VISITAS HASTA HOY:

sábado, 19 de diciembre de 2015

LA TRAGAPERRAS

Década de 1950. Los servicios de Inteligencia occidentales están obsesionados con la seguridad nacional. Cualquier científico, militar, diplomático o funcionario puede revelar información reservada al enemigo. Los gobiernos están preocupados porque los comunistas saben que, aparte del soborno, el chantaje es un medio muy eficaz para la sangría de secretos de Estado. Hay que poner remedio, parches, obstáculos. Hay que deshacerse de los sujetos susceptibles de ser chantajeados. No se puede tolerar.
Sobra decir que por aquella época los temas de los derechos civiles no habían avanzado mucho, por no decir casi nada. Un claro ejemplo era la homosexualidad. Ser señalado como homosexual podía quebrar para siempre una vida y esto lo sabían perfectamente los servicios de Inteligencia, que consideraban esa tendencia como un punto débil de la Defensa Nacional.
Es por ello que al gobierno canadiense se le ocurrió crear una máquina para detectar homosexuales dentro de su Administración. El proyecto recayó sobre la Real Policía Montada del Canadá, ese cuerpo de uniforme rojo y gorritos curiosos que, además de caballos, tenía un departamento de investigación que había diseñado una máquina a la que llamaron en clave "La Tragaperras".
El funcionamiento de la Tragaperras era muy sencillo: al individuo se le proyectaban unas imágenes sobre una pantalla y unos electrodos monitorizaban su actividad cardiaca y la respiración del sujeto mientras una cámara vigilaba constantemente sus pupilas. ¿Han visto Blade Runner? Pues lo mismo.
Todos los funcionarios con acceso a material sensible fueron obligados a pasar por ese detector durante dos décadas. A los funcionarios se les decía que estaban siendo sometidos a un inofensivo test de estrés para controlar y velar por su seguridad laboral. Algo muy inocente: el Estado se preocupaba de su salud. Nada más lejos.
La sucesión de imágenes era al principio inocente, pero luego iba subiendo de tono hasta que llegaban escenas, al principio eróticas y luego abiertamente pornográficas, primero heterosexuales y a continuación manifiestamente homosexuales.
Si la pupila del desdichado se dilataba un poquito más de la cuenta cuando estaba contemplando la escena equivocada que le mostraban en la pantalla, automáticamente su nombre era apuntado en la lista negra y clasificado a todos los efectos como homosexual. Nadie tuvo en cuenta en aquella época que la dilatación de las pupilas podía deberse a que la imagen expuesta desprendiese más o menos luz. Tampoco se consideró que una aceleración en el ritmo cardiaco pudiese ser debida al rechazo, que no a la aceptación, del material visualizado. Nueve mil funcionarios, policías y militares fueron despedidos de sus trabajos y señalados en sus expedientes como homosexuales. Nueve mil personas fueron señaladas y estigmatizadas públicamente, con las implicaciones familiares, económicas y sociales que ello suponía.
A finales de los años sesenta, la Tragaperras dejó de utilizarse porque se consideró que no era un método fiable. Pero no hubo readmisiones, compensaciones, disculpas, juicios ni arreglo posible para las víctimas a las que había arruinado sus vidas.
Y uno se pregunta sobre las bases de datos que grandes emporios privados están elaborando con nuestras navegaciones por Internet y filtrando a los gobiernos de las naciones y en el uso, más allá del tema comercial, que se podría hacer de nuestra intimidad en un futuro cercano, medio o remoto según cambien las tornas. El problema no es la sexualidad del individuo, son los derechos sociales y el uso de la información. El problema radica en los problemas que nos vayan creando los políticos en el futuro.

jueves, 3 de diciembre de 2015

TERCER CERTAMEN DE MICRORRELATOS DE HISTORIA "FRANCISCO GIJÓN": TODOS LOS AUTORES DE LA ANTOLOGÍA


Ofrecemos el listado de todos los títulos que componen la antología, así como los nombres de sus autores. Se trata de los 50 relatos que el jurado ha estimado como sobresalientes dentro de los más de 340 recibidos en esta convocatoria de 2015. Vaya mi enhorabuena y gratitud a todos ellos.


Francisco Gijón



LOS RELATOS Y SUS AUTORES

Los años anónimos, de Belén Conde Durán
Confusión, de Juan Jesús Luna Jurado
Las dudas de Melpómene, de Paloma Hidalgo Díez
Extinción, de Marta Estrada Galán
Los viejos oficios, de Marcos López Concepción
Personajes de leyenda, de Rafael Olivares Seguí
Fue por Lucy, de Sergio López Vidal
Congreso por la paz, de Ezequiel Barranco Moreno
El placer de Mesalina, de Ángeles Mora
Kant, de Plácido Romero Sanjuán
Ya no hacen reyes como los de antes, de Hermes Prous Collado
Reprimenda paterna, de Rosa García Cachán
Salvado, de Juan Fran Núñez Parreño
El ascensor que cambió la Historia, de Ginés Mulero Caparrós
Bardo, de Luis San José López
El pionero, de Raúl Clavero Blázquez
Monte Vindio, de Francisco Palacio Cabrero
El último baile, de Txema Logroño Zubillaga
El elegido, de Raúl Gómez Lozano
Silencio, la Reina duerme, de María Posadillo Marín
Ceguera, de Lisardo Suárez
La reina del siglo XIV, de Ángel Manuel Chavarría López
Diógenes desencadenado, de Juan Carlos Somoza García
Cuencas mineras, de Enrique Ferrer Pérez
La estatua de la libertad, de Carlos de la Calle Martín
Orgullo, de María del Carmen Soriano García
Los héroes impacientes de aquel jueves, de Ana Patricia Moya
New Age, de Roberto Las Heras Pablo
Quijote tropical, de Abraham Reina Calvo
Balas perdidas, de Daniel Alvaro Paz Velez
Ok, Corral, de Ángel Revuelta Pérez
El mecenas, de Elena Navarro Asensio
Excursión del Ateneo Popular, de Alberto de Miguel Pliego
La mar y la rueca, de Pedro Ramos Delgado
El turista, de David Guijosa Aeberhard
El código, de Ignacio Muñoz-Delgado Carranza
Magic bullet, de Roberto Migoya Ramos
Bosquejo Núm.4, de Rubén Peña Fernández
Comienzo, de Fulgencio Águila Sánchez
Lo sé, de Pedro Naranjo Cobo
El sueño de Sandhurst, de Rafael Nieto Jiménez
Mi reino por un brandy…, de Luz Gema Ruiz Catalán
La coincidencia, de Román Ignacio Ksybala
Corocotta, el salvaje de 200.000 denarios, de Marta Fernández Villar
Oro sucio, de Vanessa Proaño Puerta
La cucaracha en el puente, de Raúl Gay
El nacimiento de un hidalgo, de Juan José Tapia Urbano 
El retrato, de Yolanda Nava Miguélez
Amnesia, de Héctor Daniel Olivera Campos
Mezcla histórica, de Pedro Nel Niño Mogollón

Recuerden que, siguiendo la política establecida en el concurso, la ANTOLOGÍA DE RELATOS no estará a la venta en ninguna librería, sino únicamente en AMAZON en formato físico. Los beneficios generados por su venta irán íntegramente destinados a dotar el siguiente certamen que Ediciones ML convoque, así como a fines benéficos que aparecerán debidamente justificados en la página web del sello editorial.

