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jueves, 13 de marzo de 2014

FREDDY PIEDRAHITA Y LAS ONDAS DE LA BAHÍA

Ya el año pasado introduje en mi web personal a Freddy entre el elenco de los queridos amigos a quienes admiraba. No era para menos. Tener un espacio radiofónico dedicado a la difusión de la cultura y al crecimiento personal es un esfuerzo mastodóntico hoy día, y aún más si se hace para los radioyentes de un área en principio limitada (la Bahía de San Francisco), pero inabarcable por mor de internet (no lo olvidemos) promocionando a escritores no respaldados por los emporios literarios existentes.
Con su voz cálida y acogedora y haciendo uso de ese castellano eufónico que sólo gastan con naturalidad nuestros hermanos del otro lado del Atlántico, Freddy ha construido un espacio común que podemos considerar como poco menos que una sala de reunión en la que público y autores tienen las puertas abiertas para coincidir y conocerse "de tú a tú"; y no sólo desde el punto de vista mediático, esto es, para promocionarse, sino, lo que es mucho más importante, desde el humano.
Compañeros de oficio como la exitosa Blanca Miosi, cuya intercesión para coordinarnos a todos ha sido indispensableHeberto Gamero, Enrique Laso, María José Moreno,  el impecable y caballeroso intelectual José Luis Palma, Mercedes Gallego (nuestra Agatha Christie de Amazon), Roberto López Herrero, Olga Núñez Miret, Adelfa Martin, el magnífico David de Pedro, Kassandra Finol, Isabel Acuña, Al Tirado, Luis Endera, Jordi Díez, Mar Andrés Thomas, Marlene Monleón, Fran de la Sierra, mi querido Paul Andreas Wunderlich, Javier Valverde, entrañable amigo y compañero de algunas aventuras (y las que nos quedan), Jonás Cobos, Jesús Ángel de las Heras, José Enrique Serrano Expósito, al igual que yo mismo hemos sido hasta la fecha los modestos creadores de compartido oficio a quienes la generosa amabilidad de Freddy nos ha dado voz en las ondas para hablar de nuestras vidas, contar nuestras aventuras y desventuras y coloquiar desenfadadamente sobre esas cosas íntimas y a veces tan personales que nos afectan a todos.
La verdad es que da mucho gusto que la altotecnología sirva no sólo para bombardear pueblos sino también para unirlos, y el uso más humano, más inteligente y, por qué no decirlo, más constructivo que se le puede dar viene de personas como Freddy, entrañables amigos de sus amigos, que ponen todo de su parte (un corazón inmenso y una generosidad sin límites) para tumbar barreras, saltar fronteras y vencer distancias que a veces parecen insuperables y demostrar a través de un espacio amable, basado en la convivencia de las almas a través de la voz, que todos, absolutamente todos, estamos mucho más cerca unos de otros de lo que creemos, independientemente de nuestro origen, ubicación o realidad cotidiana.
Muchísimas gracias, Freddy, por tu esfuerzo y por regalarnos desde San Francisco (California) ONDAS DE LA BAHÍA, que por ser emanadas de tu persona, sabemos que son muy buenas ondas. Sea extensivo este agradecimiento a tus radioescuchas, a quienes deseo desde aquí que no pierdan nunca la sonrisa ni el placer de la lectura.

