Todos vivimos de algo, la mayoría de nuestra inutilidad. Los que practicamos el destajo, que no otra cosa es escribir, porque ninguna otra suerte se nos permite e ignoramos toda la zángana teoría de los subsidios y reivindicaciones, de previsiones, jubilaciones y ayudas, no tenemos más remedio que agudizar nuestro instinto de pervivencia y, para no dejar mal a nadie, procurar luego irnos de este mundo sin alborotar demasiado. Hay que tener un poquito de elegancia en este mundo tan inelegante.
El dinero de los oficios liberales viene siempre por añadidura y diríase que por casualidad, y nunca como premio a una persecución. Muchos oficiantes de la cosa, por no verlo así, no salen de pobres en su vida y, claro, al final se ponen de muy mal humor y se dedican a cultivar la, para ellos, reconfortadora insidia.
Cuando un lector tiene un libro en sus manos, pongamos LA FELICIDAD VACANTE, desconoce cuántos meses de documentación llevan sus páginas, cuántas horas de escritura y cuántos años de aprendizaje del autor.
Por eso, cuando se habla de best-seller, a un servidor se le asoma la sonrisa a los labios. ¿Cuántos dinero hay que ganar para, dividido entre todo el tiempo que llevó la perpetración de la obra, sacar de promedio un salario que hoy se consideraría digno? ¿De qué vivía el autor antes de publicar su obra, mientras la escribía?
Yo me considero un currela más, un paleta del oficio que he elegido o que me ha elegido a mí, que nunca lo sabré. Pero si un oficio, el que fuere, se ejerce con cariño, eso sí lo sé, se hace rentable solo. Sin embargo, y eso también lo he visto, si el oficio se lastra de cálculo y de supuesta conveniencia... al final ni se come. Y el que no come tiene a menudo la tentación de no dejar comer a los demás; ya se sabe la historia del Perro del Hortelano, no la vamos a reproducir aquí.
El dinero es la mercancía del cambista, pero no la del creador. El dinero, para el creador, no es la herramienta ni el bien producido por la herramienta, sino el fruto, quizá silvestre, que se le brinda en premio a su aplicación y para que pueda pagar las facturas y seguir creando con dignidad.
Todas las vocaciones son buenas o pueden serlo, pero no son intercambiables.
No os creáis lo que os cuentan: los creadores somos bestias de condición monótona que jamás nos cansamos de repetirnos. Lo único que poseemos es nuestro entusiasmo y la ilusión de que las cosas nos salgan lo mejor posible. No nos mueve el veloz dinero del azar, sino una necesidad que escapa de nuestro control. Sabemos mejor que nadie que el dinero es un concepto tan abstracto que en todos los presupuestos, hasta en los del Gobierno, siempre falta un 20 por ciento.
Cada cual pasa por este bajo mundo con sus aficiones y sus inclinaciones, también con sus servidumbres; y aquí no vale resistirse. Uno prefiere ganarse el pan escribiendo porque, cuando probó ejercitarse en otros menesteres, acabó siempre escaldado y con el rabo entre las piernas (que es donde mejor debemos tener los hombres el rabo, por otra parte, pero no cuando nos perrean).
La escritura es un entretenimiento bienintencionado y, os garantizo, ejercitador de la paciencia. Tiene sus condicionamientos y sus servidumbres, es verdad, pero da satisfacciones y, vivido con honradez y prudencia, da mucho equilibrio y mesura, mucho aplomo y fundamento. Lo importante es llevar uno su oficio con dignidad y modestia. No es prudente precipitar trances ni hacer oposiciones a la posteridad o a la gloria eterna. No funciona.
Con vocación y buena voluntad se pueden hacer cosas muy bonitas, sí, pero necesitamos que las compréis para pagar la factura de la luz y bajar al súper a comprar la mortadela. De otros es la fama pregonada a los cuatro vientos y los pecados jolgoriosos y tumultuarios. No os lo creáis. Hay que ayudar al buen orden mental de los eternos tomadores del rábano por las hojas y a los confundidores de lo que fuere con las témporas. Los gustadores de no llamar a las cosas por su nombre forman hoy legión: esto es un oficio como otro cualquiera y su finalidad última es comer. Esto es un oficio del que no sabe hacer nada mejor.
Por favor, lectores, no recurráis a la piratería. Destilad un poco de sensatez y pensad en que los autores también tenemos un instinto de conservación. Cuando me llega un mensaje de alguien que se congratula con algo mío que ha descargado piráticamente porque "no tiene dinero" a mí me duele. Amigo o amiga: yo te lo regalo, pero no le des de comer al que nada hizo salvo robarme el pan. Y piensa por un instante: si pudiste descargarlo gratis, algo más llevaría el archivo que bajaste; algo que yo no puse ahí y que quizás sea un troyano que te levante las claves del banco para dar de comer a la familia del que perpetró ese portal de internet que te resulta tan útil como a mí nocivo.
Seamos todos respetuosos con el trabajo ajeno y así nuestras conciencias encontrarán la paz.
Dicho lo cual, te recomiendo que adquieras mi último libro AQUÍ. Léelo y luego ya me cuentas qué tal. Pero no me quites el pan, no es necesario: yo estoy dispuesto a compartir el mío contigo.