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viernes, 2 de enero de 2015

LA ODISEA

La literatura universal empieza para nosotros con dos extensos poemas épicos que los antiguos atribuían a un cierto Homero, del que nada sabían. Dudaban de su cronología y discutían sin resultado sobre su origen. Los más avezados destacaban las diferencias entre ambas composiciones y colocaban la Iliada en la juventud de su autor, guardando la Odisea para sus años de madurez.  Durante 2600 años se han vertido ríos de tinta para teorizar acerca del origen y génesis de ambas composiciones, contemporáneas, por cierto, de la escritura negro sobre blanco del Pentateuco.
Un poeta compuso y fijó la Iliada; otro, tal vez el mismo, compuso y fijó la Odisea. Una serie de poetas-repetidores profesionales de memoria (ya Hesíodo nos decía que las musas inspiradoras son hijas de Mnemósine, la Memoria) guardaron el tesoro de estos poemas y los difundieron por todo el ámbito geográfico de su lengua. Y todo su repertorio se lo atribuyeron a un antepasado concreto, Homero, que era modelo mítico del maestro de la palabra poética, más atento a su mundo interior que al real (pues en teoría era ciego), difusor como ellos de la palabra poética por toda la geografía griega, y a este modelo lo llamaron Homero, porque ellos eran los Homéridas, un clan familiar de la isla de Quíos que detentaba el tesoro de los poemas que iban a convertirse, según Platón, en la educación de todo un pueblo.
Ambas composiciones procedían de la oralidad de los aedos y hay quien dice que su plasmación escrita viene a culminar toda una etapa, merced a su calidad artística altamente elaborada y a la extensión y complejidad de su estructura.  Resulta obvio que el uso de la escritura tuvo que ser de gran utilidad pues supuso un cambio de la tecnología de la memoria que posibilitó la repetición exacta de largos poemas en lugar de la repentización dentro de unos moldes.
Lo cierto es que la comparación entre la homérica y otras épicas revela en la primera un mayor grado de elaboración poética tanto en la composición total como en la estructura narrativa y en el efecto que desea producir.  Así, en la Iliada encontramos fórmulas reiterativas, escenas típicas y motivos recurrentes, como los hay en la épica oral de otros pueblos y momentos históricos.  Pero en la Odisea, Homero perpetra un armazón estilístico que, me atrevo a decir, no ha sido superado en 27 siglos.
Ilíada y Odisea son distintas entre sí en primer lugar por la diferente naturaleza de sus temas: la primera se centra en la cólera de un héroe durante el asedio a una ciudad; la segunda en el retorno de otro héroe a su patria, entre difíciles aventuras, y la matanza de los pretendientes que han cortejado a su mujer durante su ausencia.  Tras cada poema hay una visión del mundo, un modelo de relaciones humanas, unos dioses parciales que actúan de un modo que nos parece lejano y a menudo incomprensible.  En la poesía de Homero, lo constitutivo humano son las desdichas que los dioses tejen para que los venideros tengan algo que contar.  Acosado por su adversa suerte -el dios Poseidón le persigue- Odiseo medita: habla del destino y se queja, pero reflexiona siempre y no se lanza a nada que no haya calculado previamente: de ahí nacen sus recursos y por ello logra acceder al mundo de los muertos y salir de él -del lugar del que nadie puede retornar- como consigue, único entre los hombres, oír el canto de las sirenas y no ser seducido por él.  Tanto en el caso de Circe como en el del acceso al Hades sabe qué ha de hacer y ante las sirenas maquina un ardid: tapar sus oídos y hacerse amarrar al mástil de su nave.
Odiseo, el del multiforme ingenio, no es, pues, un héroe, ni tampoco un héroe al revés (como Don Quijote). Para comprender qué es Odiseo hay que preguntarse qué hay en su poema.
En la Odisea el material preexistente es claramente folclórico narrativo, cuentos maravillosos que se articulan en la narración con el relato de intrigas palaciegas y con el viaje de Telémaco en busca de su padre.  A veces, la diferencia entre el mito, la leyenda heroica y el cuento maravilloso es débil e incierta.  Pero la diferencia entre el material narrativo de la Iliada y el usado para la Odisea es considerable y no ofrece lugar a dudas. Además de un héroe, Odiseo es también el personaje principal de los cuentos.  Odiseo no coincide con el prototipo de ideal heroico que encarna Aquiles: es un combatiente, sí, pero su forma de actuar es siempre reflexiva, sin evitar el recurso del engaño.
