El pasado 7 de febrero dio comienzo en Barcelona el rodaje del capítulo que protagonizo dentro de la serie "El Arte se da la mano", de Nous Projectes Audiovisuals. Fueron 48 intensas horas de rodaje en las que tuve el privilegio de ser "paseado" por la ciudad de los prodigios, el honor de hablar en el Ateneu, el gusto de dar una charla en la librería Alibri, y el placer de departir cordialmente con mis contertulios de serie, Pep Sala (fantástico escultor, escenógrafo y cienes de cosas más) y Gabriela Adell, jovencísima y brillante tatuadora, dibujante y escritora. Además disfruté de intensas visitas a emplazamientos emblemáticos, como el BORN, el Barrio Gótico, la catedral de Santa Eulalia, la Plaza de Sant Jaume, la Barcelona romana que se plasma en las columnas del templo de Augusto, los restos de los dos acueductos de la ciudad condal o los vestigios de la muralla que todavía permanecen implantados en las estructuras arquitectónicas más modernas.
Sobrecoge y satisface a la vez cómo una ciudad moderna sabe hacerse su camino cultural en unos tiempos como estos: exposiciones por doquier, actividades artísticas a pie de calle, galerías de arte una tras otra, iniciativas culturales de toda índole y color, museos bien cuidados y mejor organizados, inversiones en el talento... Pero, sobre todo, me quedo con la ciudadanía. Ya dije hace algunas fechas que me gusta y me gustará siempre más hablar de mis conciudadanos que de mis connacionales. La base de la sociedad no es la familia, ni el carnet de identidad, ni tampoco una organización pública hipertrofiada. Barcelona es un ejemplo de lo que digo: el ciudadano ejerce de sí mismo, se integra en un paisaje que a su vez lo interpreta, apoya y favorece, y se convierte en su motor y razón de ser. El ciudadano barcelonés da sentido a Barcelona. Y el resultado no puede ser más espectacular: una ciudad de calles limpias, gente de todo origen y circunstancia absolutamente integrada en el conjunto y, me atrevo a añadir, ambiente cordial, distendido y festivo por las aceras (inolvidable para mí la imagen de la gente bailando la sardana de forma espontánea en las plazas y una señora asiática detrás mirando y aprendiendo los pasos seguramente hasta que se animó a entrar en el círculo danzante y participar de él -¡qué bello baile, la sardana! ¡qué gran y sencilla metáfora de lo que es la sociedad catalana!).
Y en medio de todo esto, ahí iba yo con el equipo de Nous Projectes, Ignasi y Josep, pareja bohemia, profesionales hippies, generosos y entregados, dejándome llevar de un lado a otro y admirando calles, rincones y edificios que me mostraban y resolvían orgullosos. Resulta curioso cómo en tan pocas horas uno puede llegar a determinados niveles de amistad y conocimiento con personas que no había visto antes. Josep e Ignasi se me antojaron desde el principio unos personajes encantadores, afables, divertidos, carismáticos y muy genuinos: los Zipi y Zape de esta aventura llamada "El Arte se da la mano", el yin y el yang de un proyecto tan sencillo como generoso, tan atractivo como original. Me faltarán palabras durante mucho tiempo para agradecerles no sólo el trato recibido, sino su incondicional apoyo y confianza en mi persona. Sólo por conocerlos a ellos ya merecía la pena viajar a la ciudad Condal; si encima uno logra frecuentar o reencontrarse con amigos y conocidos o cuajar nuevas amistades para el futuro, el premio se centuplica.
Como digo, ha sido un enorme placer departir con Pep Sala (gran persona), hablar del difícil arte del tatuaje bien hecho con la joven e inquieta Gabriela (que además tuvo la generosidad de dedicarme su libro De veritats i altres al.lucinacions), así como ser presentado públicamente por Maria-Lluisa Pazos (grande honor), quien me ilustró sobre muchos aspectos interesantísimos y desconocidos de un idioma bello, eufónico y sinfónico que ella tan bien conoce y ama con ese amor que se contagia, que es el mejor de todos.
Tampoco puedo dejar a un lado toda mi gratitud a mis agentes, Ángela y Patricia, que nos abrieron las puertas de sus oficinas para rodar y con las que tuve una interesantísima conversación sobre lo que a los autores nos depara este difícil y mal pagado mundo de fantasear para los demás. Gracias al público de Alibri, por dejarme que los conociera y compartir su tiempo conmigo. Gracias, Ángela, amiga, por hacer un hueco para que te pudiese dar un abrazo. Gracias a Vanessa, amiga del alma y de toda la vida, por tu compañía en esta aventura simpática en la que el Arte me ha dado la mano a mi.
