Esteban.  Y sólo por eso de hoy en adelante muchos sabemos que no hay que creerse lo que nos echan por la tele ni en un sentido ni en el contrario y que aún menos hay que creerse las promesas y buenas intenciones de las personas mal autodefinidas como "dignas y ejemplares".
¡Gracias, Belén! Que Dios te bendiga mil veces.

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viernes, 8 de noviembre de 2013

SOBRE HIPÓCRITAS Y GILIFLAUTAS

Hubo un tiempo en que a los enemigos se los mataba. Ahora les damos un escaño en el senado o los mandamos para Bruselas a que coman dietas.  Hemos llegado a un punto en el que nuestros políticos viven para ellos y no se dan cuenta de que los hemos elegido nosotros.  Con la Santa Democracia hemos aprendido muy pronto el "tengo derecho" pero no hemos aprendido el "tengo obligaciones". Somos un país sin civismo.  Hemos sabido adaptarnos al nivel que no nos correspondía y ahora estamos pagando las primeras consecuencias. Repito: las primeras.
A todos esos a los que les tiemblan las carnes ante la desidia, el enchufismo, el gorroneo, la prevaricación, el desprecio, el tráfico de influencias y la corrupción generalizada que estamos sufriendo yo les preguntaría si se sienten libres de pecado.
Parece que fue ayer cuando cogimos la escala de valores, la metimos en una coctelera y lo primero que salió fue el reloj caro, luego el dúplex en un residencial de nombre rimbombante, a continuación las vacaciones de ministro y, por mucho que sacudiésemos el recipiente, no llegó a caer nunca la palabra dada, la honradez, la ética, el valor del esfuerzo y otras cosas que nos habían inculcado nuestros mayores (a mi hijo me lo apruebas porque trabaja mucho en casa, que yo lo veo).
La generación que pensó que todos valíamos para ir a la universidad es la misma que ahora está más pendiente de la telebasura que del arte y es más permeable a las consignas y los estereotipos que a su propio razonamiento.  Eso no es una generación, perdónenme, es una degeneración. Así de claro y alto lo digo y lo mantengo.
¿La generación más culta?  Sinceramente opino que la cultura es algo más que haber ido a la universidad si luego las aspiraciones de uno se reducen a tener un teléfono inteligente que te la sujeta para hacer pis (para eso no hace falta ser muy inteligente, basta con tener un poco de mano derecha y algo de pulso, tampoco tanto). ¿Qué ha sido de todas esas mujeres que por fin accedieron a la universidad, salieron tituladas, preparadas y dispuestas para aportar ¡por fin! lo que la sociedad tanto precisaba de ellas y que ahora están más preocupadas por la moda, los novios Telva de sus hijas, el cotorreo de escalera y el olor de las nubes?  ¿En serio aspiraban a ser aquello en lo que se han acabado convirtiendo?
¿Y qué hace la gente que está detrás de la cultura? ¿Qué hacen los empresarios de la cosa?  Darle a la picadora de carne y tirárnosla a manos llenas como quien da de comer a los patos.  ¿Cómo se puede patrocinar el libro de una señora que no ha leído en su puta vida? (no quiero señalar). Los medios de comunicación, lejos de buscar lectores o audiencias, buscan adictos.
Nos hemos aburguesado, adormecido y echado a perder.  Somos unos mediocres.  Somos tan mediocres como en el siglo diecinueve. Estamos igual que en la Edad Media: solamente leen los monjes.  Vivimos en un país en el que nos encanta a todos clasificar y poner etiquetas pero, sobre todo, en un país señalador que tiene periodistas que llenan páginas y páginas de sus diarios publicando correos electrónicos privados del marido de una Infanta para escandalizar al vulgo sin recordar que ellos mismos fueron expuestos en su intimidad hace apenas dos fines de semana.
En España los jueces-estrella juzgan políticos y luego se van a matar ciervos con ministros furtivos a los cotos franquistas de siempre.  En España aparecen partidos políticos de ideología indefinida con líderes claramente totalitarios que se nos venden como salvapatrias pensando que nadie mira las hemerotecas.  En España el sindicalismo finge defender al obrero mientras come de la mano del empresario (pitas, pitas).  En España nos ciscamos en los tratos de favor de esa aristocracia de políticos y jueces olvidando la cantidad de veces que dijimos y escuchamos a nuestros congéneres desear enchufes, ayuditas, favores y respaldos.  En este país nos hipotecamos hasta las cejas porque queríamos disfrutar hoy con el dinero que creíamos que seguiríamos ganando mañana (salió el tiro por la culata).  El fútbol ha reemplazado a la religión; el nacionalismo a la identidad y el policía ha olvidado que cobra de nosotros para protegernos de ellos (¿Qué quiere que le diga?, yo cumplo órdenes).
Nos mola ser políticamente incorrectos para protestar, pero en el fondo somos unos analfabetos muertos de hambre con aspiración de burgueses. Somos un asco, una porquería, una mierda.
Yo también tengo correos electrónicos comprometedores de muchas personas.  Muchas personas tienen correos comprometedores míos. Yo también sé mucho de mucha gente, y mucha gente se jacta de saber mucho de mí, o eso creen.  Yo también quiero vivir como un maharajá... pero soy un puto obrero hijo de obrero (y a mucha honra).  Yo también soy un hipócrita y un giliflauta.
Al igual que la mayoría de mis conciudadanos, lo mío es poca gaita y mucho fuelle. He tirado la toalla hace tiempo. Igual que ustedes.

