Por el simple gusto de polemizar basándonos en datos reales vamos a cuestionar algunas cosillas que llevamos demasiado tiempo dando por sentadas, que de todo se puede hacer con la documentación apropiada.
Cristóbal Colón sólo empieza a existir para la Historia de un modo indudable en 1486, fecha en que aparece en España. De los años anteriores, cuando reside en Portugal, no se conoce otra cosa que lo que él quiso decir o lo que se le escapó en distintas cartas y conversaciones, tal vez contra su deseo. Y es todo tan contradictorio, tan confuso, que hace dudar de la veracidad de Colón hasta aquellos que lo admiran.
Pocos personajes de la Historia pueden compararse con Colón por el misterio que lo envuelve hasta la edad madura, misterio que se restablece después de su muerte. A estas alturas nadie puede probar con certeza dónde nació, y lo que es más curioso, cuál es su verdadera tumba. Solamente en Italia, pretenden ser su pueblo natal Génova, Saona, Cuccaro, Nervi, Prudello, Oneglia, Finale, Quinto, Palestrella, Albisoli y Coceria. La ciudad de Calvi, en la isla de Córcega, lo tiene igualmente por hijo suyo, y los historiadores corsos ofrecieron antaño numerosos argumentos para probar dicha afirmación. Además, en España numerosos autores lo suponen español. Unos lo creen nacivo en Extremadura, descendiente del famoso rabino de Cartagena, don Pablo de Santa María, que se convirtió al catolicismo, fue amigo del Papa Luna y llegó a ser arzobispo de Burgos, ocupando sus hijos diversos obispados. Otros españoles, los más, lo han creído siempre nacido en Galicia, en la provincia de Pontevedra, y dicen que su madre fue judía.
Es digno de mencionarse que todos los que creen a Colón español le dan un origen judío, explicando así su deseo de envolverse en el misterio para evitar de tal modo las persecuciones de la malquerencia de que eran objeto en aquel tiempo las personas de sangre hebrea. Tenemos con todo unas once cunas italianas de Colón, una corsa y dos españolas; total, catorce.
Cuando murió en España, su cadáver fue llevado años después al Nuevo Mundo, a la que se llamaba entonces isla Española (Haití y Santo Domingo), enterrándolo en la catedral de la ciudad de Santo Domingo. En 1795, al abandonar España a la República francesa, por el tratado de Basilea, la parte española de dicha isla, o sea la actual República de Santo Domingo, creyeron oportuno las autoridades llevarse el cadáver del almirante, trasladándolo con gran pompa a la catedral de la Habana. A fines del siglo XIX, cuando reconoció España la independencia de Cuba, se llevó de nuevo el cadáver a Sevilla, y allí reposa actualmente en la catedral. Pero este es uno de los dos cadáveres de Colón que conocemos.
En 1877, cerca de un siglo después de haber abandonado los restos de Colón la catedral de Santo Domingo, un obispo de dicha ciudad que se llamaba Cocchia, y un canónigo (un tal Bellini), ambos italianos, encontraron un segundo cadáver de Colón, dando a entender que los comisionados españoles del siglo XVIII se habían equivocado al hacer el traslado de los restos, y en vez de llevarse el cadáver del Almirante habían cargado con el de su hijo o su nieto, pues los tres estaban enterrados bajo el mismo altar.
Para que nadie dudase de la autenticidad de dicho hallazgo, el féretro tenía dentro una inscripción en la que se le da al muerto el título de "descubridor de... América". Curioso, pues todo el mundo sabe que la palabra América sólo llegó a generalizarse más de doscientos años después de la muerte de dicho personaje, cuando los Estados Unidos iniciaron su independencia. Hasta mediados del siglo XVIII, la América actual fue llamada siempre por los españoles Indias Occidentales. En fin.
Pero no hablemos de los dos cadáveres del muerto, que tanto da cuál sea o no el verdadero. Hablemos de su cuna.
