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domingo, 30 de junio de 2013

LA HISTORIA COMO MENTIRA COLECTIVA

La Historia camina a golpes, a traspiés, a latigazos de sangre y gritos de odio. Hay días más que épocas en las que se ve el ensanchamiento de la humanidad y las luces venideras de un futuro mejor. Pero otras épocas son negras, vienen cargadas de inminencia, obcecadas de fatalidad.
El mundo reposa en la explotación y se desplaza por la guerra. El mundo descansa en el explotado o avanza sobre cadáveres. Ni siquiera podemos elegir entre ser explotados o muertos. Eligen por nosotros. El hombre sólo ha sabido erigir escaleras hechas de peldaños humanos. Todo se hace a costa de alguien.
Enseñar Historia o grandes monumentos es enseñar crímenes. Vivimos sobre el terreno pantanoso de los explotados, pisamos las arenas movedizas de inmensas extensiones de sufrimientos. Landas de sangre adornan nuestros paisajes.
Generaciones de esfuerzo nacaradas por el fondo gremial de los oficios, las epidemias y el hambre. Genealogías de peste.  La Historia está escrita sobre la espalda de los pobres, si bien sus protagonistas siempre han sido los ricos. Pero todo puede leerse más en los desafortunados.  Batallas, trabajos, sufrimientos. La historia de las enfermedades y las historia de los monumentos. Todo reposa sobre el cuerpo de los obreros, que son quienes han movido el mundo, quienes han hilvanado en su pecho desnudo los fríos de la prehistoria, la esclavitud romana, las hambres medievales, los esfuerzos góticos, la hoguera de las revoluciones y la geometría negra de las cárceles.
La música de Mozart o los sonetos de Shakespeare han sido escritos sobre la piel del pueblo, porque sin sus columnas de esfuerzo, sin su subsuelo de sangre, nada se habría mantenido en pie. Pero cada obrero es una mina a punto de estallar. La cultura luce, sí, sobre un campo de minas.
Hay quien piensa (en voz baja) que habría que hacer justicia para siempre, no sólo por el ser humano, sino por abolir de una vez la provisionalidad de la Historia, por darle un firme verdadero al mundo. Todo se ha fundado sobre equívocos, engaños, malentendidos y falsedades. De modo que nada se ha fundado verdaderamente. Nos sentimos provisionales porque pisamos víctimas. La Historia no ha empezado. El tiempo y la cultura son un enorme error. Dejaremos de ser provisionales cuando seamos justos.
Hemos reducido al pueblo a un sueño. Le negamos su realidad. Y la consecuencia es que pisamos realidades oníricas. Nada puede fundarse sobre las aguas de los sueños.
Pasan carnavales de sangre y comparsas de miedo y a eso le llamamos Historia.

lunes, 24 de junio de 2013

DAVID CONTRA GOLIAT

Querido Santiago:

