Llegó a mis manos hace algunas semanas el magnífico libro GUÍA PARA ENTENDER A PABLO DE TARSO, del profesor Antonio Piñero (*) y he quedado encantado con su lectura. Admito que pertenecía al amplio grupo de detractores del personaje, movido, como siempre suele suceder, por la ignorancia de mis prejuicios y la falta de información rigurosa a la que agarrarme para entender en profundidad al fundador del cristianismo para gentiles. El profesor Piñero, especialista en estos temas y con una cultura humanista indiscutible, resuelve por fin mis dudas y las de tantos y me reconcilia con la figura de San Pablo mucho más allá de lo esperado.
Procedo a plasmar aquí lo aprendido utilizando como referencia la obra arriba mencionada. Vayamos por partes.
Cabe destacar ante todo que el 99,99% de la concepción que los más de dos mil millones de cristianos que en el mundo hay tenemos de nuestro propio cristianismo religioso y cultural depende de la versión que ofreció Pablo de Tarso en sus cartas. Estamos, pues, ante un personaje monumental del que lo ignoramos todo, pero que nos hace ver el cristianismo y el mundo de una forma muy particular.
¿Qué sabemos de Pablo? Muy poco. Sabemos que al poco de nacer el movimiento de Jesús se lanzó furiosamente a perseguir a sus seguidores, aunque desconocemos por qué. Sabemos que en algún momento de su vida recibió una llamada de Dios que él no llama Conversión porque, evidentemente, San Pablo no podía convertirse a algo que no existía aún y que tenía que fundar previamente. Pablo nos dice que él fue llamado por Dios para proclamar la Buena Nueva a los gentiles, es decir, a los no judíos.
Los judíos, sabido es, se tenían a sí mismos por El Pueblo Elegido. Esto quiere decir que opinaban que se salvarían ellos y que los demás, de salvarse, lo harían en una especie de "salvación de segunda clase". En el incipiente cristianismo sólo había involucrados judíos y, dentro de los judíos, los había de dos clases: los que creían en Jesús y los que pensaban que Jesús era un Mesías falso porque había muerto en la cruz (Dios no dejaría nunca morir en la cruz al verdadero Mesías). Así pues, la llamada que recibe San Pablo es para decirle a la gente que él, que hasta ese momento perseguía a los seguidores del nazareno, por iluminación divina, sabe que Él tiene razón. Consecuencia grave e importante: si ha venido el Mesías, eso quiere decir que se ha iniciado la Era Mesiánica. Esto significa que el fin del Mundo está a la vuelta de la esquina. Y San Pablo lo afirma con rotundidad al pasar de ser un judío perseguidor a vivir su judaísmo en el Mesías.
Pero volvamos al personaje.
Su nombre era Saulo. En el capítulo 11 de los Hechos dice "Saulo que es Paulo". Y nada más. Y nada menos. Hay que leer entre líneas, obviamente. El primer rey de Israel fue Saúl y Paulo, en latín quiere decir "pequeñito". Así, en la 1ª carta a los Corintios dice de sí mismo que él es el más pequeñito de todos los apóstoles porque el Señor se le apareció el último y además fue perseguidor de sus discípulos. Todo un acto de humildad. De llamarse Saúl, gran rey de Israel, a llamarse pequeñito, se significa todo un juego de palabras. De hecho, él se define a sí mismo como esclavo. La mayoría de los traductores optan por la palabra SIERVO, pero el término griego (las cartas de San Pablo están en griego) DOULÔS quiere decir "esclavo". Así pues, él se llamaba a sí mismo "el esclavo del Mesías".
Así, lo que sabemos en realidad de San Pablo viene a ser muy poco. En primer lugar porque de las 21 cartas que nos dejó, sólo 7 son de su puño y letra: 1ª a Tesalonicenses, Gálatas, 2ª a Corintios, 1ª a Filipenses, 1ª a Filemón y 1ª a Romanos. El resto están escritas por sus discípulos, cosa que los eruditos detectan en el vocabulario y el estilo, amén de que en ellas aparecen palabras nuevas, como Iglesia, Profecía o los cargos eclesiásticos. Se puede afirmar que en las cartas apócrifas del apóstol, éste ya ha muerto y es a todos los efectos una especie de maestro venerable.
Pero lo fundamental que nos descubre el profesor Piñero en su magnífico libro es que una vez que Pablo recibe su llamada de Dios y sabe que está en la época mesiánica, admite que el fin del mundo está cercano y parte todo ello de una interesante reflexión. Al parecer, San Pablo cae en la cuenta de que la promesa de Dios a Abraham es bastante críptica y más compleja de lo que se entendía en su momento. Entre los capítulos XII y XVII del Génesis, Yavé le dice al patriarca: te haré padre de un pueblo inmenso (el judío, tus hijos naturales), te daré una tierra que mana leche y miel (Israel, obviamente). Pero la tercera promesa, que aparece en el capítulo XVII añade: y además te haré padre de numerosos pueblos.
