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sábado, 30 de noviembre de 2013

THE WATERBOYS en Cartagena

Ayer asistí al último concierto que The Waterboys dará en Cartagena.  Fue en el auditorio El Batel, un lego de bloques de hormigón que, cómo no, acabó costándole al contribuyente tres veces más de lo presupuestado en inicio (concretamente más de 58 millones de euros o, lo que es lo mismo, casi diez mil millones de las añoradas pesetas, un dinero que todavía debemos pagar entre todos, también entre los asistentes).
Mike Scott, el vocalista, no dio crédito en ningún momento al espectáculo que estuvieron padeciendo él y sus compañeros desde el escenario (y es que se suponía que el espectáculo lo daban ellos, pero no fue así).
Todo comenzó cuando una voz femenina, invisible y de entonación algo absurda (parecía que nos quisiese hacer el amor a todos a la vez), anunció que el show que clausuraba nuestro Festival de Jazz (¿jazz?) daba comienzo.  Lejos de ocupar sus asientos, gran parte del público iba por los pasillos saludándose, repartiendo abrazos y dando gritos. Así estuvimos durante casi un cuarto de hora. No es de extrañar que la persona que estaba sentada a mi derecha, un joven hambriento, aprovechase para sacar de no sé dónde (ni quiero saberlo) un bocadillo de magra con tomate (o similar, el olor era confuso) que empezó a devorar tranquilamente (ved la foto si no me creéis, como era un lugar público pudimos hacerla y puedo publicarla sin que nadie me llame la atención). Le faltó la lata de Estrella de Levante.
Al final tuvieron que apagar las luces de sopetón, lo cual provocó gritos y risas entre el dudoso respetable.  Los integrantes de la legendaria banda aparecieron en el escenario y comenzaron a tocar sin que eso afectase a muchos, que seguían yendo y viniendo por los pasillos de la platea, alumbrándose con sus "teléfonos inteligentes" y, cómo no, hablando sin parar.
El ruido era tal, que Scott nos llamó la atención (en inglés) añadiendo un "muchas gracias" en español. Muchos se descojonaron con la ocurrencia: no habían entendido nada (los españoles no hablamos inglés). Armado de paciencia y respirando hondo, entre pitidos, chiflidos y exabruptos, el grupo siguió tocando sus temas.  Entre canción y canción tuvieron que soportar maravillosas perlas como "¡Gooool!", "¡Achooooo!", "¡Traduce!", etc...
Hubo un instante (lo vimos perfectamente desde la fila nueve) en que Scott, tras darle un solemne mamporro al teclado, introdujo en medio de la canción un sonoro "Oh, shut up!" (¡Oh, callaos ya!") que nadie entendió y uno sospecha que, de haberlo entendido, les habría dado igual.
Tirando de profesionalidad, y algo desesperado, el vocalista se tomó la molestia de querer explicarnos la génesis de alguno de sus temas (siempre en su idioma). La algarabía y burla fue tal, los gritos tan desmesurados, que al final cortó su explicación y exclamó: "I am Mike Fucking Scott and I wrote this song" ("soy el puto Mike Scott y compuse esta canción").  Y siguieron.
Pero la cosa continuó. A alguien por ahí arriba le pareció idóneo aprovechar otro parón entre pieza y pieza para... ¡rebuznar!  Scott ironizó con el delicioso sonido que acababa de escuchar y decidió desde ese momento interpretar tema tras tema sin detenerse ni inmutarse, pensando sin duda en cumplir con el contrato, cobrar e irse a casa.
Unos homínidos de la fila de detrás, encabezados por el macho de la manada, armaron tanto escándalo y risas que tuve que darme la vuelta y decirle al individuo: "¡Cállate ya, imbécil de los cojones!" (si me estás leyendo, cosa que dudo que hagas, sí, fui yo). Surtió efecto el exabrupto, a Dios gracias, porque se callaron del todo (entendían español, menos mal).
Resumiendo, fue un espectáculo lamentable, bochornoso, inaudito, que dejó a Cartagena a caer de un burro (rebuzno incluido).  El grupo sonó muy bien, fue extraordinariamente profesional, cumplió con los bises religiosamente y, tras saludar lo justo, salió escopeteado del escenario para no volver jamás.
Como digo, ayer asistí al último concierto de The Waterboys en Cartagena, en el auditorio El Batel, un recinto de 58 millones de euros (diez mil millones de las antiguas pesetas), a 28 euros la entrada y con un aforo completo.
Volví a casa muerto de vergüenza y agradecido a la banda por su paciencia. Yo, en su lugar, me habría ido diez canciones antes a casa. Sé que algunos gañanes regresaron encantados, ufanos por la diversión y muy motivados por lo bien que se lo habían pasado. Yo no.