Puede adquirir su ejemplar siguiendo este ENLACE.


miércoles, 2 de diciembre de 2015

III CERTAMEN DE MICRORRELATOS DE HISTORIA "FRANCISCO GIJÓN": LOS GANADORES


ACTA DEL JURADO


El jurado del III Certamen de Microrrelatos de Historia Francisco Gijón compuesto por Ramón Ferreres Castell, Arturo Ledesma de Castro y Mariola Rubio Aparicio, tras haber leído todas las obras presentadas a concurso, determina por consenso que:

1.-Por su originalidad, por lo sugerente de la historia y la conmovedora manera en que su autor combina unos acontecimientos dramáticos del pasado con una problemática actual. Por haber cumplido el requisito de ofrecerle al lector una sorpresa final escueta y delimitada dentro del orden de una sola frase, entendemos que el PRIMER PREMIO de esta convocatoria debe recaer sobre el microrrelato AMNESIA.

2.-Por su calidad indiscutible, por su riqueza en recursos: inicio en primera persona para luego saltar a tercera y volver a la primera incorporando un discurso directo. Por la original combinación de frases largas y breves, así como por la habilidad del autor para narrar un hecho histórico conocido personalizando un objeto inerte, consideramos que el SEGUNDO PREMIO habrá de ser para el microrrelato titulado MAGIC BULLET.  

Queremos no obstante destacar la calidad de los trabajos recibidos y lo difícil que nos ha resultado decantarnos por estas dos obras, así como reconocer al resto de autores el nivel de las obras presentadas.


Y así lo hacemos constar a todos los efectos, siguiendo las instrucciones del promotor de esta iniciativa literaria en Buenos Aires, A Coruña y Cartagena en el día de hoy, 29 de noviembre de 2015.

LOS GANADORES

Héctor Daniel Olivera Campos, nacido en Barcelona en 1965, realizó estudios superiores y es empleado municipal en el Ayuntamiento de Barberà del Vallès. Es autor de los libros  “Mis letras me seguirán hasta los infiernos” (Editorial Vampiro de Libros) (2014) y “Podemos y otros relatos indignados”  (Amazon) (2015). Por otra parte, ha sido galardonado con el primer premio en dos concursos literarios: Primer Concurso de Microrrelatos ELACT  (Encuentro Literario de Autores de Cartagena), con el relato “Susceptibilidades” (2013); y V Cibercertamen literario Hipatia de Alejandría de literatura breve, con el relato “Instituto Casandra” (2013). Asimismo ha sido semifinalista en el Concurso de Microrrelatos organizado por el Museo de la Biblioteca Nacional de España, con el texto “Estremecimiento” (2013). También ha publicado dos relatos en sendas antologías: “El Intercambio” en el libro “Te veré en el climax y otros relatos pecaminosos”, editado en los Estados Unidos (Pukiyari Editores) (2014); y el texto “Mamíferos” en el libro “Bocados sabrosos III”.
PRIMER PREMIO: "AMNESIA"

Roberto Migoya Ramos. Ponferrada (León)
Licenciado en Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de León, Roberto Migoya, de 39 años, es un escritor polifacético que ha publicado sus relatos en diversas antologías de ediciones Orola, Evohé, Pukuyari Editores, etc… así como en publicaciones vinculadas al ayuntamiento de Aldaia, la Fundación Juan Bonal y participado en distintos certámenes de relatos cortos convocados por diversas instituciones. Cultiva principalmente la narrativa histórica y el género erótico.
SEGUNDO PREMIO: "MAGIC BULLET"




LOS RELATOS


AMNESIA

Abrió el contenedor y percibió que comenzaba a olvidar el nombre de las cosas. ¿Cómo diablos se llamaba el objeto que refulgía entre la basura? Era un nombre común, precisamente llevaba uno puesto sobre su rostro, a través del cual contemplaban el mundo sus ojos cansados. Alarmaba comprobar como la memoria se resquebraja. Y era paradójico que el viejo se sintiera asustado, pues había reconstruido su vida sobre una amnesia deliberada. ¿Cómo se llamaba aquella cosa? Recordó haber confiscado miles de ellas a las personas que descendían de los trenes, antes de ordenar que se desnudaran, en Dachau.
Héctor-Daniel Olivera

MAGIC BULLET

Allá voy. Abandono mi jaula de municiones. El asesino me trata con suavidad. Está nervioso, apurado, pero acaricia mi piel metálica con el guante del profesional. Me introduce en la recámara y tranca el cerrojo. Todo es oscuridad hasta el final del cañón. El azote y el estruendo coinciden en una décima, y de repente atravieso embalada el brillante cielo de Dallas. Una multitud se agolpa ahí abajo, en sendas aceras, vitoreando la comitiva hacia la que avanzo imparable. Revelo a todos mi magia: «¿Permite, señor Kennedy? Mil disculpas, gobernador, ¿quién iba a suponer tanta curva en un vuelo directo?».
Roberto Migoya