sábado, 2 de noviembre de 2013

GRAND PIANO

Yo no entiendo esta manía de no traducir los títulos al castellano. ¿Acaso "El piano de cola" habría quedado tan mal en el cartel?  Pienso yo que mucho mejor que la cara de Elijah Wood que, lo siento, no me da la imagen de un virtuoso pianista aunque deba reconocer que alivitunea las teclas de forma harto convincente en la cinta (de hecho lo hace muy bien).
Aunque no me dejó buen sabor de boca por lo que contaré después, reconozco que la cinta es relativamente buena.  El guión está muy bien; la trama, aunque decae al final, pasable y bien contada; el cuidado de la imagen y el sonido, más que agradables (el director nos regala algunos planos magníficos). Y la idea de que toda la película sea un concierto para piano y orquesta en Chicago  ¡a tiempo real! es más que osada y la osadía se agradece siempre.
El director,efectivamente, hace bien su trabajo y logra mantener al espectador pendiente en todo momento de qué va a pasar a continuación. Ahora bien, le pongo tres peros:
-Elijah Wood se pasa toda la cinta con cara de pasmarote, como si todavía estuviese pensando en ese anillo que tenía que llevar sí o sí a Mordor porque se lo había dicho Ian Mc Kellen.  Tiene los ojos muy bonitos pero es el típico actor que conforme cumple años va dejando de enamorar a la cámara (justo al contrario que George Clooney; ¿recuerdan su aparición en "Las chicas de oro"? ¡Para escopetearle! Ahora, en cambio, con esa cara de empleado de El Corte Inglés hasta le compraríamos la porquería esa de café que anuncia en la tele). Pero dejemos a Clooney. ¿De quién hablaba? ¡Ah, sí, Elijah Wood! ¡Uff!
Si Eugenio Mira hubiese tenido veinte milloncejos de dólares más de presupuesto y hubiese sentado al piano  de cola al megaperfecto Hugh Jackman, estaríamos hablando de un peliculón.  Como no los tenía, estamos ante una peliculetada.
Y esto nos lleva al segundo "pero".
-John Cusack. Magnífico actor cuya voz es la gran protagonista de la película. Una voz que si el lector va a verla doblada no podrá disfrutar.  Por eso Eugenio Mira nos permite verlo durante... ¿dos minutos?  Si, esa es toda la aparición de John Cusack en la cinta. Uno acaba con el regusto de imaginar cómo la productora quiso extender el chicle del presupuesto al máximo y obtuvo el reclamo de dos actores conocidos, uno de los cuales tenía un caché tan alto que hubo que grabar su voz en un estudio porque solamente se podía pagar su presencia en el plató durante ocho horas.  Y se imagina también que durante todo el rodaje, a Elijah Wood le daba la réplica el empleado del catering (seguramente un becario español, licenciado en tecnológicas con un máster y trece carreras que habla inglés como lo hablamos los españoles que tenemos el dichoso título sin entender ni papa), lo cual explicaría la boquiabierta cara de bobalicón del hobbit... digo, del actor.
Y así llegamos al tercer "pero".
Cuando uno rueda una película que es buena, basada en una historia interesante y original; cuando uno logra que en su presupuesto quepan un actor conocido y medio o, mejor dicho, la voz de un actor conocido y Elijah Wood; cuando un director tiene los medios para hacer un filme que está a la altura técnica de cualquier producto hollywoodiense y le sale una película más que aceptable... ¡coño, no me pongas ese final!
El final, querido lector, es para retirarle al director el carnet de conducir. Créame. Sólo diré que la película empieza con los ojos celestes de Elijah Woodd y termina con la mirada de Frodo Bolsón. Ya me contarán.
NOTA: 6/10