Bien sé que el título debería ser algo así como "San Jorge y el Dragón" pero, ¿acaso no estamos ante una bonita metáfora de David contra Goliat? Hay quien dice que el hombre propone y Dios dispone y, cuando la vocación y el propósito no coinciden con la marcha de ninguna de las dos historias, la natural y la sagrada, lo más prudente es mirar al frente y sonreír. Quizá se me llame pesimista. No creo serlo y pienso que tal vez me cupiera más el calificativo de atónito. Atónito ante lo que pasa y ante cómo pasa. La política ha obturado los respiraderos de nuestro entendimiento cada vez que, al intentar respirar, no da la talla mínima exigible.  El pueblo está que arde, pero por el momento calla porque tiene miedo. Teme a Goliat, tiene miedo de que llegue el dragón llamado Fondo Monetario Internacional.  Todavía persiste en el alma de muchos conciudadanos la idea, heredada durante generaciones, de que contra la suerte torcida no hay manera de luchar. Discrepo.  La tradición también tiene sus quiebras.  El sentimiento de frustración habita en un rincón del alma hasta que sube la marea de la indignación y azota el vendaval de las legítimas exigencias.
No es cierto que Dios condenase a los pollos a transmutarse en nuestro aparato digestivo. Tampoco lo es que el poderoso sea invencible. Nuestros fantasmas, como el dragón de la foto, son de cartón.  Todos sabemos que los dragones no existen ni existieron ni se les espera. ¿Por qué hemos de asustarnos y sentirnos carne de cañón, minúsculos peones de un enorme tablero cuya partida juegan otros sobre los que no podemos influir?
Uno, en su sosegado entendimiento de la historia, ve lo que ve y no puede encogerse de hombros.  Robespierre decía que, para hacer una tortilla, era preciso romper algunos huevos. Yo me pregunto qué pierde el pueblo rompiendo huevos si aspira a comerse una tortilla.  Nos llevan educando tres décadas para que juguemos a perder sin saberlo. Nos hemos vuelto demasiado dóciles.  Hablamos con tanta pobreza como poca eficacia y dándole a las palabras un valor que no siempre tienen. Cada vez más nuestra lengua da palos de ciego en nuestro idioma y esa es una tara que nos está abocando al abismo.
¿Quién dijo que las cosas han de tomarse con paciencia y tal como vienen?  ¿Acaso es más elegante y deportivo confesar nuestras limitaciones y sumirnos en la fantasmagoría creada por la imaginación de otros?  Los dragones no existen.
Tiene razón quien dijo que cada vez bombardean más cerca. Al principio eso de la crisis parecía que era el problema de algunos que vivían al otro lado del mar. Luego se fue acercando mientras aquí nos negaban que estuviese ocurriendo nada preocupante. Después las cosas se pusieron feas y extrañas y cuando nos quisimos dar cuenta llegaron el paro, los recortes y la pérdida de libertades y derechos civiles.  Los avezados políticos nos educaron para ser perritos falderos, silentes vegetales escondidos en los sotos del paisaje. Algún amago de algarada cívica les ha alertado. ¿A quién le preocupa un David si tiene un ejército de Goliats?
Pero seis millones de sufrientes ciudadanos componen un ejército. La única solución que han sabido elucubrar para contener la marea de indignación que recorre este país sin huevos, pero con ganas de tortilla, es la de limitar todavía más nuestras libertades y nuestra capacidad de reacción soplándonos el dinero del bolsillo y gastándolo a manos llenas en nuestras propias narices.
A veces pienso si creen nuestros próceres que los españoles conformamos un indolente y cautivo paisaje de pinos. ¡Mucho cuidado con el pinar, Presidente!  Los pinos crecen deprisa, pero lo malo es que arden aún más deprisa todavía.
Como no reaccionemos pronto tal vez no nos quede más que lamentarnos y llorar sobre el cadáver de nuestro paisaje: una tierra quemada de perritos falderos que no supieron exigir su derecho a un bocadillo de tortilla. Tal vez seamos como los perros, que lamemos la mano que nos da las sobras con la misma facilidad que movemos el rabo cada vez que se nos acerca el poderoso amo que nos atiza en los lomos con el periódico de cada mañana.
Ya veremos lo que pasa, pero esto tiene muy mala pinta.  Vae victis.

FOTOGRAFÍA: Santiago Andreu

(en esta sección, Santiago Andreu -fotógrafo- y Francisco Gijón establecen una correspondencia artística en la que fotografías y textos se contestan creando un diálogo contractual de impresiones plásticas)


