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martes, 10 de noviembre de 2015

LOS QUE OPINAN SOBRE CATALUÑA LOS FRANCESES DEL SIGLO XVIII

Tiene uno por manía, cuando las cosas se ponen simpáticas en las Españas, de apagar la televisión y dejar a los tertulianos-periodistas hablar de sus cosas para el pueblo soberano y sumergirse en lecturas antiguas para ver cómo opinaban los tertulianos de antaño sobre los temas que ahora nos preocupan, si es que los hubiere. Y eso me ha pasado con Cataluña y su secesión.
Sin ánimo de generar opinión a favor o en contra de los bandos, pues no es tarea de alguien como yo, sí que me permito reproducir textos que he encontrado, siquiera a modo constatativo. Creo que son interesantes de leer.

Relato publicado por J. Thernard en el número 78 de la Revue Hispanique (abril de 1914), cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca Mazarino (anotación 1910) y que contiene la experiencia política, histórica y moral del ignorado viajero que visitó España en la segunda mitad del siglo XVIII:

"La capital es Barcelona. Es una ciudad cuyo comercio es muy floreciente, llena de manufacturas de toda especie, de riquezas, de lujo y de placeres y muy bien fortificada. No hay ninguna comparación entre esta ciudad y Madrid en cuanto a la distracción, las artes, la utilidad y la industria. Verdad es que tiene la ventaja de un puerto de mar bastante bueno. Lérida, Tortosa, Tarragona, Palamós, Ampurias, Rosas y Urgel son grandes ciudades, ricas, fuertes y pobladas. La frontera de Francia, sobre todo, está erizada de plazas y son las únicas que mantienen bien; entre otras, el castillo de Figueras, cuando esté acabado, será una de las mejores plazas de Europa; trabajan allí con el mismo encarnizamiento que si los franceses amenazasen una ruptura próxima.
El carácter de los catalanes es orgulloso y republicano. Son enemigos mortales de los castellanos y de la monarquía; son valientes, de buena fe en la amistad, pero extremadamente coléricos y vengativos. Los miqueletes, que son los montañeses catalanes, son la mejor infantería ligera de Europa; tiran perfectamente y se baten bien, pero hacen la guerra con inhumanidad. Son altos, animosos, tallados vigorosamente, el rostro enjuto y moreno; en general son hombres guapos. Les gusta con entusiasmo el vino, el juego, la danza, las mujeres; son enemigos de la disciplina militar, legal y eclesiástica, y no son susceptibles de fanatismo más que por la libertad. Pueden, en caso de necesidad, estando bien gobernados, con las solas rentas de su provincia y sin el auxilio de los extranjeros, sostener un cuerpo de ejército de cuarenta mil hombres para su defensa.
El carácter nacional y la disposición de esta provincia han ocasionado en todos los tiempos un enlace muy fuerte entre los portugueses y los catalanes, cimentado por su odio común contra los castellanos. Es una buena política el mantener siempre esa disposición, porque a pesar de que Cataluña esté tranquila, sumisa, cubierta de plazas fuertes y bien guarnecida de tropas, sin embargo, si la necesidad de la guerra llamase a los españoles a Portugal y se vieran obligados a desguarnecer esta provincia, podrían ver triunfar los acontecimientos más extraordinarios y los menos concertados en apariencia, con las reglas de la prudencia humana, de la parte de un pueblo violento en sus pasiones, que no respira sino furor, odio, rebeldía, libertad, que toma las armas en veinticuatro horas y no las abandona sino después de haber vertido arroyos de sangre. No se pueden anticipadamente hacer combinaciones seguidas sobre esa revolución, pero la Corte de España debe siempre tener puestos sus vigilantes ojos sobre la disposición de las cosas y temer dar ocasión a ello por su negligencia. La ventaja de ligarse con los catalanes es de toda seguridad para la Corte de Lisboa. No tiene necesidad de darles ni tropas ni dinero; no precisa más que enviarles en el momento de la revuelta algunos oficiales seguros, sabios, inteligentes y que puedan disciplinarlos y sostener su resolución mientras los portugueses hacen una diversión sobre Extremadura, León y Castilla.
Los catalanes parecen muy sumisos; sin embargo, quizás jamás hayan estado tan cansados y tan descontentos de su Gobierno. La muerte del viejo marqués de Las Minas, al que temían mucho por su severidad, puede perjudicar mucho a España si no es reemplazado en ese mando por el conde de Aranda, el único de ese país bastante firme y bastante justo para gobernar ese país difícil. El marqués de Castelar valdría aún mejor por tener mucho talento, pero es demasiado viejo. El porvenir hará nacer en Cataluña momentos semejantes a los que allí se han visto; España arriesgará mucho si Portugal se sabe aprovechar de ello."