Y como no hay pastel sin guinda, la experiencia terminó de la mejor forma: una cena-tertulia con algunos de mis admirados compañeros y amigos de la Asociación de Autores Independientes, que tuvieron la amabilidad de cenar conmigo en la plaza de Adriano un delicioso menú oriental mientras hablábamos de los temas que tanto nos ilusionan, agobian y preocupan a todos. Gracias a Mercedes Gallego, nuestra Agatha Christie particular; gracias a Josep Capsir, nuestro admirado superventas; gracias a David de Pedro, que se desplazó desde Girona para no faltar a la reunión. Gracias también a quienes los acompañaron en el trance y soportaron nuestra tertulia.
Fue un verdadero placer compartir impresiones sobre el mundillo editorial, los avatares que hemos tenido que superar todos por la crisis o la incomprensión editorial, las esperanzas para el futuro y, como colofón, el dichoso tema de la piratería, que fue el único que logró arrancar de mi boca los dos mayúsculos exabruptos que vomité contra todas esas personas que se lucran a costa del trabajo ajeno o hacen befa, mofa y escarnio de las reglas del juego y disfrutan gratis de nuestro esfuerzo, negándonos así el pan nuestro de cada día mientras ponen en peligro su propio futuro sin darse cuenta. Sobre la mesa salieron todos los puntos de vista desde nuestra óptica, todos ellos muy acertados según el enfoque. Ahí el que se pasó de la raya fui yo al expresar sin pelos en la lengua lo que muchos pensamos del tema, si bien reconozco que mis contertulios más moderados aportaron una perspectiva sólida y tan razonada como razonable del asunto, que a mí me enriqueció.
Pero el auténtico colofón vino de la generosidad de Mercedes y Francesca, quienes tuvieron la gentileza y enorme generosidad de invitarnos a su atalaya para ofrecernos una deliciosa copa de cava (menos mal, porque pensaba que me iba a ir sin probarlo). La simpatía y el ingenio de las anfitrionas, unidas al calor etílico y el horario infame después de una dura jornada pateando calles, hicieron del momento un magnífico final festivo en el que, creo, salió maravillosamente la esencia de las personas que hay detrás de los personajes que somos todos. Lo triste vino después, cuando nos tuvimos que despedir unos de otros, otros de unos y emplazarnos para un futuro incierto que no sabemos cuándo llegará.
El regreso a casa fue nostálgico y triste por lo que se dejaba a la espalda. Pero uno no desespera y va a hacer todo lo posible por volver a Barcelona, porque motivos tiene para darle la mano a tanta gente que lo espera con los brazos abiertos.
Sobrecoge y satisface a la vez cómo una ciudad moderna sabe hacerse su camino cultural en unos tiempos como estos: exposiciones por doquier, actividades artísticas a pie de calle, galerías de arte una tras otra, iniciativas culturales de toda índole y color, museos bien cuidados y mejor organizados, inversiones en el talento... Pero, sobre todo, me quedo con la ciudadanía. Ya dije hace algunas fechas que me gusta y me gustará siempre más hablar de mis conciudadanos que de mis connacionales. La base de la sociedad no es la familia, ni el carnet de identidad, ni tampoco una organización pública hipertrofiada. Barcelona es un ejemplo de lo que digo: el ciudadano ejerce de sí mismo, se integra en un paisaje que a su vez lo interpreta, apoya y favorece, y se convierte en su motor y razón de ser. El ciudadano barcelonés da sentido a Barcelona. Y el resultado no puede ser más espectacular: una ciudad de calles limpias, gente de todo origen y circunstancia absolutamente integrada en el conjunto y, me atrevo a añadir, ambiente cordial, distendido y festivo por las aceras (inolvidable para mí la imagen de la gente bailando la sardana de forma espontánea en las plazas y una señora asiática detrás mirando y aprendiendo los pasos seguramente hasta que se animó a entrar en el círculo danzante y participar de él -¡qué bello baile, la sardana! ¡qué gran y sencilla metáfora de lo que es la sociedad catalana!).