RECUERDE QUE USTED PUEDE ADQUIRIR LA ANTOLOGÍA CON LOS 50 RELATOS FINALISTAS EN ESTE ENLACE

viernes, 27 de noviembre de 2015

LO QUE NO SE CUENTA DE LA SEGUNDA REPÚBLICA

Continuando con el post anterior que pueden leer en este enlace, analizaremos ahora lo que pasó tras la proclamación de la II República.
Durante los meses siguientes a la expulsión de Alfonso XIII y a la instauración antidemocrática de la República, se formó una comisión destinada a redactar un proyecto de Constitución con dos objetivos fundamentales: el tema religioso y la reforma agraria. No se trataba únicamente de separar Iglesia y Estado sino, siguiendo el modelo jacobino francés, de triturar la influencia católica en la sociedad sustituyéndola por otra laicista. Para buena parte de los republicanos de clases medias, sector frustrado por su mínimo papel durante la monarquía, la Iglesia era un adversario a castigar por su papel en el sostenimiento del régimen derrocado. Por otra parte, para los movimientos obreros (comunistas, socialistas y anarquistas) era sencillamente un rival a vencer. No obstante, justo es admitir que en el campo republicano también hubo posiciones templadas, como las de los miembros de la Institución Libre de Enseñanza o la de la Agrupación al Servicio de la República. Curiosamente, el borrador constitucional redactado para que se debatiese en las Cortes Constituyentes recuerda bastante a la actual Carta Magna (1978) en lo que a separación de Iglesia y Estado y libertad de cultos se refiere; además, reconocía a la Iglesia católica un status especial como entidad de derecho público, reconociendo así una realidad histórica y social innegable. Así, el proyecto de Constitución planteaba la inexistencia de una religión estatal pero a la vez reconocía a la Iglesia como corporación de derecho público y garantizaba el derecho a la enseñanza religiosa, lo que no deja de ser un planteamiento más que razonable para un estado laico. Pero entre el 27 de agosto y el 1 de octubre ciertos diputados radicalizaron sus posturas, especialmente los del PSOE y la Esquerra catalana, que votaron a favor de la disolución de las órdenes religiosas y la nacionalización inmediata de sus bienes (eso sí, insistiendo los de Esquerra que los bienes localizados en Cataluña no saldrían de su territorio).
Otro punto interesante es que, cuando se discutió sobre la oportunidad para otorgarle a la mujer el derecho al voto, fueron las izquierdas las que más vehementemente se opusieron a ello con el argumento de que "las órdenes religiosas eran las asesoras ideológicas de las mujeres", asesoras, evidentemente, nada favorables a las ideas de izquierdas. El 29 de septiembre y el 7 de octubre se presentaron sendos textos que abogaban por la nacionalización de los bienes eclesiásticos y la disolución de las órdenes religiosas. Sin embargo, siguió existiendo un intento moderado por mantener el texto inicial y no enconar las posturas, pero fracasó totalmente ante la alianza radical del PSOE, los radical-socialistas y la Esquerra. El día 9 se convino que la única orden a disolver sería la Compañía de Jesús. La reacción no se hizo esperar por parte de los radicales: se organizaron manifestaciones y mítines para inclinar la voluntad de las autoridades y se sumó a estos actos una campaña de prensa afín que buscaba crear la sensación de que la práctica totalidad del país asumía unos planteamientos que, en realidad, distaban mucho de ser mayoritarios. Finalmente, la Carta Magna de la República acabó recogiendo la disolución de la Compañía de Jesús, la prohibición de que las órdenes religiosas se dedicaran a la enseñanza y en encastillamiento de la Iglesia católica en una situación legal no por difusa menos negativa.
En resumen, la Constitución no quedó en absoluto perfilada como un texto que diera cabida a todos los españoles independientemente de su ideología, sino que se consagró como la victoria de una visión ideológica sectaria sobre otra que gozaba de un enorme arraigo popular. Se habían causado los primeros daños irreparables a la convivencia y al desarrollo pacífico del país.
Y así dio comienzo el bienio republicano-socialista, que se caracterizó por declaraciones voluntaristas, por una búsqueda de la confrontación con la Iglesia, por una clara incapacidad para enfrentarse con el radicalismo despertado por la demagogia, por una acusada inoperancia para llevar a la práctica las soluciones sociales prometidas y, de manera muy especial, por la incompetencia económica. No sólo se frustró totalmente la reforma agraria sino que se agudizó la tensión social con normativas que provocaron una contracción del empleo y un peso fiscal insoportable para pequeños y medianos empresarios. A esto se debe añadir la acción violenta de las izquierdas encaminada a destruir la república desde casi su proclamación. En enero de 1932, en Castilblanco y en Arnedo, los socialistas provocaron motines armados en los que hallaron la muerte agentes del orden público. El 19 del mismo mes, los anarquistas iniciaron una sublevación armada en el Alto Llobregat que duró tres días. En enero de 1933 se produjo un intento revolucionario de signo anarquista en algunas zonas de Cádiz cuya represión fue extraordinariamente dura e incluyó el fusilamiento de algunos de los detenidos por orden directa (según los oficiales que la llevaron a cabo) de Azaña.
En resumen podemos concluir que durante el bienio el gobierno republicano había fracasado en sus grandes proyectos: la reforma agraria y el impulso de la educación, había gestionado deficientemente la economía y había sido incapaz de evitar la radicalización de una izquierda que incluía al PSOE. Obviamente, el calamitoso fracaso republicano-socialista no tardó en reportar beneficios políticos a las derechas. Durante la primavera y el verano de 1932: se incrementó la violencia revolucionaria de las izquierdas, se redactó el Estatuto de Autonomía de Cataluña y el proyecto de Ley de Reforma Agraria. Tales medidas impulsaron un golpe de estado, el de Sanjurjo, que fracasó. 
En contra de lo que muchos piensan hoy, las derechas habían optado por integrarse en el sistema y, a diferencia de las izquierdas, aceptaban las reglas del juego parlamentario. Entre el 28 de febrero y el 5 de marzo tuvo lugar la fundación de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), una coalición de fuerzas de derechas y católicas. La reacción de Azaña fue la de intentar asegurarse el dominio del Estado mediante la articulación de mecanismos legales poco ortodoxos. Así, el 25 de julio de 1933 se aprobó una Ley de Orden Público que dotaba al gobierno de una enorme capacidad de represión y unos poderes considerables para limitar la libertad de expresión, y antes de que concluyera el mes, Azaña, que intentaba evitar una elecciones cuyo resultado no era halagüeño para su partido, obtuvo en Cortes la aprobación de una ley electoral que reforzaba las primas a la mayoría. Obviamente, las medidas de Azaña evidencian su nula confianza en la democracia como sistema político sino más bien ese complejo de hiperlegitimidad que siempre ha acompañado a las izquierdas, más bien partidarias históricamente en nuestro país del gobierno de las élites.
