Sí, así me lo pregunto: ¿es mejor la sociedad con Internet?
Muy probablemente nuestra generación haya vivido los veinte años en los que más ha cambiado el mundo desde que comenzó el Neolítico; sin embargo, no somos conscientes de esos cambios. Nuestra forma de pensar, de relacionarnos, de entretenernos, de amarnos, de estar solos o acompañados... ha cambiado radicalmente en las últimas dos décadas. Internet prometía poner el mundo al alcance de nuestras manos; el problema era que no podíamos elegir qué parte del mundo y que cuando se nos hizo esa promesa, nosotros tampoco pensábamos en las dimensiones de lo que se nos estaba prometiendo. Hace poco más de veinte años se creó un planeta nuevo llamado ciberespacio, que era y es un ecosistema apenas vinculado al mundo real.
¿Qué se esconde tras Internet? ¿Quién controla esta poderosa máquina de comunicación y con qué oscuros fines lo hace? ¿Somos más libres o la Humanidad está en peligro?
La mística del ciberespacio nos ofrece la quimera de un conocimiento casi ilimitado y en tiempo real, pero el justiprecio es "quedarse colgado": Internet es poderosamente adictivo. Muy lejos estamos de esos registros akásicos a los que aspiraban algunos iniciados hace siglo y medio, y que prometían el conocimiento universal accesible a todos los hombres. Tenemos, sí, grandes posibilidades de acceder a sabidurías que podrían elevar nuestra cultura y espiritualidad... pero nos quedamos perpetuamente colgados con las mayores y más sórdidas bobadas a través de las redes sociales, ahora llevadas al extremo con los teléfonos inteligentes.
La insensibilización sistemática nos vence: depravación y virtud nos aguardan a un click de distancia hasta en el patio de los colegios. Ahora todo el mundo anda tonto con el smartphone por la calle (algunos hasta se dejan atropellar por no perder de vista su perfil en la red social). Las calles se han convertido en un submundo zombi de personas que deambulan con las cabezas agachadas y chocan entre sí. Merced a esos aparatos, hay personas que a través de Internet pueden identificar nuestros gustos, miedos, intereses, bajas pasiones, miedos... y además ganar dinero venciendo esa información a terceros para que éstos, a su vez, nos vendan unas bragas, un político, una película, una idea apócrifa o una necesidad.
Internet se ha convertido en la herramienta que ha transformado la realidad interna de cada ser humano para convertirla en otra cosa y moldearla a voluntad. Pero ¿a voluntad de quién?
¿A quién beneficia esto? Estamos ante una durísima encrucijada. Hemos pasado de "1984" a "Un Mundo Feliz", de Orwell a Huxley sin darnos cuenta: vivimos en una novela distópica.
Yo tengo fe en el ser humano, una fe absoluta en sus posibilidades. Creo que son muchos los que saben que hay un camino de luz entre las sombras más siniestras; pero ¿podremos recorrerlo? ¿tiene sentido? Hay que reflexionar y nadie lo hace.
Navegando por la red se encuentra uno a veces cosas que le hacen sentir como un ser despedazado en el inframundo. Por accidente se precipita en una serie de páginas, fotos y vídeos que causan pavor. En el resplandor solitario de la pantalla se puede recorrer sin esfuerzo una mescolanza de escenas que, por desgracia, no son de ficción: decapitaciones, amputaciones, vejaciones, violaciones... se concentran en diferentes páginas con unos comentarios absolutamente bochornosos e hirientes de personas que parecen disfrutar con los acontecimientos que contemplan. Somos humanos y por lo tanto débiles. Sentimos curiosidad y morbo. Acaso Internet haya servido para sacar a la superficie esa sombra interna para que ahora nos invada y anegue.
El horror a nivel global; el horror como nunca antes se había visto al alcance de un "click". Y el sueño de Internet, el sueño de alcanzar el conocimiento universal, de evolucionar, de ir un paso más allá, se va quedando convertido en ascuas infernales que sacan a relucir lo peor de nuestra especie.
No puedo entender que esto suceda, que los niños estén expuestos de una forma tan cruda y que existan comentarios que transmitan una insensibilidad tan atroz de una parte de la sociedad a la que pertenezco. El horror se ha convertido en un pasatiempo, en un juego; y la red de redes en un campamento macabro que está impregnando las mentes de nuestros hijos.
