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jueves, 12 de septiembre de 2013

EL DÍA DESPUÉS

Si la burguesía catalana y la del resto del territorio peninsular hubiesen estado jugando al ajedrez desde 1817 hasta ayer, estoy plenamente convencido de que el 90% de las partidas se habrían saldado con un jaque mate a favor de la primera.
No voy a entrar en los orígenes del sentimiento independentista de un pueblo que legítimamente tiene derecho no sólo a ese sentimiento sino a expresarlo libremente y a que se le consulte al respecto. Tampoco voy a explicar la historia de Cataluña (ya lo hice ayer en mi artículo). Yo creo que el tema no es tan complicado.
Cuando acabó la dictadura de Franco, la sociedad necesitaba un revulsivo higiénico para desprenderse del olor a opresión, rencores y otros dengues que sentían en sus cotidianas vidas.  A nivel nacional se hizo negando el Franquismo categóricamente (a pesar de que el nuevo régimen no fue sino una consecuencia del anterior, pues ni siquiera la monarquía se instaló siguiendo el orden debido -hubo que hacer trampa con Don Juan).  En Cataluña y País Vasco se recurrió al decimonónico sentimiento independentista, en un caso tirando de la herencia carlista y en el otro apoyándose en una corriente dialéctica inspirada en la burguesía catalana de inicios del siglo XX (tampoco voy a entrar en los juegos malabares de cierto ingeniero para elaborar la nueva gramática, tomando préstamos del Valenciano con el fin de homogeneizar una heterogénea suerte de variantes dialectales). Da lo mismo.
En el resto de España, el revulsivo fue un gobierno de izquierdas que duró tres lustros y medio y que llevó al país a la modernidad, a Europa, a la OTAN y al contubernio internacional.  Los resultados fueron buenos en ambos casos: la sociedad se modernizó y fue dejando atrás sus complejos (luego el péndulo ha girado y hemos dado una gran zancada de retroceso que nos hace tener un enorme futuro por detrás, todo hay que decirlo).
Pero fueron tiempos de prosperidad, y en la prosperidad todos somos más felices.  Lo preocupante llega cuando llegan los problemas, cuando la ciudadanía sufre incomprensibles males y soporta medidas de muy difícil justificación. Eso no le pasa a Cataluña solamente, sino a todos.  Lo que ocurre es que los catalanes, que siempre han tenido el corazón dividido, unas veces por convencimiento propio y otras por convencimiento ajeno, llevan tres décadas pagando peajes por ir a trabajar, aportando parte de su excedente de riqueza al resto de la nación y sintiéndose oficialmente despreciados.
¿De dónde ese sentimiento?  La culpa es de todos.
Los partidos "nacionalistas" han jugado bien su mano en el juego de la baraja y nadie debería reprochárselo. Los partidos "nacionales" lo han hecho mal y punto. Incluso el negacionismo de la etapa franquista fue un error. Términos como "el páramo cultural del franquismo", de Enrique Tierno Galván (él provenía de dicho páramo) fueron dislates sobre dislates que maleducaron al ciudadano y lo sumieron en la ignorancia y en la agresividad.  Asociar el terrorismo de ETA al sentimiento de todos los ciudadanos de Euskadi fue otro dislate. Nadie hizo nada por evitarlo. Los políticos y sus periodistas e ideólogos de cámara nos inculcaron miedos y rencores que no tienen razón objetiva de ser.
Ahora todos sin excepción estamos perdiendo derechos y coberturas (muchas de las cuales, como la paga extra o la seguridad social universal y gratuita proceden de la Dictadura, por cierto). Pero como en 1978 se cometió el error del "café para todos" (dichoso café, cuántos problemas nos da, con o sin leche), pues se montó un tinglado de autonomías con el objetivo de otorgar determinadas singularidades al País Vasco, Navarra y Cataluña, pero justificando lo injustificable al resto de la nación montándoles a las demás autonomías parlamentos a cascoporro. Y ahí la cagamos, padre cura.
Recientemente he terminado un libro sobre la Europa Medieval. Le dedico algunas páginas al nacimiento de Suiza. Suiza es un ejemplo a tener en cuenta en la historia europea y plantea tantos interrogantes como respuestas que deberíamos estudiar.