Guillaume Manier, sastre picardo, elabora un delicioso diario de su peregrinaje a Compostela en 1726. El galo, acompañado de Jean Hermand, Antoine Vaudry y Antoine de la Place, decide aprovechar el desplazamiento para, cumplida su peregrinación, atravesar el norte peninsular y dejarse caer por Barcelona. Publicó sus impresiones en 1736, aprovechando las notas que tomara durante el periplo. Su Carta II dice así:

"Comienzo por la ciudad en donde me encuentro (Barcelona). Es hermosa, rica, grande y bien poblada, situada en una llanura encantadora. Sus atractivos están realzados por multitud de casas, cuyo conjunto forma un golpe de vista que no es indiferente. Las calles son anchas, rectas y pavimentadas con grandes piedras: las iglesias son magníficas, las plazas espaciosas, y sobre todo la de San Miguel y la del Mar, en donde se ven las fuentes que componen su adorno, al mismo tiempo que contribuyen a la comodidad del público. Junto a los palacios y a los conventos, hay jardines distribuidos con alguna simetría, y que la multitud de lauros y de naranjos hace siempre parecer verdes. Alrededor de la ciudad hay huertos abundantes en toda suerte de legumbres, de hierbas y de frutas excelentes. No hay aquí esa suciedad que dicen encontrarse siempre en muchas ciudades de España, ni esa dejadez, esa pereza que reprochan a los españoles. He encontrado gran número de artistas y de obreros infatigables y muy ingeniosos, especialmente en cuanto a obras de plata y de acero. Pero falta siempre la excelencia de lo acabado que satisface a los ojos y que desean ver en ello los que las compran. Todo es allí barato, principalmente los víveres, a causa de la fertilidad del terreno y de la abundancia que allí reina. Los habitantes me han parecido llenos de bondad y de amabilidad; es lo que he experimentado no solamente de parte de aquellos a quienes he sido recomendado, sino también de muchos otros; y no he visto en absoluto esa grosería que corrientemente atribuyen a los catalanes. He ido a presentar mis homenajes al virrey, el señor marqués de L.M., que tiene una gran figura. Su palacio (1) es magnífico, aunque su arquitectura no carezca de defectos. Encontré en la antecámara un gran número de oficiales, los unos para pedir gracias, los otros para sentarse a su mesa; y todos soberbiamente vestidos formaban, para ese señor, una corte de las más brillantes.
Había salido un día; paseándome por la puerta del lado del mar había ido a ver la nueva ciudad de Barcelona, que se aumenta de día en día por las nuevas casas que se construyen. Me vi verdaderamente sorprendido al encontrar los edificios tan alegres. En efecto, es un espectáculo muy agradable el de todas esas casas tan bien alineadas, pintadas de diferentes colores, y las calles todas bien distribuidas, anchas y tiradas a cordel. En medio de la ciudad hay una iglesia de tamaño corriente, cuya arquitectura es del gusto italiano, estando muy bien observadas sus proporciones; tiene majestad y está bien decorada. (...). Esta ciudad está construida a orillas del mar para la comodidad de los marinos de y los trabajos que conciernen a la Marina, a fin de que, por esa proximidad, el servicio y las operaciones que exige se hagan con más prontitud. Es al mismo tiempo un monumento glorioso para los habitantes de Barcelona, cuyo genio señalará a perpetuidad la industria, la destreza y la habilidad. (...). Mientras allí estaba pasaron religiosos que, por sus maneras graciosas, me dieron lugar a hacerles distintas preguntas acerca de la manera de cultivar estas tierras. Sus respuestas me satisficieron mucho; y lo que más me agradó todavía fue que uno de ellos, hablando con gusto el latín, tuvo la facilidad de entablar conversación, lo que no habría podido hacer en lengua catalana, que no es más que una mezcla de provenzal, italiano, antiguo lemosín y castellano."

