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jueves, 2 de julio de 2015

LOS MASONES Y ESPAÑA

Adquirí hace unos años el libro Los masones, de César Vidal. Lo hice más que nada por curiosidad, no ante el tema, sino ante el hecho de que aquel volumen estuviese en el número uno de las listas de ventas en aquel momento. ¿Sabía algo don César de la masonería? Leí la obra con atención y mi intuición no me había fallado: en efecto, CV no tenía ni idea de lo que eran los masones (o si la tenía, demostraba muy bien su ignorancia) y se dejaba arrastrar por ese estereotipo tan arraigado a partir de los años 20 del siglo pasado en las principales naciones dictatoriales de Occidente. Lo preocupante para mí era que cualquier lector de aquel libro iba a llegar a unas conclusiones clamorosamente sesgadas, perversas que el firmante de la obra inoculaba minuciosamente, chorrada tras chorrada, con supuestos datos objetivos (los que le interesaban a él, claro). ¿Eran objetivos los datos? Bien, el peligro que tienen los datos objetivos es que los podemos conjugar con cierta destreza para contestarnos a nosotros mismos lo que nos interesa escuchar. Vidal (y eso resulta más que evidente en su libro) está muy lejos de ser un especialista en masonería, pero logra construir un libro sin fundamento que mantiene la imagen politizada de las logias, las relaciona intrínsecamente con el poder (incluso con la religión) y no menciona en ningún momento los ideales humanísticos en que se basa la masonería.
No es que la masonería implique un rechazo del poder, pero su objetivo no es precisamente conseguirlo. En realidad, la masonería no obliga políticamente a nada.
La avenida de Daroca separa, en Madrid, el Cementerio del Este (o de la Almudena) del Cementerio Civil. En este último descansan por ejemplo los restos mortales de Pablo Iglesias, fundador del PSOE, un hombre nacido en El Ferrol, igual que Franco, un personaje de nuestra historia (me refiero al Caudillo, que contó entre sus generales alzados a masones, como Cabanillas). El Cementerio Civil se creó en 1884, cumpliendo un decreto del año anterior que establecía la construcción de cementerios en España para dar sepultura a personas que no perteneciesen a la religión católica. Esto abarcaba a protestantes, ateos, judíos o personas de cualquier otro credo. La inauguración coincidió con la del Cementerio de la Almudena, de la cual podríamos decir que el Cementerio Civil es un parte separada. La primera inquilina del Civil fue una muchacha de veinte años: Maravillas Leal González. Sin embargo, el camposanto no tardaría en acoger los restos mortales de ilustres personajes cuyas tumbas y panteones son de singular interés... especialmente los masónicos. Y es que, en efecto, paseando por las calles del cementerio encontramos a masones tan célebres como Pi i Margall, Salmerón, Sanz del Río, Américo Castro o Giner de los Ríos. Lo cierto es que el Cementerio Civil está repleto de tumbas de masones, las cuales exhiben claros símbolos que atestiguan la filiación de sus eternos huéspedes, muchos de los cuales fueron personalidades relevantes de nuestra Historia. Masones o no, allí reposan los restos de Pío Baroja, Estanislao Figueras, Nicolás Salmerón, Arturo Soria, Demófilo, Xabier Zubiri, José Martínez Guerricabeitia, Julián Grimau, Julián Besteiro o Francisco Largo Caballero. Tres jefes de Estado, otros muchos políticos de renombre, laureados escritores, etc.
