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sábado, 1 de noviembre de 2014

¿PERO EN ESPAÑA CÓMO SE VIVE DE ESCRIBIR?

Don Emilio Castelar era un gaditano de voz chillona como de pavo real (sin duda lo que había sido en otra vida). Tenía un abdomen que le empezaba en la garganta y unos bracitos cortos, como de foca. Como escritor y político era un producto muy bien acabado del segundo tercio del siglo XIX, con toda la bambolla y quincalla idealista de Chateaubriand, Lamartine y Víctor Hugo. Podríamos decir que Castelar poseía la cualidad más estimable que pueda tener un hombre: tenía mundo. El que tiene mundo suele ser señor absoluto de todos los enemigos del alma, el demonio y la carne.
Aunque prolífico escritor, don Emilio ha pasado a la historia contemporánea de España como político; tal era su auténtica profesión. Pero, ¿de qué vivían los escritores patrios contemporáneos que todos conocemos?  Pues bien, muchos de su riqueza personal, como la Pardo Bazán. Otros, los más, de pegar mangas en los convites y casas de marquesas y aristócratas variopintos que poblaban las Españas Isabelinas, merced a una especie de mecenazgo indirecto que al menos les llenaba el estómago y vestía sus desnudeces.
Cánovas del Castillo solucionó el tema durante la Restauración de un modo harto ingenioso para unos tiempos en los que la palabra "subvención" quedaba muy lejos en el futuro: otorgaba a los artistas puestos en la administración del Estado so condición de que nunca los ocuparan. Era una especie de limosna para dar de comer a un estrato que burgueses, aristócratas y políticos sabían indispensable para la marcha del país.
Puedo estar equivocado, pero creo que el primer paria que acabó viviendo de sus ocurrencias sobre el papel fue Blasco Ibáñez, un bestsellerista que cayó de pie y pasó de anarquista perseguido (incluso estuvo preso en la cárcel de San Gregorio de Valencia antes de ser desterrado a Torrevieja)  a ser el más capitalista de los intelectuales, con mansión a la playa de la Malvarrosa y balandro propio con tripulación para sus particulares cruceros (todo ganado a base de puño y tinta, sin mecenazgos y conquistando al gran público de diversas naciones).
En tiempos de Cánovas del Castillo y Emilio Castelar, a don Álvaro Figueroa, antes de ser conde de Romanones, se le llamaba "el futuro imperfecto", debido a ciertos defectos físicos que no vienen al caso. Saco esto a colación porque hoy, más de un siglo después, muchos autores no nos hemos dado cuenta de que el oficio de escritor es un futuro imperfecto que tiene mucho que ver, sí, con el marketing y todos esos anglicismos de moda, pero no menos con el savoir faire, que en siendo también neologismo (y perdón por la rima interna), es el bálsamo de fierabrás de todo autor que aspire a pagar las facturas cotidianas a costa del oficio.
El producto no es el libro, es el autor. Siempre lo ha sido y parece que nos cuesta tomar nota del detalle. Recientemente, un alumno de una universidad que no viene al caso se ha puesto en contacto conmigo para pedirme (oh, dioses) hacer un trabajo sobre mí para su cuatrimestre. Un trabajo que sólo leerá él y su profesor, un trabajo minoritario y sin importancia, pero un trabajo que se realizará porque el antedicho joven ha sabido de mi existencia y se ha interesado por ella. Milagros de internet y la globalización, sí. Inmerecido honor, sin duda. Pero, al fin y al cabo, existencia.
Cuando Nous Projectes Audiovisuals se puso en contacto conmigo para hacerme un documental, sus gestores no habían leído un libro mío. Sin embargo, por algún motivo capté su atención. Dios y todos mis colegas saben que yo no soy precisamente el tipo de persona que está con el tole-tole de sus experiencias, vivencias, avatares, logros y frustraciones. Sin embargo, ahí estoy. Tal vez la clave resida en tener mundo para que el mundo lo tenga a uno. No sé.
Pero tampoco me quiero poner trascendente: siempre opinaré que de casa es lo que nace en casa. Os dejo unos pequeños, humorísticos y sutiles ejemplos de la realidad que vivimos todavía en este carpetovetónico país malamente llamado España (sin ninguna animadversión hacia los protagonistas de la broma, sino más bien al contrario, a modo de ejemplo de cómo funcionan las cosas hoy en día).
Al menos, ya que nos toca reflexionar, hagámoslo con una sonrisa si algo de humor nos queda.