¿Cómo es posible? ¿Acaso la joya de Internet se ha acabado rebelando contra nosotros? ¿Interesa que nos volvamos insensibles? ¿Cómo es posible que nadie proteja a los niños? ¿Cómo puede ser que este tema no ocupe ni un sólo minuto en los consejos de ministros o en las tertulias televisivas? ¿Cómo podemos aceptar que un crío de diez años, que una cría de doce, puedan estar viendo a solas o con sus amigos linchamientos, torturas y la quema de seres humanos?
No vale echarle la culpa a los padres: lo que no puedan ver en casa lo encontrarán en un cibercafé, en casa de sus amigos, en la propia escuela o en otro sitio. El niño, por ser niño, es curioso. Al adulto le ocurre lo mismo. La curiosidad es lo que ha hecho avanzar a nuestra civilización. Pero... ¿y ahora qué?
¿Es Internet el reflejo del mundo en que vivimos o acaso el mundo se ha hecho peor con Internet? ¿Éramos así antes o el ser humano se ha convertido en esto tras veinte años de world wide web? Siempre ha habido perturbados y perturbadores, lo peor de nuestra especie, pero ahora... ¿nos dará nuestra inteligencia las herramientas para superar semejante desidia hacia nosotros mismos?
No sé qué me aterra más, si que esto suceda o que nadie lo denuncie ni abra un debate al respecto. ¿Qué nos hemos dejado por el camino para llegar hasta aquí?
Estamos en una encrucijada.
Encendemos el ordenador y usamos las redes para comentar banalidades, discutir entre nosotros, tomar partido sobre posturas que nos confrontan, radicalizarnos, volcar nuestras frustraciones e intereses, ofender sin ton ni son... Estamos, sí, en una encrucijada. Nos adormecemos mientras nos llevan a un estado de control absoluto sin que nos demos cuenta... y nos sentimos libres.
¿A quién le interesa esto? ¿Quién tiene la verdadera llave de Internet? Porque Internet tiene llaves y tiene amos... pero lo hemos olvidado. Internet está controlado por catorce personas que fueron elegidas en su día y que tienen siete llaves. Cada uno de ellos tiene una llave y hay dos juegos de llaves, uno en la cosa Este y otro en la costa Oeste de los Estados Unidos. Bajo unas medidas de seguridad muy estrictas se celebra cada tres meses lo que se llama "la ceremonia de la llave". Siete de esas personas acuden a un búnker blindado del más alto nivel donde acceden a una caja de seguridad con sus llaves. En esa caja de seguridad está la clave criptográfica de los servidores DNS, que son los que asignan los nombres de los dominios (los que convierten las letras que ponemos en los navegadores en una dirección IP, que no son más que números). Todo eso que nos parece tan obvio precisa de un sitio donde se tiene que traducir, y ese sitio está en los Estados Unidos y tiene una clave criptográfica que se cambia cada tres meses. Esas personas, pues, son las que tienen la llave de internet. Sin esas llaves y ese cambio trimestral, Internet se expondría a que los servidores DNS fuesen pirateados, lo que podría suponer el mayor crimen del siglo porque dejaría a merced de cualquiera la economía y los secretos gubernamentales de todas las naciones de la tierra.
Por lo tanto, sí que hay responsables, sí que hay dueños, sí que hay señores de Internet y sí que estamos a merced de algo que nos ha superado hace tiempo. Y si hay dueños y señores, también hay beneficiarios de lo que ocurre en la red: los que celebran cada tres meses la liturgia de las siete llaves.
Navegando por la red se encuentra uno a veces cosas que le hacen sentir como un ser despedazado en el inframundo. Por accidente se precipita en una serie de páginas, fotos y vídeos que causan pavor. En el resplandor solitario de la pantalla se puede recorrer sin esfuerzo una mescolanza de escenas que, por desgracia, no son de ficción: decapitaciones, amputaciones, vejaciones, violaciones... se concentran en diferentes páginas con unos comentarios absolutamente bochornosos e hirientes de personas que parecen disfrutar con los acontecimientos que contemplan. Somos humanos y por lo tanto débiles. Sentimos curiosidad y morbo. Acaso Internet haya servido para sacar a la superficie esa sombra interna para que ahora nos invada y anegue.