Pero es que el mismo Madrid está repleto de símbolos claramente pertenecientes a la masonería: calles, estatuas, fachadas de edificios, etc., como el Ministerio de Agricultura, la Plaza y el Palacio de Oriente, el monumento a Emilio Castelar, o los propios nombres de las calles de Oriente, Luciente, Mediodía o el Paseo de las Acacias (la acacia es un árbol muy vinculado a la masonería, entre el arbolado de la capital hay muchas acacias debido a que la ciudad tuvo no pocos alcaldes masones). La simbología masónica inunda Madrid y sus alrededores mucho más de lo que la gente piensa o cree. Hay símbolos masónicos en lugares insospechados y el caso más flagrante se encuentra muy cerca de El Escorial, en Cuelgamuros. Me refiero al Valle de los Caídos. Pero ya hablaremos de este monumento arquitectónico en otro artículo y centrémonos en el tema que da título al que nos ocupa hoy.
El principal estigma que ha dañado a la masonería, después de la persecución a la que se vio sometida durante la Dictadura, es el secretismo. Parece que en nuestro país gustan tanto las etiquetas que todo tiene que estar clasificado, organizado y tener nombre (lo contrario nos crea inseguridad). Sin embargo, nadie vio durante décadas con malos ojos el palpable secretismo que envuelve a los numerarios del Opus Dei, tal vez porque son católicos y ya hay una etiqueta que relaja algo el misterio.
Sin embargo, el auténtico misterio de la masonería es que no existe tal misterio.
La masonería española es ilustrada y liberal, y a veces, en el pasado, anticlerical. Pero también hay logias conservadoras y otras progresistas. Todo depende del tipo social que las integre. Y si bien existen grupos más tendentes a hacerse públicos que otros, las logias dan derecho a sus miembros a proclamar o no si son masones. Es algo personal, salvo en los cargos más elevados, que sí que tienen la obligación de dar la cara. El masón de a pie es el que puede o no reconocer su filiación.
Pero, ¿qué es la masonería?
La masonería es una corriente filosófica que pretende un esclarecimiento personal de cada miembro. Busca la autonomía personal, la no sumisión, la libertad de pensamiento y la capacidad crítica. Hoy la religión no se ataca desde la masonería porque tiene menos fuerza que antaño (los anglosajones apenas tuvieron conflicto alguno con sus iglesias protestantes). Y a la Iglesia jamás se la atacó por sus ideas, sino por su poder. El halo de misterio que envuelve a la masonería proviene de que ésta mantiene sus actividades relativamente secretas (rituales, actas y documentos). Sin embargo en la masonería no hay más secretos que en un banco. El secretismo es más bien filosófico, pues sólo se comprende cuando se experimenta. La masonería apela al individuo de un modo existencial, sobre el proyecto vital de cada uno, e invita a la reflexión interior. Entiende que el hombre es un ser que se está construyendo. El masón es, en este caso, quien maneja el mazo de su albañilería especulativa. La construcción es una metáfora de su propia vida que no resulta incompatible con otras filosofías o religiones, al contrario. Por lo tanto, el masón está muy lejos de ser anticristiano o antiislámico.
¿Es tan compleja la simbología masónica? No. Al contrario.
Con la escuadra y el compás se pueden resolver todo tipo de problemas geométricos; pero, además, al superponerlos enfrentados, aparece la silueta de una estrella de cinco puntas o pentagrama. Esta estrella, con una G mayúscula inscrita, e el símbolo fundamental de los masones. La G significa "GEOMETRÍA", nada más. En cuanto a la estrella de cinco puntas, está relacionada con la proporción áurea pitagórica. Fin.
Los constructores medievales guardaron para sí todo un cuerpo de conocimientos geométricos y simbólicos, que aplicaron a la construcción de las grandes catedrales y cuya comprensión se perdió en gran parte al comenzar la Edad Moderna. A partir del Renacimiento, algunos hombres que no pertenecían a los gremios de constructores se interesaron por este tipo de conocimientos y tradiciones, y de esta manera fueron admitidos en las agrupaciones o cofradías masónicas (colegios de albañiles) en calidad de "masones aceptados". Durante el siglo XVII, el número de masones aceptados fue creciendo, lo que determinó la aparición en la siguiente centuria de lo que se conoce con el nombre de "masonería especulativa", o "simbólica": una reunión de hombres interesados en discutir cuestiones filosóficas, y cuya relación con la construcción de edificios era totalmente simbólica. Eso es la masonería.