jueves, 24 de octubre de 2013

REFLEXIONES EN EL DÍA MUNDIAL DE LAS BIBLIOTECAS



He tenido estos días la suerte de escuchar diversas opiniones sobre la utilidad y necesidad o no de las bibliotecas públicas, y creo que el tema merece unas cuantas reflexiones.
He oído que las bibliotecas públicas son necesarias. Estoy de acuerdo.  He oído que precisan dinero y apoyo del Estado. También lo estoy. Pero he oído muchas otras cosas que me desconciertan, principalmente referidas a los objetivos auténticos de una biblioteca pública o a eso que, dado en llamar "externalización" se quiere significar como "privatización" aunque no lo sea.
La primera conclusión a la que llega uno es que la gente no tiene claro el auténtico significado de la palabra "público" y ya eso es preocupante.  También compruebo, puedo estar equivocado, que se estigmatiza sistemáticamente lo privado como algo peligroso y contrario a la sociedad misma. Mala cosa en un mundo tan capitalista como el que nos gusta tanto a todos.
Empezando por el final, hemos de reconocer que hoy por hoy el Estado que nos protege o nos maltrata, según se levante el Sanedrín de nuestros ministros cada viernes, depende del dinero privado que le llega por transfusión directa e indirecta en forma de impuestos.  Los impuestos que pagan los que dependen de lo público, siendo similares no son los mismos porque cumplen un ciclo de retorno que no tiene el dinero devengado por la producción y venta de bienes a terceros (lo siento, pero yo lo veo así y me cuesta encontrar argumentos que me hagan verlo de otra forma, ¡ojalá!).  Dicho de otro modo: si absolutamente todo fuese público, ochenta años de comunismo nos han enseñado que el país se iría a la mierda y que las injusticias sociales serían absolutamente aberrantes y sin futuro de enmienda.  Lo que pasa es que como hemos sustituido aquellos grandes discursos por las actuales consignas ortopédicas a veces hablamos de las cosas sin pensar demasiado en ellas, aferrándonos más a nuestras ideas personales que al sentido práctico de las cosas.
¿Qué es lo público?  ¿Lo que pagamos todos con nuestros impuestos?  De acuerdo.  Establezcamos prioridades entonces pero no estigmaticemos lo privado, porque resulta que nada habría público sin los impuestos de lo privado.  Ya está bien de mezclar la innegable utilidad pública de determinados servicios imprescindibles en un Estado con la necesidad hipertrófica que sienten algunos que ni siquiera se paran a pensar cuánto cuesta en realidad lo que disfrutan y no pagan (el dinero que tenemos todos hoy en el bolsillo procede, lo siento, de los beneficios de empresas privadas que han producido riqueza material que se ha vendido fuera de nuestras fronteras. ¡Tachán! ¡Bienvenidos al mundo real!  No digo que sea bueno; mantengo que no hay alternativa conocida a eso desde la I Dinastía de Egipto). 
Entiendo y defiendo una sanidad y una enseñanza públicas y universales como las que nos legaron la II República y  el franquismo. Estoy radicalmente en contra de la presunta privatización que se pretende llevar a cabo en España: privatizar servicios pagando además a las empresas con dinero público.  Cuando se privatizaron el gas, la gasolina, la electricidad o la telefonía en España fue para recaudar y liberalizar (en teoría), pero no para sobrecargar las arcas públicas con gastos innecesarios.  Dicho esto, la palabra "externalización" es más ajustada a la realidad, según yo lo veo, que la palabra "privatización", y, sinceramente, me parece una chapuza y una mierda.
Pero yo no quiero hablar hoy de hospitales y de educación.  Insisto en opinar que son dos de las cosas más rentables que tenemos en este país (¿acaso no es rentable una ciudadanía que esté bien de salud o una población que tenga cierta cultura? Sólo así pueden crear bienes materiales que se vendan en el exterior por parte de empresas privadas cuyos impuestos repercutan de nuevo dentro del país).
Hablemos de libros.  ¿Por qué los gobiernos de los últimos 35 años se han empeñado sistemáticamente en que la gente no lea?  Pues porque no interesa.  ¿Cómo lo han hecho?  Disimulando, como siempre.  Ahora las bibliotecas tienen que ser espacios divertidos (los museos también, igual que las galletas Fontaneda o los cereales del pollo verde para que los niños desayunen antes de ir al cole -los que pueden- o la pasta que se cuece en menos minutos de lo normal), lugares atractivos con libros juguetones y cachondos y empleados resalaos que, amén de eficaces en lo suyo, nos cuenten chistes, nos organicen cosas culturales que no impliquen abrirle las tapas a un volumen y, si es posible, en el que podamos aparcar niños mientras leemos el Telva.  Los museos, cuantas menos piezas tengan y más paneles explicativos con dibujos guays mejor y, si es posible, justificando el coste con la firma de un arquitecto de renombre chachi piruli.  Lo siento: No. A una biblioteca se va a leer.
A leer en un ambiente sosegado y tranquilo.  A leer lo que uno no se puede permitir porque está fuera de su alcance económico o no encuentra con facilidad.  Y a estudiar, sí, cuando en casa es imposible por los mil y un motivos que hacen que muchos jóvenes no puedan a veces concentrarse en sus hogares.  A aprender, también, pero con un libro delante bien abierto.  ¿A leer la prensa? ¿A leer el Hola?  Bueno, vale, eso depende del criterio del gestor y de la imagen que quiera dar o de la demanda del público.  Ahí nada que objetar.  Cantidad y calidad no son cosas que a mí me preocupen porque no es asunto mío sino problema del público y sus aspiraciones.  Lo importante es que tenga oferta y criterio para gestionarla.
Ahora bien, ¿qué es una biblioteca pública?  La que está pagada con los impuestos de todos no. La Biblioteca es pública desde el momento en que nace como biblioteca.  Yo consumí en Torrevieja una biblioteca que era pública pero que pertenecía a una entidad bancaria.  No era un club.  No te pedían carnet de socio o ser cliente de la Caja para poder entrar.
Obligación de todo Estado es facilitar el máximo acceso a la cultura de sus ciudadanos.  Obligación de los ciudadanos es aprovechar adecuadamente lo que el Estado, con el dinero de todos y, en última instancia, con los impuestos procedentes de lo privado, se paga.  Repito: toda biblioteca es pública, excepto cuando tiene el cartel de "privada" porque está en la casa de un particular o en un lugar de acceso restringido, como el Vaticano.
¿Recuerdan los videoclubes?  Eran rentables.  Al principio muy pero que muy rentables.  ¿Qué ocurriría si una empresa de telefonía o unos grandes almacenes decidiesen inaugurar un libroclub al lado de su casa y le exigiesen ser cliente de su producto para poder entrar?  Absolutamente nada malo.  Supongamos que una famosa librería te deja leer los tres primeros capítulos de las novedades editoriales, supongamos que hay una biblioteca con miles de libros pero que todas las tapas, en lugar de ser las originales, tienen como portada el anuncio de un conocido refresco. ¿Y si nos cobran una pequeña cantidad por cada día que dispongamos del libro?  Eso sería una biblioteca privada. Buscaría -y seguramente encontraría- el modo de sacar rédito a la inversión, lo cual, por cierto, es legítimo y no pecaminoso ni mucho menos sucio y vergonzante, como nos venden algunos progres vestidos de parias que luego se desdicen por sus realidades.
En cuanto a las bibliotecas externalizadas, en principio demuestran que con el mismo presupuesto se puede gestionar más adecuadamente un espacio público (en principio, no en final porque es contradictorio y perverso, obviamente), porque pueden llegar a la conclusión de que se puede ahorrar en sueldos de personal, como los chiringuitos de la playa en verano que contratan menos camareros de los que necesitan y no se quedan sin clientes; pero también pueden ahorrar negociando con las editoriales los precios o donaciones de libros u organizando actos o eventos que les produzcan ganancias indirectas, ¡cómo no!, todo es echarle imaginación (si sabremos los autores independientes y asubvencionados lo que es echarle imaginación a las cosas y depender del público, de la demanda y de la perseverancia y el esfuerzo...).
Lo que quiero decir es que reivindico la biblioteca pública, subvencionada, patrocinada o privada (todas me valen con tal de que existan y no nos engañen con terminologías perversas y malinterpretadas, con consignas y con chorradas, como creo que ya he dejado claro); que la biblioteca pública (¿acaso deberíamos llamarla "social" en adelante?) me parece una de las patas más fundamentales de la libertad del individuo (paso de llamarlo "democracia", lo siento) y que también reivindico al usuario comprometido, consciente y cívico que sabe lo que es, lo que debe ser y lo que nunca debería ser una biblioteca siempre pública.
Termino: lo público-público, lo público de verdad de la buena, ha de estar siempre para cubrir el espacio no comercial de nuestras necesidades y derechos fundamentales, ya sean éstos una novela de 30 euros, la Santa Misa, los conciertos de música clásica del Teatro Real, el tratamiento de un cáncer o una enfermedad rara o estudiar los que no valgan para aprender un oficio.
¡Vivan los libros al alcance de todos, los pague quien los pague!