miércoles, 19 de junio de 2013

SOBRE MI RESEÑA DE "DON QUIJOTE" EN LA REVISTA TARÁNTULA

El pasado día 11 de junio, la revista TARANTULA publicó mi primera colaboración, la cual versaba sobre DON QUIJOTE DE LA MANCHA (ver enlace). No podía empezar con otra obra dentro de la nueva sección de MIS IMPRESCINDIBLES.
Decía Voltaire: "Soy como don Quijote. Me invento pasiones sólo por ejercitarme".
Alonso Quijano no estaba loco. Quijano es un hombre que, en la cincuentena, empieza a experimentar la ausencia o aminoración de todas las pasiones: la pasión de vivir, de cazar, de ejercer la hidalguía, etc. Lo que llamaríamos, en fin, la crisis de los cincuenta, común a todo hombre.  Y para contrarrestarla, decide "inventarse pasiones" con todo lo que tiene a mano: libros de caballerías, un caballo, los caminos de La Mancha, un vago proyecto de amor olvidado y un afán de justicia más abstracto y literario que real y coherente.
Quijano no está nada loco, sino que toma una medida muy cuerda: obligarse a vivir cuando nos van faltando las ganas. Lo que recomiendan hoy los psicólogos.  Voltaire lo entiende así y se compara con Don Quijote, pues él también llega a una edad (más avanzada cuando lo dijo) en que o te inventas las pasiones o te van abandonando. Yo, a mi vez, llevo ya un tiempo inventándome las pasiones que me han ido abandonando: un libro, un viaje, el amor, una lucha, un ideal político...
Es el momento de confesarse que, en el fondo, ya no nos interesa nada de eso (o que no nos interesa y apasiona como a los treinta), sino que forzamos nuestro entusiasmo por no quedarnos herrumbrados de lecturas y relecturas, síntoma alarmante de la decadencia del espíritu.
El mero hecho de levantarse cada mañana y ponerse a escribir supone "inventarse una pasión"; también pasear por ahí o ilusionarse continuamente.  Pero la tendencia es, con la edad, irse defendiendo con disculpas y mentiras para no aceptar compromisos. A base de disciplina va saliendo todo adelante. Cuantos más años se cumplen, más disciplina hace falta.
Tenemos que evitar que se nos lentifique el pensamiento, que se nos suma el cuerpo en el sueño invernal. Debemos inventar pasiones que acaben siendo verdaderas, pues que en verdad y a toda edad, las pasiones las inventamos nosotros y el hombre sin imaginación es un sujeto pasivo.  Cuerdos como Don Quijote y astutos como Voltaire, nos engañamos a nosotros mismos sabiendo que hay que ponerse en acción porque de la acción nace la realidad y las cosas van siendo ciertas por el mero hecho de que las hacemos. Tal vez por eso he acabado escribiendo libros, artículos de historia o elaborando reseñas para TARÁNTULA. Es que a estas alturas de mi vida, es sano.
Y parece que no es mala idea, porque está gustando y me da vidilla.

lunes, 17 de junio de 2013

LOS GALGOS

Querido Santiago:

Te digo en el anterior artículo que los animales deben viajar atrás porque así lo dice el código de la circulación y tú me mandas una foto de un perro viajando, efectivamente, atrás y, por si acaso, un policía cerca controlando el tema.
Bien sabes que me refería a otro tipo de animales y yo bien sé de tu intencionalidad, pues conoces que, de entre todos los animales domésticos, el caballo y el perro son mi debilidad y, dentro de los perros uno muy particular. Hablaremos hoy de ese perro tan singular y tan patrio.
Debe ser que como soy medio manchego, me tiran mucho los galgos: en mi infancia los galgos me hacían mucha compañía cuando íbamos de visita a Camuñas,  el pueblo toledano de los parientes de mi madre.
En los últimos tiempos se han oído muchas burradas sobre los padecimientos de los galgos.  Que si los queman o los ahorcan cuando no sirven para cazar. No lo entiendo.  El tío Agustín, el marido de la Tomasa, se iba a cazar con su escopeta y los galgos, y venía luego con unas cuantas perdices colgadas del cinto escoltado por sus canes los cuales, incluso cuando ya no estaban para muchos trotes, vivían a cuerpo de rey, llevando vida placentera, porque eran un miembro más de la familia, como el abuelo o el último nieto que había nacido.  Pero parece que hay cazadores que no, que deciden que cuando el galgo no es útil para la caza, hay que darle matarile de la más infame manera.  Incluso me han dicho que en Leganés está el cielo de los galgos.  Parece que allí los cuidan y los quieren y tienen un hogar de acogida.  Ahora resulta que lo español es quemar al galgo vivo, atar a un árbol al galgo ya inútil para que se muera de hambre y sed, y en este plan.  Los galgueros, cuando el galgo ya no gana carreras o no caza, lo ahorcan ritualmente.
El galgo es una de las criaturas más elegantes de la creación. El galgo es el gentleman de los perros, casi siempre más nobiliario que su dueño.  El galgo es bueno, cariñoso, fiel, bello como una bailarina francesa de Degas y esnob como un cronista de sociedad.  El galgo es algo así como un violín hecho perro.
Pero España es muy de quemar galgos, ahogar galgos, reventar galgos.  Ya está bien.  Para Holocausto ya tuvimos bastante con la historia de los nazis. El odio al galgo es el odio a lo bello, a lo inútil, lo lujoso y lo estilizado de la vida. El galgo es un ángel agudo con figura de perro en un país en el que todos somos guerracivilistas con los perros.  Este es el país donde te fusilan al poeta y te ahorcan al galgo. Lo último que  le falta a Don Quijote es que le ahorquen al galgo corredor que sale al principio, como capitular para empezar a escribir.
El guerracivilismo español, siempre latente, empieza ahorcándole el galgo al vecino.  Todas nuestra guerras civiles se han hecho por un galgo ahorcado. Aquí las guerras civiles las pierden siempre los rojos y los galgos.
Y ya lo dijo el poeta:

¿Dónde vas tú, sentimental catástrofe,
roto soneto,
galgo pasante por tu borrado escudo?

Pues eso. 

FOTOGRAFÍA: Santiago Andreu


(en esta sección, Santiago Andreu -fotógrafo- y Francisco Gijón establecen una correspondencia artística en la que fotografías y textos se contestan creando un diálogo contractual de impresiones plásticas)


domingo, 9 de junio de 2013

LOS ANIMALES VIAJAN ATRÁS

Estimado Santiago:

Foto divertida y extravagante la que me propones en esta ocasión. La pasajera del descapotable me recuerda a la oronda bailarina que nos deleitó danzando el vals de las horas en la legendaria película Fantasía.  La imagen en sí es una fantasía onírica: ¡una hipopótama con chófer! Pero me sirve para tocar un tema que considero importante: los animales y la seguridad vial.
Hoy hace dos semanas que sufrí el último intento frustrado de atropello en el paso de peatones que hay cerca de mi casa.  Ocurrió lo de siempre: todos los coches parados ante la rotonda por el atasco, peatones esperando a que el semáforo nos dé vía libre, rotonda que se despeja y tráfico que comienza a fluir, semáforo que cambia a rojo para los coches y a verde para las víctimas, avezado conductor que sucumbe a la tentación y acelera de repente. Resultado: Francisco Gijón golpeado en su costado por un espejo retrovisor.
Ante la molesta situación resulta obvio que el chófer, que en principio no albergaba intención de matarme y proseguir su marcha simultáneamente, se ve obligado a frenar porque el inconveniente de mi aparición le ha detenido los instantes justos para que la rotonda se vuelva a llenar de coches y ya no pueda proseguir (recordemos que el semáforo estaba en rojo para él).
Hacemos un cruce de malas caras. Es obvio: le he jodido el tránsito.
Uno no suele ser violento (no suele), pero reconozco que le faltó muy poco para que sacase al individuo del vehículo por la ventanilla abierta de su puerta, no obstante llevaba prisa y me limité a decirle el mejor insulto que conozco: "¡Mediocre!".
Me encanta llamarle eso a los malos conductores. Se quedan descolocados, pensativos, atontolinados... y además es un apelativo que sólo atraviesa el alma de los interpelados sin hacer uso de terceras personas (cual pudieran ser sus pobres madres, que bastante desgracia tienen con tener que soportar muchas veces la visión de lo que en su día se les descolgó por el conducto natural).
Lo reconozco: soy un peatón indignado. Pero creo que me sobran los motivos.
Estoy hasta los mismísimos de los chavalitos-reggaetón que, acompañados por sus sempiternas novias poligoneras, aceleran por calles estrechas colmados sus estómagos de pastillas y atascadas sus narices de farlopa atronando quinientos metros de calle con su insoportable ruido.  Estoy hasta la mismísima de los giliflautas que te miran como si te perdonasen la vida porque en realidad podrían haberte atropellado pero no lo hicieron. Estoy hasta la coronilla también de ver incautos con el móvil pegado a la oreja, el "¡Ay-Fon!" al ojo o el niño de cuatro años de copiloto sin soltar el volante ni dejar quieto el pedal.  Estoy hasta el otro sitio de los primates que toman las rotondas por el interior para girar a la derecha en la primera salida.  Añado que también estoy harto de ver motoristas haciendo eses por entre los carriles como si las normas no fueran con ellos o adelantando a otros vehículos por la derecha. Estoy hasta los de abajo de que piten más a las mujeres cuando estadísticamente está demostrado que ellas son más prudentes al volante. Y, en definitiva, estoy hasta los "ya sabes" de oír la frase "yo controlo" de bocas cuyo aliento podría servir para que media provincia se sintiese de repente en Nochevieja con el cotillón y todo
Iré directo al grano: en este país muere mucha gente por culpa de las imprudencias de los conductores. Son ya demasiados niños muertos, demasiados ciclistas arrollados, demasiados arrepentidos en silla de ruedas, demasiado alto el precio que pagamos (también con los impuestos) por culpa de estos bípedos (que Dios los acoja algún día en su inodoro, no hoy). Yo mismo tengo demasiados amigos moteros en el camposanto.
Hace años, en Francia, pregunté por unos carteles que ponen allí en las carreteras secundarias y son muy curiosos: se trata de siluetas negras con un número en el centro pintado en blanco, tal vez un "40".  Pregunté a un paisano y me dijo que era una advertencia que venía a significar que en esa carretera (entendiendo carretera por una vía numerada, no por un tramo) habían fallecido todas esas personas en el último año.  Yo me reí y no pude callarme: "Eso lo hacemos en España en un fin de semana en una curva".  Me reí porque me dio vergüenza. No me reía de los gabachos, sino de los españoles. Aquellos monigotes nos ponían en evidencia.
Mientras yo me pregunto qué habría pasado si el homínido que me había golpeado la cadera con su retrovisor, en lugar de dar con mi cuerpo hubiese dado con la cabeza del niño de ocho años que venía detrás de mí, cruzando legítimamente, pienso en tu foto y recuerdo lo que dice el Código de circulación: LOS ANIMALES DEBEN VIAJAR ATRÁS E INMOVILIZADOS.  En España nos pasamos el antedicho código por el forro: a los animales les damos el carnet y les animamos a que tomen el volante mientras nos lavamos la conciencia con un par de insulsas campañas al año.  En Canadá, en cambio, al infractor le retienen el coche y lo subastan para descontarle la multa aunque sea de cien dólares. Listos ¿eh? Pues eso.

