La Historia camina a golpes, a traspiés, a latigazos de sangre y gritos de odio. Hay días más que épocas en las que se ve el ensanchamiento de la humanidad y las luces venideras de un futuro mejor. Pero otras épocas son negras, vienen cargadas de inminencia, obcecadas de fatalidad.
El mundo reposa en la explotación y se desplaza por la guerra. El mundo descansa en el explotado o avanza sobre cadáveres. Ni siquiera podemos elegir entre ser explotados o muertos. Eligen por nosotros. El hombre sólo ha sabido erigir escaleras hechas de peldaños humanos. Todo se hace a costa de alguien.
Enseñar Historia o grandes monumentos es enseñar crímenes. Vivimos sobre el terreno pantanoso de los explotados, pisamos las arenas movedizas de inmensas extensiones de sufrimientos. Landas de sangre adornan nuestros paisajes.
Generaciones de esfuerzo nacaradas por el fondo gremial de los oficios, las epidemias y el hambre. Genealogías de peste. La Historia está escrita sobre la espalda de los pobres, si bien sus protagonistas siempre han sido los ricos. Pero todo puede leerse más en los desafortunados. Batallas, trabajos, sufrimientos. La historia de las enfermedades y las historia de los monumentos. Todo reposa sobre el cuerpo de los obreros, que son quienes han movido el mundo, quienes han hilvanado en su pecho desnudo los fríos de la prehistoria, la esclavitud romana, las hambres medievales, los esfuerzos góticos, la hoguera de las revoluciones y la geometría negra de las cárceles.
La música de Mozart o los sonetos de Shakespeare han sido escritos sobre la piel del pueblo, porque sin sus columnas de esfuerzo, sin su subsuelo de sangre, nada se habría mantenido en pie. Pero cada obrero es una mina a punto de estallar. La cultura luce, sí, sobre un campo de minas.
Hay quien piensa (en voz baja) que habría que hacer justicia para siempre, no sólo por el ser humano, sino por abolir de una vez la provisionalidad de la Historia, por darle un firme verdadero al mundo. Todo se ha fundado sobre equívocos, engaños, malentendidos y falsedades. De modo que nada se ha fundado verdaderamente. Nos sentimos provisionales porque pisamos víctimas. La Historia no ha empezado. El tiempo y la cultura son un enorme error. Dejaremos de ser provisionales cuando seamos justos.
Hemos reducido al pueblo a un sueño. Le negamos su realidad. Y la consecuencia es que pisamos realidades oníricas. Nada puede fundarse sobre las aguas de los sueños.
Pasan carnavales de sangre y comparsas de miedo y a eso le llamamos Historia.