Cabe destacar que Colón se acordó de decir que era genovés únicamente al sentirse viejo y andar en pleitos con el rey de España para que éste lo reconociese como propietario de todo el Nuevo Mundo. En su juventud y su edad madura fue un aventurero, un hombre sin otra patria que la de sus conveniencias. España y Portugal eran los únicos pueblos de Europa donde Colón podía encontrar apoyo para sus planes, unos planes que no le eran exclusivos. Los marinos portugueses y españoles hablaban a todas horas de este viaje a las Indias por el Occidente. La navegación hasta el cabo de Buena Esperanza hacía inevitable el encuentro casual del Nuevo Mundo un día u otro. Seis años después del primer viaje de Colón, el portugués Cabral, que navegaba hacia Asia empujado por los vientos, fue a dar sin saberlo con la costa de Brasil.
Es cierto que la mayoría de los autores han considerado siempre a Colón como italiano, porque así lo dice él en su testamento en los últimos años de su vida, y así lo manifestó a quienes lo rodeaban. En los primeros tiempos de su aparición en España sólo figura como extranjero, sin precisarse su nacionalidad de un modo determinado. Lo cierto es que el Almirante se guardó mucho durante toda su vida de manifestar públicamente sus verdaderos orígenes, al contrario, manifestó especial empeño en dejar envueltos en sombra y misterio los orígenes de su nacimiento, y sus contemporáneos -entre ellos Bartolomé de Las Casas, quien tuvo en sus manos todos los papeles y documentos de Colón- tampoco fueron más claros.
Y es que la confusión comienza por el mismo nombre. Cristóbal Colón se llamó siempre así. Jamás Cristóforo Colombo, como escriben los italianos, ni Colombus, como le llaman en los países sajones. No existe un sólo documento de su época histórica, o sea desde que aparece en España, realiza su primer viaje y se hace célebre, que no sea firmado siempre en español: Cristóbal Colón.
Conocía sin duda varias lenguas, pero todas mal, como le ocurría a menudo a los marineros. El castellano era lo que hablaba mejor, y escribía en ella admirablemente bien. Tal vez digan algunos que las cartas a sus amigos y los memoriales a los reyes de España que han llegado hasta nosotros se los retocaba algún español allegado a él. Esto no es verosímil, pues no podía llevar tal maestro a su lado a todas horas, y menos en sus viajes, cuando redactaba los dramáticos incidentes de éstos en sus Diarios de navegación.
En cambio, no existe de este presunto italiano más que un pequeño y único papel escrito en dicho idioma, y abundan en cada línea faltas gramaticales y disparates inconcebibles en un hombre que, de ser genovés, debió de aprender la lengua italiana desde pequeño.
Y es que Colón siempre emplea el español hasta cuando se dirige al embajador de Génova en España y a otros extranjeros. Y la única vez que escribe en italiano se expresa de un modo torpe e incomprensible, a pesar de que el primer idioma aprendido en la niñez nunca se olvida. ¡Misterios!
En los últimos días de su vida se acuerda de Génova y declara que tal es su patria. Esta declaración no ofrece ninguna duda de autenticidad. Hay también en apoyo de su genovesismo el haberse encontrado en Génova escrituras notariales que hablan de un tal Doménico Colombo, tabernero y cardador de lana, hombre pobre y además algo manirroto, que tuvo muchas deudas y apuros financieros. Doménico Colombo aparece con tres hijos: Cristóforo, Bartolomé y Diego. Efectivamente, los mismos hermanos que tuvo el Almirante de la Mar Océana.
Los sostenedores del origen italiano de Cristóbal Colón afirman que éste se llamaba en realidad Cristóforo Colombo, y al pasar a España españolizó su apellido, llamándose a sí mismo Colón. Pero es raro que ni una sola vez se llame Colombos a los parientes que dejó en Génova. En su testamento, cuando alude a su familia en Génova, la llama simplemente de "los Colones", y era natural que añadiese una aclaración poniendo al margen "Colones que allá llaman Colombos", tanto más cuanto que en España abundan las gentes de apellido Colón, y parecía natural y lógico que separase a unos de otros.