FOTOGRAFÍA: Santiago Andreu


(en esta sección, Santiago Andreu -fotógrafo- y Francisco Gijón establecen una correspondencia artística en la que fotografías y textos se contestan creando un diálogo contractual de impresiones plásticas)


martes, 4 de junio de 2013

EN DEFENSA DE DAN BROWN

Cuando me publicaron El Secreto de Nicea tuve dos críticas demoledoras por parte de sendos comentaristas. En la primera se me condenaba por una frase que no salía en la novela, sino en las "aclaraciones del autor" que suele uno tener la costumbre de añadir al final de sus ficciones históricas. La frasecita en cuestión venía a decir que el fin último de mi novela había sido el de entretener al lector.  El ilustre crítico afirmaba que semejante sentencia era un despropósito y un desprecio a la propia literatura que había gastado en las páginas anteriores (supongo que le gustó lo que había leído). Bien, es una opinión.
El segundo crítico tenía más razón que un santo. Me acusaba de haber seguido la estela de Dan Brown con sus códigos, misterios, paranoias conspiranoides etcétera.  Cierto.
Jamás me defendí de ambas objeciones porque creo que la opinión es libre y a veces hasta la comparto.  Que le pongan a uno a caldo va en el sueldo que no tiene (en los royalties sería más justo decir).
Como yo no soy un gran literato, no puedo aspirar a llegar más lejos de entretener al paciente lector que, amablemente, ha elegido un relato mío para su asueto. Las librerías que conozco están cada vez más vacías de grandes literatos, así que no me puedo sentir culpable de ser uno más. Yo, personalmente, consumo buena literatura, pero no le voy a decir a nadie lo que tiene o no tiene que leer. Y es que no puedo pretender que nadie sienta lo que siento yo ante una obra de Anatole France, Camilo José Cela, Rudolf Eucken o Sully Prudhomme ni tampoco negar que me lo paso bomba con libros sencillos que me distraen y entretienen cuando no quiero calentarme la cabeza.  Dicho de otro modo: me encanta la película Muerte en Venecia, me priva la filmografía de Kubrick... pero me lo paso muy bien yendo al cine a ver Oblivion. ¿He pecado? Creo que no.
En lo que a "seguir la estela de Dan Brown" se refiere, el crítico tenía, insisto, toda la razón. Lo que no sabía es que EL SECRETO DE NICEA se titulaba originariamente LAS CARTAS DE ATILIO, que no incluía en sus páginas los segmentos que, en forma de capítulos impares, le daban el toque de Dan Brown al que hacía mención, que dichos capítulos fueron escritos por encargo del editor y que -reconozco- los redacté en 20 días porque no se me antojaba complejo desbarrar con el material que ya había producido meses antes haciendo que las "cartas de Atilio" pasasen de mano en mano a través de los siglos y conformasen la excusa de un complot. Sabía que estaba desmereciendo mi trabajo, pero para 600 euros que me pagaron por la pieza (y de mala manera y con retranca) no me iba tampoco a calentar la cabeza.
Curiosamente el resultado fue satisfactorio. Gustó.
Y gustó porque en 2008 estaba de moda la literatura que imitaba a las novelas de Dan Brown. Las estanterías estaban pobladas por novelas de conjuras, misterios, manuscritos, piedras misteriosas, tesoros familiares ocultos, testimonios inauditos, joyas perdidas y demás artillería que, de salir a la luz, podían cambiar el curso de la historia venidera, así como la interpretación de la pasada. Un coñazo, vamos.
Pero las editoriales pedían eso y mucho más. Hasta las mediocres como la mía.
Y no voy a entrar en la cantidad ingente de autores que se subieron al carro pensando que, siguiendo la corriente de moda, serían catapultados a la fama en un santiamén.  Yo no lo hice. Yo no.  Yo seguí a lo mío... ¡y cuando llegó la crisis todavía no me había comido un colín! (pero me daba igual).