Una de las cosas que me gusta de Suiza es que, independientemente de quién la gobierne, independientemente de su programa electoral, cualquier grupo de ciudadanos puede plantear cuestiones y éstas son votadas sistemáticamente en referéndum. Una de las cosas, digo. Hay otras igualmente interesantes.
¿Cuál es el problema de que los ciudadanos catalanes, esto es, todos los afincados en Cataluña, respondan una pregunta bien simple?
¿Alguien se piensa que el catalán de a pie es tan tonto? ¿Que no se ha dado cuenta de la trascendencia y sacrificios que implicaría el resultado positivo o negativo a esa pregunta?  Otrosí añado ¿se ha planteado alguien lo que ocurriría si le hiciesen la misma pregunta al resto de España? Igual nos llevaríamos la sorpresa de que Cataluña decide quedarse dentro de España y España que se vaya Cataluña.  Es el hartazgo del que hablaba hace meses Artur Mas (una de las pocas cosas cabales que ha dicho delante de un micrófono).
Yo soy de Madrid y tengo muchos amigos en Cataluña. Mi agente es catalán, mi mejor amiga nació en Girona, la primera vez que vi el mar fue en Lloret; mi padre me ofreció que, en lugar de hacer la comunión, nos fuésemos todos a Sant Carles de la Rápita y a ver luego el Delta del Ebro, como así hicimos. Los mejores programas infantiles que me dio la televisión se hicieron en los estudios de Sant Cugat del Vallés; los mejores programas culturales también. Mis programas de radio favoritos los han llevado un leonés, una extremeña, un sevillano y una gallega afincados en Barcelona. La voz de mi villano favorito del cine y de mi héroe preferido de las películas era la de un catalán. Veía el Un, Dos, Tres porque salía La Trinca. Las Olimpiadas del 92 fueron una pasada. ¿Sigo enumerando? Mi último viaje a Cataluña fue para disfrutar del arte románico del valle del Boí. Maravilloso. ¿Sigo? Las canciones de Serrat han sido la banda sonora de muchos momentos de mi vida. ¿Continúo? ¿Hace falta?
Yo estoy de acuerdo en que se realice la consulta. Opino que un pueblo está basado en la identidad de sus habitantes y no en sus fronteras. Sé que no ha habido invasión ni nada por el estilo y que se dicen muchas tonterías precocinadas por mentes perversas a uno y otro lado. Pero eso no va conmigo. Sentí vergüenza ajena cuando, hace años, ciertos capullos se sacaron de la manga lo del boicot a los productos catalanes. 
Lo único que me preocuparía, eso sí, es que una posible independencia de Cataluña dejase a mis amigos como los de la foto: con el culo al aire.  Me preocupa la amenaza de, en caso de "secesión", boicotear una pertenencia a la Unión Europea. Me preocupa una guerra de guerrillas consistente en empresas que cambian de lugar.  Porque si la cosa se va de madre (y ya bastantes recortes y rescates llevan en esas tierras), la solución no va a pasar por reclamar el Reino de Valencia, las Islas Baleare, el Rosellón o la Cerdaña.  Y mucho me temo que la altura de los políticos independentistas catalanes es tan cortoplacista que apenas se separa del suelo. ¡Pachasco! Ya intentaron la "aculturación" haciendo que la señal de la TV3 llegase hasta Torrevieja y no funcionó como pensaban (aunque a mi me vino bien porque gracias al programa  FILIPRIM aprendí catalán).
Resumiendo: ¿Consultar al pueblo? SIEMPRE ¿Secesión? Si es lo que quieren... ¿por qué no? ¿Represalias? Jamás. ¿No apechugar con las consecuencias? Tampoco.
Porque, por muy independientes que puedan llegar a ser los catalanes del resto de España, no se irán físicamente a ningún lado, tienen mucho que aportar y mucho que aprender todavía (sí, ellos también) y muchos problemas que resolver que no les han venido de Madrid, sino de dentro. ¡Mecachis!
Mucho cuidado con identificar patrias con personas. Cuando cierto rey de Francia dijo que el Estado era él, no pasó mucho tiempo hasta que uno de sus descendientes acabó con la cabeza separada del cuerpo a manos del pueblo, que era el auténtico Estado.
¡Cuidadín con jugar con los sentimientos de la gente! ¡Cuidadito con los salvapatrias, vengan de donde vengan!