En verano de 1933, Azaña se resistió a convocar elecciones. Durante aquellos meses precisamente se consagró la bolchevización del PSOE. Sin ir más lejos, en la escuela de verano del PSOE en Torrelodones, los jóvenes socialistas celebraron una serie de conferencias donde se concluyó la aniquilación política del moderado Julián Besteiro, el apartamiento despectivo de Indalecio Prieto y la consagración entusiasta de Largo Caballero, al que se aclamó como el Lenin español. El 3 de septiembre de 1933, el gobierno sufre una derrota espectacular en las elecciones generales para el Tribunal de Garantías y cinco días más tarde cayó. Dicho de otro modo, a pesar de tener en sus manos todos los resortes del poder, a pesar de intentar realizar purgas en la administración y el ejército, a pesar de promulgar una Ley de Defensa de la República que significaba tácitamente la posibilidad de consagrar una dictadura de facto y a pesar de arrinconar a la Iglesia, la coalición de izquierdas no pudo evitar su propio desgaste y la desconfianza del electorado.
En las elecciones del 19 de noviembre de 1933 votó el 67,46% del censo (las mujeres por primera vez). Las derechas obtuvieron 3.365.700 votos, el centro 2.051.500 y las izquierdas 3.118.000. Sin embargo, el sistema electoral, que favorecía, por decisión directa de Azaña, las grandes agrupaciones, se tradujo en que las derechas obtuvieran más del doble de escaños que las izquierdas con una diferencia entre ambas que no llegaba a los doscientos cincuenta mil votos. A Azaña le había salido el tiro por la culata.
La derrota de las izquierdas debería haber sido tomada como una legitimación de la democracia y como una prueba de la salud democrática de la República, sin embargo, para aquellos que llevaban décadas conspirando se trató de una experiencia inaceptable. La disposición de las fuerzas antisistema incluyó a partir de entonces y expresamente el recurso de la violencia.
Tras las elecciones de 1933, la fuerza mayoritaria (la CEDA) tendría que haber sido encargada de formar gobierno, pero las izquierdas que habían traído la Segunda República no estaban dispuestas a consentirlo. El presidente Alcalá Zamora encomendó la misión de formar gobierno a Lerroux, un republicano histórico pero en minoría. El PSOE y los nacionalistas catalanes comenzaron a urdir una conspiración armada que acabara con un gobierno de centro-derecha (recuérdese que los conspiradores eran ahora partidos con representación parlamentaria). Los llamamientos a la revolución fueron numerosos, claros y contundentes. El 3 de enero de 1934, la prensa del PSOE publicaba unas declaraciones de Indalecio Prieto que decían: "¿Concordia? No. ¡Guerra de clases! Odio a muerte a la burguesía criminal". Al mes siguiente, la CNT le propuso a la UGT una alianza revolucionaria, oferta a la que respondió el socialista Largo Caballero con la de las Alianzas Obreras. Su finalidad no era otra que aniquilar el sistema parlamentario y llevar a cabo la revolución. Así, a finales de mayo, el PSOE desencadenó una ofensiva revolucionaria en el campo que fue enérgicamente reprimida por Salazar Alonso, ministro de Gobernación. La prensa del PSOE, lejos de rebajar la tensión, señalaba que las teorías del Frente Popular propugnadas por los comunistas a impulso de Stalin eran demasiado moderadas porque no recogían las aspiraciones trabajadoras de conquistar el poder.
Queda claro que las izquierdas no estaban dispuestas a consentir que la CEDA entrara en el gobierno por más que las urnas la hubieran convertido en la primera fuerza parlamentaria. El 25 de septiembre El Socialista anunciaba: "El mes próximo será nuestro octubre. (...) Tenemos un ejército a la espera de ser movilizado". Y era cierto. El 9 de ese mismo mes, la Guardia Civil había interceptado un importante alijo de armas y munición a bordo del Turquesa en la ría asturiana de Pravia. Una parte de las armas había sido ya desembarcada y, siguiendo órdenes de Indalecio Prieto, transportada en camiones de la Diputación Provincial.
Llegamos así al 1 de octubre de 1934, momento en el que Gil Robles exige la entrada de la CEDA en el gobierno de Lerroux. Sin embargo, en una clara muestra de moderación política, Gil Robles ni exigió la presidencia del gabinete (que le hubiera correspondido) ni tampoco la mayoría de las carteras. El 4 de octubre entrarían, finalmente, tres ministros de la CEDA en el gobierno: Oriol Anguera (catalán y antiguo catalanista), Aizpún (regionalista navarro) y el sevillano Manuel Giménez Fernández, que se había declarado expresamente republicano y que defendía la realización de la reforma agraria. La presencia de ministros cedistas en el gabinete fue la excusa del PSOE y los catalanistas para poner en marcha su insurrección armada, que tuvo lugar entre el 5 y el 6 de octubre.
Así, en Guipúzcoa los alzados asesinaron al empresario Marcelino Oreja Elósegui; en Barcelona, el dirigente de la Esquerra Republicana, Companys, proclamó el Estat Catalá dentro de la República Federal Española e invitó a los dirigentes a una "protesta general contra el fascismo". Pero ni el gobierno republicano era fascista, ni los dirigentes de la izquierda recibieron el apoyo que esperaban de la calle y del ejército y resto de fuerzas del orden. La propia Generalitat se rindió a las 6 y cuarto de la mañana del 7 de octubre.
La única excepción se produjo en Asturias, donde los alzados contaban con un ejército de 30.000 mineros bien pertrechados gracias a las fábricas de armas de Oviedo y Trubia y bajo la dirección de miembros del PSOE. Frente a ellos había mil seiscientos soldados y unos novecientos guardias civiles. Los alzados asturianos procedieron a detener y asesinar gente inocente tan sólo por su pertenencia a segmentos sociales concretos. Especialmente se desató una oleada de violencia contra el catolicismo que incluyó quema y profanación de lugares de culto, asesinato de sacerdotes y seminaristas e incluso maestros de escuelas religiosas. En ningún caso se trató de la acción de unos incontrolados, sino de un comportamiento consciente y organizado. La revolución de Asturias fue sofocada por las fuerzas armadas bajo el mando del general Franco quien, paradójicamente para muchos, obedecía órdenes constitucionales para defender la República de aquellos que estaban violando la legalidad republicana. El balance, muertos y heridos aparte, fue desolador: se habían visto afectadas por la revuelta 58 iglesias, 26 fábricas, 58 puentes, 63 edificios particulares y 730 edificios públicos, amén de todo tipo de destrozos en 66 puntos del ferrocarril y 31 carreteras. Ingresaron en prisión 15.000 personas.
Pero la sublevación continuó por la vía de la propaganda y fuera del Parlamento. Se produjo entonces un importante aumento de la violencia callejera. Lo lógico habría sido que el gobierno hubiera dejado fuera de la ley de formaciones a PSOE, CNT o Esquerra, pero no fue así. La represión fue limitada y, en un esfuerzo por alcanzar la paz social, se impulsaron medidas como la reforma agraria, que logró asentar a 20.000 campesinos. Se aprobó además una nueva Ley de Arrendamientos Urbanos que defendía a los inquilinos, se inició una reforma hacendística de calado y Gil Robles, ministro de la Guerra, llevó a cabo una relevante reforma militar.