La consolidación definitiva de la masonería simbólica tuvo lugar a principios del siglo XVIII, cuando las logias londinenses se unieron para crear la Gran Logia de Londres, que más tarde se convertiría en la Gran Logia de Inglaterra. Se trataba de una logia integrada en una sociedad totalmente moderna, en la que los rituales de los antiguos constructores se mantenían sólo con un carácter simbólico. Sus miembros ya no eran albañiles ni arquitectos, sino caballeros que se reunían para discutir temas filosóficos y sociales. De este modo, los masones se definen a sí mismos como una sociedad filantrópica, heredera espiritual de los antiguos gremios de constructores, reunión de hombres de bien que proponen la unión fraternal que salve las barreras entre los componentes del género humano, respetando la religión y la ideología de los demás.  Así pues, se podría explicar la masonería como una forma de entrar en lo trascendente por la vía laica: la clave consiste en la búsqueda de una realidad escondida tras las apariencias, un camino sumamente complejo pero necesario para alcanzar el conocimiento, que solo se consigue con espíritu de búsqueda.
Así pues, no se puede considerar en ningún caso a la masonería como una sociedad secreta (en todo caso "discreta") y menos aún una secta, ya que se trata de una sociedad aconfesional cuyos miembros disfrutan de libertad religiosa y filosófica, siempre que su talante interior no entre en conflicto con los ideales de la propia masonería. Por otra parte, no se puede negar que, desde sus comienzos, los masones han pretendido mantener en secreto el texto de sus rituales, que encierra un importante contenido simbólico y esotérico, y que además acostumbran a reservarse el derecho a declarar o no públicamente su pertenencia a la orden. De ahí que los masones se definan como "discretos", renegando abiertamente de la palabra "secreto". A tono con el particular estilo irónico de Umberto Eco, los masones son definidos en El péndulo de Foucault como los custodios de un secreto que nunca ha existido. Ese eterno secreto ha sido durante varios siglos discutido entre los mismos masones, provocando agrias polémicas, especialmente en el agitado siglo XVIII, cuando toman forma las estructuras y los rituales de la masonería que han llegado hasta nosotros. Durante ese siglo se agregó al simbolismo masónico inicial una gran cantidad de elementos esotéricos, principalmente alquímicos y cabalísticos, añadiéndose a los tres grados originales de aprendiz, compañero y maestro una serie de grados superiores de simbolismo místico y ocultista.
La masonería fue progresivamente perdiendo el recuerdo de su origen en las logias de los artesanos medievales, a favor de una serie de leyendas que proponían un origen mítico, ya en el Egipto faraónico, ya en los constructores megalíticos de la Edad de Piedra, ya en la "leyenda templaria", que tuvo muchos partidarios entre los miembros más inclinados al ocultismo, si bien carece de sentido.
Dicho esto, no se puede negar que algunas de las figuras más destacadas de la Revolución Francesa pertenecían a la masonería, pero esto no significa necesariamente (como afirma Vidal en su libro) que la propia masonería sea causa de ninguna acción política. Los masones pretenden no ser una institución de esa índole, sino de carácter filosófico. En realidad, los masones interpretan sus símbolos en relación con la defensa de la libertad y la justicia frente a los abusos y tiranías. No obstante, en los movimientos políticos que dieron lugar a las posteriores revoluciones del siglo XIX se ha querido ver la mano oculta de la masonería. Ocurre que la masonería, según las épocas y los países, ha adquirido un carácter marcadamente político. En las logias se pueden reunir de forma discreta grupos de personas que se oponen a un régimen o quieren influir en la sociedad, orientándose hacia un determinado tipo de ideas. Es a veces el refugio de los disidentes, o incluso de los que conspiran contra una corona o quieren preparar el camino de una revolución.
