Parece que julio y agosto van a ser como un solo mes, largo y profundo, y que éste se nos convierte en un verano de los que ya no había, una continuidad de días intensos y noches paradas como un barco borracho y lúcido.
El calor en mis latitudes es democrático y callejero. Los días interminables del verano comunican siempre la evidencia de que la vida es larga y no hay nada que temer. Y además no sé si es que el calor estival tiene una palpitación cachonda o qué, pero asiste uno a ciertos espectáculos que, como poco, le desconciertan y sacan una sonrisa que a veces no tiene.
Anoche asistía al estreno de una de esas películas nocturnas, desconocidas e intrascendentes que ponen en NEOX después del capítulo metarrepetido de Los Simpsons. Todo iba bien hasta que llegó la primera tanda de siete minutos de publicidad, momento que aprovecha uno para despejar sus esfínteres y hacer sitio a más cerveza. Resulta obvio que no hay meada -al menos a mi edad, luego ya veremos- que dure tanto tiempo (imagino que la pausa publicitaria tiene en cuenta ese factor) y es normal que uno mire de reojo los comerciales que, en silencio (porque uno tiene la decencia de quitarle el sonido a la tele en esos trances), aparecen en la pantalla.
El caso es que percibí algo raro y muy curioso en la parrilla comercial. Me llamó tanto la atención que la micción del segundo intermedio (¿por qué lo llaman intermedio si hay tres?) fue perpetrada con la urgencia del curioso que quiere confirmar sus sospechas sociológicas (sí, amigos, la cosa se ponía académica).
Definitivamente fue en la tercera ronda cuando disfruté de un espectáculo que, de haberlo sabido, os aseguro, queridos, habría grabado.
¡Atención, mujeres, que vienen curvas!
Si la memoria no me falla, el primer anuncio fue para recordarle a las mujeres reglosas las excelencias del tampón ése que una chica monísima le pone en la mano cerrada a un amigo suyo (¡rijosos pervertidos!). El segundo anuncio era de un lubricante vaginal para esas señoras o señoritas que quieren hacer uso del disfrute pero notan rozaduras (empezaba bien la cosa). El siguiente era un champú (porque después del polvo hay que lavarse el pelo, claro es) y luego venían los secretos de belleza de unas cremas hidratantes de la misma marca que un detergente para lavadoras (el pequeño marsellés). Cuando las mujeres objeto de la pausa publicitaria ya tenían resuelto el tema de la regla, la sequedad, la caspa y la piel, llegó el primer anuncio para sus hijos: ¡Danonino!. A continuación apareció en la pantalla un Microlax, porque el yogur es para los peques y el estreñimiento femenino, de todos es sabido, como con un "flups" rectal, nada. Pero, claro, ¿y si no funciona el "flups"? Pues a continuación nos mostraron una marca de supositorios de glicerina (siempre para mujeres; los hombres cagamos de puta madre) que viene, al parecer, en tres envoltorios de tres significativos colores que a mi me recordaron los anuncios de la pasta de dientes que llevo veinticinco años usando (rojo fuerte, verde menta y azul súper refrescante). A continuación nos vino la regla una vez más. Después un yogur de la misma marca que el anterior, pero en helado (malo para el estreñimiento; nos trajeron de nuevo el "flups" micralax). Un queso bajo en calorías para que no nos engorde la parienta más de lo que ya nos engorda. Un protector del cabello para después de su lavado. Otro tampón (había que cambiarlo ya, era una pausa muy larga). Un niño que juega al rugby porque toma Cola-Cao. De nuevo el lubricante de la flor mustia (tan larga era la pausa que tuvimos en el salón dos reglas y dos polvos consecutivos). Otro champú, al parecer algo mejor que el anterior. Un desodorante (tras tanto polvo y tanta menstruación hay que asegurarse, a pesar de la ducha, de no ir por ahí oliendo a chotuna, que en verano se suda mucho). De nuevo un micralax para que el reloj no les marque las horas a las féminas y puedan cagar a voluntad. Finalmente -¡tachán!- un anuncio para "adoptar un tío". Resulta obvio que con tantos problemas como tienen las españolas, a los chicos hay que echarles el lazo para que no huyan despavoridos tras el trauma del tampón en la mano y todo lo que, ignoran, les espera a continuación.
Os puedo asegurar que las pausas acabaron siendo más interesantes que el telefilme. Máxime cuando éste, se nos recordaba en cada pausa, estaba siendo patrocinado por los dichosos tampones.
Cuando apagué el televisor no tuve ganas de comprarme nada nuevo, pero si hubiese sido mujer me habría ido a la cama con una desazón más que considerable: hueles mal, ensucias, engordas, te deshidratas, se te descascarilla el natural, no cagas y hay que decirte cómo alimentar a tus hijos para que jueguen al rugby. Y si te gustan los tíos, adóptalos porque ellos no van a dar el paso (quizás porque también estaban viendo Neox).
Ni con un porro habría flipado tanto como con Neox anoche. Debe ser todo esto porque el verano es tiempo de locos o tal vez sea yo. No sé. Os dejo, me voy a tomar un Nesquik....