lunes, 21 de octubre de 2013

¡AYUDEMOS AL PEQUEÑO JUAN JIMÉNEZ!

El hombre, si no es la medida de todas las cosas, es al menos una maqueta bienintencionada del Universo.  ¿Pero qué es un niño? Un niño es un hombre en proyecto que pasa su infancia perdido entre el bosque de los adultos.  La niñez está perpetuamente amenazada, destinada a desaparecer para siempre en un horizonte poblado, adulto y oscuro.  Un adulto no es siempre padre, pero un niño siempre es un hijo.
El hijo es un relámpago de futuro que nos deslumbra un momento; el hijo es el padre que le regalamos a nuestros nietos. El hijo del prójimo también es nuestro hijo, porque en él nos perpetuamos todos los demás.
Juanito es un niño enfermo, muy enfermo, demasiado enfermo para su edad. Juanito padece el Síndrome de Schimke, un trastorno genético que afecta a su crecimiento y compromete todos los órganos de su pequeño cuerpo.  Juanito ha sufrido en diez años de existencia más que muchas personas juntas en toda su vida. Juanito es un caso único en toda Europa y sólo hay otro niño con su misma enfermedad en todo el mundo.
Nuestra sociedad, siempre fundada sobre el equivoco, el engaño, el malentendido y la falsedad, ha dejado a Juanito desamparado.   Sus padres están en el paro, no cobran subsidio y dedican las 24 horas del día a cuidar del hijo enfermo y de sus tres hermanos.  Con una ayuda familiar de 420 euros al mes, Fulgencio, el padre de Juanito, tiene que apartar un mínimo de 200 euros mensuales para comprar los medicamentos que el médico prescribe y cuya gratuidad el Estado le niega (estamos hablando de decenas de pastillas diarias para que el equilibrio vital de un niño no colapse).
La Historia camina a golpes, a traspiés, a latigazos de sangre y a gritos de odio y frustración.  La Historia es un desastre.  Ante un caso tan singular que se fundamenta en el abandono y el desamparo estatal, uno se echa las manos a la cabeza y llega a la cima del horror, del espanto y de la perplejidad.

¿Cómo es posible...?

La vida se sacraliza en los niños.  La vida es sacrílega cuando profana a un niño, cuando atenta contra él.  La vida es suicida y necia cuando se encarniza contra el niño.  Un niño enfermo es una blasfemia de la propia vida.  Por el mal de los niños descubrimos que la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.  Descubrimos lo que la vida tiene de alimaña ciega, de cebarse en sí misma.  Atentar contra la vida de un niño -y negarle amparo y recursos lo es- es una destrucción de la única sacralidad de la existencia.  Produce espanto, insisto, ver cómo esos políticos que se manifestaron por el maldito "derecho a la vida" para negar legítimamente el aborto, después del parto se desentienden con pasmosa indiferencia del ya nacido, negándole la vida que tanto reivindicaron para él.
La biología puede ser blasfema a veces, pero el Estado lo es casi por costumbre.  Un niño enfermo y desamparado es la visualización del suicidio incesante de nuestra especie; es, más que un crimen (que también), una profanación que abole toda posibilidad de ascensión del hombre a sí mismo.
Este artículo pretende reivindicar el derecho a la vida, a la dignidad y a la infancia.  Busca sacar afuera trozos de nuestras ruinas sociales, pasear en la mano un feldespato del subconsciente colectivo y, con algunos trozos de madera verbal, protestar airadamente por esta injusticia atroz y lacerante que se está cometiendo contra todos nosotros.

Este artículo es, en fin, para pedir ayuda.