Pero la propaganda insistía en convertir en héroes a los responsables de la revolución de octubre y en septiembre de 1935, el estallido del escándalo del estraperlo, estafa que afectó al partido radical de Lerroux, provocando su caída. La CEDA quedaba sola en la derecha frente a unas izquierdas cada vez más radicalizadas y agresivas. Durante el verano de 1935 PSOE y PCE desarrollan contactos para unificar sus acciones, republicanos y socialistas discutían la formación de milicias comunes y los comunistas se pronunciaban a favor de la constitución de un ejército rojo. Azaña propuso entonces a la ejecutiva del PSOE una coalición electoral de izquierdas: así nació el Frente Popular. En esos días, Largo Caballero, el Lenin español, salía de la cárcel y la sindical comunista CGTU entraba en la UGT socialista. La intención era obvia: si las izquierdas ganaban las próximas elecciones, aniquilarían la República.
Frente a ellos, Chapaprieta y Alcalá Zamora negociaban la creación de un partido de centro moderado, la Falange, el partido fascista de mayor alcance, era muy minoritario y los carlistas y otros grupos monárquicos carecían de fuerza. En el ejército, Franco insistía en rechazar cualquier eventualidad golpista a la espera de la evolución política de los acontecimientos.
Alcalá Zamora disolvió las Cortes inconstitucionalmente (no podía hacerlo dos veces durante su mandato, pero lo hizo. Luego sus propios correligionarios lo utilizarían para eliminarle políticamente) y convocó elecciones para febrero de 1936. Republicanos como Azaña y el socialista Prieto perseguían fundamentalmente regresar al punto de partida de 1931. Pero para el resto de fuerzas del Frente Popular, especialmente PSOE y PCE, se trataba del último paso hacia la aniquilación de la República y la revolución posterior. Así, Largo Caballero afirmaba en Alicante: "Quiero decirle a las derechas que si triunfamos colaboraremos con nuestros aliados; pero si triunfan las derechas nuestra labor habrá de ser doble, pues tendremos que ir a la guerra civil declarada". Nada extraño en alguien que afirmaba que "la transformación total de un país no se puede hacer echando papeletas en las urnas".
Aunque los firmantes del pacto del Frente Popular suscribían un programa cuya aspiración fundamental era la amnistía de los detenidos y condenados por la insurrección de 1934 (reivindicada como episodio heroico), no es menos cierto que los más moderados pretendían un sistema parlamentario y los radicales una dictadura del proletariado. De ahí que sus adversarios políticos hicieran hincapié durante la campaña electoral en el peligro que se avecinaba. En medio de un clima ya abiertamente guerracivilista, las elecciones de febrero concluyeron con resultados muy parecidos a los de los comicios anteriores (4.430.322 votos para el Frente Popular, 4.511.031 para las derechas y 682.825 para el centro). Pero hay que añadir los fraudes electorales en provincias como Cáceres, La Coruña, Lugo, Pontevedra, Granada, Cuenca, Orense, Salamanca, Burgos, Jaén, Almería, Valencia y Albacete contra las candidaturas de derechas. Tal cúmulo de irregularidades se convertiría en una aplastante mayoría de escaños para el Frente Popular. De hecho, Niceto Alcalá Zamora, en declaraciones al Journal de Geneve, admitía las irregularidades cometidas y se lamentaba de que a pesar de ellas la diferencia entre ambas coaliciones no hubiera sido mayor. Las irregularidades fueron de toda índole: muchedumbres instigadas por los radicales que se apropiaron de los documentos electorales, falsificación de resultados en numerosas localidades, anulación de actas de provincias donde la oposición resultaba victoriosa, proclamación de diputados a candidatos amigos...
En Cataluña, Companys regresó triunfante y se hizo con el gobierno de la Generalitat, los detenidos por la insurrección de Asturias fueron puestos en libertad y sus patronos obligados a readmitirlos, las organizaciones sindicales exigieron en el campo subidas salariales del 100%, se convocaron en los siguientes dos meses 192 huelgas y el 3 de marzo los socialistas empujaron a los campesinos a ocupar ilegalmente varias fincas en el pueblo de Cenicientos, pistoletazo para que la Federación de Trabajadores de la Tierra comenzase a quebrar la legalidad en los campos: el 25 del mismo mes, 60.000 campesinos ocuparían 3000 fincas en Extremadura, acto legalizado a posteriori por el gobierno.
A la violación sistemática de la legalidad se le sumó el uso de la violencia y la censura de prensa, así como una purga masiva en los ayuntamientos considerados hostiles. El 2 de abril, el PSOE hizo un llamamiento a construir en todas partes y a cara descubierta las milicias del pueblo. Alcalá Zamora fue expulsado del gobierno y Azaña se convirtió en presidente encargando la formación de gobierno a Casares Quiroga. El día 5, el general Mola emitía una circular en la que señalaba que el Directorio militar que se instauraría después del golpe contra el gobierno del Frente Popular respetaría el régimen republicano.
El 10 de junio el gobierno del Frente Popular dio un paso más en el proceso de aniquilación del sistema democrático al crear un tribunal especial para exigir responsabilidades políticas a los jueces, magistrados y fiscales, precedente de lo que serían los tribunales populares durante la guerra civil y claro intento de aniquilar la independencia judicial.
Como vemos, no se trataba de que el fascismo acosara a la democracia, sino, por el contrario, de que la revolución estaba liquidando a la República y amenazando a sectores completos de la población.
Entre el 16 de febrero y el 15 de junio se habían destruido 196 iglesias, 10 periódicos y 78 centros políticos, se habían convocado 192 huelgas y se arrojaba un saldo de 334 muertos. El 16 de junio Gil Robles denunciaba en sede parlamentaria el estado de las cosas y Calvo Sotelo abandonaba las Cortes con una amenaza de muerte que está recogida en las actas del Congreso y que no tardaría en convertirse en realidad (se lo advirtió una diputada por Asturias del PCE llamada Dolores Ibárruri). El PCE anunció e 22 de junio que contaba con milicias antifascistas obreras y campesinas por todo el país y que disponían, sólo en Madrid, de 2000 efectivos armados.
El 23 de junio, el general Franco envió una carta a Casares Quiroga advirtiéndole de la tragedia que se avecinaba e instándole a conjurarla. Los partidarios de Franco ven en ella un último intento de evitar el Alzamiento Nacional y sus detractores lo interpretan como un deseo de obtener recompensas gubernamentales. Más bien parece que se trataba del último cartucho que Franco estaba dispuesto a quemar en favor de una salida legal. Al no obtener respuesta, se sumó a la conspiración del general Mola.

