La novela aparece como última manifestación de todas las literaturas, después del período de epopeya, de la poesía lírica, del drama, como resumen de todas ellas. Pero aunque sea esto la novela, no impide que, como manifestación primera, haya aparecido antes de la formación de los pueblos, apenas aparecida la Humanidad, antes de inventada la escritura y antes de perfeccionado el idioma. El hombre en sus propios albores llevaba ya en el cerebro la novela.
La imaginación, el poder creador del género humano para hacer surgir de la nada imágenes que agradan, recrean y entretienen, lleva con nosotros desde siempre. La imaginación necesita alimento, como lo necesita el cuerpo. Cuando ella no se alimenta caemos en las horas negras del aburrimiento. Yo tengo la casi certeza de que el hombre de la prehistoria ya inclinaba la cabeza, cuando niño, en el regazo de la madre, pidiendo que le constase un cuento antes de dormir. Imagino a los adultos de hace 35.000 o más años reunidos junto al fuego nocturno, matando las largas horas contando cuentos y relatos de sus combates, de sus encuentros con animales fabulosos e inventando leyendas.
Los pueblos de Oriente, de tan exaltada imaginación, convertían en cuento todo cuanto tocaban sin necesidad de ser recordados. Los indostánicos demostraron ser muy imaginativos cuando tuvieron que legislar y crear sus grandes poemas sagrados con mitos, dioses y mitologías, que no eran otra cosa que novelas. Y ese afán de lo maravilloso de persas, asirios, babilonios y judíos se nota en los orígenes del cristianismo, porque su primera propaganda, recordemos, fue hecha entre orientales, por personas de exagerada imaginación.
Los pueblos de más tradición siempre han sido los más imaginativos, los más aptos para la creación; y al extender Grecia y Roma su influencia por Europa, la literatura reviste formas luminosas; nace lo que hemos dado en llamar clasicismo. Pero la novela no adquirió verdadera importancia sino entre los pueblos orientales.
Parto de la premisa -y puedo estar equivocado- de que la novela moderna necesita de dos elementos primordiales para su existencia: el amor y el hogar. Ha menester del ambiente de la familia, con todas sus intimidades y todas sus grandezas. Y la antigua sociedad grecolatina, en otros conceptos grandiosa, no lo era para la novela, porque en realidad no había familia, los ciudadanos pasaban el tiempo en el ágora murmurando de los magistrados, la mujer quedaba olvidada en su casa, sin participación en la vida pública de aquellas sociedades. Se comprende, pues, que no existiera la novela tal cual la entendemos. Acepto que los griegos nos han legado en este género las Fábulas Milesias y los romanos el Satiricón de Petronio, la Metamorfosis, de Ovidio y El asno de oro, de Apuleyo, que es apenas una transcripción de los diálogos de Lucrecio. Pero no podemos considerar a tales obras como novelas.
Cuando el cristianismo modificó la constitución de las antiguas sociedades, cuando se formó en verdad la familia, cuando la mujer tomó relevancia -más de la que creemos para la época- adquiriendo personalidad, entonces y solo entonces, empezó a aparecer la novela como origen del género literario que ahora con ese nombre conocemos.
Apareció con los libros de caballería, precedida por dos obras tendentes a la verdadera novela: la Historia etiópica, en que el obispo Heliodoro describe los amores de Teógenes y Clerisandra, y otra de un autor desconocido, que según se cree nació en Bizancio, quien escribió Dafne y Cloe. La obra de Heliodoro fue modelo para Cervantes, quien la usó de referente en su Persiles y Segismunda.
Vino con la Edad Media el florecimiento de la novela, que había empezado por el romance, cantado por los trovadores de castillo en castillo, de ciudad en ciudad y de aldea en aldea. La prueba de que el romance es padre de la novela está en que ésta conserva aquel nombre en varias literaturas, como la de Francia e Italia, donde recibe el nombre de romance y romanzo, respectivamente.
Pero fue Cervantes quien impuso la palabra novela, que no clasifica con precisión este género, pues "novela" es un cuento largo, de manera que cuando ésta es más amplia que un cuento extenso debe llamarse romance.
En España hubo una influencia literaria que dejó hondas huellas. La colosal maravilla de las Mil y una Noches, a cuya autoría contribuyó todo un pueblo, es el más brillante exponente de la fantasía islámica. Y era la España de la Edad Media como una carretera del mundo por donde afluían todos los hombres y que vio reunidos en su seno lo que quedaba del celtiberismo, la romanidad, los godos, los árabes y los hebreos. Y esto explica los caracteres diversos y las múltiples aptitudes del pueblo español, en que predominaban libremente las virtudes guerreras. En España, la imaginación exaltada de los árabes, unida al profundo misticismo judío, influyó en la literatura creando libros que obtuvieron difusión por toda Europa: los antedichos libros de caballería. Fue en España, lugar de combate de cristianos y moros, abierto durante siete siglos, donde vinieron a encontrarse y a chocar las dos corrientes literarias, a saber: el romance heroico del cristianismo septentrional y la producción imaginativa de los poetas y guerreros semitas del islam. El Amadís de Gaula y todas sus innumerables imitaciones, que tanto abusaban de la literatura sobrehumana y de las extravagancias imaginativas, hizo necesaria una reacción. Y esta reacción produjo la primera, la más grande y la más inmortal de todas las novelas modernas: Don Quijote de la Mancha. Con ella Cervantes, contemporáneo de Shakespeare, se adelantó en varios siglos a los autores de otros países abriendo las puertas de un nuevo género.
Don Quijote de la Mancha es algo más que un libro célebre, está más allá de lo que llamamos literatura: es la vida eternizada en palabras. El gran secreto del genio estriba en la condensación, en producir una obra que sea el símbolo de una fase de la vida o de la vida entera. En esto Cervantes descuella por encima de todos los genios literarios. Su libro es simplemente la síntesis de la vida completa. Ha creado a Don Quijote, ha creado a Sancho Panza, y después de esto nos deja clarísimo que no hay nada más. Cualquier novela posterior siempre tendrá, incluso sin saberlo, el referente de ese dualismo preclaro y absoluto. Otro día hablaremos de ello.