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domingo, 10 de febrero de 2013

¿Y SI ESPAÑA NO HUBIESE EXPULSADO A LOS JUDÍOS?

Aunque hace ya algún tiempo que hemos desechado de nuestro vocabulario las expresiones "judío" y "judiada" como insultos crueles, no hemos de pensar que tan fácilmente se extinguen los prejuicios moldeados durante siglos de odio feroz e intransigencia fanática que todavía están muy enquistados en el pensamiento occidental (de los musulmanes mejor no hablar).  Efectivamente, en plenos tiempos de libertad y tolerancia (allá donde los hay, del mundo árabe es mejor no hablar), existen desequilibrados preocupantes que todavía proclaman de cuando en cuando la necesidad de darle a los judíos lo que se merecen, ahora alardeando de ideas avanzadas que van a comulgar con la defensa de determinadas cuestiones que escapan al entendimiento mínimo de muchas mentes carentes de cierta cultura y responsabilidad histórica.  Yo no voy a entrar en el tema de Palestina, los territorios ocupados ni demás. Voy a escribir sobre los judíos como pueblo, como raza, no como nación.
Aunque a muchos les cueste reconocerlo, los hebreos son hombres modernos que trabajan y han trabajado siempre por la civilización tanto o más que muchas naciones.  Asombra la energía vital de esta raza que, después de veinte siglos de persecuciones y matanzas, cuando no más, de verse escarnecida y arrojada de todas partes por el delito de habernos dado gran parte de sus libros y rituales para que copiásemos de ellos una religión, persevera en sí misma sin descanso.  Admirable.
Hace casi dos mil años que Vespasiano incendió Jerusalén, demolió el Templo, que los dejó sin tierra propia hasta hace sesenta años y sin embargo, viviendo acampados sobre todas las naciones de la tierra, aislados y fortificados en barrios especiales durante las épocas de barbarie y esparcidos después al amparo de la cultura moderna, han sabido conservar su lengua, sus costumbres y su espíritu de raza.
Si España, pongamos por caso, hubiese sido disuelta hace diecinueve siglos, esparciéndose los españoles por el mundo en famélico éxodo, hubiéramos desaparecido dejando como memoria de nuestra existencia una pálida sombra en la Historia: y lo mismo que nosotros cualquiera de las demás naciones europeas.  Por eso merece admiración la fuerza vital de este pueblo que no muere nunca (y mira que los alemanes le pusieron empeño), que parece crecer al contacto de las persecuciones, y en pleno martirio, escupido y golpeado, da a la causa de la humanidad héroes y genios de renombre universal (no voy a hacer el listado: Spinoza, Schopenhauer, Disraelí... ¿para qué? La lista tiende a infinito).
Y no es por nada, pero dentro de la gran familia judía los más notables solían ser de origen español.  Mientras los árabes de África y Asia se sumían en la barbarie fanática y guerrera que ha sido su muerte como civilización, los árabes españoles iluminaban el mundo medieval con la ciencia de sus universidades.  Cuando los judíos esparcidos por el mundo no eran más que mercaderes y prestamistas de los hombres feudales, enterrando su oro para desviar la atención del populacho siempre dispuesto a asaltar las juderías, las sinagogas hispánicas producían a Maimónides.
Mucho podríamos decir de lo estúpida e inoportuna que fue su expulsión de España.  El fanatismo de Torquemada para lograr su expulsión los pintó como enemigos de España.  El daño más horrible que ha causado a España el fanatismo religioso, la principal causa de nuestra decadencia, fue la expulsión de los judíos hispanicos.  Salieron de nuestro suelo casi al mismo tiempo que descubríamos América.  Nuestro pueblo, ocupado en hacer la guerra por el mundo, defendiendo al Rey y al Papa, necesitaba de todos sus hombres para esgrimir la pica, y nos faltaron comerciantes.  Todo el tráfico del Nuevo Mundo lo hicieron los holandeses, yendo a parar fuera de España las ganancias de los descubrimientos.  ¡Qué no hubieran hecho los judíos que eran españoles y en España habían de vivir siempre, al aprovecharse de este período de asombrosa abundancia!  Ellos en la Edad Media, sin otros recursos que los de la Península, habían hecho de España un emporio comercial con sus ferias y sus industrias.  Si en los siglos posteriores al descubrimiento de América hubiera conservado España su población hebrea, la explotación del Nuevo Mundo, siendo puramente hispánica, habría dejado aquí todos sus tesoros, los cuales habrían repercutido de nuevo en América latina en lugar de disgregarse hacia el mundo sajón y germano.  ¡Y quién sabe si la fuerza comercial que tuvo en el siglo XIX Inglaterra, en vez de residir en unas islas brumosas del Norte, habría permanecido en esta península bañada por tres mares e indicada por la geografía y la historia como puerta entre dos mundos!
Fue tan irracional, tan bárbaro el crimen del fraile inquisidor y de los católicos monarcas, que aún perduran las consecuencias de su expulsión en todo el orbe.
Y a pesar de eso, quinientos años después de la gran traición, junto con sus tradiciones y su lengua, todavía los descendientes de los expulsados han conservado el eufónico idioma español de sus ancestros; sin rencores, con amor: con ese amor por la tradición que sólo los judíos han demostrado tener a lo largo de la Historia.

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