En la época de Pablo de Tarso los judíos entendían que Dios acabaría eliminando a la mayoría de los paganos y que los que sobreviviesen harían caso a su Dios, el cual se quedaría en Jerusalén para gobernar la Tierra. Israel sería la luz de las naciones y el resto del orbe quedaría mermado y respetando al pueblo de Israel. Pero Pablo afirma que esa no es la manera de entender la tercera promesa. Afirma que los profetas mantienen que muchos gentiles se convertirían al judaísmo de algún modo. Como dice Isaías: paganos se convertirán.
Y Pablo está persuadido de que para que el Israel de la época mesiánica llegue hasta el momento en el que el Mesías regrese con el Juicio Final, es necesario que Israel tenga tierra, pero no menos que un cierto número de gentiles se incorporen al judaísmo. ¿Cómo? A través del cristianismo.
Así es como se lanza a una alocada carrera para proclamar a los gentiles que estamos en el tiempo del Mesías y que aquellos que se incorporen a la fe del Mesías se salvarán también. El cristianismo ofrece para Pablo de Tarso un sistema de conversión al judaísmo que segrega al mismo tiempo que unifica. Y es que el pagano que se incorpore al judaísmo por Cristo podrá seguir siendo pagano, dado que no necesita hacerse judío, ni circuncidarse, ni cumplir las leyes de Moisés que afectan a la pureza de los alimentos ni a la pureza ritual para entrar en el templo. Es decir, ingresarán como paganos y así se cumplirá la promesa hecha por Yavé a Abraham, haciéndolo padre de numerosos pueblos. Porque si un pagano o gentil se convierte al judaísmo, se vuelve judío y entonces no se cumple la profecía. Es por ello que a través de Cristo el pagano no perderá su identidad, estando únicamente obligado a cumplir la ley que es universal para todos los creyentes: el Decálogo.
Dios le revela, pues, a Pablo que la ley de Moisés tiene una parte universal para todos y otra exclusiva para el Pueblo Elegido. Y este pensamiento, que es el núcleo central del dogma de Pablo de Tarso, es una gran revolución.
Así pues, el doctor Piñero sostiene que la teología de Pablo viene a ser una bomba porque acepta de lleno la convivencia de hermanos en Cristo con tradiciones distintas, siendo que su mensaje fue malinterpretado, especialmente desde el siglo XVI y muy concretamente por los luteranos, quienes mantuvieron que Pablo había abjurado del judaísmo.
Se llega así a la conclusión novedosa de que el principal y más olvidado mensaje de Pablo es que judíos y cristianos no tienen por qué matarse ni odiarse, al contrario: son complementarios y se necesitan.
Con respecto a Pablo y su trato hacia la mujer, tan distinto del de Jesús, el doctor Piñero nos lo aclara también. En primer lugar, dejando claro que Pablo es un hombre de su tiempo, un tiempo en el que ni siquiera los estoicos defendían a las mujeres o a los esclavos. En segundo lugar, aclarando que en las página de Pablo podemos encontrar impresionantes reivindicaciones de la igualdad entre hombres y mujeres EN LA FE DEL MESÍAS. Otra cosa es que admita que hombre y mujer deban tener los mismos roles en la sociedad, si bien no deja de afirmar que en lo importante la igualdad es absoluta. No deja de ser cierto que en las comunidades cristianas primigenias, las mujeres eran patronas y benefactoras, evangelizadoras y hacían todas las funciones de los varones. Otra cosa es cuando las comunidades crecieron y empezaron a pasar de ser una pequeña comuna de treinta o cuarenta individuos reunidos en una casa particular a convertirse en grupos de ámbito público, que es cuando de verdad empiezan los hombres a mandar. En la Antigüedad el hogar era el ámbito de las mujeres, siendo el social propio de los varones. A eso le añadimos que los párrafos más controvertidos no se le pueden atribuir a él, sino a otros autores posteriores, entre ellos el tal Lucas, que no sabemos a ciencia cierta quién fue, quizás el mismo autor del Evangelio de Lucas y que queda definido como un médico que acompaña a Pablo.
En lo que respecta a los tres objetos asociados a Pablo, a saber, el libro, la pluma y la espada, los dos primeros hacen referencia a que es el único apóstol del que sabemos que dejó escritas cartas. La espada hace referencia a que sufrió martirio por ella en la persecución neroniana del 64. ¿Acaso la muerte por espada nos indica que Pablo de Tarso tenía la ciudadanía romana?
GUÍA PARA ENTENDER A PABLO DE TARSO, una obra de Antonio Piñero que recomiendo vehementemente para que cada cual clarifique su postura hacia este personaje tan importante en nuestra historia filosófica, religiosa y hasta jurídica.
Antonio PIÑERO, Guía para entender a Pablo de Tarso. Una interpretación del pensamiento paulino, Editorial Trotta, Madrid, 2015, 576 pp. ISBN: 978-84-9879-586-8
ANTONIO PIÑERO (Chipiona, Cádiz, 1941) es catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid, especializado en lengua y literatura del cristianismo primitivo.
Es autor e escritor de numerosas obras en el ámbito del cristianismo y judaísmo. Junto a su prestígio internacional como investigador, destaca su faceta de comunicador, atestiguada por millones de personas.
En sus escritos, así como en sus intervenciones en televisión y radio, su determinación, dinamismo, y sobre todo la pasión que transmite, otorgan un fluir único a su mensaje.