La Odisea, que a menudo se ha considerado prácticamente como una novela, fue compuesta por un poeta, no escrita sino cantada, y esto no tiene nada que ver con la novela como género literario.  En la Odisea Telémaco le dice a su madre:
"Los hombres alaban con preferencia el canto más nuevo que llega a sus oídos."
Pues bien, a originalidad de la idea de coser la saga propiamente épica de Odiseo con una serie de narraciones maravillosas y novelescas puede haber sido una respuesta a la novedad que agradaba al público. Y quizá ése público, ávido de novedades, no fuese ya el del palacio del noble, sino un auditorio civil formado por ciudadanos.  Estamos ante una obra más abierta, ligera y cambiante para un público nuevo: he ahí la posible modernidad de la Odisea.
Pero, claro, Iliada y Odisea pertenecen a un mismo momento histórico: el del paso de la poesía aédica a la rapsódica.  Más allá de cualquier hipótesis, la Iliada y la Odisea son la cara y la cruz de la misma moneda y, aunque sospechemos que pudieran transcurrir bastantes años entre la composición de una y otra, pertenecen al mismo momento.  Analicemos la estructura de la obra.
Para empezar destacaremos que el tal Odiseo no aparece diréctamente en el poema que de él toma su título hasta el libro V, y entra en él gimiendo, llorando y consumiéndose, sentado en la playa, junto a la orilla del mar: es el huésped de una ninfa, Calipso, que ya no le es grata y que acaba de recibir de los dioses, a través de Hermes, la orden de dejarlo marchar.  Obedece ella y parte él a bordo de una balsa que acaba zozobrando en medio del temporal que le envía Poseidón.  Como náufrago llega al país de los feacios y allí se topa accidentalmente con Nausicaa, la hija del rey Alcínoo. La doncella le protege y, con la ayuda de Atenea, su protectora, llega al palacio real.  Está en un país cuyas gentes viven felices y el palacio (oikos) de su monarca resulta un lugar de bienaventuranza donde todo transcurre entre banquetes y cantos.  Fingidor como es, y por precaución, Odiseo actúa todo el rato con suma prudencia, sin descubrir su identidad. Pero al final del libro VIII, Demódoco, el poeta, canta el ardid del caballo de Troya y la toma de la ciudad por los aqueos.  Odiseo llora sin poderse controlar y Alcínoo sospecha, animándole a contar la verdad.
Desde el comienzo del libro IX hasta el XIII, a cuyo comienzo tiene lugar la partida del héroe desde el país de los feacios, asistimos al relato de las aventuras que han hecho famosa a la Odisea, los trabajos de su protagonista desde que partió de Troya hasta que fue a parar a la isla con Calipso.  La narración seguida de estas aventuras, el núcleo más famoso del libro, es un relato dentro de otro relato.  Difiere también del resto en que está contado todo en primera persona.  Dicho de otro modo: Odiseo suplanta al propio aedo; sus palabras continúan de algún modo las del mismo Demódoco, que ha introducido al auditorio en su narración en su historia contando la gesta del caballo. El poeta de la Odisea se revela así, como en tantas otras cosas, un maestro de la composición, de la organización de su material y de la creación del efecto literario.
Odiseo canta en el palacio de Alcínoo cómo llegaron él y sus compañeros al país de los lotófagos, donde existe una flor cuya ingestión hace a los hombres olvidar el pasado, cómo sufrieron exterminio y sus trabajos en la isla del cíclope Polifemo; el episodio de su estancia en la casa de Eolo, el dios de los vientos, con el asunto del odre que éste les regaló y el mal uso que de aquél hicieron sus compañeros; también relata sumariamente su breve estancia en el país de los lestrigones, unos gigantes caníbales, y su llegada, por fin, a la isla de Circe.
