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domingo, 29 de junio de 2014

EL DÍA DEL ORGULLO GAY ES DE TODOS

En cuanto al tema de la homosexualidad, tenemos  dos cosas de las que enorgullecernos en este país de charanga y pandereta. La primera es que en nuestro país los homosexuales ¡¡por fin!! tienen los mismos derechos que los heterosexuales (así como sus obligaciones, que ya las tenían desde que Isabel la Católica abandonó el desodorante). La segunda, que el Día del Orgullo Gay es un un festivo carnaval de alegría y cachondeo.
Los mismos homófobos que despotrican sobre la frivolidad de las cabalgatas que recorrerán Madrid y, con suerte, alguna que otra ciudad, son los que en carnavales hacen su papel legítimo (el que hacemos todos) y se disfrazan de lo que en realidad son.
Hablemos del fondo de la cuestión: el sexo.
Se tarda mucho en esta vida en aprender que el sexo es el camino, que no hay más que un camino: el sexo. Un árbol nunca visto de deseo y proliferación apunta en el alma de las personas y una vergüenza de salitre suele humillarlas desde el interior. La exhibición es también una forma de sufrir en silencio lo que uno lleva por dentro. Qué difícil y qué tarde la asunción del sexo, de la sexualidad, de su verdad, de su plenitud, la invasión pacífica y placentera, la aceptación... ¡Mierda!
La sexualidad no fue nunca un enemigo que nadie llevase en la carne, ni un secreto, ni un mal. Era la fuente cegada que muchos tenían que convertir en manantial sereno: nadie quiso aceptarlo hasta hace apenas un minuto de nuestra historia social. De modo que la homosexualidad fue pasando, clandestinamente, por cuerpos oscuros, amantes velados, manos de sangre, floraciones temblorosas de enfermedades y el percal eucarístico de los matrimonios sofisticadamente ficticios. Tardaron mucho en navegar dulcemente las aguas rosa en el claro silencio de nuestras tardes. Demasiado.
Dejar que la invasión del cuerpo se consuma, que todo el cuerpo se haga sexo para que todo cuerpo, en seguida, se haga alma. Luchar contra la propia naturaleza de cada uno hostigándolo, sitiándolo, enfureciéndolo. Desbordar las laderas de la carne, que es el Nilo en el que se deberían bañar plácidamente y cada día nuestras almas, ha costado mucho en este país poblado de seres oscuros y luminosos al mismo tiempo.
El sexo, según a quien le preguntes, es una flor o un monstruo. Hay quien dice que se puede optar, pero es falso: que le digan a un transexual que "puede optar" cuando para poderse reconocer en el espejo se tiene que jugar la vida en un quirófano es una frivolidad. Ni siquiera los puritanos pueden optar en sus vidas entre ocultar su presunto monstruo o llevar erguida una orgullosa flor. Hasta hace apenas nada, casi todo el mundo optaba por el monstruo, lo escondía, lo hostigaba, lo alimentaba o incluso lo mataba en falso.
Pero el sexo, que tiene vocación de flor, sufre mucho con su encarnadura de monstruo. Algo nos crece siempre  en el cuerpo: un rosal o un reptil. ¿Por qué no dejar que sea un rosal?
La gente falsaria y cobarde vive con su reptil, con su cloaca, y eso les sale muy pronto a los ojos y a la cara. Un rosal vergonzante se queda muy pronto solamente en sus espinas. Luz a los rosales y que perfumen el ambiente.
La culpa, el mal, esa herencia literaria y atemorizada que traemos de los siempres la estamos dejando atrás con sangre, sudor y no pocas lágrimas. La vida es demasiado buena o demasiado mala. La vida hay que pagarla dando la cara. No hemos venido a la gratuidad de la vida, sino a defenderla. Cuando aprendamos que la vida es gratuita le perderemos el miedo al sexo.
Pero se nace y a uno le dan el bautismo porque hay una conciencia carpetovetónica de débito y le administran el sacramento del sentido de culpa, la heredada sensación de deuda.
La vida es gratuita y eso es todo.
El sexo es la moneda con que hemos de pagar y cobrar la vida. Renunciar al sexo o mortificarlo, o llenarlo de culpabilidad, es también una manera de pagar la vida con el sexo. Utilizar el sexo, agotarlo, urgirlo, es la manera de cobrarse en sexo la vida. Nunca aprenderemos hasta qué punto la vida es sexo, que el sexo no es una moneda, que no se trata de una contraprestación, sino de dejar que los manantiales del ser corran libres y coloreen el mundo. Habíamos amonedado el sexo, lo habíamos convertido en rehén, en préstamo. Pero el sexo es lo más caro que tenemos, somos nosotros, y por eso querían algunos que lo domásemos y utlizásemos para comprar algo, la inmortalidad, el perdón, la vida misma.
Pero el sexo, que soy yo, que eres tú, lector, sufre con estas fragmentaciones.
En España podemos estar orgullosos de haber liberado jurídicamente al sexo de su condición mercantil, metafísica y negociadora. Nuestro sexo ya no es ni una moneda ni un arma. No puede comprar la vida ni la muerte, tampoco es capaz de forzar nada. Sólo puede iluminar nuestras vidas, iluminarnos a nosotros, poner claridades dentro de nuestras sombras, acarrear  luz a la luz y noche a la noche.
La Historia ha conspirado mucho contra el sexo. Pero hoy celebramos que pueda ya, por fin, lucir inocente en la carne con su salud de émbolo o de tigre, exento de anatemas e hipocresías.
Y si esto es así ¿qué estamos celebrando hoy con esta mascarada de carrozas carnavalescas?  La esperanza. La sencilla, simple y sublime esperanza de que lo que ocurra en una alcoba quede dentro de la alcoba: sin consecuencias. El deseo de que los parásitos que acechan por los ojos de las cerraduras se metan en sus asuntos. La esperanza de que los hipócritas que se llenan la boca con el "derecho a la vida" se la dejen vivir a los demás.
Un hombre vestido de mujer en junio no es más grotesco que otro vestido de odalisca en febrero. Lo grotesco es que el hombre de febrero esconda tras su caparazón de presunta dignidad lo que provoca sus poluciones nocturnas. Lo grotesco es que no admitamos que es un verdadero drama mirarse al espejo cada mañana y ver un hombre cuando uno se sabe mujer o al revés. Lo grotesco son las risitas. Lo grotesco es la incomprensión de los adalides de la tolerancia y el amor universal que trafican con la bondad de las personas y hacen autos de fe a costa de las amarguras que desconocen y rechazan.
España no sería España sin todos los homosexuales, bisexuales y transexuales que la han levantado. Nada tiene que ver su esfuerzo con lo que disfrutaban o disfrutan en sus dormitorios: la señal de "desvío obligatorio" no la pusieron ellos, sino los otros. Aquí el único "desvío obligatorio" es el de los hipócritas que cacarean contra sus propias plumas para mantener impoluta la imagen que nunca tuvieron.
Hoy, 28 de junio es el Día Internacional del Orgullo Gay. 
La Historia y sus falsos acólitos, insisto, han conspirado demasiado como para que hoy uno no sólo se sienta orgulloso de ser gay o de lo que han conseguido los gays.
Los que busquen montarse armarios que se vayan a IKEA.