(1) Este palacio, que había empezado el marqués de Castel Rodrigo, fue acabado en 1669 por el duque de Osuna, que era entonces virrey de Cataluña.

Jean-François Peyron, diplomático francés nacido en 1748, viajó por las Españas entre 1772 y 1773 y hace por su parte las siguientes referencias a Cataluña en su Nuevo Viaje por España o Cuadro del estado actual de la monarquía (1777-1785):

"Cataluña tiene cerca de sesenta leguas de longitud, de Levante a Poniente, y cuarenta a cuarenta y ocho en su más pequeña y mayor anchura. Tiene cerca de ochenta leguas de costa sobre el Mediterráneo. Su nombre le ha venido de los godos y de los alanos, de donde se compuso la palabra Gothalania, de la que ha venido Cataluña. Confina al Norte con los Pirineos; al Este y al Sur con el Mediterráneo; al Oeste, con el reino de Valencia y parte del de Aragón. 
(...)
Barcelona es la sola ciudad de España que anuncia de lejos su grandeza y su población; a media legua de Madrid no se podría sospechar una gran ciudad y, sobre todo, la capital de la monarquía, si no se viesen altos y numerosos campanarios alzarse en medio de una tierra árida; mientras que en los alrededores de Barcelona, una multitud prodigiosa de casas de campo, la afluencia de vehículos y de viajeros anuncian una ciudad rica y comerciante. (...) Su población está en razón de su grandeza, y su industria en nada se puede comparar con la del resto de la monarquía. Allí todo es mercantil, fabricante o negociante. La ambición y la codicia del catalán son inexpresables; encuéntranse en Barcelona tiendas de todas las artes y oficios, son ejercidas allí con más perfección que en las otras ciudades del reino. La orfebrería, sobre todo, forma allí una corporación tan rica como numerosa, y no se podría reprochar a las obras que de allí salen más que el carecer un poco de gusto, de ese gusto que es nuestra locura para nosotros los franceses y que, en general, preferimos en nuestros muebles y nuestras alhajas a la duración y a la solidez. (...) Barcelona es demasiado grande para ser fácilmente guardada y defendida; por eso ha sido tomada cuantas veces lo han querido, y el carácter altivo y rebelde de sus habitantes ha sido siempre humillado. No por eso deja de conservar un espíritu inclinado al motín, y el Gobierno trabaja, no sé por qué, en mantenérselo; no es raro oír decir a los catalanes que el rey de España no es su soberano y que no tiene otro título en Cataluña mas que el de conde de Barcelona. Sin embargo, el ministerio favorece todas sus empresas; obtienen todos los días prohibiciones y privilegios perjudiciales al resto de España, tienen en Madrid diputados ardientes en solicitar, y cuyas gestiones todas no tienen sino a procurarse un contrabando exclusivo.
(...)
Me he visto sorprendido al descubrir en las provincias que el comercio, la agricultura y las artes enriquecen, el pueblo parece ser más miserable que en aquellas en donde reina una especie de mediocridad. ¿No será que el comercio y las artes producen, naturalmente, la desigualdad de las fortunas, aumentan o atraen la población, y que, siendo más numerosos los jornaleros, son más pobres y peor pagados? Cataluña es seguramente la provincia de España que ofrece a la vista más movimiento y población; los caminos se ven allí llenos de viajeros; las mujeres, que rara vez viajan y trabajan poco en las Castillas y Andalucía, se encuentran en los caminos; parecen concurrir a los diversos desplazamientos que exigen el comercio y las manufacturas; sin embargo, los hombres y las mujeres del pueblo van allí mal vestidos, éstas generalmente sin medias y descalzas; mientras que en Andalucía, donde la miseria del pueblo es más real, hombres y mujeres parecen exteriormente gozar de más acomodo. El peor alimento y la suciedad muestran de lleno la faz horrible de la pobreza de los campesinos catalanes.