El ser humano ha erigido su propia historia con escaleras de peldaños humanos.  Estudiar historia es analizar crímenes.  Todos nosotros pisamos sobre baldoses de inmensas extensiones de sufrientes.  La Historia está escrita sobre los lomos de los más desamparados. Y es que la Historia la redactan los privilegiados sobre la piel del pueblo, un pueblo al que siempre quieren reducir al sueño.
Los políticos se pasan la vida disfrazándose para sus carnavales de sangre y cantando en medio de las comparsas del miedo.  La demagogia de los políticos no conoce los límites de la indecencia.  El mundo reposa en la explotación y se desplaza por el conflicto. El mundo se olvida de sus pobladores. El mundo abandona a sus hijos.
España no piensa en Juanito. Incluso la tan cacareada Ley de la Dependencia ha dado la espalda a su familia.
Y a estas alturas no hay político que se conmueva, ministerio que aborde el problema, ni juez que decida tomar cartas en el asunto y se anime a encausar a los responsables de esta situación lamentable por real y vergonzosa por indecente (y es que la Ley que a diario se conculca protege a los niños, especialmente a Juanito). Se le cae a uno la cara de vergüenza por ser español.
Pero aun estando así las cosas, Juanito sonríe, sus padres sonríen y los amigos sonreímos.  Si la Vida ha decidido ser un problema para la familia de Juan Jiménez, no somos pocos los que estamos decididos a convertirnos en un problema para la Vida.  La fragilidad del cuerpo de Juanito nos ha hecho fuertes y estamos resueltos a luchar por ese lujo necesario que es la protección de la infancia, que es la infancia de todos y también la de nuestro hijo común: Juanito.

Por favor, os ruego solidaridad y ayuda.  Muchas gracias.

Podéis contribuir con donativos al número de cuenta:
2100-2311-22-0100819894
Si lo hacéis desde fuera de España, el número de cuenta sería el siguiente:
IBAN: ES66 2100 2311 2201 0081 9894

CÓDIGO SWIFT:CAIXESBBXXX

cuenta bancaria a nombre de JUAN JIMÉNEZ.

También podéis ayudar a Juanito adquiriendo mi novela EL CARBAYÓN. Los royalties irán directamente a la familia. Pinchad AQUÍ si estáis fuera de la zona Euro y AQUÍ si estáis dentro. o AQUÍ si lo queréis en FORMATO EBOOK Muchas gracias.
Recogida de firmas de apoyo en este ENLACE
Y si queréis conocer a Juanito, mirad este vídeo:


(Agradezco a Fulgencio Jiménez, padre del niño, por cederme el uso de las fotos que ilustran este artículo)

