Bien sé que el título debería ser algo así como "San Jorge y el Dragón" pero, ¿acaso no estamos ante una bonita metáfora de David contra Goliat? Hay quien dice que el hombre propone y Dios dispone y, cuando la vocación y el propósito no coinciden con la marcha de ninguna de las dos historias, la natural y la sagrada, lo más prudente es mirar al frente y sonreír. Quizá se me llame pesimista. No creo serlo y pienso que tal vez me cupiera más el calificativo de atónito. Atónito ante lo que pasa y ante cómo pasa. La política ha obturado los respiraderos de nuestro entendimiento cada vez que, al intentar respirar, no da la talla mínima exigible. El pueblo está que arde, pero por el momento calla porque tiene miedo. Teme a Goliat, tiene miedo de que llegue el dragón llamado Fondo Monetario Internacional. Todavía persiste en el alma de muchos conciudadanos la idea, heredada durante generaciones, de que contra la suerte torcida no hay manera de luchar. Discrepo. La tradición también tiene sus quiebras. El sentimiento de frustración habita en un rincón del alma hasta que sube la marea de la indignación y azota el vendaval de las legítimas exigencias.
No es cierto que Dios condenase a los pollos a transmutarse en nuestro aparato digestivo. Tampoco lo es que el poderoso sea invencible. Nuestros fantasmas, como el dragón de la foto, son de cartón. Todos sabemos que los dragones no existen ni existieron ni se les espera. ¿Por qué hemos de asustarnos y sentirnos carne de cañón, minúsculos peones de un enorme tablero cuya partida juegan otros sobre los que no podemos influir?
Uno, en su sosegado entendimiento de la historia, ve lo que ve y no puede encogerse de hombros. Robespierre decía que, para hacer una tortilla, era preciso romper algunos huevos. Yo me pregunto qué pierde el pueblo rompiendo huevos si aspira a comerse una tortilla. Nos llevan educando tres décadas para que juguemos a perder sin saberlo. Nos hemos vuelto demasiado dóciles. Hablamos con tanta pobreza como poca eficacia y dándole a las palabras un valor que no siempre tienen. Cada vez más nuestra lengua da palos de ciego en nuestro idioma y esa es una tara que nos está abocando al abismo.
¿Quién dijo que las cosas han de tomarse con paciencia y tal como vienen? ¿Acaso es más elegante y deportivo confesar nuestras limitaciones y sumirnos en la fantasmagoría creada por la imaginación de otros? Los dragones no existen.
Tiene razón quien dijo que cada vez bombardean más cerca. Al principio eso de la crisis parecía que era el problema de algunos que vivían al otro lado del mar. Luego se fue acercando mientras aquí nos negaban que estuviese ocurriendo nada preocupante. Después las cosas se pusieron feas y extrañas y cuando nos quisimos dar cuenta llegaron el paro, los recortes y la pérdida de libertades y derechos civiles. Los avezados políticos nos educaron para ser perritos falderos, silentes vegetales escondidos en los sotos del paisaje. Algún amago de algarada cívica les ha alertado. ¿A quién le preocupa un David si tiene un ejército de Goliats?
Pero seis millones de sufrientes ciudadanos componen un ejército. La única solución que han sabido elucubrar para contener la marea de indignación que recorre este país sin huevos, pero con ganas de tortilla, es la de limitar todavía más nuestras libertades y nuestra capacidad de reacción soplándonos el dinero del bolsillo y gastándolo a manos llenas en nuestras propias narices.
A veces pienso si creen nuestros próceres que los españoles conformamos un indolente y cautivo paisaje de pinos. ¡Mucho cuidado con el pinar, Presidente! Los pinos crecen deprisa, pero lo malo es que arden aún más deprisa todavía.
Como no reaccionemos pronto tal vez no nos quede más que lamentarnos y llorar sobre el cadáver de nuestro paisaje: una tierra quemada de perritos falderos que no supieron exigir su derecho a un bocadillo de tortilla. Tal vez seamos como los perros, que lamemos la mano que nos da las sobras con la misma facilidad que movemos el rabo cada vez que se nos acerca el poderoso amo que nos atiza en los lomos con el periódico de cada mañana.
Ya veremos lo que pasa, pero esto tiene muy mala pinta. Vae victis.
FOTOGRAFÍA: Santiago Andreu
(en esta sección, Santiago Andreu -fotógrafo- y Francisco Gijón establecen una correspondencia artística en la que fotografías y textos se contestan creando un diálogo contractual de impresiones plásticas)