Circula por las redes un ENLACE con cierta información seguramente apócrifa en el que se asegura que Mariano Rajoy se lamenta de no tener unas Malvinas para entretener un poco nuestra tediosa crisis. Muy posiblemente, insisto, la información será apócrifa, pero la idea no tiene nada de descabellada y los recientes acontecimientos sugieren que sería incluso buena para nuestras élites solariegas.
Es obvio que no nos están contando la realidad de la situación económica de nuestro país. Nuestra crisis es tan monumental que España no hay por dónde cogerla (no se rían los lectores argentinos, por favor). Vivimos en un país que necesita un rescate y que al mismo tiempo es imposible de rescatar. Como no podemos devaluar la moneda, hemos devaluado el sudor de nuestro trabajo. Como no podemos permitirnos un chorrillo de embargos inmobiliarios, Europa seguirá bajando el Santo Euríbor y los bancos, principales accionistas de nuestras queridas compañías de agua, luz, gas y combustible, han sido ya compensados (y más que lo serán) con cruentas e inmisericordes subidas en esos imprescindibles bienes: así pagaremos todos, endeudados o no, el desbarajuste. Las empresas pequeñas están condenadas a desaparecer y las grandes condonadas con la deslocalización. La clase política, corrupta y resabiada, teme disturbios, Canalejas y algaradas espontáneas (lo de Canalejas lo buscáis en mi otro blog). La Monarquía está tan desacreditada y acorralada que necesita huir hacia adelante porque desde luego volver a salir por patas por el puerto de Cartagena no entra en sus planes ni en los de nadie. Nuestra juventud es inculta e improductiva, merced a un sistema educativo que ha consistido en una estafa perpetua perpetrada durante los últimos veinte años (por decir una cifra). Salvo honrosas excepciones, lamento decirlo, nuestra juventud no tiene ni oficio ni beneficio para el país. Los viejos cada vez son más y cuestan de mantener y los parados mayores de mi edad no sólo no van a tener curro nunca sino que tampoco se plantean largarse porque ni pueden ni los quieren en ninguna parte. El oro ha salido del país en forma de empeños de extrema necesidad y el de la reserva nacional fue malvendido por el anterior gobernante. Entre todo lo expuesto, las malversaciones, la justicia decimonónica y la insostenibilidad de las Autonomías, el futuro patrio es, si nos ponemos optimistas, inviable.
Lo que España necesita es una suerte de Plan Marshall con aviones estilo ICONA lanzando billetes desde lo alto. Pero los planes de ayuda económica de esa magnitud solamente sueltan la mosca cuando ha habido un conflicto bélico porque su finalidad no es tanto ayudar al país necesitado como reactivar la economía de los periféricos (¿qué habría sido de Suecia sin los dólares que se gastó Alemania en comprar su madera, su hierro y su carbón? Pues que seguirían ahumando salmón como en el 1940).
Hablemos ahora de Marruecos.
Me decía hace unas semanas un amigo que, amén de profesor de árabe, es un español viajado que conoce bien ese mundillo islámico que tanto nos asusta a los occidentales, que en España estamos muy confundidos con Marruecos porque el régimen del país alauí no ha mamado de las fuentes dictatoriales arábigas, sino del franquismo hispano y carpetovetónico (al fin y al cabo Mohamed VI estudió en España y ex presidentes españoles tienen bellas moradas en Marruecos).
La verdad es que nuestras relaciones con el país vecino siempre han sido un poema de compleja rima. Y lo han sido porque esta ficticia nación (ficticia como todas las de África menos Egipto) siempre la hemos tenido muy a mano para malmover a nuestras angustiadas masas. ¿Cómo nos quitamos el disgusto del 1898? Con el desastre de Annual. ¿Cómo encauzamos al pueblo ante la muerte del Caudillo? Pues renunciando al Sáhara de la Marcha Verde. Y así...
Las relaciones económicas con Marruecos son muy interesantes. Somos el principal comprador de sus productos y el primer país inversor en su territorio. Ya dijo alguien que no quiso estrujarse las meninges que éramos dos naciones condenadas a entenderse. A mi no me cabe duda de que el rey Mohamed VI entiende, y mucho. Tuvo en su padre un magnífico maestro y en Estados Unidos y Francia unos báculos que ya quisiéramos nosotros. El problema es que Mohamed VI tiene cuatro problemas muy importantes si quiere modernizar su país:
-La corrupción secular de las instituciones.