jueves, 17 de octubre de 2013

PATRIA Y CULTURA

Hubo una época -yo soy de Historia, perdonadme- en la que a los enemigos se los mataba.  Ahora se les da un sueldo fijo y se les manda a Bruselas.
Y es que hemos llegado a un punto en el que nuestros políticos viven para ellos y no se dan cuenta de que los elegimos nosotros.  Hemos aprendido muy pronto el "tengo derecho", pero no hemos asimilado el "tengo obligaciones".  Somos un país sin civismo, y eso no funciona.
Confieso que en mi edad prematura fui de los que objetaron conciencia para evitar el servicio militar porque lo consideraba discriminatorio (nunca fui pacifista y siempre creí que el ejército PROFESIONAL era necesario e imprescindible).  Me arriesgué a acabar en el trullo porque mi objeción llegó al término de INSUMISIÓN.  Luego llegó Federico Trillo y lo arregló todo profesionalizando el tema (muy a gusto hubiese ido a la trena por mis principios, no obstante, aunque ahora no sean los mismos).  Pero ¡ojo!  No se me confunda.  Uno va cumpliendo años y opina que, si no el servicio militar, sí al menos el servicio social debería ser obligatorio para los ciudadanos de ambos sexos, siquiera por enseñarle al personal que esto que tenemos no sale gratis y que no vale todo.
Debajo de una educación puede haber lo que sea, que si te pillan a contrapié entre las sábanas igual hasta acabas ejerciendo de periodista para un canal de Berlusconi.
A uno le tiemblan las carnes cuando mira el panorama.
Hemos cogido la escuela de valores, la hemos metido en una cartelera y ha salido primero el reloj caro, luego el chalé y después las vacaciones, quedando en último lugar la palabra dada, la honradez y la ética, así como el valor del trabajo de cada uno.
Hemos padecido unos años muy peligrosos en los que todo valía para ir a la universidad... ¡porque había que ir! ¡Error!  O remediamos eso o vamos directos al desastre. Hacen falta cocineros, sastres, actores, escritores, pensadores, carpinteros, electricistas y fontaneros, amén de otras profesiones.  Que no nos engañen con esas y otras milongas. La Universidad no es un fin; ni siquiera un objetivo.
Todo esto ha pasado porque tenemos una clase política que no ha sabido tomar decisiones duras y firmes por tener al electorado contento siempre, y eso no se puede hacer. 
A los que vivimos de nuestras ocurrencias nos vienen con el 21% de IVA y se nos critica en todas partes si protestamos y nos vienen con que es peor la piratería. Pero ¿acaso la gente no entiende que una obra de teatro no se puede descargar por internet?  Libros, teatros y cines condenados, mientras el fútbol -eso nadie se lo pregunta- permanece protegido y tan tranquilo. Panem et circenses, queridos míos.
En el momento en el que el artista no tiene derecho a opinar y se le cataloga por hacerlo, en el instante en el que se le señala por el partido al que vota, estamos haciendo que la cultura tenga derivas muy peligrosas y fluctuantes que a nadie convienen.  Y es que una cosa es el artista que crea y otra el ciudadano que hay detrás. El arte no es de izquierdas ni de derechas.  Un señor puede ser un magnífico pintor y ser de derechas; otro puede cantar de maravilla y votar a Izquierda Unida. Un tercero puede ser un gran escritor y no votar a nadie o ser un nostálgico del franquismo.
Desde el poder territorial se ha promocionado cualquier forma de literatura con tal de que el autor escribiera en un idioma distinto del castellano.  Otrosí se han estado publicando auténticas porquerías con sellos infames que luego van de dignos porque convocan premios en los que nadie cree.  ¿Cómo puede escribir unas memorias un pollo de veinte años?  Bueno, pues tal se ha consentido y publicado por parte del padre  bastardo de las letras hispánicas, el heredero del emporio que se erige como adalid de la cultura literaria a golpe de talonario y que sólo da de comer y premia a sus asalariados de siempre, ¡quién lo fuera!
Y, mientras tanto, ¿cómo se puede promocionar un libro de cocina por parte de una señora que no ha cocinado en su vida?  Pues se puede: tan sencillo como haberse acostado previamente con el ex amante de la novia de un torero.
Realmente uno cree que la cultura es algo más que esas porquerías, que esa basura.
Otro ejemplo: somos un país en el que se pasa de la televisión al cine sin pisar antes un teatro, ¿qué queremos lograr con eso?  Cualquier actor estadounidense muere por hacer una función de teatro porque sabe que es lo máximo, como en Francia o en Inglaterra, pero aquí metemos a presión a actores televisivos que no saben hablar en público, que no saben declamar, ¡coño! ¡que no saben ni hablar!... y a eso lo llamamos "teatro" porque las salas se llenan de fans histéricas que van a poder ver de cerca a su mediocre ídolo.
Claro.  De este y otros modos, lo que es válido para una cultura y un idioma, si lo cierras corto, acaba siendo una momia y un nombre.
La sociedad de la mediocridad en que estamos inmersos así lo quiere para que la gente no se haga preguntas.  Vivimos en un país en el que a los políticos y periodistas les encanta clasificar a los demás y meternos a todos en un cajoncito de colores.  Un artista, sin embargo, es lo menos clasificable que puede existir.
El problema de concepto de cualquier mediocre surge de los títulos universitarios.  El problema aparece cuando el artista se aburguesa y dice lo que quiere querer pensar imaginando una subvención pública en prontopago por los servicios prestados al partido de turno.
El artista mediocre que así actúa (¡je, actúa!) encima se cree  que está en la cresta de la ola.  La cultura no nos la da el título de la universidad, no nos la da la familia en la que nacemos ni el partido político ante el que nos ponemos a cuatro patas.  La cultura nos la da nuestro aprendizaje: que hablemos, que vivamos, que viajemos y no nos encerremos en nuestros mundos privados.
Todo este mundo ha redundado en una sociedad en la que a las bibliotecas se les quita el polvo sin leerlas.  Estamos igual que en la Edad Media: que sólo leían los monjes.
Y para más inri están ahí los sempiternos políticos dando el coñazo y llevándoselo crudo.
Señores, señoras: por mucho que se suban en un castellet, no son ustedes más que globos, y los globos explotan.  Un niño con un globo en la aldea o un niño en la aldea global: elijan ustedes, que ya saben a lo que me refiero.  Pero ya han elegido.  Todo lo que aprendes es siempre válido cuando lo pones entre paréntesis.
Y es que la cultura no tiene corsés.
El mundo ya no tiene una filosofía que marque su propia historia. El fútbol puede haber reemplazado a las religiones, pero eso es porque las religiones no han cumplido sus objetivos.  El hecho de que existan ONG's significa que las religiones no han alcanzado sus cometidos.
Han salido pequeños diosecillos a nivel territorial, autonómico o futbolístico; vicedioses que vienen a reemplazar unos valores olvidados que nos les interesan a sus adictos más allá de la propia identificación con una idea no propia pero sí común.
Y mientras tanto a los niños se les inculcan ideologías que avergonzarían al más cándido y se les graba con una cámara para mayor gloria de sus imbéciles padres.
El rico, señores, señoras, no lee porque no le interesa; por eso y porque todo lo que tiene lo tiene subvencionado por todos nosotros.  La clase baja no va a poder consumir cultura porque somos unos genuflexos del poder que estamos pagando a plazos la guillotina con la que nos van a cortar las cabezas de pensar.
Y, mientras tanto, nos mandarán policias a las manifas a los que le diremos a la cara: "yo le pago a usted para que me proteja, no para que les proteja a ellos". Pero dará igual porque será demasiado tarde.
Pues eso. Piensen un poco, por Dios, mientras yo me replanteo el haberme declarado objetor de conciencia y pido disculpas por ello. No era por no jurar la bandera, sino porque en el cuartel no había mujeres. Así de simple fue/fui.

lunes, 14 de octubre de 2013

LA ALHAMBRA DE SALOMÓN, de JOSÉ LUIS SERRANO

No soy yo muy dado a comentar libros de autores contemporáneos, y menos aun si los he conocido en persona. El caso es que el lunes pasado en la Semana de la Novela Histórica, el profesor José Luis Serrano nos presentó LA ALHAMBRA DE SALOMÓN y, a pesar de que he llevado unos días agotadores, la he devorado con sumo placer y tenía la necesidad de contarlo aquí.

