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martes, 27 de enero de 2015

EL CONDE ESPAÑOL QUE VIVIÓ VARIOS SIGLOS

Esto no es relato ni es anécdota. Cuando uno se documenta, a veces suceden cosas singulares que a uno le apetece compartir.
Carlos II resumió en sus características físicas la decadencia de toda su monarquía: hombre leal y de buenas costumbres, carecía sin embargo de cultura y voluntad suficientes para dirigir un país. Su estado físico, cuajado de taras, tampoco le acompañaba mucho que digamos.  Su única obligación, la de dar un sucesor a la Corona, le fue negada por la naturaleza.  Celebró su primer matrimonio a los dieciocho años con María Luisa de Orleáns, hija del duque de este título y sobrina del rey Luis XIV de Francia.
Muerta prematuramente la joven reina, contrajo Carlos II segundas nupcias con María Ana de Neoburgo, hija del elector Felipe Guillermo y viuda del Elector Palatino, que a pesar de haber sido elegida por sus antecedentes maternos de fecundidad, pues su madre había dado a luz 23 hijos, no se obtuvo la esperada descendencia.
Esta Ana de Neoburgo, mujer intrigante y liviana, fue retratada por Víctor Hugo en su famoso drama Ruy Blas. El padre Flórez en sus Reinas Católicas cuenta entre los favoritos de esta princesa a un músico llamado Mattencci, que había venido con ella a España, y el conde de Adeneso, a quien hizo ministro de Hacienda, y del cual, según parece, tuvo un hijo que figuró en la corte de Francia bajo los títulos de Conde de Saint Germain y de Monferral, personaje misterioso denominado generalmente "el conde español que vivió siglos", por atribuírsele una longevidad inverosímil.
Otros le dan por padre a este misterioso conde un banquero judío de Portugal, pero mi información desestima este segundo dato que me limito a mencionar sin menoscabo de que pueda ser cierto y yo estar errado.
Pues bien, documentándose uno por inverosímiles páramos, he dado en encontrar más información sobre este más que curioso taumaturgo.
En el siglo XVIII, el conde Claude Louis de Saint-Germain hizo su primera aparición social en Londres, hacia 1743. Se hacía pasar por gentilhombre siciliano, frecuentaba a la nobleza inglesa y tocaba el violín en casa del príncipe de Gales. Todo el mundo estaba tremendamente intrigado con él, pues nadie sabía de dónde procedía su fortuna. Tras abandonar Inglaterra en 1746, residió en sus tierras de Alemania, y después fue a París, en febrero de 1758, donde ejercería de abogado de Madame de Pompadour, a quien deslumbraba con sus diamantes y sus relatos sobre su vida anterior en la corte de Francisco I. De resultas de esta amistad, Saint-Germain atrajo hacia sí los celos  del duque Choiseul, entonces ministro de Asuntos Exteriores. En 1760, el mariscal de Belle-Isle encargó a Saint-Germain una misión secreta en La Haya; Choiseul pidió su detención y extradición, pero el conde huyó. Compró la finca de Ubbergen, cerca de Nimega (Holanda), donde se le pierde el rastro hasta 1763, cuando reaparece en Tournai haciéndose llamar Monsier de Surmont y se presenta a sí mismo como un industrial.
Se instaló en 1776 en Leipzig, con el nombre de Conde de Welldone. Los grandes lo agasajaron. El archiduque de Austria, Maximiliano José I, contó en una carta a su hermana que tenía doscientos años, pero que no los aparentaba (se pregunta uno qué apariencia debería tener un sujeto bisecular). Precisamente porque algunos le presionaban para que les proporcionara el secreto de su longevidad, fue por lo que les ofreció su elixir vital, con efectos purgantes: un polvo con sabor a anís que se bebía diluido en forma de té de larga vida.  Varios químicos buscarían durante décadas la composición de dicho elixir, del que se decía que estaba hecho con plantas aromáticas y oro, y que más bien parece que era una mezcla de madera de sándalo, hojas de sen y semillas de hinojo.
Saint-Germain envió al embajador Federico II una lista de veintinueve procedimientos que constituían su "nueva física", antes de presentarse en Berlín en 1777. Eran, sobre todo, procedimientos industriales (para lavar la seda, mejorar los vinos, preparar el papel...), entre los que únicamente dos tenían algo que ver con la salud: un remedio preventivo contra las enfermedades de toda clase, y purgantes destinados a eliminar del organismo cualquier elemento perjudicial. No obstante, esos procedimientos nos pueden dar cierta idea de parte de la proveniencia de su innegable riqueza material.
En 1778 se instaló en Altona, cerca del landgrave Carlos de Hesse, quien recibió lecciones suyas tres horas cada día, y del que recibió como regalo unos inmuebles en Eckenfoerde, puerto del Báltico, para que prosiguiera libremente con sus experimentos. Allí se dice que murió y fue enterrado, o al menos se celebraron sus exequias el 2 de marzo de 1784. No obstante, a finales de ese año, su discípulo, Etteila, en París, aseguró que su tutor seguía aún con vida, que contaba con 325 años de edad, y que habían almorzado juntos el 22 de julio. El motivo de sus honras fúnebres no era otro que aparentar periódicamente su defunción y cambiar radicalmente de vida y amistades con el fin de no ser perseguido por brujería. Digamos que el conde "aparecía" en sociedad durante un tiempo prudencial y luego permanecía oculto durante una generación antes de reaparecer, pues su inmortalidad era natural, pero no física, pudiendo ser muerto por manos humanas.
Si bien los anecdotistas alimentaron durante décadas esta leyenda de inmortalidad, que se convirtió en artículo de fe para teósofos, el único rastro que Saint-Germain dejó tras de sí tras 1784 fue un libro titulado La très sainte Trinosophie, cuyo manuscrito, guardado hoy en la Biblioteca de Troyes, perteneció en vida a Joseph Balsamo, supuesto conde de Cagliostro (del que habría mucho que hablar).
Lo que resulta indudable, pues está documentado, es que el conde de Saint-Germain y Monferral fue hijo del conde Adeneso, ministro de Hacienda y favorito de María Ana de Neoburgo, esposa de Carlos II de España. He encontrado nuevos y misteriosos indicios de la reaparición de este simpático personaje en los siglos XIX, XX y XXI, pero hasta que no supere el período contastrativo, me reservo los datos, entre otras cosas porque también lo he localizado en su actual residencia y la curiosidad me induce a desear vehementemente una entrevista personal con él a lo largo de este año recién comenzado. ¡Espero que no se me muera precisamente ahora! Quizás de todo esto salga una novela o algo mejor: una experiencia de las que no se olvidan jamás.