Todo esto son, sin duda, cuentos, relatos sobre países y gentes fantásticas que traducen la fascinación del viaje en una época en la que éste era siempre riesgo, misterio y aventura. Hay momentos en las narraciones de los viajes en que parece como si el poeta contara con el conocimiento de esas narraciones por parte de su público: así, los lotófagos aparecen de paso y el breve relato de los lestrigones ni siquiera parece del todo coherente.  Cabe destacar que, tal vez por economía poética, Odiseo se detiene en los episodios en los que él desempeña un papel primordial, en los que deja constancia de su ingenio. Es como si todas estas historias ya fuesen conocidas por el auditorio: el poeta alude a ellas destacando en cada una, cómo la conducta del protagonista se opone a la del grupo que le sigue y que va pereciendo a través de los distintos sucesos que acontecen.  Se llega por fin como colofón a la conclusión de que cuando el grupo deja de obedecer a su líder, se topa con serios problemas. Es el culmen de la oposición entre la previsión de él y la imprudencia de sus compañeros.
Si se ordenasen las aventuras de Odiseo, tendríamos cinco episodios previos al viaje al Hades y otros cinco posteriores a esta katábasis.  Una simetría algo dudosa que ilustra de algún modo que el eje central de las aventuras de Odiseo es el descenso al país de los muertos.  Que el héroe regrese sano y salvo del país de los difuntos tal vez constituyese hasta cierto punto una novedad entre los griegos.  Homero nos describe por boca de su protagonista un espectáculo desolador del mundo de ultratumba.  En él Aquiles afirma que "antes preferiría ser siervo cargado de trabajo bajo la luz del sol que rey en el mundo subterráneo, poblado de imágenes y hombres que ya no son".  ¿Qué hace Odiseo en el Hades? Cumplir un trámite para poder regresar a Ítaca; mostrar hasta el final su heroísmo; realizar la más grande de las hazañas.
Cabe destacar que de lo fantástico e imaginario, Odiseo llega por fin a lo real, a Ítaca, dormido.  Llega allí con la aurora y, una vez despierto, no puede reconocer el lugar de su isla en el que se encuentra.  Termina así una de las partes del relato: la de las aventuras del héroe.
Estamos ahora a mitad del libro XIII, y de aquí progresa la narración hasta enlazar con la parte anterior a las aventuras de Odiseo, la parte inicial (libros I al IV) dedicada a presentar la situación en Ítaca, ausente Odiseo y asediada Penélope, su mujer, por un numeroso grupo de pretendientes, los cuales van arruinando su hacienda a base de banquetes.
La casa de Odiseo está dividida entre quienes son fieles al recuerdo del héroe y aguardan su regreso y quienes, desesperando de que se produzca el ansiado retorno, ayudan a los pretendientes en sus aspiraciones. Son célebres algunos ingredientes de este relato, como que Penélope había prometido que escogería a uno de los pretendientes cuando acabara la labor de telar y cada noche destejía lo tejido durante el día.  El motivo es sin duda folclórico y de gran trasfondo, pues si las Moiras eran dueñas del Destino porque manejaban los hilos del tiempo, lo que hace Penélope es detenerlo al deshacer su labor y poner el Destino entre paréntesis.  Penélope, al igual que Helena, nos es presentada como una de esas mujeres-diosas que tipifican diversos ejemplos de la ambigüedad que caracteriza a la mujer según el mito griego.  Y en cierto sentido, parece el reverso de Helena: ella espera fielmente en casa al héroe ausente mientras la otra es mujer de muchos hombres que ha sacado de sus casas y sumido en la ruina a tantísimos.
Telémaco, por su parte, es el protagonista de la parte inicial de la obra (capítulos I al IV).  Su persona sirve para presentar al auditorio la situación de Ítaca. El hijo de Odiseo, consciente de la situación y enfrentándose  a los pretendientes, habla ante el pueblo congregado en asamblea y decide partir en busca de nuevas sobre su padre. Así llega a Pilos, donde habla con el anciano Néstor, y luego a Lacedemonia, donde es acogido por Menelao y Helena.  Este hilo narrativo no es retomado por el poeta hasta el libro XV, que empieza justamente con la aparición de Atenea recordándole al joven que debe regresar urgentemente a Ítaca.  Es por fin, en el libro XVI, cuando, durante la escena de la majada del fiel porquerizo Eumeo en la que el hijo reconoce al padre, las historias de ambos convergen en un relato que transcurrirá lineal hacia la hazaña de la venganza y el reconocimiento del marido por la mujer.
Odiseo sigue siendo en su propia tierra cauteloso y engañador; no se confía sino después de haber tanteado y probado a quienes tiene en derredor: observa y se adapta su conducta a lo que ve y encuentra.  Su corazón a menudo se divide entre el ansia de venganza y la necesidad del disimulo. Se presenta en su propia casa como un mendigo y aguanta pacientemente la insolencia de los pretendientes hasta que Penélope pone en pie la prueba para el héroe, el motivo que desencadenará el feliz desenlace de su venganza.