La valentía de abordar un tema tan complejo como es la etapa medieval en España, mayor aún si hablamos de Al-Ándalus, hace doblemente meritorio lo que ha hecho Serrano en este proyecto. En cuanto a la documentación, me gusta mucho cómo la ha gestionado para que la obra no resultase tediosa en sus detalles ni farragosa en algunos aspectos (intuyo un gran esfuerzo por su parte en algunos párrafos descriptivos). La Alhambra como hilo conductor de la historia de los personajes es una opción altamente arriesgada y sugestiva. La propuesta de que su erección estuviese en origen fundamentada sobre las intenciones de un judío de refundar una nueva Israel son altamente osadas, pero no deja de ser una propuesta inteligente por las connotaciones sociales, jerárquicas, políticas y religiosas que lleva implícitas. El argumento está muy bien razonado y entra dentro de la "ficción histórica" que todo autor debe desarrollar en el interior de una "novela histórica", esto es, desarrollar dentro del plano real (la biografía de Samuel Nagrela), otro verosímil y un tercer hilo que, pudiendo ser ficticio, no es descabellado y sí interesante y evocador: todo lo relacionado con Ilbia.
La verosimilitud de los personajes femeninos, principalmente Ilbia, me ha parecido magnífica en primer lugar como reivindicación del papel de la mujer en el medievo que, lejos de ser secundario, fue muy importante (al contrario que en la época clásica,donde sí que estuvo absolutamente relegada)incluso dentro del Islam (otra cosa es que no haya estado suficientemente reconocido en las fuentes que nos han llegado).
Por la página 391 merece el autor una vuelta al ruedo. Muy inteligente y sorpresiva la jugada. Y no digo más...
La novela olía bien, pero sabe mejor que huele y, desde luego, a mí me ha dejado con hambre de más.
La Alhambra de Salomón me ha recordado con sumo placer al Sinué el Egipcio de Waltari, más que nada por lo bien que fluye la narración y lo grata que es su lectura. Todo un lujo. La recomiendo vehementemente.

¡Enhorabuena y muchísimas gracias por regalarnos un texto tan delicioso!


