Un impresionante despliegue de medios por parte de la televisión y la radio públicas (¿quién paga eso? ¿cuánto ha costado?) nos han estado euforizando desmesuradamente (a la gente le hace falta algo que la anime). Dos días con un minutero perpetrando la cuenta atrás como si fuésemos a lanzar un cohete a la luna (a la luna de Valencia, que es la luna de Camps, Barberá y Fabra, que es la luna Gurtel y ahora parece que también NOOS: la luna que saltó la vaca -la vaca enamorada de la luna). Un país inmerso en el armagedón nuclear y otro muslímico no eran rivales. "A la tercera va la vencida". Etcétera. Yo reconozco que me lo creí (pensé que estaba pactado y bien atado)... y admito que estaba muy preocupado. Preocupado porque temía que si Madrid 2020 se hacía realidad ayer, mañana lunes iban a anunciar, en medio de la eufórica alegría y para que pasase desapercibido, un paquete de medidas con nuevas subidas de impuestos, gases, luces y aguas, con nuevas tasas sobre el oxígeno, el hidrógeno y los gorriones, una privatización del pavimento público, de las playas con bandera azul, de la catedral de Burgos, la Alhambra de Granada y la Giralda de Sevilla (todo eso sólo para empezar: luego comenzaríamos a vender niños y ancianos para experimentos). Me temía lo peor para el lunes. Creía muy seriamente que las olimpiadas en Madrid, las de los ¿300.000 puestos de trabajo indirectos? (¡amos anda!), las de tan sólo 1.500 millones de euros de inversión (¡amos anda!), las que eran importantes porque "el precio de la vivienda volvería a subir" (curioso y estúpido argumento ofrecido ayer en el telediario público del mediodía). Creía, digo, que esas olimpiadas, serían el espaldarazo definitivo del "aquí todo vale" y que justificarían llevar los recortes a la máxima potencia con la excusa a siete años vista de que España tenía que prepararse para recibir al mundo extraterrestre de los corredores, los saltadores, los remeros y los tiradores con arco. Pero no. Se los lleva Tokio (quizás hasta tengan un Godzila para cuando toque: están invirtiendo mucho átomo dividido en ello).
De buena se ha librado Constantinopla (se habría convertido en objetivo de los nuevos otomanos, de los judíos de debajo, de los rusos homófobos de encima y de los americanos de siempre). No hay país musulmán preparado para unos JJ.OO ni comités olímpicos con psicólogos suficientes para preparar a sus occidentales atletas femeninas para lo que les esperaría ante semejante evento.
Pero todo eso a mí me da igual. Lo que me preocupa ahora es el reverso de mis temores: que ahora el desaliento y la falta de estímulo convoquen a los malos espíritus monclovitas (el monclovismo ansoniano no murió con la salida de Zapatero: es un dengue endémico y sin vacuna ni cura -y mira que hay curas para cosas, pero para esa no, y menos con Éstos) y, digo, que el rechazo a la candidatura de Madrid suponga la excusa irrefutable para nuevos recortes, nuevos excesos, nuevos abusos, nuevas pérdidas de derechos y dignidades... porque ¡ahora ya no tenemos asideros para salir de la crisis salvo el propio sacrificio! En cualquiera de los dos casos la ciudadanía sale perdiendo. Mientras tertulianos y políticos buscan unos culpables que no hay, que no existen, por perder algo que nadie pidió, los de a pie (los pinrélicos como yo) seguimos temiendo la que nos va a caer con la excusa contraria. Porque, no os quepa duda amigos, había un PLAN B que se llama ESPAÑA 2020. Lo que tengamos ese año, gobierne quien gobierne, será resultado de las olimpiadas que pedimos y nos negaron, como lo habría sido de las que no pedimos pero nos dieron.
Ahora toca estar a verlas venir.