jueves, 26 de noviembre de 2015

LO QUE NO SE CUENTA SOBRE LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA

Las tres primeras décadas del siglo XX significaron para España una suma de intentos para modernizar el sistema parlamentario, así como la conjunción de una serie de esfuerzos encaminados a aniquilarlo y sustituirlo por diversas utopías. Pero para perpetrar cualquier cambio sensible de esta índole siempre hace falta gente preparada, culta y que se coordine entre sí para llevar a cabo sus propósitos. En estos tiempos conspiranoicos en que vivimos no es extraño encontrar gente que piensa que por encima de los gobiernos de casi todas las naciones hay una "mano negra" que mueve los hilos que manejan los brazos y las bocas de los gobernantes que elegimos en las urnas. Curiosamente son los mismos que no están dispuestos a aceptar una conspiración en la sombra encaminada a cambiar el sistema político español tras el desastre de 1898. Me refiero, claro está, a la masonería.
Quiero dejar claro que no propugno en absoluto la idea de las conspiraciones masónicas o judeomasónicas de las que tanto se habló en todo el mundo desde el falso documento de los Protocolos de los Sabios de Sión en los albores del siglo pasado. No obstante, desvincular la masonería de la proclamación de la Segunda República sería ignorar una realidad.
La masonería estuvo situada en España entre las fuerzas antisistema, lo mismo en las filas del anarquismo (Ferrer Guardia) que del socialismo del PSOE (Vidarte, Llopis...), lo mismo que en las de los republicanos (Lerroux, Martínez Barrios) que en las de los catalanistas (Companys). Tanto durante la Semana Trágica de 1909 como en la frustrada Revolución de 1917, los masones representaron un papel antisistema que perseguía la desaparición de la monarquía parlamentaria. A finales de los años veinte, el número de políticos e intelectuales que ingresaron en la masonería fue considerable. En la enseñanza destacaron, entre otros, Fernando de los Ríos, Demófilo de Buen, Antonio Tuñón de Lara, Rodolfo Llopis, futuro secretario general del PSOE, o Ramón y Enrique González Sicilia; en el periodismo, Joaquín Aznar, Ramón Gómez de la Serna, Antonio Lezama, Luis Araquistáin o Mariano Benlliure; y en la política, Vicente Marco, Eduardo Barriobero, Álvaro de Albornoz, Marcelino Domingo, Daniel Anguiano, Alejandro Lerroux, Eduardo Ortega y Gasset, Fermín Galán o el general López Ochoa.
Poca gente hoy en día, ni siquiera los defensores a ultranza de la República Española, han oído hablar del militar Ángel Rizo. Es una pena. Ángel Rizo nació en Madrid el 6 de junio de 1885. En 1906 era alférez de navío y en 1922 se inició en la Logia Aurora de Cartagena. Cuatro años más tarde conocería a Benjamín Balboa, telegrafista de la Armada y masón como él, quien tendría un importantísimo papel en el aplastamiento de la rebelión de julio de 1936 en la marina. Rizo deseaba favorecer el estallido de una revolución que acabara con la monarquía parlamentaria y para ello era consciente de que el establecimiento de logias en la marina (las "logias flotantes") tendría una importancia especial. La idea de trepanar las fuerzas armadas con logias masónicas no era nueva en España, de hecho constituyó la causa de no pocos de los no pocos enfrentamientos civiles a lo largo del siglo XIX que conoció nuestro país. Pero a finales de los años veinte, Rizo aspiraba más bien a emular las organizaciones conspirativas que en la marina rusa habían conducido al derrocamiento del zar.
El brazo derecho de Rizo era el capitán maquinista Sarabia, primo del comandante Sarabia que, junto a Zamarro y Merino, organizaría el golpe de Estado de septiembre de 1929. Precisamente del 8 al 11 de septiembre de 1929, en el curso de la VIII Asamblea Simbólica, y a petición de Rizo, se analizó la creación de logias flotantes que favorecieran el control de la Marina, y en junio de 1930 Diego Martínez Barrio le autorizó a hacer "prosélitos masones exclusivamente entre el personal subalterno de la Armada". Poco después de recibir esta autorización, Rizo sería trasladado de Cartagen a Vigo, donde creó la Logia Vicus 8, así como otras en Pontevedra, Marín y Ferrol.
Es curioso que este personaje pase tan desapercibido entre los muchos nostálgicos de la Segunda República cuando fue precisamente él quien ideó el Pacto de San Sebastián que permitió la unión de las fuerzas republicanas y que constituyó el núcleo del gobierno provisional de la Segunda República. El Pacto de San Sebastián significó la configuración de un comité conspiratorio oficial destinado a acabar con la monarquía parlamentaria y sustituirla por una república. Algunos de los participantes en la reunión del 17 de agosto de 1930 fueron Lerroux, Azaña, Domingo, Niceto Alcalá Zamora, Miguel Maura, Carrasco Formiguera, Mallol, Ayguades, Casares Quiroga, Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos... En definitiva prohombres que conformarían unos meses después el primer gobierno provisional de la flamante y recién estrenada República.
La conspiración republicana comenzaría a actuar desde Madrid a partir del mes siguiente en torno a un comité revolucionario presidido por Alcalá Zamora. Un conjunto de militares golpistas, republicanos, así como un grupo de estudiantes de la F.U.E. (Federación Universitaria Escolar) capitaneados por Graco Marsá. En términos estadísticos, no obstante, el movimiento republicano quedaba reducido a una minoría, ya que la suma de afiliados de los sindicatos UGT y CNT apenas alcanzaba al 20% de los trabajadores y el PCE, nacido unos años atrás como escisión juvenil del PSOE, era minúsculo.
En diciembre de 1930, a Rizo se le encargó la misión de impedir cualquier reacción contraria a una posible proclamación de la República en los próximos meses. Las logias flotantes cumplieron perfectamente su cometido. De hecho, el famoso 14 de abril, los hombres de la Escuadra Ferrol (3.500 efectivos) estaban en Cartagena y se manifestaron por sus calles a favor de la República. Desde ese momento, el control que la masonería tendría sobre la oficialidad de la Armada (penetrándola o fiscalizándola) era casi absoluto. Ángel Rizo acabaría siendo diputado de Izquierda Republicana y director general de la Marina Mercante en justo premio a sus servicios.
