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viernes, 8 de noviembre de 2013

SOBRE HIPÓCRITAS Y GILIFLAUTAS

Hubo un tiempo en que a los enemigos se los mataba. Ahora les damos un escaño en el senado o los mandamos para Bruselas a que coman dietas.  Hemos llegado a un punto en el que nuestros políticos viven para ellos y no se dan cuenta de que los hemos elegido nosotros.  Con la Santa Democracia hemos aprendido muy pronto el "tengo derecho" pero no hemos aprendido el "tengo obligaciones". Somos un país sin civismo.  Hemos sabido adaptarnos al nivel que no nos correspondía y ahora estamos pagando las primeras consecuencias. Repito: las primeras.
A todos esos a los que les tiemblan las carnes ante la desidia, el enchufismo, el gorroneo, la prevaricación, el desprecio, el tráfico de influencias y la corrupción generalizada que estamos sufriendo yo les preguntaría si se sienten libres de pecado.
Parece que fue ayer cuando cogimos la escala de valores, la metimos en una coctelera y lo primero que salió fue el reloj caro, luego el dúplex en un residencial de nombre rimbombante, a continuación las vacaciones de ministro y, por mucho que sacudiésemos el recipiente, no llegó a caer nunca la palabra dada, la honradez, la ética, el valor del esfuerzo y otras cosas que nos habían inculcado nuestros mayores (a mi hijo me lo apruebas porque trabaja mucho en casa, que yo lo veo).
La generación que pensó que todos valíamos para ir a la universidad es la misma que ahora está más pendiente de la telebasura que del arte y es más permeable a las consignas y los estereotipos que a su propio razonamiento.  Eso no es una generación, perdónenme, es una degeneración. Así de claro y alto lo digo y lo mantengo.
¿La generación más culta?  Sinceramente opino que la cultura es algo más que haber ido a la universidad si luego las aspiraciones de uno se reducen a tener un teléfono inteligente que te la sujeta para hacer pis (para eso no hace falta ser muy inteligente, basta con tener un poco de mano derecha y algo de pulso, tampoco tanto). ¿Qué ha sido de todas esas mujeres que por fin accedieron a la universidad, salieron tituladas, preparadas y dispuestas para aportar ¡por fin! lo que la sociedad tanto precisaba de ellas y que ahora están más preocupadas por la moda, los novios Telva de sus hijas, el cotorreo de escalera y el olor de las nubes?  ¿En serio aspiraban a ser aquello en lo que se han acabado convirtiendo?
¿Y qué hace la gente que está detrás de la cultura? ¿Qué hacen los empresarios de la cosa?  Darle a la picadora de carne y tirárnosla a manos llenas como quien da de comer a los patos.  ¿Cómo se puede patrocinar el libro de una señora que no ha leído en su puta vida? (no quiero señalar). Los medios de comunicación, lejos de buscar lectores o audiencias, buscan adictos.
Nos hemos aburguesado, adormecido y echado a perder.  Somos unos mediocres.  Somos tan mediocres como en el siglo diecinueve. Estamos igual que en la Edad Media: solamente leen los monjes.  Vivimos en un país en el que nos encanta a todos clasificar y poner etiquetas pero, sobre todo, en un país señalador que tiene periodistas que llenan páginas y páginas de sus diarios publicando correos electrónicos privados del marido de una Infanta para escandalizar al vulgo sin recordar que ellos mismos fueron expuestos en su intimidad hace apenas dos fines de semana.
En España los jueces-estrella juzgan políticos y luego se van a matar ciervos con ministros furtivos a los cotos franquistas de siempre.  En España aparecen partidos políticos de ideología indefinida con líderes claramente totalitarios que se nos venden como salvapatrias pensando que nadie mira las hemerotecas.  En España el sindicalismo finge defender al obrero mientras come de la mano del empresario (pitas, pitas).  En España nos ciscamos en los tratos de favor de esa aristocracia de políticos y jueces olvidando la cantidad de veces que dijimos y escuchamos a nuestros congéneres desear enchufes, ayuditas, favores y respaldos.  En este país nos hipotecamos hasta las cejas porque queríamos disfrutar hoy con el dinero que creíamos que seguiríamos ganando mañana (salió el tiro por la culata).  El fútbol ha reemplazado a la religión; el nacionalismo a la identidad y el policía ha olvidado que cobra de nosotros para protegernos de ellos (¿Qué quiere que le diga?, yo cumplo órdenes).
Nos mola ser políticamente incorrectos para protestar, pero en el fondo somos unos analfabetos muertos de hambre con aspiración de burgueses. Somos un asco, una porquería, una mierda.
Yo también tengo correos electrónicos comprometedores de muchas personas.  Muchas personas tienen correos comprometedores míos. Yo también sé mucho de mucha gente, y mucha gente se jacta de saber mucho de mí, o eso creen.  Yo también quiero vivir como un maharajá... pero soy un puto obrero hijo de obrero (y a mucha honra).  Yo también soy un hipócrita y un giliflauta.
Al igual que la mayoría de mis conciudadanos, lo mío es poca gaita y mucho fuelle. He tirado la toalla hace tiempo. Igual que ustedes.