miércoles, 9 de octubre de 2013

CUATRO AÑOS DE BLANCA MIOSI

Por estas fechas hará como cuatro años que conocí a Blanca en una de esas bitácoras de este infame mundo virtual llamado Internet. No sabía nada de ella y ella nada sabía de mí, pero imagino que algo nos atrajo mutuamente porque desde entonces hemos cultivado una relación más que cordial en la que afortunadamente no han faltado los malentendidos, disensiones, apoyos abiertos, defensas ocasionales contra terceros, ayuda mutua y un permanente contacto solidario que nos hace saber a estas alturas que ambos podemos contar siempre con el otro.
Hasta cierto punto podría decir que me siento vinculado a Blanca porque los dos compartimos tres virtudes que son, a la vez, nuestros mayores defectos: una capacidad de trabajo desmedida, una gestión directa de nuestra marca comercial y una apuesta porque esa marca seamos nosotros mismos y no nuestras obras.
Curiosamente, nuestras vidas han ido paralelas en el último lustro, pues ambos hemos vivido (cada uno a su manera) unos años intensos, llenos de momentos brillantes y también tristes, con inquietudes positivas y decepciones enormes.  Los dos sabemos lo que es ser rechazado por una editorial o, lo que es peor, que la labor de un editor llegue a decepcionarnos porque no cumple nuestras expectativas.  Los dos hemos apostado por volcar nuestros esfuerzos en aprovechar las herramientas que las nuevas tecnologías han puesto a nuestro alcance para editar, maquetar y publicar nuestros trabajos y lanzarlos a nivel mundial en formato digital así como en papel asumiendo directamente todos los riesgos que ello conlleva.  Los dos hemos rechazado ofertas leoninas. Los dos hemos conocido la tragedia personal y la hemos sufrido en privado. Los dos hemos disfrutado de las consecuencias positivas de nuestro esfuerzo, así como de las negativas, que no han sido pocas.
El mundo de los autores independientes es idéntico al que conocemos de los autores tradicionales: está lleno de trampas, detractores, falsos amigos, puñaladas, amistades que se desvanecen con la misma pasmosa facilidad con que se forjaron, sorpresas agradables a fin de mes, sorpresas desagradables a lo largo del mismo, nervios, presiones varias, incertidumbre, negligencias, críticas demoledoras, falsas adulaciones, amor, desamor... ¡todo!
Ya escribí hace meses un artículo en el que vertía mi opinión sobre Blanca Miosi como autora, así que no voy a ser redundante, pues nada ha cambiado y ya está dicho todo.  La finalidad de esta entrada es hacer balance de las aventuras de ambos.  Como sobre mí tampoco voy a hablar porque esta todo dicho en tiempo real en mi web personal y además sería una falta de tacto, me voy a centrar en admirar los logros de esta peruana afincada en Caracas que nos sorprende cada día con sus ocurrencias, proyectos e innegables éxitos.
Y es que el balance no puede ser más sorprendente en su caso.  Resulta que la modesta autora que fue publicada por la editorial Viceversa en 2009 (El Legado), viendo que el mundillo editorial era duro, incierto y que se avecinaba una crisis salvaje, apostó por recuperar los derechos de su obra y hacer lo que la editorial española apenas hizo: promocionarla.  Y la promoción, queridos amigos, la hacemos los autores independientes con un teclado, una pantalla y mucha imaginación, quizás más de la que gastamos para escribir nuestras novelas.
Así tenemos que la señora Miosi se embarca en gestionar directamente su obra y toma las riendas de su carrera profesional. Repito: ¡todo ella sola! ¡todo desde su casa en la capital de Venezuela! ¡todo "a pelo"! Aparece entonces una versión de El Legado mucho más estética, nos asombra a todos con La Búsqueda, que batió y sigue batiendo todos los récords imaginables de ventas. Le siguen Dimitri Galunov, El cóndor de la pluma dorada, La última portada y El piso de la calle Ryden.  Un goteo incesante de obras que van apareciendo y cosechando reconocimientos por doquier y que han despertado todo tipo de reacciones.
Ediciones B se interesó en su momento por lo que se dio en llamar "Autores Indies" y compró los derechos de varias obras de distintos autores que estaban funcionando bien en la todopoderosa Amazon. Así, además de La última portada, Blanca vio publicado El Manuscrito I: El secreto en una edición muy original que de nuevo catapultó a la autora dentro del escalafonario de los escritores independientes.
Y pasaron los meses y surgieron proyectos más o menos afortunados que se truncaron a medio camino o que prosperaron... y la fama de Blanca no dejó de crecer.  Y como es lógico comenzaron a surgir en torno a su persona (o personaje, porque en el fondo yo creo que la imagen que damos los autores no se corresponde al 100% con el trabajador que, encerrado en su casa, se pasa las horas y los días inmerso en sus literaturas) todo tipo de admiradores y detractores.
Hay quien dice que Blanca escribe muy bien.  Tampoco falta quien afirma que en realidad escribe muy mal. Yo no voy a entrar en eso porque ya dije lo que pensaba al respecto. Hay quien cree que los comentarios que los autores recibimos en las distintas plataformas proceden de amigos y familiares que nos regalan ciertos favores para que podamos "hacer palanca" en el mercado.  Yo afirmo que eso es incierto (y me pongo a mí mismo como ejemplo: mis novelas apenas están comentadas y sin embargo funcionan bien). Nadie encontrará un comentario mío en Amazon sobre ninguna obra de Blanca Miosi o de cualquier otro autor.  Me niego. Todo es mucho más simple que eso.  Las novelas de Blanca tienen cientos de comentarios en Amazon de todos los colores, pero la mayoría más que positivos: es imposible que procedan de amigos solamente.  Yo no estoy en condiciones de afirmar que Miosi sea una buena escritora. En primer lugar porque soy su amigo; en segundo lugar, resulta que no me he leído todas sus obras; y por último, no soy quién para juzgar a alguien que está en el mismo barco que yo. Lo que sí sé es que si fuese mala en lo que hace habría decenas de miles de lectores poco exigentes que han estado consumiendo sus productos sin rechistar.  Yo creo que los lectores no son tontos, aunque los autores o los críticos sí lo seamos a veces.  Otrosí añado que nunca me cansaré de recomendar El Legado y La Búsqueda, novelas que me encantaron cuando las leí y que recomiendo vehementemente.  Pero quien quiera hacerse una idea sobre la calidad de su mercancía, que lea los comentarios de otros lectores, que se pregunte por qué la mayoría de sus obras ocupan desde hace meses los primeros puestos de ventas en sus categorías o que inquiera el motivo por el cual algunas de sus novelas están siendo traducidas al inglés, al francés o al turco. Hay cosas que no suceden porque sí.
Hay quien acusa a Miosi de ser muy egocéntrica porque "sólo habla de sí misma en las redes sociales". ¿Es vanidosa Blanca Miosi?  Yo a esta cuestión respondería con dos preguntas. La primeras sería: ¿conoce alguien a algún artista que no tenga cierto toque de vanidad?  Y en segundo lugar, ¿se ha fijado alguien en que Blanca no sólo utiliza las redes sociales para promocionarse a sí misma -igual que la Coca Cola usa la televisión para hablar de su refresco y no del de la competencia- sino también para promocionar a terceros?
Los autores independientes no tenemos detrás publicistas, editoriales volcadas en una promoción internacional de nuestro trabajo ni necesariamente agentes que vayan por las ferias y editoriales cantando nuestras alabanzas. ¿Es malo hacerse uno su propia publicidad? ¿Es un acto de soberbia intentar que se nos conozca contando la verdad y toda la verdad de nuestra evolución como autores?  Pues eso.
Dicho esto, y ya concluyo, Blanca va a despedir el año, como dije antes, con algunas de sus obras traducidas a otros idiomas y regalándonos dos creaciones nuevas: El Talismán, un relato largo que nos habla de la búsqueda de la felicidad y la esperadísima El Manuscrito II: El Coleccionista, de aparición inminente.
Es por todo lo expuesto hasta aquí que no podía resistirme a la tentación de hacer público mi reconocimiento a esta autora, novelista (y sin embargo amiga) admitiendo que muy a menudo hago propios sus éxitos, así como sus alegrías o disgustos.
Y es que sólo los que le dedicamos todas las horas de nuestros días a escribir, promocionar y luchar por nuestros sueños sabemos lo difícil que es hacerlo bien, la imposibilidad de agradar a todo el mundo y lo extraordinariamente complicado que resulta abrirse paso en un mundo tan competitivo y lleno de obstáculos como el que hemos escogido con un teclado y nuestra imaginación como únicas armas.
Vaya, pues, mi pública enhorabuena a Blanca Miosi, a la que auguro una proyección y éxito que ni ella misma imagina, porque lo mejor siempre está por venir.
Y este ha sido mi balance de los últimos cuatro años.