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sábado, 13 de junio de 2015

EL TRIPULANTE DEL ACUSHNET Y HERMAN MELVILLE

La vida a bordo de un barco ballenero era un tedio inacabable, interrumpido ocasionalmente por el entusiasmo de la persecución (y no pocas veces por la muerte o heridas graves de uno o varios tripulantes), la preparación del arpón, su lanzamiento y la captura del cetáceo, y cuando se hervía su grasa para la extracción del aceite, que se almacenaba en barriles en la bodega. Una expedición duraba a menudo tres años y a veces el ballenero podía regresar a puerto sin un solo barril de aceite en la bodega.
Entretanto, mientras el ballenero zigzagueaba por los mares en busca de su presa, los tripulantes dormían, fumaban, o esculpían dientes y huesos de ballena para convertirlos en diversos objetos. Y si no hacían nada de lo anterior, solían inventar historias o "jugaban" en la jerga de los balleneros, contaban aventuras (unas ciertas, otras no tanto) sobre ballenas y balleneros que habían conocido.
Muchos relatos se referían a ballenas que habían sido alcanzadas y luego se habían soltado, como cuando en 1802 el capitán Peter Ruddock perdió a su presa tras haberla arponeado y cuando trece años más tarde sus hombres mataron un cetáceo que habían estado persiguiendo, comprobaron que el oxidado arpón de Ruddock estaba clavado en el costado del animal.
Las leyendas más populares eran as de ballenas conocidas por sus cualidades guerreras. Por ejemplo, a principios de la década de 1800, el cachalote negro denominado Tom de Nueva Zelanda se hizo famoso por las docenas de balleneros que había destruido (cuando lo capturó finalmente el Adonis, logró convertir en astillas nueve embarcaciones que le perseguían antes de morir).  Una explicación probable para su agresividad eran los diversos arpones que se encontraron alojados en sus carnes cuando lo descuartizaron.
Pero entre todos los relatos que los balleneros intercambiaban durante sus muchas horas de ocio a bordo o en las tabernas de los puertos de todo el mundo, destacaba un nombre por encima de todos los demás: Mocha Dick, un cachalote macho conocido por la enorme cicatriz blanca en su gigantesca cabeza y la ferocidad de sus envites.  Este cachalote tomó su nombre del primer ataque conocido contra un ballenero en 1810 cera de la isla Mocha, a unas trescientas millas al sur de Valparaíso, en la costa pacífica de Sudamérica. Tan renombrado era Mocha Dick por su habilidad para eludir su captura y al mismo tiempo destruir casi todo lo que se lanzara contra él, que indudablemente muchos de los ataques que se le atribuyeron eran obra de otras ballenas, pero no disminuyeron los relatos sobre sus hazañas, hasta el punto de que durante los cincuenta años siguientes se convirtió en "la ballena blanca" que seguía atacando buques balleneros y sus tripulaciones.
Después de aproximadamente un centenar de batallas, en las que treinta hombres habían perdido la vida y muchas docenas de embarcaciones habían sido destruidas, en general se admite que Mocha Dick, tuerto y con diecinueve arpones en sus laceradas carnes, acabó su vida en manos de un ballenero sueco en 1859, y aunque por fin abandonó los grandes océanos, su reputación garantizó que un día el relato de sus hazañas se convertiría en uno de los pilares de la literatura universal.  Sólo faltó que Herman Melville, ya experimentado ballenero como tripulante del Acushnet, con base en Fairhaven, Massachussetts, elaborara su obra maestra con el título de Moby Dick.
Esto condujo a que un experimentado inspector ballenero del siglo XIX hiciese la siguiente afirmación:
"Si escribís un libro sobre la pesca de ballenas, no digáis exactamente la verdad. Si lo hacéis, nadie en tierra os creerá y nadie en el mundo de la pesca de ballena os reconocerá como balleneros, ya que ningún autor de relatos sobre ballenas ha contado nunca exactamente la verdad desde que Herman Melville estableció la norma de la falsedad ballenera."

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