En las aventuras precedentes, Odiseo reunía en su persona una serie de narraciones folclóricas maravillosas, en principio independientes entre sí, con un punto central y cohesionador: la invocación de los muertos.  En dichos relatos se impone la narración en primera persona (Odiseo está en realidad hablando en el palacio de Alcínoo).  En cambio, sus aventuras en Ítaca, que culminan con la venganza y el reconocimiento del héroe, son contadas por el poeta en tercera persona, y estas aventuras no iluminan un caleidoscopio de situaciones sorprendentes acaecidas en un mundo más allá de los límites de lo normal y cotidiano, tanto desde el punto de vista temporal como del geográfico, sino que se articulan en una intriga llena de dramatismo.  Sobrecoge encontrar el el capítulo XXIV el plan de Zeus para el futuro de Ítaca, tan parecido al "y fueron felices" de nuestros cuentos populares.
28 siglos nos separan del auditorio que escuchó por vez primera la Odisea.  Parece obvio que aquellas gentes daban por sentado cosas que a nosotros se nos antojan oscuras y ambiguas.  Como a uno lo que le tira es la interpretación histórica, no puede dejar de disfrutar de esta obra desde un punto de vista historiográfico y hacerse preguntas de índole profesional.  No cabe la menor duda de que en la Odisea se trata de destacar la fidelidad de Penélope y la perversidad de los pretendientes -los malos del cuento-.  El poema otorga a esta mujer un lugar destacado, aunque el suyo sea un papel pasivo dentro de la narración.  En la novela helenística la mujer comparte las aventuras del marido, lo que sin duda refleja otro papel de la mujer en una sociedad más abierta que la que le sobrevino (¿acaso son residuos de un sistema matriarcal?). En los cuentos que todos conocemos, cuando el héroe gana la mano de la princesa, se convierte en rey. Esto también ocurre en los mitos griegos (Pélope e Hipodamia), y si no se trata de la hija, se trata de la viuda del rey, como en el caso del Edipo de Sófocles.  En estos mitos y leyendas, ganar a la mujer implica ganar la realeza. ¿Hemos de suponer que tras estas narraciones hay un fondo histórico? Probablemente los pretendientes tenían derecho a pensar así.  El problema lo ofrece Penélope al negarse a aceptar la muerte de su marido y la idea de volver a casarse.  El problema reside en que, merced a la demora de Penélope, el hijo de Odiseo se ha hecho mayor.  Y  a pesar de contradicciones y anacronismos, en el fondo adivinamos un papel de la mujer en la sociedad más antigua bien distinto del que quedó consagrado para ella en época histórica.  Podemos decir que los poemas homéricos conservan residuos de una concepción de la mujer como depositaria de una legitimidad estable, vinculada a la tierra y a la casa: la mujer detenta lo que el hombre debe ganar.  Sin el concepto de fidelidad que encarna Penélope, el hombre sólo tiene poder mientras mantenga el contacto con la esposa.  Desde esta perspectiva, la conducta de Clitemnestra, que escogió a otro hombre apenas el suyo se fue a la guerra, no parece ilógica y, seguramente, ni siquiera era ilegal.  No estamos hablando de amor ni de fidelidad sentimental, sino sólo de un acuerdo que resulta de una situación de la mujer y de una hazaña de un hombre.  Al partir, el varón se llevaba consigo su valor y sus méritos; con la mujer quedaba lo estable y lo fijo.
Otra reflexión a tener en cuenta es que Odiseo recurre a medios privados para devolver la situación al estado en que se hallaba antes de su partida, que es el mismo estado que Penélope ha tratado de preservar durante veinte años.  Después tiene que acallar a quienes se muestran dispuestos a no olvidar que algo más ha sucedido en medio; finalmente, para que todo acabe bien y se cumpla el final feliz, Palas Atenea interviene  con el fin de evitar la reyerta civil, el enfrentamiento de unos cuantos itacenses descontentos con Odiseo: así se cumple la voluntad de Zeus de restablecer la paz.  Es tan actual esta obra siendo tan antigua que donde podría empezar la política acaba el poema. ¿Será éste el motivo de que casi, tres mil años después de su composición, la Odisea constituya un relato imprescindible para cualquier lector?