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jueves, 30 de mayo de 2013

THOMAS JEFFERSON Y LA DEMOCRACIA

Thomas Jefferson fue, casi más que nadie, el responsable de la extensión de la democracia por todo el mundo.  La idea -asombrosa, radical y revolucionaria en la época (en muchos lugares del mundo todavía lo es)- es que ni los reyes, ni los curas, ni los alcaldes de grandes ciudades, ni los dictadores, ni una camarilla militar, ni una conspiración de gente rica, sino la gente ordinaria, en trabajo conjunto, deben gobernar las naciones. Jefferson no fue sólo un teórico importante de esta causa; estuvo involucrado en ella en el aspecto más práctico, ayudando a plasmar el gran experimento político americano que ha sido admirado y emulado en todo el mundo desde entonces.
Murió en Monticello el 4 de julio de 1826, exactamente cincuenta años después del día que las colonias emitieron aquel documento sensacional escrito por Jefferson, llamado Declaración de Indepedencia. Fue denunciado por conservadores de todo el mundo: la monarquía, la aristocracia y la religión avalada por el Estado... eso era lo que defendían entonces los conservadores.  En una carta compuesta unos días antes de su muerte, escribió que "la luz de la ciencia" había demostrado que "la masa de la humanidad no ha nacido con la silla de montar a la espalda", y que tampoco unos pocos privilegiados nacían "con botas y espuelas".  Había escrito en la Declaración de Independencia que todos debemos tener las mismas oportunidades, los mismos derechos "inalienables". Y aunque la definición de "todos" en 1776 era vergonzosamente incompleta, el espíritu de la Declaración era lo bastante generoso como para que hoy en día el "todos" abarque mucho más.
Jefferson era un estudioso de la Historia, no sólo la historia acomodaticia y segura que alaba nuestra propia época, país o grupo étnico, sino la historia real de los humanos reales, nuestras debilidades además de nuestras fuerzas.  La historia le enseñó que los ricos y poderosos roban y oprimen si tienen la más mínima oportunidad. Describió los gobiernos de Europa, a los que pudo contemplar con sus propios ojos como embajador americano en Francia. Decía que bajo la pretensión de gobierno, habían dividido sus naciones en dos clases: lobos y ovejas.  Jefferson enseñó que todo gobierno se degenera cuando se deja solos a los gobernantes, porque éstos -por el mero hecho de gobernar- hacen mal uso de la confianza pública. El pueblo en sí, decía, es la única fuente prudente de poder.
Pero le preocupaba que el pueblo -y el argumento se encuentra ya en Tucídides y Aristóteles- se dejase engañar fácilmente. Por eso defendía políticas de seguridad, de salvaguardia. Una era la separación constitucional de los poderes; de ese modo, varios grupos que defendieran sus propios intereses egoístas se equilibrarían unos a otros e impedirían que ninguno de ellos acabase con el país: las ramas ejecutiva, legislativa y judicial; la Cámara de Representantes y el Senado; los estados y el gobierno federal. También subrayó, apasionada y repetidamente, que era esencial que el pueblo entendiera lo riesgos y beneficios del gobierno, que se educara e implicara en el proceso político. Sin él, decía, los lobos lo engullirían todo. Así lo expresó en Notas sobre Virginia, subrayando que es fácil para los poderosos y sin escrúpulos encontrar zonas de explotación vulnerables:

"En todo gobierno sobre la tierra hay algún rastro de debilidad humana, algún germen de corrupción y degeneración que la astucia descubrirá y la malicia abrirá, cultivará y mejorará de manera imperceptible. Todo gobierno degenera cuando se confía sólo a los gobernantes del pueblo. El propio pueblo es por tanto el único depositario seguro. Y, para que tenga seguridad, debe cultivarse el pensamiento."

