El 99% del tiempo de existencia de los seres humanos en la Tierra, no ha habido nadie que supiera leer ni escribir. Aparte de la experiencia de primera mano, casi todo lo que el hombre sabía se transmitía de manera oral. Durante decenas de centenares de generaciones, la información se iba distorsionando lentamente y acababa perdida.
Los libros lo cambiaron todo. Los libros, que se pueden comprar a bajo coste, nos permiten preguntarnos por el pasado con gran precisión, aprovechar la sabiduría de nuestra especie, entender el punto de vista de otros, y no sólo de los que están en el poder; contemplar -con los mejores maestros- los conocimientos dolorosamente extraídos de la naturaleza por las mentes más grandes que jamás existieron, en todo el planeta y a lo largo de toda nuestra historia. Permiten que gente que murió hace tiempo hable dentro de nuestras cabezas.
Los libros nos pueden acompañar a todas partes. Los libros son pacientes cuando nos cuesta entenderlos, nos permiten repasar las partes difíciles tantas veces como queramos y nunca critican nuestros errores. Los libros son la clave para entender el mundo y participar en una sociedad democrática.
Tiranos y autócratas han entendido siempre que el alfabetismo, el conocimiento, los libros y los periódicos son un peligro en potencia para su poder. Pueden inculcar ideas independientes e incluso de rebelión en las cabezas de sus súbditos. El gobernador real británico de la Colonia de Virginia escribió en 1671:
"Agradezco a Dios que no haya escuelas ni imprenta; y espero que no los tengamos durante los próximos cien años; porque el conocimiento ha traído desobediencia, herejía y sectas al mundo, y la imprenta los ha divulgado y ha difamado al mejor gobierno. ¡Que Dios nos proteja de ambos!"
Afortunadamente los colonos americanos, conscientes de dónde radica la libertad, no querían saber nada de eso y en sus primeros años de existencia como nación, Estados Unidos contó con una de las tasas de alfabetización más altas del mundo, quizá la más alta (si bien es cierto que en aquella época las mujeres y los esclavos no contaban). Ya en 1635 había escuelas públicas en Massachusetts y, en 1647, educación obligatoria en todas las ciudades con más de cincuenta casas. Durante el siguiente siglo y medio, la democracia se extendió por todo el país. Políticos teóricos extranjeros acudían a los Estados Unidos para ser testigos de esa maravilla nacional: grandes cantidades de trabajadores que sabían leer y escribir. La devoción norteamericana a la educación impulsó el descubrimiento y la invención, un vigoroso proceso democrático y un empuje que accionó la vitalidad económica de la nación.
Hoy en día, Estados Unidos no es precisamente líder del mundo en alfabetización. No es casual que esta nación esté ahora en plena decadencia.
Los mecanismos de la pobreza, la ignorancia, la desesperanza y la baja autoestima se mezclan para crear una especie de máquina de fracaso perpetuo que va reduciendo los sueños de generación en generación. Y todos padecemos el coste de mantenerla funcionando. El desprecio a la cultura es su eje esencial. El coste de la incultura es muy caro: es el coste en gastos médicos y hospitalización, el coste en crimen y prisiones, el coste en educación especial, el coste en baja productividad y en mentes potencialmente brillantes que podrían ayudar a resolver los problemas acuciantes que nos preocupan a todos.
La cultura es el camino que lleva de la esclavitud a la libertad. Hay muchos tipos de esclavitud y no menos tipos de libertad. Pero leer sigue siendo el camino, y apoyar a la cultura el único medio de salir de la crisis.
Tal vez deberíamos preguntarnos qué perversa intención hay detrás de los recortes en educación. ¿Nos quieren domeñar o acaso nos temen?
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