Me entero de la muerte de Nelson Mandela. Un nuevo motivo para vivir de recuerdos. Hoy se llenarán las redes sociales de homenajes póstumos. Pero ¿hemos aprendido algo de su ejemplo?
Estamos llegando a tal punto de genuflexión y aceptación de los hechos consumados en este reino de taifas que habitamos que hemos aceptado ya movernos entre la necesidad y la contingencia. Nos debatimos entre el fatalismo y el escepticismo; entre el "todavía no" y el "ya no", con la sola certidumbre de que, cualquiera que sea la elección, ambos caminos nos llevarán irremisiblemente a la muerte.
Ya no aspiramos a la felicidad, nos la han robado muy bien. Nos conformamos con la supervivencia y nuestro único derecho al pataleo (por ahora) reside en estas redes sociales que iban a revolucionar la sociedad a la que pertenecemos, a unirnos a todos en las plazas, parques y jardines... pero que a la postre (o como postre) nos han aislado. Sólo hicieron falta unos policías dando tiros al aire en una estación de ferrocarril y todo el mundo se fue para casa (pero ya lo hemos olvidado: el exceso de información conduce muy bien al olvido).
Incluso hasta para el más afortunado, de la felicidad ya sólo le llegará el perfume cuando ella deje de estar presente. Pero ¿qué es el perfume sin la rosa?: un ambientador.
Desde la inmovilidad más degradante recorremos, entre vértigos, los instantes próximos a la felicidad que desperdiciamos cada día por miedo a reivindicarla. Pero no hay nada más alto ni bien más hermoso que la felicidad. No hay derecho que esté por encima de ella, aunque ahora, de nuevo, como en tiempos de los absolutismos, el Poder nos quiera vender la Paz Social, el Orden en las calles como una protección contra nosotros mismos. Las Leyes tienden a esterilizar el quirófano de nuestro futuro, que es el quirófano en el que nos van a hacer la autopsia uno a uno, en vida y sin anestesia (¿para qué? no vamos a protestar).
¿Cómo podemos rectificar los errores que se han convertido ya en piedra? No podemos. Somos cobardes, mezquinos y mediocres. Por eso escribía el otro día en mi muro esta simple frase: "Ellos... ya han ganado".
El hombre no sólo no recibe enseñanza ninguna de los otros, sino que ni siquiera aprende de sí mismo.
Dicen que el amor tarda en olvidarse el doble justo del tiempo que duró. Bien, nuestro amor por la libertad lo hemos olvidado en la mitad del tiempo que la disfrutamos.
Y lo más terrible es que, vacíos de ánimos para luchar por lo que nos pertenece (y que a pesar de todo merecemos), hemos aceptado renunciar a la idea más básica de todo ser humano: QUE UN IDEAL NO ES NUNCA UN SUEÑO.
Estamos llegando a tal punto de genuflexión y aceptación de los hechos consumados en este reino de taifas que habitamos que hemos aceptado ya movernos entre la necesidad y la contingencia. Nos debatimos entre el fatalismo y el escepticismo; entre el "todavía no" y el "ya no", con la sola certidumbre de que, cualquiera que sea la elección, ambos caminos nos llevarán irremisiblemente a la muerte.
Ya no aspiramos a la felicidad, nos la han robado muy bien. Nos conformamos con la supervivencia y nuestro único derecho al pataleo (por ahora) reside en estas redes sociales que iban a revolucionar la sociedad a la que pertenecemos, a unirnos a todos en las plazas, parques y jardines... pero que a la postre (o como postre) nos han aislado. Sólo hicieron falta unos policías dando tiros al aire en una estación de ferrocarril y todo el mundo se fue para casa (pero ya lo hemos olvidado: el exceso de información conduce muy bien al olvido).
Incluso hasta para el más afortunado, de la felicidad ya sólo le llegará el perfume cuando ella deje de estar presente. Pero ¿qué es el perfume sin la rosa?: un ambientador.
Desde la inmovilidad más degradante recorremos, entre vértigos, los instantes próximos a la felicidad que desperdiciamos cada día por miedo a reivindicarla. Pero no hay nada más alto ni bien más hermoso que la felicidad. No hay derecho que esté por encima de ella, aunque ahora, de nuevo, como en tiempos de los absolutismos, el Poder nos quiera vender la Paz Social, el Orden en las calles como una protección contra nosotros mismos. Las Leyes tienden a esterilizar el quirófano de nuestro futuro, que es el quirófano en el que nos van a hacer la autopsia uno a uno, en vida y sin anestesia (¿para qué? no vamos a protestar).
¿Cómo podemos rectificar los errores que se han convertido ya en piedra? No podemos. Somos cobardes, mezquinos y mediocres. Por eso escribía el otro día en mi muro esta simple frase: "Ellos... ya han ganado".
El hombre no sólo no recibe enseñanza ninguna de los otros, sino que ni siquiera aprende de sí mismo.
Dicen que el amor tarda en olvidarse el doble justo del tiempo que duró. Bien, nuestro amor por la libertad lo hemos olvidado en la mitad del tiempo que la disfrutamos.
Y lo más terrible es que, vacíos de ánimos para luchar por lo que nos pertenece (y que a pesar de todo merecemos), hemos aceptado renunciar a la idea más básica de todo ser humano: QUE UN IDEAL NO ES NUNCA UN SUEÑO.