Jefferson tuvo poco que ver con la redacción final de la Constitución de los Estados Unidos; cuando se estaba gestando, él ocupaba el cargo de embajador americano en Francia. Le satisfizo la lectura del documento, con dos reservas. Una deficiencia: no se ponía límite al número de períodos que podía gobernar un presidente. Eso, temía Jefferson, propiciaba que un presidente se convirtiera en rey de facto, si no legalmente.  La otra gran deficiencia era la ausencia de una declaración de derechos. El ciudadano -la persona media- no estaba lo bastante protegida, pensaba Jefferson, de los inevitables abusos de poder de los que lo ejercen.
Defendió la libertad de expresión, en parte para que se pudieran expresar incluso las opiniones más impopulares con el fin de poder ofrecer a consideración desviaciones de la sabiduría convencional.  Personalmente era un hombre de lo más amistoso, poco dispuesto a criticar ni siquiera a sus enemigos más encarnizados. En el vestíbulo de Monticello exhibía un busto de su archiadversario Alexander Hamilton. A pesar de todo, creía que el hábito del escepticismo era un requisito esencial para una ciudadanía responsable. Argüía que el coste de la educación es trivial comparado con el de la ignorancia. Creía que el país sólo está seguro cuando gobierna el pueblo.
Parte de la obligación del ciudadano es no dejarse intimidar ni resignarse al conformismo. Seguramente Jefferson desearía que el juramento de ciudadanía que en Estados Unidos se le toma a los inmigrantes, y la oración que los estudiantes recitan diariamente incluyera algo así como: "Prometo cuestionar todo lo que me digan mis líderes". Sería un equivalente real del argumento de Thomas Jefferson: "Prometo utilizar mis facultades críticas. Prometo desarrollar mi independencia de pensamiento. Prometo educarme para poder hacer mi propia valoración sobre cuanto me rodea".
Si pensamos en los fundadores de los Estados Unidos, nos encontramos con una lista de al menos diez, y puede que incluso docenas de grandes líderes políticos cultos, producto de la Ilustración europea y estudiosos de la Historia.  Conocían la falibilidad, debilidad y corrupción humanas. Hablaban el inglés con fluidez. Escribían sus propios discursos. Eran realistas y prácticos y, al mismo tiempo, estaban motivados por altos principios. No tenían que comprobar las encuestas para saber qué pensar aquella semana del mes. Sabían qué pensar. Se sentían cómodos pensando a largo plazo, planificando incluso más allá de la siguiente elección.  Eran autosuficientes, no necesitaban una carrera de políticos ni formar parte de grupos de presión para ganarse la vida. Eran capaces de sacar lo mejor que había en los ciudadanos. Les interesaba la ciencia y, al menos dos de ellos, la dominaban. Intentaron trazar un camino para los Estados Unidos hasta un futuro lejano, no tanto estableciendo leyes como fijando unos límites del tipo de leyes que se podían aprobar.
La Constitución y su Declaración de Derechos han resultado francamente buenas y, a pesar de la debilidad humana, han constituido una máquina capaz, casi siempre, de corregir su propia trayectoria.
Con el paso de los siglos, es obvio que la Democracia en Estados Unidos y fuera de ellos ha decaído considerablemente. Los últimos diez años han sido catastróficos en lo que a pérdida de derechos y libertades se refiere y los norteamericanos están muy lejos de la ejemplaridad en su conducta.
Una de las lecciones más tristes que nos da la historia es que si se está sometido a un engaño demasiado tiempo, se tiende a rechazar cualquier prueba de que es un engaño. Encontrar la verdad deja de interesarnos. El engaño nos engulle cada día. Simplemente es demasiado doloroso reconocer que hemos caído en él. Antiguos engaños tienden  a persistir cuando surgen otros nuevos. La mentira es un placebo que nos aleja del camino común. Si la mentira se nutre además de las frustraciones dimanadas por una situación calamitosa, cual es la actual crisis, podrían resurgir una serie de ideas intrigantes y perversas que siempre han estado al acecho, acompañándonos en nuestra historia común.  Cuando los gobiernos y las sociedades pierden la capacidad de pensar críticamente, los resultados son siempre catastróficos.  Acostumbrarse a las mentiras pone los cimientos de muchos otros males.
Las naciones de la Tierra, especialmente las más poderosas y desarrolladas, necesitan una renovación política urgente que esté encabezada por personajes como Thomas Jefferson o el bucle en el que estamos inmersos nos arrastrará a un abismo del que no sabremos salir.
¿Quién es el responsable de los destinos de este planeta? Todos lo somos.