Empecemos por dejar claro que los autores que no estamos consagrados (¡vaya palabra!), respaldados por los medios de comunicación, asalariados a un grupo editorial o apadrinados por un gurú de la cosa somos unos simples mercenarios para las editoriales: escribimos lo que nos mandan y hacemos lo que nos dicen sin rechistar y dando palmas con el escroto si hace falta. Mi novela MORITURI tiene dos versiones: la que interesó a Edhasa y la que Edhasa me pidió que escribiera (con dos finales distintos y eliminación de escenas). Y total, para nada, porque Edhasa comenzó a sufrir los estragos de la crisis, cerró oficinas, cambió de dueños y no pudo afrontar el reto que ellos mismos me habían propuesto: una trilogía. Sin rencores: me hicieron un favor y les estoy agradecido.
No me cansaré de decir que escribo lo que me da la gana, pero si me pagan un precio adecuado por mi trabajo soy capaz de escribir lo que le dé la gana al pagador, incluso me postulo para negro literario (me da igual si me sirve para pagar los recibos o la cesta de la compra: no por ello dejaré de ser yo y de escribir lo que me apetezca fuera del horario impuesto por el compromiso adquirido). Mi agente lo sabe, más de un editor lo sabe y quien me conoce lo sabe. No veo nada malo en ello.
Hablemos ahora de Dan Brown.
He leído como 4 o 5 novelas suyas, me han entretenido mucho, lo he pasado genial, unas me han gustado más que otras, ninguna me ha parecido que pretendiese postular al autor para el Nobel y todas me han parecido un dinero bien invertido. Añado que, una vez leídas, me desprendí de ellas porque lo que sé que no voy a volver a leer no lo quiero en mis estanterías acumulando polvo y eso sólo me ocurre con la literatura que disfruto profundamente y los tebeos de Asterix, Mortadelo y Ralf Könnig. No me siento culpable por ello ni pienso disculparme.
¿Dónde está el problema? El tío escribe bien, te cuenta una película muy entretenida, te tiene intrigado hasta el final, carece de pretensiones (porque el que afirme que la finalidad de los libros de Brown es hacernos dudar sobre ciertas cosas o creer en otras lo que tiene que hacer es hacérselo mirar). Su estilo es fluido, tiene una técnica literaria eficaz, en inglés es impecable (las traducciones al español no las conozco bien) y se documenta lo suficiente como para meter la pata apenas lo justo.
¿De dónde viene tanto odio hacia su persona? Obviamente en España de nuestro pecado capital por excelencia.
Por parte de los autores frustrados que han seguido su estela y no han llegado a su nivel lo entiendo, porque el escritor de hoy en día suele empezar la casa por el tejado y tiene innúmeras lagunas culturales que limitan clamorosamente su capacidad de reinventar algo que ya existe. Es muy mala idea tanto para los autores como para los editores plagiar estilos. Es un error. Pero "poderoso caballero es don dinero" ¿verdad? Pues quien esté libre de culpa... Reitero: hay temas y géneros con los que yo no me atrevería, pero si me ofrecen una cantidad adecuada por el trabajo y me la garantizan... ¡pues claro que lo hago! ¡Faltaría más!
El éxito de este autor, que se está forrando meritoriamente con el filón que ha descubierto y que ha sabido explotar, radica en su originalidad. ¿Acaso Agatha Christie no hacía lo mismo? ¿Y qué me dicen de Blasco Ibáñez? A menudo me sorprende la ignorancia que hay sobre el bestsellerismo entre quienes creen que es el producto del márketing de los últimos quince años.