La masonería también ha sido utilizada por gobernantes interesados en crear grupo afines a sus intereses. Napoleón Bonaparte se sirvió de la organización masónica para controlar la política de su país, así como la de las naciones que iba conquistando. La gran proliferación de logias señala el inicio de una época nueva para la masonería española. Pero ¿cómo llegó la masonería a España?
El duque de Wharton fundó en 1728 la primera logia masónica española en la popular calle de San Bernardo (Madrid). Curiosamente se trataba de la primera logia en la Europa continental, anterior incluso a las importantes logias francesas. Sus primeros miembros fueron militares británicos que residían en la capital de España. El propio Wharton se hallaba al servicio de Felipe V. Tras declararse partidario del fallido pretendiente al trono británico Jacobo II Estuardo, fue declarado traidor en su patria. Incluso participó con las tropas españolas en el asedio de Gibraltar, cayendo herido en el intento de toma de la plaza.
Pero Wharton no era un masón cualquiera. Había sido Gran Maestre de la Gran Logia de Inglaterra. Incluso en esos comienzos tan ilustres, la masonería española del siglo XVIII no echó raíces demasiado profundas, quizá debido a la actitud adversa de los monarcas españoles, así como a la persecución de los inquisidores en su obediencia a los dictados papales. A este respecto, el papa Clemente XII emitió en 1738 una bula que prohibía a los católicos pertenecer a la masonería bajo pena de excomunión. Los mandatos del Papa no eran aceptados de igual forma en toda las monarquía católicas, pero en España sí se aplicó con dureza esta prohibición, y la vigilancia de la Inquisición impidió que proliferara la masonería durante todo el siglo. Los pocos masones que hubo en territorio español eran casi siempre extranjeros, y no pocos fueron procesados por el Santo Oficio. Los nuevos "aires de libertad" entraron en España a golpe de bota con las tropas napoleónicas. La masonería era entonces en Europa casi un monopolio de la familia Bonaparte, y constituía un medio de propaganda y de proselitismo muy propicio a las ambiciones de Napoleón. Dos de sus hermanos eran Grandes Maestres de las dos grandes obediencias masónicas de Francia: José, el Gran Oriente de Francia, y Luis, del Rito Escocés. De hecho, fue el mismo José Bonaparte quien introdujo en España, en 1808, un Supremo Consejo del Grado 33 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Los masones españoles no ocultaron su lealtad a los invasores y apoyaron decididamente al monarca que sería impuesto como rey de España por el emperador francés.
En la zona libre de la invasión francesa, por el contrario, la masonería se mantuvo proscrita. Las Cortes de Cádiz, creadoras en 1812 de la primera Constitución Española, también ratificaron ese mismo año la prohibición de la masonería en territorio español. Si la masonería servía a los intereses de Napoleón, no era buena para la patria (no obstante hubo masones entre los diputados de Cádiz, y eso no se suele decir -hablo de masones que eran contrarios a Francia  pero afectos a sus ideas masónicas).
La intervención de la masonería en la independencia de América es otro asunto muy discutido. Simón Bolívar y el general San Martín fueron masones. Este último pertenecía a una logia llamada la Gran Reunión, con cuyos miembros se citó en Londres en 1811 antes de partir para América. Más tarde fundaría la logia Lautaro con el objetivo de lograr la independencia americana. Como curiosidad, el simbolismo solar de la bandera de Argentina parece un elemento masónico bastante evidente. También José Martí y José Rizal eran masones.
Con el regreso de Fernando VII, la masonería se mantuvo en la clandestinidad durante su reinado con la excepción del paréntesis liberal que tuvo lugar tras el pronunciamiento de Rafael Riego, quien también era masón, como muchos de los hombres que gobernaron el país durante "el Trienio Liberal". Pero, con el apoyo de las potencias extranjeras, el peor monarca que ha conocido España regresó al trono y prohibió de nuevo la masonería, a la que acusaba como culpable de la revolución americana (no le faltaba razón), y se convirtió en uno de sus mayores perseguidores.