-Su legitimidad como monarca si decide dar el paso y dejar de ser y obrar como el dictador que es.
-El impulsivo avance islamista.
-Quedarse definitivamente y sin excusas con el Sáhara Occidental, Ceuta y Melilla.
Llegados a este punto, ¿no sería ideal un conflicto controlado entre ambas naciones? Me refiero a un conflicto armado, aparentemente serio y que se resolviese entre fraternales achuchones. La cosa podría empezar con un movimiento interno en Ceuta que reclamase la pertenencia del enclave a Marruecos. Unas palabras de más o unas balas perdidas podrían encender el conflicto y extenderlo a Melilla. Los embajadores serían llamados a consultas y la población autóctona del lado contrario serviría a cada lado para encender conflictos callejeros que canalizarían nuestras frustraciones personales hacia personas inocentes. El polvorín está ya montado; solamente hace falta prender la Santabárbara. Con la magnífica excusa de los acuerdos multilaterales, el apoyo a España de la OTAN sería menos que simbólico (nos darían la espalda, vamos) y Francia, como es costumbre, haría el doble juego (eso también es secular) apoyando a los marroquíes. Como Argelia está bajo control y Libia ya ha sido puesta en manos piráticas (¿quién se preocupa de Libia ahora?) el conflicto no se extendería y se convertiría en un problema interno reducido a disturbios callejeros, escaramuzas y palabras mayores que nunca llegarían a cuajar en hechos consumados.
En España veríamos cosas que ya conocemos pero se nos han olvidado: indultos carcelarios masivos (las prisiones son insostenibles en la actualidad), agrupaciones patrióticas ciudadanas dispuestas a dar la cara y a arrendar su furibundia, salvajes devaluaciones del nivel de vida y de derechos constitucionales que llevarían a la aristocracia política al paroxismo de su éxtasis, carpetazo consensuado a todos los temas de corrupción "por motivos patrióticos", etc... En definitiva, veríamos en pocos meses todo lo que pasó entre Amadeo de Saboya y la Santa Transición: cien años de historia resumidos en un titular de prensa.
Adalides de la paz, llegado el momento oportuno, nuestros respectivos monarcas se harían una foto triunfalmente abrazados, quizás en un mar de lágrimas, clamando por la hermandad de ambas naciones, nuestro incondicional amor fraternal y se pactaría la cesión de Ceuta y Melilla y la definitiva nacionalización del Sáhara Occidental. En justiprecio, Inglaterra, que está hasta el moño de Gibraltar (una colonia de la que -no te engañes, amigo lector- se quieren desprender pero no saben cómo hacerlo sin perder el honor) nos devolvería el Peñón a cambio de que Marruecos le firmase indiscutibles contratos a largo plazo que garantizasen el desarrollo del país. El regreso de las inversiones españolas, tratadas como preferentes por Mohamed VI, reactivaría nuestra economía dentro de un eje soberano tan absurdo como el que forman Alemania y Francia, que siempre han sido y serán enemigos pero que se entienden y se llevan bien.
¿Quién ganaría en todo esto? Ambas monarquías saldrían legitimadas (nuestro Rey, que comenzó su jefatura del Estado en un conflicto marroquí, lo cerraría con otro y le pasaría el testigo a Felipe VI), el bipartidismo político se reconduciría en España y nuestro país tendría acceso a quitas magníficas y refinanciaciones que le permitirían remontar razonablemente. Y la ciudadanía tan contenta porque sus deudas económicas gozarían de un borrón y cuenta nueva a cambio de aceptar sí o sí la precariedad de un nuevo comienzo.
Este escenario calmaría también los independentismos inviables de la periferia peninsular tanto como su preparación justificaría el ya anunciado fin definitivo y sin condiciones de ETA (¿qué condiciones? los van a indultar en masa) y el reciente viaje de Su Majestad y varios ministros a nuestro amigo el rey Mohamed VI.
Si todo lo que he escrito es una fábula o no lo sabremos antes de dos años. Mientras tanto, yo me quedaré a la expectativa de si me detienen o tengo un accidente como aquél médico que falleció horas antes de contarnos a todos los españoles en una rueda de prensa qué era en realidad lo de la colza.