En diciembre de 1930, el comité republicano fijó la fecha del día 15 para dar el definitivo golpe militar. El hecho de que los oficiales Fermín Galán y Ángel García Hernández decidieran adelantarlo al 12 del mismo mes sublevando la guarnición militar de Jaca tuvo como consecuencia que pudiera ser abortado por las autoridades. Juzgados los cabecillas en un consejo de guerra y condenados a muerte, el gobierno acordó no solicitar el indulto y ambos fueron fusilados. Se convirtieron en los primeros mártires de la República. De todas formas, el acordado intento de sublevación militar se llevó a cabo el 15 de diciembre en Cuatro Vientos. Al frente del mismo estaban Queipo de Llano y Ramón Franco. Pero esto no cambió en absoluto la situación. El levantamiento fue nuevamente atajado y los miembros del comité conspiratorio huyeron (Indalecio Prieto), fueron detenidos (Largo Caballero) o se escondieron (Lerroux y Azaña).
Sin embargo, imbuídos por una desconcertante actitud buenista, la clase política de la monarquía constitucional quiso optar por el diálogo con los sujetos que deseaban su fin. Buen ejemplo de ello es que cuando Sánchez Guerra recibió del rey Alfonso XIII la oferta de constituir gobierno, lo primero que hizo éste fue personarse en la cárcel Modelo para ofrecer a los miembros del comité revolucionario encarcelados sendas carteras ministeriales. Con todo, el que el sueño republicano se convirtiera en realidad no iba a deberse a la voluntad popular sino a una curiosa mezcla de miedo y falta de información. La ocasión sería la celebración de unas elecciones municipales.
A pesar de lo afirmado tantas y tantas veces por la propaganda republicana, las elecciones municipales de abril de 1931 ni fueron un plebiscito ni existía ningún tipo de razón para interpretarlas de ese modo. Su convocatoria no tuvo carácter de referéndum, como tampoco de elecciones a Cortes Constituyentes. Tampoco fueron un triunfo electoral republicano. De hecho, la primera fase de las elecciones municipales celebrada el 5 de abril se cerró con los resultados de 14.018 concejales monárquicos y 1.832 republicanos, pasando a control republicano únicamente un pueblo de Granada y otro de Valencia. Con esos resultados, ninguna de las fuerzas antisistema hizo referencia a un plebiscito popular. Cuando el 12 de abril de 1931 se celebró la segunda fase de las elecciones, volvió a repetirse la victoria monárquica. Frente a 5.775 concejales republicanos, los monárquicos obtuvieron 22.150. A pesar de todo, los políticos monárquicos, los miembros del gobierno (salvo dos), los consejeros de palacio y los dos mandos militares decisivos (Berenguer y Sanjurjo) consideraron que el resultado sí era plebiscitario y que implicaba un apoyo extraordinario para la República, así como un auténtico desastre para la monarquía. El hecho de que la victoria republicana hubiera sido urbana -como Madrid, donde el concejal del PSOE Saborit hizo votar por su partido a varios millares de difuntos- pudo contribuir a esa sensación casi tanto como el temor de que los republicanos pudiesen dominar la calle.
La noche del 12 al 13, el general Sanjurjo, a la sazón al mando de la Guardia Civil, dejó de manifiesto por telégrafo que no contendría un levantamiento contra la monarquía, dato que los dirigentes republicanos supieron inmediatamente gracias a los empleados de Correos adictos a su causa. Ese conocimiento de la debilidad de las instituciones constitucionales explica que cuando Romanones y Gabriel Maura -con el expreso consentimiento del rey- ofrecieron al comité revolucionario unas elecciones a Cortes Constituyentes, éste no sólo rechazara la propuesta sino que exigiera la marcha del monarca antes de la puesta de sol del 14 de abril. La depresión que sufría Alfonso XIII, quien no había podido superar la muerte de su madre, las algaradas organizadas por los republicanos en las calles, el espectro de la Revolución rusa que había asesinado, por órdenes expresas de Lenin, a toda la familia del zar y el deseo de evitar a toda costa una confrontación civil acabaron determinando el abandono del rey de España, el final de la monarquía parlamentaria y la proclamación SIN RESPALDO DEMOCRÁTICO de la Segunda República.
Queda entonces claro que la proclamación de la República fue una suerte de golpe de Estado por parte de fuerzas antisistema, las cuales, por cierto, distaban mucho de compartir unos mínimos objetivos dado que no dejaban de ser un pequeño número de republicanos disonantes: dos grandes fuerzas obreristas -socialistas y anarquistas- que contemplaban la República como una fase previa hacia la utopía que debía ser alcanzada a la mayor brevedad posible; los nacionalistas catalanes, que ansiaban desmontar la unidad nacional y se precipitaron a proclamar la República Catalana y el Estat Català; y una serie de pequeños grupos radicales de izquierdas que acabarían teniendo un protagonismo notable, como era el caso del partido comunista. Además, carecían de preparación política y económica para enfrentar los retos que tenía ante sí la nación; adolecían de un virulento sectarismo político y social que no sólo excluía de la vida pública a considerables sectores de la población sino que también plantearía irreconciliables diferencias entre ellos. Y, por si fuera poco, el éxito de su conspiración parecía legitimar de arriba abajo lo que había sido un comportamiento profundamente antidemocrático desarrollado durante décadas. Las represalias no tardaron en llegar, obviamente.
En eso y no en otra cosa consistió la proclamación de la Segunda República. Ahí están los datos objetivos para quienes quieran verlos, discutirlos o meditar sobre ellos. Una vez más, como en la Revolución Francesa, tenemos un caso de élites intelectuales que hacen uso del control de las masas para adulterar la realidad y vender sus comportamientos antidemocráticos como un avance en beneficio del pueblo. Que la monarquía de Alfonso XIII precisaba de una reforma en profundidad hacia un parlamentarismo auténticamente democrático está fuera de toda duda, pero que las cosas no fueron como muchos las cuentan, también. Esto no pretende justificar la dictadura del general Franco que vino después, ni siquiera explicarla, pero sí aclarar que hay cosas que las partes interesadas no cuentan porque no quieren que el público las conozca ya que tergiversar e idealizar la parte del pasado que a cada cual conviene no es práctica exclusiva de un bando, sino de todos cuando tienen algo de qué avergonzarse.
Es por ello que, cuando escuchen el legítimo debate sobre el desmantelamiento del Valle de los Caídos, pregúntense muchos por qué no sería también legítimo retirar, por ejemplo, las esculturas de Indalecio Prieto y Largo Caballero que adornan el paisaje de Nuevos Ministerios en Madrid (y que son dos de las fotografías que ilustran este artículo).
¡Qué gran momento para que, cuando escuchen el himno de Riego, se pregunten de dónde procede, quién fue Riego y qué hizo! (un himno que llama a los españoles "hijos del Cid", desmontando así el tópico de que fue Franco el que se atribuyó las alusiones al Campeador como símbolo de españolidad).