La masonería seguiría proscrita en tiempos de Isabel II, y no será hasta la Revolución de 1868 y la proclamación de la Primera República cuando saldrá de nuevo a la luz. Gozará a partir de entonces de cierta relevancia política, incluso en la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII. Algunos masones ilustres ocuparon la presidencia de la nación durante aquella época, como Prim o Sagasta (este último fue Gran Maestro de la Grande Oriente de España).
Desde principios del siglo XX la masonería experimentó un gran crecimiento, que no se vio frenado ni siquiera durante la dictadura de Primo de Rivera. Al proclamarse la Segunda República, los masones, cada vez más influyentes, declararon su abierto apoyo a la misma. El Boletín Oficial del Consejo Supremo del grado 33 para España saludó al nuevo régimen republicano con un titular que decía: "La República es nuestro patrimonio". No lo hicieran: le dieron a Franco la mejor excusa para señalar a los masones como monopolizadores de los puestos decisivos del poder que luego encarnaría él en su persona. Con eso y todo, no se puede obviar que notables masones se encontraron entre los dirigentes de la República: Lerroux, Largo Caballero, Martínez Barrio, Muñoz Martínez, Companys... y Manuel Azaña, que no era masón pero sí simpatizante.
La dictadura del general Franco arrasó con la masonería en España.  Él pertenecía a una época en la que muchos militares eran masones, como hemos apuntado más arriba. Pero quizás una parte de su problema con este movimiento filosófico era que había intentado entrar en una logia militar de Larache durante su estancia en Marruecos y había sido rechazado porque no poseía las aptitudes necesarias (los compañeros masones de Franco argumentaron que era cruel). El futuro Caudillo por la Gracia de Dios quedó resentido y molesto, ya que su hermano y su padre eran masones. Sus complejos y odios concentrados, unidos a su carácter mesiánico adquirido y a la falta de madurez que lo caracterizó en sus inicios, desencadenaron un ataque terrible contra la masonería. También se vio influido por el panfleto denominado Los Protocolos de los sabios de Sión, un invento del espionaje soviético calcado de un texto de 1864 titulado Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu, o la política de Maquavelo en el siglo XIX, del que hablaremos en otra ocasión y que le dio a Hitler la excusa perfecta para aniquilar a millones de conciudadanos judíos en Europa.
¿Creía Franco que el sionismo internacional controlaba la masonería? Es de dudar habida cuenta de que el apellido español "Franco" está emparentado con "Frank", que es de origen judío. Es de dudar, habida cuenta de que el Generalísimo ayudó a muchísimos de los judíos perseguidos por Hitler a escapar de sus garras. Es de dudar, considerando que la Texaco, una multinacional petrolífera controlada por capital judío, concedía gasolina a crédito al régimen franquista cuando nadie le fiaba un colín.
Y es que la realidad siempre nos depara sorpresas inesperadas. El apellido Franco es de origen sefardí y se refiere a los comerciantes judíos "libres" de pagar impuestos por privilegio real. Este Franco sefardí está extendido por las comunidades judías de muchos países europeos y es común en Galicia.
En cualquier caso, recomendamos que, si alguien quiere saber qué es la masonería (y muy especialmente la masonería española), en lugar de leer a César Vidal, recurran a una obra bastante más fiable (cualquier alternativa a Vidal es más fiable que él), como por ejemplo el libro Nosotros los masones, de Armando Hurtado, fundador de la Respetable Logia Génesis y Soberano Gran Inspector General del grado 33 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, y Gran Oficial Honorario de la Gran Logia Nacional Portuguesa. Siempre estará más informado y será menos sesgado (aunque parezca increíble) que el señor Vidal, firmante del libro Los masones.