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jueves, 8 de octubre de 2015

LAS EXTRAÑAS HERMANDADES

La historia del Imperio Británico quedaría incompleta si dejáramos fuera de su historia la tremenda influencia de las sociedades secretas. Entre ellas hay una que ilustra muy bien el funcionamiento de estos grupos. La llamaban El Club del Fuego Infernal. La Inglaterra del siglo XVII estaba basada en rígidos principios y normas morales que impregnaban toda la vida social. Bueno, en realidad toda no: como suele suceder, tanto entonces como ahora las clases dirigentes se las arreglaban para encontrar espacios en los que eludir ese férreo control de las normas. En aquel momento, en aquellos días, ese mecanismo eran los Clubes del Fuego Infernal. En ellos la gente bien del Imperio, apartada del escrutinio social, se entregaba a actividades tan poco edificantes como adorar abiertamente al diablo o practicar comunitariamente aberraciones sexuales que harían palidecer al más encallecido aficionado al porno duro. Su lema era "haz lo que quieras".
En los Clubes del Fuego Infernal no existía la intimidad; todos pecaban, fornicaban, delinquían y hay quien dice que incluso hasta mataban a la vista de los demás de manera que cada miembro del grupo era guardián de los más sucios secretos de los demás, y los demás de los suyos. Con esto se generaba una suerte de hermandad mafiosa que llevaba a los miembros a apoyarse férreamente entre sí en los negocios y en la política. Más de un miembro que se sentía profundamente repugnado por lo que allí acontecía se había integrado en el grupo y permanecía en él porque sabía que era el camino más fácil para conseguir sus objetivos. Así, entre bacanales y borracheras, prostitución y violaciones, alabanzas a Satán y narcóticos se cimentaron carreras políticas, se amasaron fortunas, se cerraron asociaciones y hasta se consiguieron títulos nobiliarios. Era de dominio público: la práctica totalidad del Parlamento Británico pertenecía a estos clubes; tanto que en 1721 se proclamó un edicto real que mostraba la preocupación de la Corona ante aquellos que se satisfacen juntos de la manera más impía y más blasfema, insultan los principios más sagrados de nuestra santa religión, afrentan al mismísimo Dios Todopoderoso y corrompen las mentes y la moral de todo el que se acerca a ellos (SIC).
Oficialmente, los clubes del Fuego Infernal tuvieron su época y desaparecieron sin dejar vestigio. Pero todos recordamos que incluso el mismísimo Stanley Kubrick, en este testamento conspiranoico que constituye su obra póstuma Eyes Wide Shut, nos escenifica la inquietante posibilidad de que ahora mismo, como entonces, los muy muy poderosos se reúnan en cenáculos secretos para sellar sus alianzas compartiendo perversiones.
A veces la sonoridad de los nombres, como la sociedad española El Ángel Exterminador o la Mano del Loto Azul ya impactan de por sí. Pero ¿desaparecieron? 
En muchas asociaciones mafiosas actuales, desde las pandillas juveniles latinoamericanas a la mafia rusa, el rito de iniciación principal suele ser cometer un delito atroz en presencia de los demás miembros del grupo, que pasarán a convertirse en los dueños del secreto del aspirante iniciado. No podemos olvidar los escándalos de pedofilia que tuvieron lugar en el Reino Unido, y que se remontan a los años 1980 e implicaban a presonalidades muy famosas y muy influyentes profesionales de la BBC e incluso a parlamentarios de las dos cámaras del Parlamento. Antes de eso ocurrió lo mismo en Bélgica y se echó mucha tierra encima porque cuando se empezó a tirar del hilo, las ramificaciones llegaban tremendamente lejos y tremendamente arriba (hablamos de exhumación de cadáveres, de violación de niños, de ministros implicados, etc...). También en España hemos tenido casos similares que se han tapado desde el poder (véase el crimen de las niñas de Alcasser, la desaparición de las niñas Virginia Guerrero Espejo y su amiga María Manuela Torres en Aguilar de Campoo poco después, en Semana Santa, así como la desaparición por las mismas fechas de la adolescente Gloria Martínez Ruiz dentro de la clínica Torres de San Luis de Alicante, de la que era copropietario a través de una comercial Alfonso Calvé, que sería inmediatamente después nombrado Gobernador Civil de Alicante).