Hay quien critica a Dan Brown con el mismo conocimiento de causa del que afirma tragarse los celebérrimos documentales de La 2. Hay quien lo insulta porque se siente ofendido por sus temas: Opus Dei, masonería, iglesia católica, gobiernos... el autor no deja títere con cabeza en sus obras. Pero tal vez si no hubiese tanto secretismo en torno a determinadas organizaciones, éstas dejarían de ser una tentación para el infame autor (¿infame?).
Yo lo reconozco: no sé escribir como él. Me gustaría haber encontrado mi propio filón, que mi estilo fuese tan depurado como para atrapar al lector sin prejuicios (que no es lo mismo que "sin criterio") desde la primera página hasta la última. No me sale: yo tengo mi público y es -y siempre será- mucho más reducido que el de Dan Brown. Sé que jamás tendré su poder adquisitivo merced a mi pluma. No me siento frustrado por ello; siento una envidia muy sana.
Cuando empecé el Ulises de Joyce y lo dejé en la décima página por quinta vez no le eché la culpa a él. Cuando disfruté de la saga de Cienfuegos de Vázquez Figueroa no me sentí culpable. Cuando añadí los capítulos impares por encargo de AJEC o reconstruí MORITURI por recomendación de Edhasa no me sentí sucio ni mucho menos... Y cuando veo que a alguien le va bien en lo suyo, independientemente de mis opiniones personales sobre su trabajo, me alegra. Yo no tengo nada de Justin Bieber entre mis discos, pero tampoco conozco a muchos que tengan algo de Cake en mi círculo de amigos (ellos se lo pierden, pienso yo). Me gustan las pelis de Indiana Jones -hasta las peores, que son las tres últimas-, me lo paso pipa con las de James Bond. Corín Tellado llenó de literatura toda una generación y ¿quién no vio en casa de sus abuelos una novela de El Coyote?
¿Tan exquisitos nos hemos vuelto como para censurar a un autor por el simple mérito de funcionar bien? ¿Tanto sabemos de literatura como para cuestionar a un autor de éxito? ¿Es necesario recordarle al personal cómo vivió Víctor Hugo?
A mí no me va a pillar nadie en el renuncio de declarar en público quiénes son los autores que me parece que escriben mal (es una opinión íntima y personal que no sale del salón de mi casa por motivos más que obvios). Tampoco recomiendo lecturas (ni siquiera las mías); todo lo más me hago eco de los trabajos de otros y los promociono en el twitter. Pero creo que todos, absolutamente todos, tenemos derecho al reconocimiento del lector. Que sea él quien nos discrimine. Que sea él quien se equivoque al elegirnos. Que sea él quien se arrepienta. Que sea él quien responda de su propio intelecto. Que nadie se burle de él o lo excomulgue por consumir lo que le parezca mejor. Yo no como hamburguesas ni bebo pepsi-cola, pero eso no convierte a estos productos en merecedores de ocupar lugar alguno en la lista de artículos prohibidos.
Sólo hay una cosa peor que leer bazofia: no leer. Lo que yo me pregunto es quién se considera lo suficientemente dotado en su intelecto como para distinguir entre bazofia y arte. Yo no. Relean la escena del Quijote en la que el cura y el barbero queman los libros de Alonso Quijano y deciden lo que está bien y lo que merece el fuego: es toda una sátira que, quinientos años después, no ha perdido ni un ápice de vigencia.
En la serie de televisión "Enano Rojo" había una escena memorable: el ordenador central de la nave (caricatura del famoso Hal 9000) le decía a un tripulante:
-Estoy tan aburrido que he comenzado a leerme "Asesinato en el Orient Express" pero lo he tenido que dejar al final de la primera página porque me he dado cuenta de que el asesino son todos.
Típico humor británico que se adapta muy bien al caso de Dan Brown. Le deseo muchos éxitos. Pienso leer su último libro y, cuando lo acabe, haré lo que suelo hacer: decidir si lo regalo o me lo quedo. Sin complejos.