El barón de Bourgoing no fue un viajero transeúnte, sino un afanoso averiguador de las Españas entre 1779 y 1795. Sus distintos viajes y sus prolongadas permanencias en nuestro suelo le permitieron estudiar el país y sus costumbres, hasta el punto de aficionarse a ellas. Fue irreligioso y se lamenta de la expulsión de los jesuitas. Después de lamentarse de los prejuicios que alienta contra España el resto de Europa, cita a Twis y a Swinburne, así como a Townshead como defensores del país. Su ventaja sobre los autores anteriormente citados quizá sea la de haber residido algunos años y en diferentes épocas en el país que describe. No tiene desperdicio su obra, pero centrémonos en Cataluña:


"1793. No hay ciudad en España tan activa y con tanta industria como Barcelona. En ninguna parte ha sido tan sensibe el crecimiento de la población si es cierto como se asegura que en 1715 Barcelona sólo tenía 37.000 almas y a raíz del desembarco de Carlos III en 1759, eran sus habitantes 53.000. Hoy tiene 114.000. Lo que hace verosímil esta rápida prosperidad es el sinnúmero de edificios construidos desde algunos años a esta parte, no sólo en el interior sino también y sobre todo en los alrededores. Tanto es así que pocas ciudades francesas aventajan a Barcelona por el número y atractivo de sus casas de campo. Marsella no puede comparársele. Hay abundancia de extranjeros; numerosa guarnición; elementos educativos que ofrecen numerosos centros literarios; una sala de Anatomía; algunas bibliotecas públicas y un pequeño museo de Historia Natural que Tournefort aumentó con una valisoa colección de plantas levantinas. También tiene Barcelona hermosos paseos, numerosas y selectas sociedades y esa variedad de ocupaciones que presentan el comercio y la industria, etcétera, etcétera. Debemos reconocer que pocas ciudades europeas ofrecen tanto atractivo y recursos como Barcelona. Sin embargo no es, ni mucho menos, lo que podría ser.
(...)
La población de Cataluña es de almas 1.200.000. Por muy favorecida que esté porla Naturaleza, por mucho que la Industria la vivifique en general, no formaríamos una idea demasiado lisonjera acerca de esta región si la juizgáramos por su capital y sus costas. El interior contiene varias comarcas desiertas y algunas que difícilmente se librarían de su esterilidad. A pesar de las talas que a partir de Fernando VI se han incrementado por diversas razones de inmediata utilidad, sus bosques contienen aún la suficiente madera para la calefacción, para el consumo de las fábricas e incluso para la construcción de navíos, aunque recibe mucha madera de Rusia, Holanda, Inglaterra, e Italia.
(...)
Pero digamos toda la verdad. En esos accesos de furor a que incita el choque duro con una firme resistencia, en la embriaguez del triunfo se cometieron, tanto en Cataluña como en Vasconia, crueldades que denigran al espíritu recto, y que una política humanitaria debió impedir. En Eguy y en Orbaiceta, de la Navarra, y en San Lorenzo de la Muga, pocas leguas al noroeste de Figueras, España tenía fundiciones muy valiosas para sus arsenales, y los ejércitos franceses las trataron como si fuesen Portsmouth o Plymouth, sin dejar piedra sobre piedra.
(...)
Resulta doloroso ver a esta nación, España, en apariencia grave y reflexiva, más obediente que ninguna otra, ¡que la misma Francia!, a las mezquinas pasiones de los queocupan el trono y de los que le rodean. El canciller Bacon, al escribir hace ya cerca de tres siglos que los españoles parecen más prudentes de lo que son, y los franceses más de lo que parecen, calumnió a España y aduló a Francia. en efecto: ¿de cuántos caprichos fueron víctimas los españoles desde la extinción de la dinastía austríaca? ¿Y qué ventajas les reportaron las dos guerras de Felipe V, además del estéril honor de ver a su posteridad poseedora de dos pequeñas soberanías en Italia? Fernando VI, más pacífico, da su nombre a varias tentativas brillantes; pero más ávido de dinero que de gloria dejó perecer varias ramas de la Administración. Carlos III se muestra más generoso, aparentemente."