miércoles, 25 de noviembre de 2015

ESPARTA O EL ODIO COMO POLÍTICA

La igualdad es una cualidad producida por la iniciación.  No se da en la naturaleza, y la sociedad no sabría concebirla si no estuviera nutrida por la iniciación.  Existe después un momento en que la igualdad se aposenta en la historia, y por allí avanza hasta que los ignorantes teóricos de la democracia creen descubrirla; y la enfrentan, como su contrario, a la iniciación.
Ese momento inicial es Esparta.  Los espartanos eran fundamentalmente hómoioi, "iguales", en cuanto miembros del mismo grupo iniciático.  Pero ese grupo era el conjunto de la sociedad.  Esparta, único lugar, tanto en Grecia como en la posterior historia europea, donde la totalidad de la ciudadanía constituye una secta iniciática.
Abrevados en la fuerza, más en su principio que en su despliegue, no tardaron en olvidar y despreciar cualquier otra bebida de inmortalidad: impacientes hacia cualquier ciencia del cielo ("no pueden soportar los discursos sobre los astros y las vicisitudes celestes" observaba molesto Hipias); indiferentes a la poesía, "los espartanos parecen ser, de todos los hombres, los que menos admiran la poesía y la gloria poética" (Hipias).  Su actitud hacia cualquier forma, hacia cualquier arte, hacia cualquier deseo es la que tienen hacia la música: volverla en primer lugar inocua, y después útil.
Fueron los primeros en entrenarse desnudos y en untarse el cuerpo, hombres y mujeres. Sus túnicas se hicieron más sencillas y prácticas.  Eran los padres funestos de cualquier funcionalidad.  Mantenían a los ilotas bajo el terror, pero estaban obligados a vivir en el terror de los ilotas.  Se paseaban con la lanza, porque a cada paso podía acecharles una emboscada, no tanto por parte de sus "iguales", sino de la de los numerosos mudos que les servían, antes de ser burlados y diezmados.
Esparta está rodeada por el ara erótica del colegio, de la guarnición, de la palestra, del penitenciario.  Por todas partes doncellas de uniforme, aunque su uniforme sea una piel tersa y reluciente.
Esparta entendió, con una claridad que la diferencia de cualquier otra sociedad antigua, que el auténtico enemigo era la superabundancia que pertenece a la vida.  Las dos ominosas argucias de Licurgo, que preceden e inutilizan cualquier ley, imponen únicamente no escribir leyes y no admitir el lujo.  Ésta es quizá la prueba más deslumbrante de laconismo que nos dispensa Esparta, si no queremos considerar así las torvas moralidades que nos han transmitido.  Aquí, por el contrario, se advierte realmente el maligno aliento del oráculo: la prohibición de la escritura y del lujo es suficiente para significar la condena de todo lo que el control no puede aferrar.
"A leer y a escribir aprenden en los límites de lo indispensable".  En cualquier esquina de la vida, como un carcelero insomne, Licurgo había encontrado el demasiado, para destrozarlo antes de que creciera.  Los espartanos sólo podían advertir la abundancia en un único momento: cuando los flautistas entonaban el ritmo de Cástor, respondía el peán, y una hilera compacta, con las largas melenas sueltas, avanzaba.  Espectáculo solemne y terrorífico: era la guerra, el momento en que el dios estaba en el Estado y en el individuo, único momento en que las normas permitían a los jóvenes arreglarse la cabellera y adornarse con armas y mantos.
De igual manera que Platón dice que el dios disfrutó porque el universo había nacido y se había movido con su primer movimiento, también Licurgo, complacido y satisfecho por la belleza y la grandeza de su legislación, ahora realizada y actuada, deseó dejarla inmortal e inmutable para el futuro, en la medida de la previsión humana".  El demiurgo Timeo compone y armoniza el mundo: Licurgo es el primero que compone un mundo que excluye el mundo: la sociedad espartana.  Es el primer experimentador sobre el cuerpo social, legítimo progenitor que cualquier caudillo moderno, aunque no tenga ímpetu de Lenin o de Hitler, intenta imitar.
Entre Atenas y Esparta la discriminación es el intercambio.  En una provoca terror, en otra fascinación.  Así se rompe la unidad de lo sagrado, en dos mitades químicamente puras.  En Esparta el oro entra, pero no sale: de muchas generaciones les llega de todos los países griegos, y con frecuencia también de los bárbaros, y no sale jamás.  Las monedas espartanas pesan tanto y son tan incómodas que no se pueden transportar.  En Atenas, "amiga de los discursos", la palabra fluye espontáneamente; es un arroyo que irriga todos los capilares de la ciudad.  En Esparta, jamás se le aflojan las riendas a la palabra.  El moralismo laconizante no se forma sobre las graves sentencias que resumen su saber, sino sobre la decisión de tratar la palabra como enemiga, primera exaltadora del excedente.  Esparta es un artificio para crear el máximo freno del intercambio y la máxima fijación del poder.  Esto explica la atracción que siempre, hasta el tardío Las Leyes Platón sintió por Esparta.
Fue mérito de los espartanos haber sido los primeros en reconocer en qué medida el orden social está basado en el odio, y que sólo sobre la base del odio puede perdurar.  De eso sacaron unas consecuencias: iguales e intercambiables en el interior, formaban una superficie durísima hacia el exterior.  Y en el exterior permanecía la masa (tò plêthos) que no se ilusionaba (como los atenienses) con seducir y manejar.  "Entre los espartanos, los que saben pensar mejor consideran que no es una política segura cohabitar con aquellos contra los que se han cometido las más graves ofensas. Su manera de proceder es completamente distinta: en su interior se ha establecido la igualdad y aquella democracia que es necesaria para quienes quieren  asegurarse una continua unidad de intenciones.  Al pueblo, por el contrario, lo han instalado en las afueras, reduciendo a la esclavitud sus almas no menos que las de sus siervos." (Platón).
"A los que matan, los espartanos los matan de noche; de día no matan a nadie", escribe Heródoto.
Los espartanos venían con perfecta lucidez todas las atrocidades que hacían sufrir a los demás.  Jamás pensaron que sus víctimas pudiesen olvidar los daños que les infligían. Era preciso, entonces, mantener el terror como condición normal; y éste fue su gran invento: conseguir que el terror fuera percibido como normalidad.  Isócrates, el puro ateniense, se enfada: "Pero ¿de qué sirve extenderse sobre todas las violencias que sufre la masa? Basta nombrar la mayor de las iniquidades, incluso dejando de lado todas las demás.  Entre todos aquellos que desde el comienzo han sufrido afrentas horribles, y que en las circunstancias actuales siguen mostrándose útiles, los éforos tienen permiso para elegir todos los que quieran y darles muerte sin juicio; mientras que para los demás griegos, incluso matar al más malvado de los siervos es un crimen a expiar".  Los éforos son altos burócratas; no destacan por su gran pensamiento (méga phroneîn) como los individuos eminentes y temidos de Atenas. A cambio, en cualquier momento pueden matar sin una palabra de justificación a cuantos quieran de la masa anónima de los ilotas.  De este modo, la utilidad pública podía reclamar sus víctimas con la misma orgullosa perentoriedad con que había solido exigirlas el dios.  Y si el dios se servía de adivinos o de la Pitia, que hablaban en hexámetros o con imágenes oscuras, la pólis se contentaba con un aparato menos solemne.  Le bastaba la opinión, aquella voz pública, móvil y asesina, que cada día serpenteaba por el ágora.
Es una tétrica ironía de la Historia que la imagen de la virtud, en lo que tiene de más rígido y odioso, haya permanecido asociada a Esparta.  Como si los Iguales hubieran preferido la dureza de la ley a cualquier otra cosa  y por eso se hubieran encontrado sosteniendo una fama ardua, antipática, aunque, sin embargo, grandiosa.
Los espartanos habían inventado algo diferente, que fue mucho más eficaz: difundir por fuera la imagen de la virtud y de la ley como poderosa arma de engaño, mientras que por dentro les eran más indiferentes que a los demás.  Dejaron la elocuencia a los atenienses, con un guiño, porque sabían que precisamente aquellos elocuentes serían los primeros en caer en la nostalgia de la sobria virtud espartana; que los espartanos, en cambio, sólo utilizaban como un útil artificio para confundir y debilitar al enemigo. No sorprende que en Esparta no quisieran extranjeros y que defendieran tanto el secreto de lo que ocurría en sus territorio. De este modo pueden crear su propia leyenda y transmitirle al mundo que la imagen más poderosa de la indiferencia a la injusticia no la dan los tiranos, animales de la pasión, sino los fríos éforos, los guardianes supremos del secreto de Esparta.