Y en medio de todo esto, ahí iba yo con el equipo de Nous Projectes, Ignasi y Josep, pareja bohemia, profesionales hippies, generosos y entregados, dejándome llevar de un lado a otro y admirando calles, rincones y edificios que me mostraban y resolvían orgullosos. Resulta curioso cómo en tan pocas horas uno puede llegar a determinados niveles de amistad y conocimiento con personas que no había visto antes. Josep e Ignasi se me antojaron desde el principio unos personajes encantadores, afables, divertidos, carismáticos y muy genuinos: los Zipi y Zape de esta aventura llamada "El Arte se da la mano", el yin y el yang de un proyecto tan sencillo como generoso, tan atractivo como original. Me faltarán palabras durante mucho tiempo para agradecerles no sólo el trato recibido, sino su incondicional apoyo y confianza en mi persona. Sólo por conocerlos a ellos ya merecía la pena viajar a la ciudad Condal; si encima uno logra frecuentar o reencontrarse con amigos y conocidos o cuajar nuevas amistades para el futuro, el premio se centuplica.
Como digo, ha sido un enorme placer departir con Pep Sala (gran persona), hablar del difícil arte del tatuaje bien hecho con la joven e inquieta Gabriela (que además tuvo la generosidad de dedicarme su libro De veritats i altres al.lucinacions), así como ser presentado públicamente por Maria-Lluisa Pazos (grande honor), quien me ilustró sobre muchos aspectos interesantísimos y desconocidos de un idioma bello, eufónico y sinfónico que ella tan bien conoce y ama con ese amor que se contagia, que es el mejor de todos.
Tampoco puedo dejar a un lado toda mi gratitud a mis agentes, Ángela y Patricia, que nos abrieron las puertas de sus oficinas para rodar y con las que tuve una interesantísima conversación sobre lo que a los autores nos depara este difícil y mal pagado mundo de fantasear para los demás. Gracias al público de Alibri, por dejarme que los conociera y compartir su tiempo conmigo. Gracias, Ángela, amiga, por hacer un hueco para que te pudiese dar un abrazo. Gracias a Vanessa, amiga del alma y de toda la vida, por tu compañía en esta aventura simpática en la que el Arte me ha dado la mano a mi.
Y como no hay pastel sin guinda, la experiencia terminó de la mejor forma: una cena-tertulia con algunos de mis admirados compañeros y amigos de la Asociación de Autores Independientes, que tuvieron la amabilidad de cenar conmigo en la plaza de Adriano un delicioso menú oriental mientras hablábamos de los temas que tanto nos ilusionan, agobian y preocupan a todos. Gracias a Mercedes Gallego, nuestra Agatha Christie particular; gracias a Josep Capsir, nuestro admirado superventas; gracias a David de Pedro, que se desplazó desde Girona para no faltar a la reunión. Gracias también a quienes los acompañaron en el trance y soportaron nuestra tertulia.
Fue un verdadero placer compartir impresiones sobre el mundillo editorial, los avatares que hemos tenido que superar todos por la crisis o la incomprensión editorial, las esperanzas para el futuro y, como colofón, el dichoso tema de la piratería, que fue el único que logró arrancar de mi boca los dos mayúsculos exabruptos que vomité contra todas esas personas que se lucran a costa del trabajo ajeno o hacen befa, mofa y escarnio de las reglas del juego y disfrutan gratis de nuestro esfuerzo, negándonos así el pan nuestro de cada día mientras ponen en peligro su propio futuro sin darse cuenta. Sobre la mesa salieron todos los puntos de vista desde nuestra óptica, todos ellos muy acertados según el enfoque. Ahí el que se pasó de la raya fui yo al expresar sin pelos en la lengua lo que muchos pensamos del tema, si bien reconozco que mis contertulios más moderados aportaron una perspectiva sólida y tan razonada como razonable del asunto, que a mí me enriqueció.
Pero el auténtico colofón vino de la generosidad de Mercedes y Francesca, quienes tuvieron la gentileza y enorme generosidad de invitarnos a su atalaya para ofrecernos una deliciosa copa de cava (menos mal, porque pensaba que me iba a ir sin probarlo). La simpatía y el ingenio de las anfitrionas, unidas al calor etílico y el horario infame después de una dura jornada pateando calles, hicieron del momento un magnífico final festivo en el que, creo, salió maravillosamente la esencia de las personas que hay detrás de los personajes que somos todos. Lo triste vino después, cuando nos tuvimos que despedir unos de otros, otros de unos y emplazarnos para un futuro incierto que no sabemos cuándo llegará.
El regreso a casa fue nostálgico y triste por lo que se dejaba a la espalda. Pero uno no desespera y va a hacer todo lo posible por volver a Barcelona, porque motivos tiene para darle la mano a tanta gente que lo espera con los brazos abiertos.