Vaya por delante que la palabra demonio quiere decir conocimiento en griego.
La creencia en los demonios estaba muy extendida en el mundo antiguo. Se los considerabas seres más naturales que sobrenaturales. Hesíodo los menciona ocasionalmente. Sócrates describía su inspiración filosófica como la obra de un demonio personal benigno. Su maestra, Diótima de Mantineia, le dice (en el Symposio de Platón) que "todo lo que es genio (demonio) está entre lo divino y lo mortal. La divinidad no se pone en contacto con el hombre, sino que es a través de este género de seres por donde tiene lugar todo comercio y todo diálogo entre los dioses y los hombres, tanto durante la vigilia como durante el sueño".
Platón, el estudiante más célebre de Sócrates, asignaba un gran papel a los demonios: "Ninguna naturaleza humana investida con el poder supremo es capaz de ordenar los asuntos humanos -dijo- y no rebosar de insolencia y errror... No nombramos a los bueyes señores de los bueyes, ni a las cabras de las cabras, sino que nosotros mismos somos una raza superior y gobernamos sobre ellos. Del mismo modo Dios, en su amor por la humanidad, puso encima de nosotros a los demonios, que son una raza superior, y ellos, con gran facilidad y placer para ellos, y no menos para nosotros, dándonos paz y reverencia y orden y justicia que nunca flaquea, hicieron felices y unieron a las tribus de hombres".
Platón negaba decididamente que los demonios fueran una fuente del mal, y representaba a Eros, el guardián de las pasiones sexuales, como un genio o demonio, no un dios, "ni mortal ni inmortal", "ni bueno ni malo". Pero todos los platonistas posteriores, incluyendo los neoplatonistas que influyeron poderosamente en la filosofía cristiana, sostenían que había algunos demonios buenos y otros malos. Aristóteles, el famoso discípulo de Platón, consideró seriamente la idea de que los sueños estuvieran escritos por demonios. Plutarco y Porfirio proponían que los demonios, que llenaban el aire superior, venían de la Luna.
Los primeros Padres de la Iglesia, a pesar de haberse empapado del neoplatonismo de la cultura en la que nadaban, deseaban separarse de los sistemas de creencia "pagana". Enseñaban que toda la religión pagana consistía en la adoración de demonios y hombres, ambos malinterpretados como dioses. Cuando San Pablo se quejaba (Efesios 6, 14) de la maldad en las alturas, no se refería a la corrupción del gobierno sino a los demonios, que vivían allí:
"Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas."
Desde el principio se pretendió que los demonios eran mucho más que una mera metáfora poética del mal en el corazón de los hombres.
A San Agustín le afligían los demonios: "Los dioses ocupan las regiones más altas, los hombres las más bajas, los demonios la del medio... Ellos poseen la inmortalidad del cuerpo, pero tienen pasiones de la mente en común con los hombres". En el libro VIII de La ciudad de Dios, Agustín asimila esta antigua tradición, sustituye a los dioses por dios y demoniza a los demonios, arguyendo que son malignos sin excepción, si bien reconoce que son muy buenos conocedores del mundo, especialmente del material. Por eso he comenzado este artículo advirtiendo que demonio quiere decir conocimiento en griego, de la misma manera que ciencia significa conocimiento en latín.
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