El horror a nivel global; el horror como nunca antes se había visto al alcance de un "click". Y el sueño de Internet, el sueño de alcanzar el conocimiento universal, de evolucionar, de ir un paso más allá, se va quedando convertido en ascuas infernales que sacan a relucir lo peor de nuestra especie.
No puedo entender que esto suceda, que los niños estén expuestos de una forma tan cruda y que existan comentarios que transmitan una insensibilidad tan atroz de una parte de la sociedad a la que pertenezco. El horror se ha convertido en un pasatiempo, en un juego; y la red de redes en un campamento macabro que está impregnando las mentes de nuestros hijos.
¿Cómo es posible? ¿Acaso la joya de Internet se ha acabado rebelando contra nosotros? ¿Interesa que nos volvamos insensibles? ¿Cómo es posible que nadie proteja a los niños? ¿Cómo puede ser que este tema no ocupe ni un sólo minuto en los consejos de ministros o en las tertulias televisivas? ¿Cómo podemos aceptar que un crío de diez años, que una cría de doce, puedan estar viendo a solas o con sus amigos linchamientos, torturas y la quema de seres humanos?
No vale echarle la culpa a los padres: lo que no puedan ver en casa lo encontrarán en un cibercafé, en casa de sus amigos, en la propia escuela o en otro sitio. El niño, por ser niño, es curioso. Al adulto le ocurre lo mismo. La curiosidad es lo que ha hecho avanzar a nuestra civilización. Pero... ¿y ahora qué?
¿Es Internet el reflejo del mundo en que vivimos o acaso el mundo se ha hecho peor con Internet? ¿Éramos así antes o el ser humano se ha convertido en esto tras veinte años de world wide web? Siempre ha habido perturbados y perturbadores, lo peor de nuestra especie, pero ahora... ¿nos dará nuestra inteligencia las herramientas para superar semejante desidia hacia nosotros mismos?
No sé qué me aterra más, si que esto suceda o que nadie lo denuncie ni abra un debate al respecto. ¿Qué nos hemos dejado por el camino para llegar hasta aquí?
Estamos en una encrucijada.
Encendemos el ordenador y usamos las redes para comentar banalidades, discutir entre nosotros, tomar partido sobre posturas que nos confrontan, radicalizarnos, volcar nuestras frustraciones e intereses, ofender sin ton ni son... Estamos, sí, en una encrucijada. Nos adormecemos mientras nos llevan a un estado de control absoluto sin que nos demos cuenta... y nos sentimos libres.
¿A quién le interesa esto? ¿Quién tiene la verdadera llave de Internet? Porque Internet tiene llaves y tiene amos... pero lo hemos olvidado. Internet está controlado por catorce personas que fueron elegidas en su día y que tienen siete llaves. Cada uno de ellos tiene una llave y hay dos juegos de llaves, uno en la cosa Este y otro en la costa Oeste de los Estados Unidos. Bajo unas medidas de seguridad muy estrictas se celebra cada tres meses lo que se llama "la ceremonia de la llave". Siete de esas personas acuden a un búnker blindado del más alto nivel donde acceden a una caja de seguridad con sus llaves. En esa caja de seguridad está la clave criptográfica de los servidores DNS, que son los que asignan los nombres de los dominios (los que convierten las letras que ponemos en los navegadores en una dirección IP, que no son más que números). Todo eso que nos parece tan obvio precisa de un sitio donde se tiene que traducir, y ese sitio está en los Estados Unidos y tiene una clave criptográfica que se cambia cada tres meses. Esas personas, pues, son las que tienen la llave de internet. Sin esas llaves y ese cambio trimestral, Internet se expondría a que los servidores DNS fuesen pirateados, lo que podría suponer el mayor crimen del siglo porque dejaría a merced de cualquiera la economía y los secretos gubernamentales de todas las naciones de la tierra.
Por lo tanto, sí que hay responsables, sí que hay dueños, sí que hay señores de Internet y sí que estamos a merced de algo que nos ha superado hace tiempo. Y si hay dueños y señores, también hay beneficiarios de lo que ocurre en la red: los que celebran cada tres meses la liturgia de las siete llaves.