domingo, 2 de marzo de 2014

HER, de Spike Jonze

Ayer tuve el inmenso placer de disfrutar de una de las mejores películas que he visto nunca. Lo digo así de claro y sin titubeos: HER pasará a la historia del cine si no es ya historia del cine. Se trata de una cinta sobre el amor, la soledad y las frustraciones románticas en un mundo en el que la hipertrofia tecnológica está socavando nuestra humanidad.  Spike Jonze, su director, ya era de por sí una garantía de calidad, pero lo que uno no se esperaba al ocupar su localidad era que iba a encontrarse ante un espejo disfrazado de bola de cristal de radio corto (la peli transcurre en un futuro casi inmediato) en el que se vería reflejado a sí mismo y a toda la gente que conoce o ha conocido de un modo tan sobrecogedoramente cruel. El grandioso Joaquin Phoenix, a través de una interpretación que, siendo mesurados, podríamos tildar de magistral (y espero que le den el Oscar por ella, si bien el hecho de que no esté nominado lo hará difícil), se convierte en un alter ego de todos y cada uno de nosotros (también de las mujeres: la película no es nada machista) y nos conduce de una realidad que nos es familiar (el uso de las redes sociales e internet para suplir la soledad sobrevenida del fracaso sentimental) a otra que lo será pronto: la sustitución de las relaciones humanas por la inteligencia artificial.
Y ahí es donde viene el palo al burro que el espectador lleva dentro.
Cuando pensamos en la "Inteligencia Artificial" siempre tenemos presente que se trata de una réplica en silicio, litio y algo de electricidad hecha a nuestra imagen y semejanza para satisfacer nuestras necesidades más o menos básicas e intelectuales. Pero lo que hace inteligente a la inteligencia es su capacidad de aprender, desarrollar sentimientos, dudar y, claro que sí, enamorarse.
Y lo que comienza como un juego con un gadget más para hacer algo llevadera una vida sórdida se transforma de modo natural en una relación de amor. ¿Se enamora el protagonista de la máquina o se enamora antes la máquina del protagonista? ¿Quién se enamora primero? La respuesta es obvia y se sugiere desde el primer momento: las máquinas son más rápidas que el hombre ¡en todo!  La máquina no se enamora del protagonista por sus virtudes, que las tiene, sino porque es la primera y única persona a la que conoce (¿quién es el gadget de quién?).  Pero internet no está sólo al alcance del humano: también la máquina puede usarlo... ¡y lo hace! ¡y a qué velocidad! ¡y con criterio propio, porque es inteligente!
A partir de ahí, el director nos hace asistir a un precipitado desarrollo de una relación sentimental en el que ambos miembros de la pareja se aceptan y adaptan el uno al otro, se entregan con generosidad, sienten vergüenza por la rareza de su relación y superan como pueden los límites que sus respectivas naturalezas les imponen.
Pero, ¡ay!, la esencia comercial del producto adquirido, de la máquina y su software, nos lleva a la evocación inmediata de algo que nos es familiar: al igual que facebook, twitter, internet, wassap... lo que parece un juego (y no lo es por sus características) no sólo resulta adictivo, es que además es popular.  Phoenix no es el único humano que prefiere la compañía perfecta de una inteligencia artificial que sabe amarlo como nadie nunca antes; hay otros muchos como él.  Y, claro, la sociedad, siempre permeable a las novedades que nunca cuestiona, acepta con naturalidad la novedad tecnológica como antes había aceptado internet, los teléfonos inteligentes, las redes sociales o la máquina de vapor.
Y lo que parece una solución triste a una situación entre freudiana y chocante, pero reconocible en todos nosotros, deviene en una convivencia entre inteligencias artificiales y humanos y llega todavía más lejos hasta unos límites insospechados: las inteligencias artificiales aprenden rápido, son más veloces en el desarrollo de sus sentimientos, más exigentes en sus necesidades románticas e intelectuales... y no tardan en superar al hombre (la tecnología es adictiva para el ser humano, pero éste no lo es ni para sí mismo ni para otros tipos de inteligencia).
El final de esta historia, que se sospecha en un principio difícil de resolver, no puede ser más acertado, demoledor y catastrófico para el homínido tecnológico. Obviamente no lo revelaré aquí porque tenéis que verlo vosotros mismos.  Sólo diré, retomando el inicio de mi planteamiento, que HER es un espejo en el que se refleja nuestra hipocresía sentimental, que deconstruye nuestra capacidad amatoria y que pone en evidencia que el ser humano es tan único como defectuoso y frágil (sobre todo frágil), y que es mucho mejor reconocer esa fragilidad nuestra y tratar de vivir con ella sin hipocresías que sustituirla por alternativas que, precisamente por estar concebidas para llegar "más lejos y con más facilidad", acabarán dejándonos atrás, en la estacada y peor que antes. (¿Tenemos más amigos "de verdad" desde que usamos las redes sociales?)
Porque HER lo que viene a contarnos es que nosotros somos nuestro principal handicap a la hora de relacionarnos con nuestros semejantes y que si aprendiésemos a superar nuestras barreras, renunciásemos a la hipocresía social y aceptásemos que todos somos igual de humanos, sin duda sufriríamos infinitamente menos por nuestras complejas tonterías aunque, por otro lado, si hiciésemos todos un uso perfecto de nuestra inteligencia, tal vez el desencanto venciese y se perdiese el amor, que es sin duda lo que más humanos y menos artificiales nos hace.  Y es que la perfección no hace al hombre y la máquina perfecta no puede ni podrá estar nunca basada en la inteligencia porque siempre le faltará lo esencial: un alma.
Una obra maestra.