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lunes, 3 de junio de 2013

LA MALETA LISTA

Estimado Santiago:

Estamos todos haciendo la maleta. Nos despedimos del sol, del mar y de nuestro pasado porque nos vamos. La maleta se ha vuelto un adminículo tan acompañante como el cepillo de dientes o el IPHONE. La maleta es nuestro perrillo faldero: la llevamos lista y preparada allá donde nos conduzcan nuestros pasos porque en cualquier momento la tomaremos del asa y nos subiremos en el primer barco, aeronave, autobús o tren que nos lleve lejos, muy lejos para comenzar una nueva vida. La Democracia que inauguramos en 1978 ha tenido como lamentable resultado -y le echarán siempre la culpa a la especulación de los mercados financieros- que hemos perdido derechos y libertades adquiridos más no pocas concesiones que nos legase el visionario caudillo que dejó todo atado y bien atado. La culpa, claro está, siempre será nuestra, pero el resultado es el mismo: estamos todos con la maleta hecha y listos para partir. Algunos incluso deseando largarse. Vamos que nos vamos. No es que hayamos dejado de creer en nosotros mismos, no es que los demás hayan dejado de confiar en nuestro país: es que el idílico Walhala que se habían montado nuestros preclaros próceres a costa del contribuyente les ha explotado en las narices y, como cuando el atentado de Alfonso XII en sus nupcias, ha mandado a todo el mundo para casa. Pero como la casa está hipotecada o embargada por el banco, toda nuestra vida cabe en una falsa samsonite de plástico y podemos salir pitando al primer toque de silbato.
El españolito, mediocre pero pícaro, se ha dado cuenta de que las listas de morosos no sirven para nada; sabe que la justicia no funciona correctamente si no eres hijo o hija de rey, afiliado a un partido político, magistrado o alcalde. En definitiva, que ya nos da todo igual, que nos importa un carajo. Que nos vamos. Que nos hemos ido ya. Que ni siquiera estando, estamos.  Las promesas de los políticos -que solamente se acuerdan de nosotros para pedirnos el voto que disimule el pucherazo- nos apestan a gingivitis de la mala. Que nos importa todo un pimiento. Que estamos hartos de ir a la urnas con una botella de Listerine.
Y ahora la imagen romántica, como esta que me traes de Lisboa -los portugueses, otros que las están pasando bien putas y de los que nos mofábamos hasta hace nada- es la de una pareja que hace planes de futuro con una maleta al lado por lo que pueda pasar. Somos como los judíos que echaron los Austrias a palos de la Península: nos lo han quitado todo y a los que tienen algo y se pueden quedar les están vendiendo la burra de que nuestra marcha es todo un éxito (Alemania va a contratar 5.000 jóvenes españoles al año: ¡gran éxito del Gobierno!). Estamos a lo que estamos: dispuestos a ponernos el mundo por montera y a dejar todo a la espalda. A renunciar a nuestras raíces porque sabemos que, de no hacerlo, nos tocará ser esclavos del dislate, la arrogancia, la prepotencia y el desprecio de los tres poderes que se reparten el caldo de nuestros pucheros.
Yo también tengo la maleta hecha. Y cuando compre el billete que me saque de aquí y me lleve a otro lugar, iré a la embajada española más cercana para solicitar la renuncia a mi propia nacionalidad con una carta dirigida al embajador de turno en la que su última frase será: "que os den...".

FOTOGRAFÍA: Santiago Andreu


(en esta sección, Santiago Andreu -fotógrafo- y Francisco Gijón establecen una correspondencia artística en la que fotografías y textos se contestan creando un diálogo contractual de impresiones plásticas)